Una ejemplo de la cooperación española en El Salvador

Un puente a ninguna parte


Por Roberto Valencia.


Hasta el rey de España ha oído hablar del nuevo puente de Cacaopera.
No es una exageración literaria. A Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, a Juan Carlos I, alguien le contó que un majestuoso puente comunica dos recónditos caseríos de Cacaopera. Desde hace seis meses, el río Torola ya no es obstáculo para los escasos –escasos– vecinos de esa zona. Quizá por eso, el rey sintió la necesidad de felicitarlos.
—Quiero expresar mi calurosa enhorabuena a las comunidades salvadoreñas del departamento de Morazán, cuyas comunicaciones, economía agrícola, desarrollo turístico y bienestar social se verán multiplicados por la construcción del puente.

La felicitación la oyeron las 300 personas que el 16 de enero en la mañana estaban en el Teatro Real de Madrid. Ramiro Cortez, Ramiro, la escuchó recostado en una silla de plástico negro y aluminio. Viajó desde Morazán hasta España, y lo sentaron a tres metros del rey. Como le habían sugerido-ordenado días atrás, iba vestido para la ocasión. Llevaba un saco azul marino, zapatos bien lustrados, una camisa blanca abotonada hasta el cuello y corbata a rayas.
—El rey es grande, pero... será que yo no estoy acostumbrado a estar con personalidades así, yo lo miraba como que éramos iguales... en la sociedad. Le saludé, le di la mano, y hablamos un poquito.

Fue muy poco lo que hablaron. No hubo tiempo para los detalles ni para la polémica. No hubo tiempo para contar la historia que hay detrás del puente de Cacaopera.


Oí hablar por primera vez de ese puente el 4 de marzo en la mañana, mes y medio después de que lo elogiara en Madrid Juan Carlos I. Fue en la Embajada de España. Ante su inminente marcha del país, el embajador saliente, Jorge Hevia, invitó a desayunar a los periodistas que trabajamos en El Salvador y que tenemos pasaporte de aquel país. El puente de Cacaopera fue parte de lo comentado por Hevia. Lo citó como un ejemplo del poco eco mediático que tienen algunas obras construidas por la cooperación española. No fueron estas sus palabras, pero lo que quiso decir fue que la inauguración de un puente que lo conoce hasta el rey había pasado sin pena ni gloria por la agenda periodística nacional.

La cooperación española es de las que más coopera. Los números de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) de 2006, los últimos que están consolidados, ubican a España como el país que más dinero destina al desarrollo de El Salvador: $53 millones en esos 12 meses. En segundo y tercer lugar están Estados Unidos y Japón. Juntos –juntos– suman $55 millones.

Las cifras llegaron a mi correo electrónico dos meses después, pero desde el mismo día del desayuno en la embajada el puente de Cacaopera se perfiló como la excusa perfecta para abordar el poco explorado tema de la cooperación internacional, y para retratar si una obra de esta envergadura cambia la vida de sus beneficiarios. Así estaba concebido este artículo... hasta la llamada.

Esto es lo que se escucha cuando uno marca el 2651-0206: “¡Presente por la patria! Se ha comunicado con la Alcaldía de Cacaopera. Si desea comunicarse con el señor alcalde, marque 20; enviar un fax, 21; secretaria...” Marqué el 20, y logré hablar con un señor que se llama José William Argueta Canales y es el alcalde. Gobierna este municipio de 11,000 habitantes bajo la bandera, obvio, del partido ARENA.

Unos pocos minutos de plática telefónica con Argueta fueron suficientes. Debajo del discurso políticamente correcto –“Quiero agradecer al rey Juan Carlos...” “Es una obra de desarrollo más para mi pueblo”– había cierto de grado de resentimiento por su construcción, por haberse construido donde se ha construido y, sobre todo, por ser una obra que llegó al pueblo por la gestión de comunidades que simpatizan con el FMLN.

Fue una primera impresión. Semanas después, cuando entrevisté a Argueta en un restaurante de San Miguel, se disiparon las pocas dudas que quedaban.
—¿No suena más sensato hacerlo donde lo use más gente? –le pregunté. Ya les ampliaré más luego, pero hay quien opina que el puente excede las necesidades de la zona.
—Realmente suena más sensato, pero en realidad, si yo me hubiera puesto a hacer esas situaciones... De por sí es una comunidad contraria a mi persona y a mi ideología, así que si yo hubiera hecho eso, se habrían puesto peor, porque al principio manejaban que el FMLN era el que estaba haciendo el puente, y yo me paré y les dije: “Si es así, pues lo paramos”. Porque lo está haciendo la cooperación española.
—Entonces, está metida la política en este asunto.
—Claro, sí, sí.
—¿Son comunidades que simpatizan más con el FMLN?
—Un 90%.
—¿Y cómo miden si una comunidad es más afín a un partido o a otro?
—Mire, el territorio de Cacaopera está como marcado. Yo tengo mis cantones, como son el cantón Calavera, el cantón Ocotillo, cantón Sunsulaca, el área urbana... Y ellos son fuertes en Agua blanca, Guachipilín, Junquillo... pero son comunidades pequeñas.


Lo había visto ya en fotografías, pero no fue hasta el 9 de abril cuando pude admirarlo. Lo primero, precisar que llamarlo puente de Cacaopera es correcto, porque pertenece a Cacaopera. Pero, por lo escondido que está, su uso hoy por hoy se limita a los habitantes de dos caseríos: El Rodeo y Colón, al sur y al norte del río Torola, respectivamente.

Hay dos placas conmemorativas en la estructura. Las dos son doradas y relucen como si las limpiaran todas las mañanas. Parecen espejos. Aún nadie se las ha robado. Es Morazán. A una de ellas le han dado un par de pedradas –“Cipotadas”, me dijo un lugareño–. La otra revela la inversión total: $434,700. Mucha plata. Es, con diferencia, la obra más cara que se ha concluido en el municipio desde la llegada de Argueta a la alcaldía hace dos años, pero los méritos son de líderes de los cantones de la oposición. Quizá por eso el resentimiento.

Con ese dineral se levantaron en apenas seis meses los 57 metros de longitud que tiene el puente. Es de concreto armado, pero lo nuevo y el sol casi consiguen que se vea blanco. Dentro de las vallas que lo delimitan a lo largo hay espacio para dos grandes arcos que lo singularizan, un amplio carril para vehículos, y dos zonas peatonales, una a cada lado del carril. Casi ningún peatón usa la zona peatonal.

Debajo está el Torola, el río al que solo el Lempa y el Grande de San Miguel le quitan el honor de ser el más extenso del país. El día anterior había llovido, y bajaba más cantidad de agua y más achocolatada que lo que se suele ver en abril. No había silencio, tampoco ruido. Allí suena a río. Alrededor no hay residenciales, ni centros comerciales, ni letreros que recuerdan el sentido humano ni nada por el estilo. Tampoco hay asfalto. Se mire hacia donde se mire, lo que se ven son grandes árboles en un primer plano, y detrás, cerros.

Un lugar idílico. Y el puente, me cuentan, está sirviendo como reclamo para que comience a llegar gente. Turistas, los llaman. La mañana de mi visita no vi ni uno solo, pero puedo afirmar que llega gente. En el suelo, regados alrededor de uno de los pilares de concreto que sostiene el puente conté una bolsa de Papasitas Bocadelli, una de Palitos Diana, un minipack Campero “Tierno, jugoso y crujiente”, un envoltorio de un helado Palykakao de Río Soto, una botella de Aqua Pura de 600 ml, un pamper usado, un vaso desechable y desechado, dos paquetes de cigarrillos Delta rojo, una tarjeta de Tigo de $1.50, dos bolsas de Buenachos, hormigas, una botella de Salvacola aplastada, otra tarjeta de Tigo de $1.50 y una botella de Coca-Cola de dos litros, entre otros elementos que en El Salvador parecen ser indispensables para disfrutar de un buen día de playa en un río.

Ocho días antes de conocer ese tramo del Torola, me había reunido con Guillermo en Antiguo Cuscatlán, en su oficina-hogar de la residencial Lomas de San Francisco. Guillermo Candela García vive en El Salvador desde 1993, tiene esposa e hijos salvadoreños, pero él y su acento son españoles. Nació hace 42 años y es ingeniero de Caminos. Su especialidad, dice, los puentes. Él diseñó el de Cacaopera, y la empresa de la que él es director de ingeniería lo construyó. No solo eso; sin su intervención, nunca se podrían haber puesto en contacto los cooperantes con los cooperados.
—¿Cuántos carros estarán usando el puente?
—Pues muy pocos. A lo mejor pasan cuatro o cinco camioncitos diarios.
—¿Y no le queda la espinita de haber hecho un puente que casi no se usa?
—No, en absoluto.

Esas preguntas fueron casi al final de la entrevista. Antes me había explicado algo que requería una explicación: cómo las personas que financiaron la obra supieron desde Madrid las necesidades de los caseríos El Rodeo y Colón, y el porqué de la generosa donación.

En España hay un grupo empresarial que se llama Acciona. Hoy es un monstruo que aglutina a más de 100 empresas, que opera en los cinco continentes y que, pese a la tan traída y llevada crisis, en los tres primeros meses de este año tuvo ingresos brutos por casi $1,000 millones. A ver, de otra forma. Este grupo promedió del 1.º de enero al 31 de marzo ingresos brutos diarios por $11 millones, más de lo que el Gobierno salvadoreño le asigna al Hospital de Maternidad para todo un año.

Al frente del emporio está la familia Entrecanales. El presidente de Acciona se llama José Manuel Entrecanales y el vicepresidente, Juan Ignacio Entrecanales. Existe una fundación que lleva el nombre del abuelo –Fundación José Entrecanales Ibarra—, y que el año pasado creó el premio Cooperación al Desarrollo. Básicamente, consiste en que ellos entregan 300,000 euros, unos $470,000, para construir un puente en algún país subdesarrollado. No piden contraparte. Solo seriedad en la ejecución.

Guillermo, el ingeniero, trabajó años atrás para los Entrecanales. Sabían de él y de su trabajo, y lo llamaron para que les presentara algún proyecto. Él se puso en contacto con Ramiro –el que platicó con el rey–, y prepararon a la carrera la propuesta que a la postre resultó ganadora. Ambos se conocían de antes. A mediados de la década pasada, Guillermo diseñó otro puente en Cacaopera. Este está sobre el río Chiquito, un tributario del Torola, y es parte de la carretera –hoy– pavimentada que desde el centro urbano –es un decir– de Cacaopera se dirige al centro urbano –ídem– de Corinto. En aquella ocasión lo financió la cooperación francesa; hoy, la española.
—Nosotros –dice– les apoyamos técnicamente e hicimos la intermediación, pero la propuesta debía ser de la asociación.

Que sobre el puente vehicular que diseñó casi no pasen vehículos no es algo que le quite el sueño a Guillermo. Dice que el que se inauguró en 1996 sobre el río Chiquito era –también– “un puente a ninguna parte”. Esas fueron sus palabras. Y hoy forma parte de la pavimentada a Corinto.
—¿Un puente peatonal no habría sido suficiente?
—Vamos a ver... Es que ese es el eterno dilema de la cooperación en todas las partes. ¿Cómo hago las cosas? ¿Medio mal, pero para todos, o las hago bien para unos pocos? ¿Le pongo una champita con cuatro palos a mil gentes o hago una casa un poquito más en condiciones para 50? El planteamiento mío ha sido dejar una obra de calidad que no sea pan para hoy y hambre para mañana, y que sirva como puerta de entrada para futuros proyectos.


Cuesta llegar hasta donde está el puente. Nadie llega allí por casualidad. No hay buses ni microbuses ni mototaxis que se atrevan a echarse ese camino. No hay calles asfaltadas que lleguen a El Rodeo, el caserío ubicado al sur del río. Quizá por eso, la destartalada carretera Cacaopera-Corinto es todo un referente. A pesar de sus mil y un baches, la llaman con respeto La pavimentada. Pero está a más de tres kilómetros.
—Para llegar al puente hay tres kilómetros de infarto –me había advertido Guillermo.

Es aún peor en el otro lado, del Torola hacia el norte. Cuando se deja el puente, hay un pequeño tramo terraceado hasta las primeras casas del caserío Colón. Después solo hay una estrecha vereda, transitable en todo caso por mulos y caballos. Si hubiera calle, aunque fuera polvosa, se podría llegar a Joateca, pero no la hay.

Para la inauguración oficial de la obra, el pasado 1.º de diciembre, los invitados especiales llegaron en helicóptero. Y sí ameritaban el calificativo de especiales. El vicepresidente del emporio Acciona, Juan Ignacio Entrecanales, vino desde España para cortar la cinta, y para ver con sus propios ojos que el casi medio millón de dólares donado se había invertido bien. El puente lleva el nombre de su abuelo. Dicen quienes estuvieron allí que el nieto se regresó satisfecho, complacido.

Esa inauguración es la que pasó casi inadvertida en la agenda mediática nacional, y la que originó, semanas después, el velado reclamo del ex embajador español Hevia. Pero no se trata solo de que apenas hubiera periodistas. Tampoco llegaron ministros ni diputados ni el gobernador departamental. Ni siquiera un representante de la Alcaldía de Cacaopera hizo acto de presencia. El territorio de Cacaopera está políticamente marcado. Fue, prácticamente, un evento para los españoles benefactores y para los vecinos beneficiados.

Conocí y platiqué con un buen número de estos últimos en mi visita al puente. Vicente Ramos Pereira –60 años, sombrero blanco, corvo envainado–, a quien la obra le permite ahora ampliar el recorrido de su paseo matutino. José Geovanny –mochila al hombro, quinto grado, camiseta de la selección argentina–, a quien se le facilita ir a la escuela de El Rodeo desde Colón. Santos Pérez –30 años, cachucha, bigote–, quien junto a su primo pasó toda la mañana llevando costales de arena sobre un mulo de nombre Canelo y un caballo llamado Oso, de un lado a otro del puente.

Impensable hace tan solo un año. Antes, sobre todo durante la estación lluviosa, el río solo se podía atravesar con cable y garrucha. Ahora, se benefician de la inversión de $434,700 unos 600 pobladores de los dos caseríos y algún que otro visitante ocasional. ¿Mereció la pena? Hay repuestas para todos los gustos. Lo que sí parece más claro es que se le fue un poco la mano a quien escribió el comunicado oficial que emitió la Casa Real española: “La construcción de esta obra permitirá resolver los grandes problemas de desarrollo económico y social, educativo y sanitario del municipio de Cacaopera, derivados de su difícil acceso”.


El número del celular de Ramiro me lo dio Guillermo. Ramiro Cortez nació hace 32 años en Cacaopera, y sigue viviendo allí. Quizá haya sido el primer vecino de ese municipio que saluda y platica con un rey. Es moreno de piel, bajito pero fornido, y un bigote es lo más distintivo que hay en su rostro. El deseo de entrevistarlo era por ser el director de Campesinos para el Desarrollo Humano (CDH), la organización no gubernamental que intenta amortiguar la práctica ausencia del Estado en la zona norte de Cacaopera.

La cita con él fue en la clínica comunal del caserío El Rodeo. Es una especie de unidad de salud con la salvedad de que no depende del Gobierno, sino que la sostiene la comunidad. Hay otra diferencia que salta a la vista. Está pintada de rojo y blanco, en vez del azul y blanco que caracteriza a los centros que dependen del Ministerio de Salud.

Allí estaba Mónica Dhand, la doctora, y su apellido no engaña. Es extranjera. Tiene 28 años, voluptuosa y lleva piercing en la nariz. Nació en Filadelfia, y allí vivía hasta que el año pasado se interesó en un programa que la universidad en la que estudia ofrece a sus alumnos. La oferta se puede resumir en realizar las horas sociales en países subdesarrollados. Un grupo se fue a Tanzania; ella prefirió El Salvador.

En la habitación donde platiqué con Ramiro, dentro del edificio que alberga la clínica, me encontré con Monseñor Romero y Schafik Hándal. Fuera, sobre la fachada principal, se leía en grandes letras de colores Bienvenidos Feliz Navidad y próspero Año Nuevo. En abril.

Durante una hora, Ramiro me contó sobre los proyectos financiados por la cooperación internacional, sobre el puente, sobre la visita a Madrid, sobre la polémica con el alcalde. Y, viviendo tan cerca del puente, pensé que era la persona indicada para resolver de una vez por todas la pregunta.
—¿Cuántos carros pasan por el puente al día?
—Ahorita, quizá dos o tres, que van a traer o a dejar cosas al otro lado, y todo eso. Digamos que viéndolo así, a corto plazo, pues puede ser que no esté dando el gran beneficio por lo que costó, pero para nosotros sí, porque el simple hecho de que pasen más favorable los niños, y los ancianos también, eso ya es para nosotros ganancia.

La obra vino como caída del cielo. Todo fue muy rápido. Tanto que incluso se obviaron algunos requisitos legales, como el permiso ambiental, por citar un ejemplo. Ahora, hasta Ramiro admite que supera las expectativas que tenían.
—Talvez en un momento no esperábamos ya tener un puente vehicular, sino que más que todo pensábamos en una pasarela.
—¿Una peatonal?
—Sí, correcto, una peatonal, pues por la cuestión de que no querían financiar...
—¿Una de hamaca?
—Correcto. Pero luego nos financian en su totalidad el proyecto, y se hizo el puente vehicular, que hasta el momento es el mejor que está aquí en El Salvador, según dicen.

Su solidez no está en discusión, pero sí su futuro. El puente se ha construido en una zona que se inundaría si alguna vez se concretan los planes de la Comisión Ejecutiva Hidroeléctrica del Río Lempa (CEL). El agua lo cubriría por completo.

Si de represas se habla, el río Torola aparece ligado a la palabra Chaparral desde hace años. Este proyecto afecta a la zona norte del departamento de San Miguel, lejos de Cacaopera; sin embargo, no es el único embalse que la CEL tiene contemplado crear en ese afluente a medio y largo plazo. Y una de esas otras represas dejaría bajo agua el puente José Entrecanales Ibarra.

Ya llegaron incluso a El Rodeo algunos técnicos a hacer mediciones. Y un grupo de vecinos se desplazó después a pedir explicaciones en la CEL, y les confirmaron que el proyecto está ahí, engavetado porque hoy no es la prioridad, pero con la idea de realizarse. Lo sabe Ramiro –“Si hacen la represa, sí, se pierde”– y lo sabe Guillermo –“Habrá problemas cuando CEL decida hacer el total aprovechamiento hidroeléctrico del río”–, pero el puente se hizo, los $434,700 fueron invertidos.


Dicen ahora que El Salvador es un país de renta media –casi– alta, pero Cacaopera sigue pobre, apagada, sedienta. Al municipio ya llegó Red Solidaria, el programa de entrega de bonos mensuales de $15 o $20 para que los niños estudien y vayan al médico. Es uno de los municipios más pobres de El Salvador, y los caseríos El Rodeo y Colón son dos de los más pobres de Cacaopera.

Ya se ha dicho que no llegan el asfalto ni los buses. Tampoco hay agua potable. Los que han podido pagar cientos de metros de manguera la traen por cuenta propia desde el cerro El Boquerón. Junto al puente hay un puñado de esos tubos negros que cruzan suspendidos en los árboles el río Torola. Tampoco hay energía eléctrica. Unas pocas familias de El Rodeo han podido comprar un panel solar. La cooperación alemana los instaló en la clínica comunal, se ve que funcionan para lo básico, y cundió el ejemplo entre quienes se lo podían permitir. Tampoco hay instituto para estudiar bachillerato. Por no haber, no hay ni iglesias evangélicas.

Lo que no parece faltar es el optimismo.
—¿Aquí mucha gente tiene caballo? –pregunto a Ramiro.
—Antes era más. Era una necesidad. Pero aquí ahora, aunque no llega el transporte, sí hay facilidades. A cualquiera se le pide un viaje y se le da aventón.
—¿Y hay muchos carros en esta zona?
—Sí, por lo menos hay unos cuatro vehículos

Nacido en Cacaopera, el alcalde Argueta también irradia optimismo. A pesar del puente, aspira a ser reelegido. Cuando me lo encontré llevaba una camisa de botones con el emblema del partido. Lo había ido a buscar a la alcaldía, pero me dijeron que estaba en San Miguel.

La alcaldía, en pleno centro, está recién remodelada. Gastaron $60,000 y la dejaron con un suelo embaldosado y brillante, tan brillante que parece mojado. Le añadieron una segunda planta, le redecoraron la fachada con pintura blanca, azul y roja, y compraron unas sillas plásticas para comodidad de los visitantes. Casualmente, son de los mismos tres colores.

Para la inauguración oficial, el pasado 24 de octubre, llegó el presidente de la República, Antonio Saca. También diputados y el gobernador departamental. Era miércoles, pero suspendieron las clases de algunos centros educativos para que los niños pudieran ver a su presidente. Una plaza llena luce más.

Mes y medio después, se inauguró el puente en El Rodeo. Y otro mes y medio más tarde fue el evento en el Teatro Real de Madrid con el rey.
—Me dijeron –dice Argueta– que íbamos a ir a España a recibir el premio y después no me invitaron.
—¿No le llegó invitación?
—No.
—Pero usted fue invitado a la inauguración, y no asistió.
—Cierto, me invitaron, pero yo me disculpé porque estaba fuera del país, y puedo demostrarlo con el pasaporte y todo.
—¿Y no pudo llegar nadie en su representación?
—Yo delegué en el segundo concejal propietario, pero no fue, y ahí yo no podía obligarlo.
—¿Y al acto de Madrid ni lo invitaron?
—No.
—¿Y cómo lo interpreta usted? ¿Una represalia por no haber asistido al primer evento?
—Sinceramente, no sé. Yo, como creo mucho en Dios, pensé que si no me habían invitado era porque quizá algo me iba a pasar.

Hablamos un poco más sobre el puente, sobre su mantenimiento y sobre las diferencias políticas al interior del municipio. Si en algo se mostró claro Argueta fue en asegurar que llevar el asfalto hasta la nueva estructura no es algo que pueda hacerse con los montos que maneja la alcaldía. Salvo que el Gobierno o la cooperación extranjera tomen cartas en el asunto, el de Cacaopera seguirá siendo un majestuoso puente a ninguna parte.


Vea mas imágenes del puente aquí.
Esta crónica apareció publicada en la edición del 25 de mayo de 2008 de la revista Enfoques, de La Prensa Gráfica.
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