tag:blogger.com,1999:blog-86220105434138011912023-05-29T00:28:06.736-06:00Desde un país que no cuenta...Una recopilación de crónicas, reportajes y perfiles del periodista vasco-salvadoreño Roberto Valencia, publicados en medios de América Latina y España. Si están en este blog es porque todos ellos, con sus virtudes y sus errores, pretendieron encajar en esa entelequia llamada periodismo narrativo.GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.comBlogger29125tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-30468571755447493392012-05-06T19:41:00.000-06:002012-07-15T10:30:44.837-06:00Luces, cámaras, ¡operativo policial!<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-y2Zq0UA-uOE/T6nLBfJ0tiI/AAAAAAAAA18/dMWw-d-Gfms/s1600/get_img.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="266" src="http://1.bp.blogspot.com/-y2Zq0UA-uOE/T6nLBfJ0tiI/AAAAAAAAA18/dMWw-d-Gfms/s400/get_img.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr align="right"><td class="tr-caption">Fotografía: Edu Ponces</td></tr>
</tbody></table>
<b><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br /></span></b><br />
<b><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El desenlace </span></b><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Viernes, 27 de abril, 2:12 a.m. Parque Libertad, Santa Ana. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La plaza central santaneca quizá sea la más bonita de El Salvador, incluso de madrugada. En la parte central, entre árboles y zonas ajardinadas, hay un coqueto y bien iluminado quiosco, pero lo que singulariza este parque, y lo vuelve inigualable, es el conjunto monumental que la bordea: al oriente, la catedral; al poniente, el edificio de la alcaldía municipal; y en el costado norte, el espléndido teatro, inaugurado hace más de un siglo. Parece que en Santa Ana la actuación está muy arraigada. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Ayer jueves, la Policía Nacional Civil (PNC) convocó a los medios de comunicación para el gran operativo de hoy, uno de esos en los que los agentes botan puertas y entran en las casas fusil en mano. Estos actos suelen finalizar con la presentación de los detenidos, y en esta ocasión, en vez de hacerla en una delegación, el jefe de la Región Occidental de la PNC, el comisionado Douglas Omar García Funes, y el jefe de la Delegación de Santa Ana, el comisionado Julio César Marroquín, han elegido como marco el parque Libertad. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La primera caravana en llegar a la plaza, hace no más de 20 minutos, es la que estuvo en el cantón Tablón Matazano, la elegida para ser cubierta por los periodistas. Traen en dos pick ups a tres supuestos pandilleros, uno de ellos vestido con suéter claro. Casi al mismo tiempo, por otra esquina de la plaza aparece, también esposado con las manos en la espalda, una pareja de policías que escolta a otro pandillero, este con la MS tintada en el rostro. A los cuatro los sientan en el suelo. Las cámaras echan humo. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El comisionado Marroquín da las primeras declaraciones oficiales a los medios: “Sí, puedo decirles que vamos en un 75-80% de efectividad en cuanto a todas las órdenes de captura que nos emitió la Fiscalía General de la República (…) Hemos golpeado a las clicas: a la Stoner y a la de… Ele Ese, ¿verdad?” </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En los próximos minutos seguirán llegando más jóvenes esposados y escoltados, primero de a poco, y al final una camionada entera. Al final se juntan 32, algunos pocos descamisados a la fuerza para mostrar sus ostentosos tatuajes alusivos a la Mara Salvatrucha (MS-13). Es, en teoría, el resultado del ambicioso operativo coordinado por la PNC y la Fiscalía. La foto del éxito. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Pero no. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Basta acercarse a los jóvenes y preguntarles respetuosamente para darse cuenta de que los detenidos esta madrugada son minoría. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Yo llevo ya dos noches ahí encerrado, y por gusto, por resistencia –dice uno de ellos.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Igual yo –agrega el compañero con el que comparte esposas–. Por resistencia, pero ¿resistencia de qué? Si yo bañándome estaba en mi casa cuando me fueron a traer.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Y me podrían dejar el teléfono de algún familiar para verificar lo que me están contando? –pregunto.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Vos periodista sos, ¿va? Pues deberías ir a ver las bartolinas de acá, del 911, que ahí ni comida nos dejan entrar, ni bebida ni ropa. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Cuesta asimilar lo que me están contando. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—A ver, a ver, a ver, que me quede clara esa onda –les digo–. Ustedes han estado otras veces en bartolinas, y ahora en el operativo los han vuelto a detener de nuevo… </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—No’mbre. Que nosotros estábamos ahí adentro y en la mañana se nos cumplen los tres días ya. Hoy vamos a salir libres, pero más tarde. Y ahorita nos han traído aquí solo para hacer la propaganda. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Siete u ocho jóvenes me confirman que la mayoría de los que están ahora sentados en el parque Libertad, presentados como el fruto del ambicioso operativo nocturno, llevan en realidad varios días en las bartolinas del Sistema 911 de la PNC. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El olor característico del hacinamiento también los delata. </span><br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">*** </span></div>
<br />
<b><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El nudo </span></b><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Viernes, 27 de abril, 1:21 a.m. Cantón Tablón Matazano, municipio de Santa Ana. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La madre llora, pero lo hace para adentro, casi en silencio. El padre camufla su nerviosismo con una risa evidentemente fuera de lugar. Y el hermano pequeño, de unos 12 o 13 años, se asoma en calzoneta a la puerta del cuarto sin saber muy bien qué cara poner. El causante del revuelo familiar, el joven que la Policía ha ido a detener, está de pie, callado y con las manos esposadas en la espalda. Viste un suéter claro, calzón y chanclas. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Le puedo poner un pantalón? –pregunta la madre.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Sí, señora –responde un policía cubierto con gorro navarone y un dossier de papeles apoyado sobre su antebrazo, con una copia de la orden de captura girada por la Fiscalía y una foto del joven detenido. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Esto ahora está relativamente tranquilo, una docena de personas -incluidos los inquilinos-, pocas voces, pero hasta hace unos minutos la casucha –de láminas, con leña apiñada en el suelo y una hedionda fosa séptica cubierta con plásticos– estaba llena de policías armados hasta los dientes y de periodistas ávidos de la secuencia más codiciada: el mazo reventando la puerta. Unos y otros se fueron rápido porque esta no era la única puerta que tenían que destrozar en este cantón.</span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Entre sollozos, la madre ha logrado colocarle a su hijo un pantalón oscuro. El agente incluso pide una silla para el detenido mientras le lee partes de la orden de captura, y la madre, ante el arrebato de buenos modales, pregunta si puede ponerle una camisa limpia. Sin esperar respuesta, se mete presurosa en un cuarto. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—No se aflija, mamá –alcanza a susurrar el joven. </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Contrólese –le dice el padre, y al mirarme se les escapa otra risa absurda. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La madre regresa de inmediato con una camisa de manga larga y botones, azul como el azul de la bandera salvadoreña, seguramente la más plantosa que ha podido encontrar. Pero para colocársela tendrían que quitarle las esposas, y el agente dice que no, que por favor se aparte. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Al poco, sacan al joven esposado de la casa. La acusación es por homicidio. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">De este cantón se llevarán a tres, los tres presuntos miembros de pandillas. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Supuestamente, de forma simultánea otros policías y soldados están desarrollando acciones similares en distintos cantones y colonias de Santa Ana, Chalchuapa y El Congo. </span><br />
<br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">*** </span></div>
<br />
<b><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El planteamiento </span></b><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Viernes, 27 de abril, 0:44 a.m. Al interior de la Segunda Brigada de Infantería General Tomás Regalado, en Santa Ana. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La cancha de baloncesto es el punto de encuentro para los convocados al operativo. Según el dato proporcionado por la joven de Comunicaciones de la PNC, suman 270 los miembros de la PNC y de la Fuerza Armada aquí presentes. La relación es dos policías por cada soldado. Fiscales y periodistas, también numerosos, no forman parte de ese conteo. Por todo, seremos unos 300. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Los uniformados ahora están formados pero relajados, bajo la luz de dos potentes reflectores que entre otras cosas facilitan el trabajo de los fotoperiodistas. El color dominante en la formación es el azul oscuro de la PNC, con parches verde-olivo de los soldados, y parches grises de los integrantes del Grupo de Reacción Policial (GRP). Abundan los chalecos antibalas, los gorros navarone a medio colocar, los cascos y los fusiles AR-15 y M-16. El murmullo de voces sugiere distensión. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La impresionante formación tiene forma de U plana y es la consecuencia de más de dos horas de peregrinaje de policías de distintas unidades y delegaciones. Los primeros en presentarse han sido los de la Unidad de Mantenimiento del Orden (UMO), llegados desde San Salvador en autobús poco antes de las 10 de la noche. Después, un goteo constante de pick ups policiales –algunos cargados con hasta 15 personas–, camiones y alguna que otra motocicleta. Para ingresar en la Brigada, todos se han sometido al ritual obligado de verificar el arma junto a un barril metálico contiguo al portón principal, en el cruce de la calle José Mariano Méndez con la 3a. Avenida Sur. Justo enfrente, en los soportales de una iglesia evangélica, un grupo de indigentes duerme entre plásticos y cartones, ajenos al runrún de los motores y al sonido metálico de las pistolas. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Ahora, cuarto para la 1, todos parecen estar esperando nomás que alguien dé la orden de salida. Lo hace el comisionado García Funes. Se coloca frente a la formación, agradece a todos los presentes la desvelada, pide disculpas porque su voz no es ronca y poderosa e improvisa un breve discurso: “Me decía ahora el fiscal que esto parece que nunca termina, que cada vez hay más pandilleros. A saber cuándo se acabarán las pandillas, pero nosotros somos la Policía, y nuestra obligación es combatirlas hasta que logremos que desaparezcan”. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Terminado el discurso, la formación se disuelve ordenadamente. Policías y soldados corren en fila hacia el vehículo asignado. El grupo se fracciona y se reparten los objetivos. Hay, dicen, 44 órdenes de captura. A los periodistas nos ordenan seguir el equipo en el que van los jefes policiales y fiscales. No hay oportunidad de elegir. Varias caravanas abandonan la Segunda Brigada. La nuestra sale rumbo al cantón Tablón Matazano. </span><br />
<br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">*** </span></div>
<br />
<b><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Epílogo uno </span></b><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Viernes, 27 de abril, 1:20 p.m. Noticiero de Canal 21, uno de los medios presentes en el operativo. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Habla el periodista: “La Policía salió nuevamente a cumPLIR con su trabajo aprovechando el silencio de la madruGAda. Esta VEZ los hombres de azul iban dispuestos a capturar a supuestos homiCIdas y extorsioNIStas, en diferentes puntos del departaMENto de Santa Ana.” </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El comisionado García Funes: “Se han realizado 44 allanamientos en diferentes partes de El Congo, Chalchuapa, Santa Ana, específicamente en sectores como El Ranchador, Cantarrana, Primavera”. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El periodista: “Las autoriDAdes aseguran que los acusados integran clicas de la Pandilla dieCIOcho y de la Mara SalvaTRUcha, y son vinculados en el asesinato de DIEZ personas entre los Años dos mil ONce y dos mil DOce” […]. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El comisionado Marroquín: “Hemos golpeado a las clicas: a la Stoner y a la de… Ele Ese, ¿verdad? Que son… ¿cómo se llama? …de las clicas más fuertes que tenemos en el sector”. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El periodista: “El procediMIENto permitió hacer efectivas más de treinta ÓRdenes de capTUra, lo que significa haber desarticuLAdo dos estructuras consideradas de las MÁS peligrosas en este occidental departamento, donde se aseguró que la PoliCÍa no baja la guardia en el comBAte a la delincuencia. JUlio Guevara, TelenoTIcias VeinTIUno”. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Dos minutos exactos de versión oficial amplificada. ¿Para qué complicarse? </span><br />
<br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">*** </span></div>
<br />
<b><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Epílogo dos </span></b><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Sábado, 28 de abril, 11:09 a.m. Después de cuatro llamadas sin respuesta, pruebo con un mensaje SMS explicativo; después del mensaje, la mujer –Mercedes– accede a responder al número desconocido que azora su teléfono celular. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Mercedes es una madre que desde hace 66 horas no sabe de su hijo. Lo supone en las bartolinas del Sistema 911. Cuando lo detuvieron, al joven de 20 años le permitieron hacer una breve llamada –“nomás de dos palabras y hasta ahí”, dice ella–, y la usó para avisarla: que se tranquilizara, que saldría apenas se aclarara todo. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Pero entiendo que la Policía fue a su casa a llevárselo –digo.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿A la casa? No, no. A él en la calle lo detuvieron. Él iba a trabajar, en un pick up, iba a hacer un trabajito, y me lo bajaron del pick up.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Y eso cuándo fue?</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Eso fue… miércoles en la tarde. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El hijo de Mercedes llevaba más de 30 horas detenido cuando la PNC inició el operativo policial. Él es uno de los jóvenes que la Policía sentó en el suelo de la plaza central de Santa Ana para que los periodistas nos fuéramos con imágenes que demuestran que se ha sacado de circulación a un generoso grupo de homicidas y extorsionistas, para que nos fuéramos a transmitir la sensación de eficacia. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Y me lo han golpeado, usté? –pregunta Mercedes.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Él y varios más se quejaban de las condiciones en las bartolinas, pero ni estaba marcado ni dijo que lo habían golpeado. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Desde ayer viernes h<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; font-size: small;">ay </span></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; font-size: small;">un comunicado oficial</span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; font-size: small;"> d</span>e la PNC sobre el operativo en el que presentaron al hijo de Mercedes entre una treintena de jóvenes. Arranca así: “Al menos cinco estructuras criminales de pandillas que podrían estar involucrados en decenas de homicidios registrados en el departamento de Santa Ana fueron desarticuladas la madrugada de este viernes, durante un operativo policial. Un total de 32 capturas efectivas por los delitos de homicidio y extorsión, y 44 allanamientos fue el resultado de la operación. Además, se suman 19 intimaciones en distintos centros penitenciarios del país”. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">A Mercedes todo eso le suena demasiado lejano, falso, actuado. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Injusto me lo tienen ahí, don. Yo conozco lo que tengo… y mi hijo no tiene valor ni pa´ matar un pollo.</span>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0Santa Ana, El Salvador13.99603 -89.552550913.934401 -89.6315149 14.057659 -89.4735869tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-50551509366887174912012-04-16T10:10:00.000-06:002012-07-15T10:29:15.531-06:00Yo torturado<br />
<div style="text-align: right;">
<i style="background-color: white;"><span style="font-family: Times, 'Times New Roman', serif;">“Ya me duele mucho el alma de saber cómo se tortura a nuestra gente”. </span></i></div>
<i></i><br />
<div style="text-align: right;">
<i><i style="background-color: white;"><span style="font-family: Times, 'Times New Roman', serif;">Monseñor Óscar Arnulfo Romero, diciembre de 1977. </span></i></i></div>
<i>
</i><br />
<div style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; text-align: right;">
<br /></div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/-uSbyBoZr1c4/UALrNjzPgFI/AAAAAAAAA64/hxUCrDBZ2q4/s1600/get_img.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="261" src="http://4.bp.blogspot.com/-uSbyBoZr1c4/UALrNjzPgFI/AAAAAAAAA64/hxUCrDBZ2q4/s400/get_img.jpg" width="400" /></a></span></div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">
<div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br /></span></div>
La hora de visita es de 1 a 2 de la tarde y son casi las 8 de la noche. El vigilante no tendría por qué haberle dejado, pero Norberto Fernández, Beto, ha logrado entrar en el Dr. José Molina Martínez, el único hospital público de Soyapango. La súplica para que le permitan ver a su sobrino siquiera unos minutos lo ha convencido. Beto conoce el lugar y va directo al pabellón de Cirugía-Hombres. Emboca el pasillo central y camina ligero mirando a los enfermos, la cabeza inquieta a un lado y a otro. Recorre el galerón entero, sin éxito, da media vuelta y regresa para preguntar a la única enfermera que se ha cruzado en la ida. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Disculpe, aquí es Cirugía-Hombres, ¿veá?</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —¿Busca a alguien?</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —A mi sobrino. Se llama Dani… Carlos Daniel Fernández. Lo ingresaron ayer noche. Tiene 17 años… </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La enfermera se gira, camina un par de pasos, verifica un cartoncito, y da por terminada la conversación con un lacónico "este es". </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Tirado sobre una estrecha camilla hay un joven con un aparatoso vendaje en la cabeza que le cubre las heridas y el cabello teñido de rojo. A Beto le cuesta relacionarlo con la imagen mental de su sobrino. El rostro lo tiene descubierto, pero deformado por la hinchazón y con grandes llagas y manchas de sangre coagulada. Beto se acerca y comienza a orar, a pedir al Señor que lo saque de esta. Le agarra la mano, y Dani, al sentirla, se esfuerza por apretar la suya y abre los ojos con timidez. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Tío… –susurra.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Gracias a Dios. ¿Qué te pasó, m’hijo? ¿Quién te ha hecho esto?</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Los policías, tío, los policías me golpearon… </span><br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="background-color: white; font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">*** </span></div>
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Hoy es 1 de febrero de 2012, miércoles, un día sin estridencias, de esos en los que parece que no sucede nada llamativo: el cielo azul de la estación seca, la campaña electoral que monopoliza los noticiarios, el termómetro arriba de los 30 grados celsius, protestas en los hospitales públicos, 18 asesinatos registrados por la Policía… pura rutina salvadoreña. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Dani tiene día libre. Lo ha pasado en casa, en familia, pero a las 3 de la tarde toma un bus de la ruta 41-D hasta el centro de San Salvador. El punto de reunión con sus amigos es la plaza Morazán, y ahí permanecen, sentados y platicando, hasta que se juntan seis. Dani viste como podría hacerlo cualquier otro joven de 17 años: camisa blanca con rayitas horizontales, jeans, tenis blancos y cachucha negra. Lo singulariza su pelo, teñido de rojo desde la coronilla hasta la frente. Lo lleva así porque estudió cosmetología y trabaja en un salón de belleza. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—En mi trabajo uno tiene que andar fashion –me dirá otro día–, para que la gente tenga una buena imagen de uno. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Los seis cheros deciden tomar dosquetrés, recorren las dos cuadras de distancia que hay de la plaza Morazán al parque San José y entran en el chupadero-disco acostumbrado. Para cuando Dani termina su tercera cerveza Golden, ya ha anochecido, y por un momento duda entre regresarse a casa o continuar tomando y dormir en algún hospedaje, como ha hecho otras veces. Opta por irse. Al rato se despide y se dirige solo a la parada de la ruta 3-microbús, a un costado del parque San José. Son las 8 de la noche cuando aborda la unidad. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Dani vive en el cantón El Limón, de Soyapango, de Unicentro hacia el norte. En este cantón de colonias urbano-marginales mal ensambladas residen más de 40 mil personas, y es un hervidero de maras. Cuatro clicas de la Mara Salvatrucha (MS-13) controlan las cinco etapas de la urbanización Las Margaritas, y la facción de los Sureños del Barrio 18 manda en Montes IV, en Santa Eduviges, en la San Francisco, en Villa Alegre, en la San Antonio, en San Ramón y en el sonoro reparto La Campanera. También opera de forma marginal la Mao-Mao. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La casa familiar es de adobe y bambú, con techo de láminas, y se ubica en una zona semirrural, el asfalto a no menos de 400 metros. El área está salpicada de placazos (grafitos) del Barrio 18. De unos meses para acá los patrullajes de soldados y policías son habituales, pero en el fondo no ha servido de mucho: los de la distribuidora de energía eléctrica apenas llegan a leer el contador por miedo a los pandilleros y finan el consumo con promedios. Si bien ir desde la lotificación donde está la casa hasta el reparto La Campanera toma no menos de 20 minutos caminando a buen ritmo, a todas las comunidades satélite del sector se las conoce como Las Campaneras. Dani vive con su madre, varios chuchos, su padrastro, dos hermanos menores –él y ella–, pollos, gallinas y una niña de un año que cuidan como si fuera propia. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Dani no es pandillero. Para nada. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El microbús que ahora lo regresa a casa no va muy lleno, todos sentados. La idea es bajarse en la parada del centro comercial Plaza Mundo, cruzar la pasarela del Bulevar del Ejército, caminar hasta el centro de Soyapango, y tomar un bus de la 49. El tráfico está pesado, y a Dani el sueño le cierra los ojos apenas se recuesta sobre la ventana. Va dando cabezadas y, al despertar de una, se da cuenta de que ha subido una pareja de policías, los únicos parados. Nada anormal. Vuelve a dormitar. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Cuando reabre los ojos, el microbús está llegando al paso a dos niveles ubicado después de Plaza Mundo, donde está el desvío a la urbanización Sierra Morena. La reacción al ver que ha pasado su parada es levantarse y caminar hacia la puerta, pero uno de los policías se cruza y con la cabeza le indica que regrese a su asiento. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Vamos a ir a la delegación –dice con tosquedad. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Dani conoce Sierra Morena y sabe que en efecto hay una delegación, por lo que en principio prefiere no alterarse. Son además agentes en toda regla: uniformes, placas doradas, cachuchas oficiales, pistolas, macanas… </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El microbús pasa de largo la parada de la delegación, y Dani comienza a inquietarse. Recuerda un consejo que algún día le dio su padrastro para estas situaciones, e intenta ver los números de identificación bordados en el pecho, pero un fuerte golpe en la cabeza subraya la orden de mirar solo al piso. Le ordenan que baje una o dos paradas antes del punto de los microbuses. Hay media luna creciente sobre la Sierra Morena, pero para Dani todo es oscuridad. El microbús se aleja, los policías le piden que camine. </span><br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="background-color: white; font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">*** </span></div>
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En El Salvador, un pequeño país en el que viven 6.2 millones de personas, se registraron 12 asesinatos diarios durante 2011. La tasa de homicidios por cada 100,000 habitantes fue 70, el doble que Guatemala, cuatro veces la de México. La salvadoreña es una sociedad violenta, ultraviolenta, y los policías salvadoreños son parte de esa sociedad. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En la República de El Salvador el mandato constitucional de velar por el respeto y la garantía a los derechos humanos recae en la sigla PDDH, la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos. Es una institución joven, un logro de los Acuerdos de Paz que en 1992 pusieron fin a 12 años de guerra civil. En dos décadas, la PDDH ha demostrado que opera con relativa independencia, pero carga el lastre de que sus resoluciones no son vinculantes. En la práctica, es poco más que una caja de resonancia que acumula denuncias, que media en conflictos y que emite cientos de informes y pronunciamientos públicos. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">A finales de cada año, la PDDH acostumbra elaborar una especie de memoria de labores. La presentada en diciembre de 2011 señaló por enésima vez a la Policía Nacional Civil (PNC) como la institución pública más denunciada por violar los derechos humanos. De enero a noviembre acumuló un promedio diario de cinco denuncias –digo: cinco denuncias contra la PNC todos y cada uno de los días–, para un total de 1,710. Las violaciones al derecho a la integridad física fueron, siempre según los datos oficiales, las más habituales. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Son miles, pues, los salvadoreños que en su diario vivir han tenido experiencias tan negativas con los policías que hasta se han atrevido a denunciarlas. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Qué tipo de denuncias reciben contra la Policía? –le pregunté un día al procurador, Óscar Humberto Luna.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Por uso excesivo de la fuerza. O sea, a la gente la siguen maltratando, golpeando… y son denuncias que llegan permanentemente. Los policías escogen a un joven, lo golpean, lo ponen en libertad… El problema es que el tema de la seguridad no puede enfrentarse solo con represión. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Las cinco denuncias diarias en la PDDH, sin embargo, no parecen quitar el sueño al ministro de Justicia y Seguridad Pública, el responsable político de la PNC. Luego verán. Y eso que los hechos denunciados son apenas una fracción de lo que en verdad está ocurriendo en las colonias y comunidades de El Salvador. Luego verán también. </span><br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="background-color: white; font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">*** </span></div>
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Hay media luna creciente sobre la Sierra Morena, pero para Dani todo es oscuridad. El microbús se aleja, los policías le piden que camine. Serán, lo más, las 8:30. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Un agente ronda los 30 años, y Dani cree haberle visto barba corta y bigotón. El otro está cerca de los 40. Dani camina un metro por delante. Entran en un pasaje. Miedo. La mirada siempre al piso. Girarse supone golpe seguro. La colonia es un desierto, como si hubiera toque de queda. Dani sabe que es territorio de la MS-13. ¿¡A qué ibas a la Sierra Morena!?, le preguntan. En Plaza Mundo quería bajarme, pero me dormí. Puños en la espalda, manotazos en la cabeza. Otro pasaje. De un golpe le botan la cachucha. El pelo teñido de rojo aflora. ¿¡Por qué!?, preguntan. Soy estilista. ¡Vos culero sos! La agresividad se intensifica. ¡Pendejo! Otro pasaje. Aún no se han cruzado con nadie ni se cruzarán. Dani es pura sumisión. Uno desenfunda su pistola. Miedo. ¡Un puto culero de mierda sos! A los policías les ha cambiado el hablado. “Puro marero”, piensa Dani. ¡Semejante culero! Otro golpe. Otro. Llegan al final de un pasaje. Está oscuro. Las últimas casas, deshabitadas, desmanteladas. Se detienen. Le ordenan que dé media vuelta. “El hablado de un marero, igualito, quizá ni policías sean”. ¿¡A qué venís a Sierra Morena!? Otro golpe. ¡Mono cerote! Otro. Pero esto recién comienza… </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Dónde vivís? –pregunta un uniformado.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —En Las Campaneras… </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Como si fuera la señal que estaban esperando. Allá son Barrio 18. Un seco puñetazo en la quijada bota a Dani al suelo. Los dos se abalanzan rabiosos como perros rabiosos. Golpean duro. Parejo los dos. Al rostro. ¡Culerohijueputa! Dani se cubre como puede. Le apartan los brazos, las manos. Quieren desfigurarlo. Aquí muero. Lo golpean. Lo golpean. Lo golpean. Los nudillos ensangrentados. La tortura. Aquí te vas a morir, culero. ¡Ayuda!, grita Dani. O cree que grita. ¡Callate, culero! Tortura, según la RAE: “Grave dolor físico o psicológico infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener de él una confesión, o como medio de castigo”. Más puñetazos más. Un ser humano a merced. Una vida a merced. La sangre mancha el suelo, la camisa. Jadeos de cansancio. ¿Qué piensan en ese instante los torturadores? ¿Qué piensa en ese instante el torturado? Aquí te vas a morir. Aquí me van a matar. Y sin embargo. Llanto. Forcejeo desigual. Más golpes, más… hasta que cesan de a poco. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¡Levantate, culero! –escucha al rato, aún escucha–. ¡Levantate y caminá, hijueputa! </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Dani se incorpora como puede. ¡Caminá, culero! Un policía saca su celular y llama. Está hablando de mí. Salen del pasaje. Embocan otro, cuesta arriba. La sangre gotea. ¿Salgo corriendo? No, dispararían. Caminan. Dani oye voces delante. Mira de reojo. Son tres jóvenes, delgados. Uno luce tatuajes en piernas y brazos. La esperanza se desvanece. Son pandilleros. Miedo. Se acercan. El policía los telefoneó a ellos. Hablan puro marero los cinco. Son cherada. Dani va el primero, pegado a la pared. Miedo. Apenas se juntan los dos grupos, uno de los pandilleros le agarra la cabeza y se la estampa contra el muro. Dani cae inerte. Ahora los escucha lejanos, cada vez más. Ya no comprende lo que dicen. Se pierde, se pierde, se pierde… </span><br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="background-color: white; font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">*** </span></div>
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Kenia, la hermana dos años mayor que Dani, tenía 15 cuando desapareció el 23 de septiembre de 2007. Ese día se fue de la champa que la familia ocupaba en la colonia Veracruz, en Mejicanos, y no volvieron a saber de ella en meses. Fueron tiempos de incertidumbre: que si los pandilleros la habían matado, que si un día la vieron por el Parque Infantil, que si se había ido a Estados Unidos, que si estaba embarazada… Las dudas solo se disiparon cuando un investigador de la PNC los contactó para decirles que Kenia era uno de los cuerpos encontrados en un cementerio clandestino usado por la MS-13 en Finca Argentina, no muy lejos de donde vivían. En mayo de 2008 pudieron al fin enterrar las partes de Kenia que les entregaron. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En estos días Dani y los suyos se están acordando de ella más que de costumbre. Temen que suceda algo parecido a lo que ocurrió en 2007, cuando, en las semanas posteriores a la desaparición, comenzaron a caer llamadas y mensajes intimidatorios. Soy la muerte, decía uno. La presión fue acumulándose hasta que la familia se convenció de que eran objetivo de la clica de la MS-13 que opera en la Montreal, y esa presión estalló en una atropellada huida nocturna: en cuestión de horas tuvieron que desmontar la champa y escapar con lo puesto. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La migración forzada por las maras no es algo nuevo en El Salvador, solo que afecta casi exclusivamente a los escalones más bajos de la pirámide social. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Salir otra vez ahora… ¿y para dónde? –dice la madre–. Ya me pasó lo primero con la Kenia y ahora esto… Quizá lo quieran matar, o a cualquiera de nosotros, porque a Dani también le robaron el teléfono, y había fotos de todos. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Para un indeterminado pero amplio sector de la sociedad salvadoreña, la línea divisoria entre pandilleros, policías, narcotraficantes y soldados no está tan bien definida. Tampoco el reparto de roles de buenos y malos, confiables y no confiables. Dani siente hoy igual o más temor hacia policías y soldados que hacia los pandilleros. </span><br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="background-color: white; font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">*** </span></div>
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Jaime Martínez, director de la Academia Nacional de Seguridad Pública, está convencido de que el policía salvadoreño tiene una formación sólida, envidiable en el contexto latinoamericano. Antes de graduarse, los agentes son capacitados un mínimo de 11 meses. Aprenden a desarmar a un delincuente, a custodiar la escena de un crimen, a redactar una esquela, a disparar… pero también se cultiva el respeto a los derechos humanos, asegura enfático Martínez, con materias específicas sobre derechos de la mujer, derechos de los jóvenes y filosofía de policía comunitaria. Martínez parece creerse lo que dice. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Su jefe inmediato es el general David Munguía Payés, ministro de Justicia y Seguridad Pública. También dice estar convencido de que los agentes de la PNC respetan los derechos humanos y el estado de derecho. Un día de mediados de febrero le pedí que intentara explicar por qué entonces cinco denuncias diarias en la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Bueno –respondió–, lo primero es que vivimos en un país democrático, y cualquier persona que se siente agraviada puede presentar una denuncia. Por eso algunos hacen denuncias hasta por una mala mirada, y ahí quedan, así que no me extraña que una corporación como la nuestra, que está en contacto permanente con la ciudadanía para darle protección, sea señalada por delincuentes o por organizaciones que pudieran estar relacionadas con los delincuentes. </span><br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="background-color: white; font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">*** </span></div>
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Dani cae inerte. Ahora los escucha lejanos, cada vez más. Ya no comprende lo que dicen. Se pierde, se pierde, se pierde… Deben de ser las 9, 9 y poco. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">[…] </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Amanece. Dani recobra el sentido en una ambulancia que lo regresa del Hospital Rosales, en San Salvador, al Hospital Molina Martínez. Le duele todo, pero recuerda con claridad la paliza y a quienes se la dieron. Cuando le preguntan, da su nombre y el teléfono de su madre. Ella llegará a verlo pasadas a las 7 de la mañana. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Son unas ocho horas las transcurridas entre el cabezazo contra la pared en la urbanización Sierra Morena y el despertar en la ambulancia. Con los días Dani sabrá que al Molina Martínez ha llegado en la cama de un pick up de la PNC, en torno a las 10 de la noche. Los policías han dicho que un grupo de jóvenes lo estaba apedreando y que ellos lo han rescatado. Por el estado crítico en el que ha llegado, lo han trasladado al Rosales, lo han evaluado y ahora viaja de regreso hacia el único hospital público de Soyapango. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Esos policías se llevaban con los mareros de la Sierra Morena –especulará Dani dentro de unos días–, y me dejaron vivo… pues a saber, supongo que se convencieron de que yo no era pandillero. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La familia avala esa creencia. Los cuatro días más que Dani permanecerá ingresado los usarán para tratar de buscar justicia. Lo denunciarán en la delegación de la PNC de Soyapango. Lo denunciarán en la Fiscalía de Soyapango. Lo denunciarán incluso en la Unidad de Asuntos Internos de la PNC, en la colonia San Benito, de San Salvador. La sensación que les dejará tanto ir y venir de un lugar a otro es que el sistema trabaja para que los que denuncian este tipo de agresiones se desesperen y tiren la toalla. Quizá así sea. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Un mes y medio después de la paliza preguntaré en la oficina de la Fiscalía en Soyapango por el caso. Sin avances, se limitará a decir un fiscal. Fuera de grabación, y bajo condición de anonimato, me dirá que él estima que a juicio solo llega el 1% de los delitos que se cometen, y me dirá que las denuncias contra la PNC por agresiones son muy frecuentes, pero que no recuerda ni un solo caso que se haya podido judicializar. “Le voy a ser franco: yo, que trabajo aquí, a nadie le deseo ser víctima en un proceso penal que involucre a policías, porque todo es cuesta arriba”, dirá. Otro día le plantearé lo sucedido a un comisionado de la PNC, y –también fuera de grabación– confirmará no solo que las torturas y las agresiones son práctica común en la Policía, sino que es un hecho que hay agentes que tienen filiación con una u otra pandilla. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Fuera de grabación, El Salvador suena muy diferente al de los discursos oficiales. </span><br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="background-color: white; font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">*** </span></div>
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Mañana calurosa y húmeda en Soyapango la del jueves 8 de marzo. El doctor Carlos </span><br />
<div style="text-align: right;">
<i><b><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">PUESIESQUE hace calor en el despacho de este doctor que ahorita se </span></b></i></div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><br />
<div style="text-align: left;">
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span style="background-color: white;">Manzano –cirujano general, gabacha blanca desabotonada, lentes– trata de </span></span></div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">
</span><b><div style="text-align: right;">
<i><b><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">arranca en </span></b></i><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">caliche médico a contarme lo de Dani. A veces hablan como </span></i></b></div>
</b><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><div style="text-align: left;">
<span style="background-color: white;">reconstruir en su </span><span style="background-color: white;">propio lenguaje las consecuencias de la brutal paliza que los </span></div>
</span><b><div style="text-align: right;">
<b></b><br />
<div style="display: inline !important;">
<b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">si no quisieran que los </span></i></b></b></div>
<b>
</b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">entendiéramos, como si fuera virtud usar esa </span></i></b></div>
</b><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><div style="text-align: left;">
<span style="background-color: white;">policías dieron a Dani: ingreso </span><span style="background-color: white;">inconsciente en Emergencias, puntaje abajo de </span></div>
</span><b><div style="text-align: right;">
<b></b><br />
<div style="display: inline !important;">
<b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">terminología aséptica que diluye la crudeza </span></i></b></b></div>
<b>
</b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">de la realidad. A Dani dos </span></i></b></div>
</b><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><div style="text-align: left;">
<span style="background-color: white;">12 en la Escala de Glasgow, remisión </span><span style="background-color: white;">inmediata a hospital de tercer nivel –al </span></div>
</span><b><div style="text-align: right;">
<b></b><br />
<div style="display: inline !important;">
<b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">policías lo dejaron puro monstruo, pero a saber cuántos </span></i></b></b></div>
<b>
</b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">jóvenes </span></i></b></div>
</b><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><div style="text-align: left;">
<span style="background-color: white;">Rosales– por sospecha de trauma cráneo-encefálico, </span><span style="background-color: white;">tomografía axial </span></div>
</span><b><div style="text-align: right;">
<b></b><br />
<div style="display: inline !important;">
<b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">terminarán tirados en una quebrada, para que al día siguiente los </span></i></b></b></div>
<b>
</b></div>
</b><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><div style="text-align: left;">
<span style="background-color: white;">computerizada para evaluar posibles daños en el cerebro, cirugías menores </span><span style="background-color: white;">en </span></div>
</span><br />
<div style="font-weight: bold; text-align: right;">
<b></b><br />
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<b><b></b></b><br />
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<b><b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">periodistas </span></i></b></b></b></div>
<b><b>
</b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">repliquemos la versión oficial: lo mató la mara rival. En El </span></i></b></b></div>
<b>
</b></div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><br />
<div style="text-align: left;">
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span style="background-color: white;">cuero cabelludo, reconstrucción de la oreja derecha, penicilina sódica vía </span><span style="background-color: white;"> </span></span></div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">
</span><br />
<div style="font-weight: bold; text-align: right;">
<b></b><br />
<div style="display: inline !important;">
<b><b></b></b><br />
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<b><b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Salvador, cualquier día te </span></i></b></b></b></div>
<b><b>
</b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">agarran y te dan una taleguiada hasta </span></i></b></b></div>
<b>
</b></div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><br />
<div style="text-align: left;">
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span style="background-color: white;">intravenosa, </span><span style="background-color: white;">traumas contusos y abrasiones que derivaron en un proceso </span></span></div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">
</span><br />
<div style="font-weight: bold; text-align: right;">
<b></b><br />
<div style="display: inline !important;">
<b><b></b></b><br />
<div style="display: inline !important;">
<b><b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">bajarte el puntaje de Glasgow ese y ya: un </span></i></b></b></b></div>
<b><b>
</b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">expediente clínico más, y la </span></i></b></b></div>
<b>
</b></div>
<div style="font-weight: bold; text-align: left;">
<span style="background-color: white; font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; font-weight: normal;">inflamatorio agudo en el rostro, </span><span style="background-color: white; font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; font-weight: normal;">diclofenaco sódico vía intramuscular… </span>
</div>
<div style="font-weight: bold; text-align: right;">
<b></b><br />
<div style="display: inline !important;">
<b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">sensación –la certeza– de que seguirá habiendo más danis, </span></i></b></b></div>
<b>
</b><b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">mientras el </span></i></b></div>
<div style="font-weight: bold; text-align: right;">
<b><i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">país siga carcomido por la violencia. Y SIACABUCHE. </span></i></b></div>
<div style="font-weight: bold; text-align: right;">
<br /></div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span style="background-color: white;">*** </span></span></div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">
</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">A Dani le dieron el alta médica ayer en la tarde, después de cinco días postrado en una cama. Al irse, una de las enfermeras, sabedora de que la familia había denunciado la paliza en la Fiscalía, quizá conmovida, le recomendó presentarse en el Instituto de Medicina Legal cuanto antes, mientras las marcas fueran visibles. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Hoy es martes, 7 de febrero, y permanecer parado todavía es una penitencia para Dani, lo poco que camina lo hace cauteloso como un octogenario, y su rostro –un collage de puntos de sutura, costras, moretones– sigue siendo una adivinanza de sí mismo. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Pero ahora ya se ve bien –me dice la madre–, el jueves y el viernes estaba como que era monstruo. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En ruta a Medicina Legal, Dani ocupa el asiento del copiloto del Toyota del 81 de su tío Beto. Atrás, en la cama, vamos la madre, la hermana menor y yo. Cargan una copia de un requerimiento de “reconocimiento médico legal por lesiones”, con fecha 2 de febrero y con sello de la Oficina Fiscal de Soyapango. Falta nada para las 9 de la mañana, el tráfico está calmado, y en poco más de 20 minutos el pick up recorre la distancia entre el cantón El Limón y las instalaciones de Medicina Legal, en el centro de San Salvador. Al llegar, solo permiten la entrada a Dani y a su madre. No tardan ni 15 minutos en salir. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Qué pasó? –pregunta Beto.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —¿Vas a creer –dice la madre– que dicen que ya llegaron al hospital? Que ya llegaron a reconocerlo, dicen, ¡pero si a él nadie lo ha visto ni le ha preguntado!</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —A mí nadie me preguntó nunca nada –apuntala Dani. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Por lo visto, un médico forense llegó ayer al hospital y, dado que su informe contiene datos como la fecha de nacimiento, infieren que se limitó a leer el expediente clínico, donde quedó registrada la versión de los policías que llevaron a Dani moribundo a Emergencias. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Todo está como que los agentes se lo encontraron tirado –dice la madre, cada palabra acentuada por la resignación– y lo rescataron de unos muchachos que le estaban tirando piedras. Y dicen que, si ya lo vio un médico, no lo pueden examinar otra vez.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —¿¡Pero cómo que otra vez si no lo ha visto nadie!? –responde Beto. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Beto agarra el requerimiento fiscal de las manos de su hermana, lo desdobla y lo lee en silencio hasta que encuentra algo que lo impulsa a elevar la voz: “… El peritaje se requiere en el plazo de 24 horas, para ser agregado a diligencias que se siguen en la Oficina Fiscal de Soyapango”. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Y vos enseñaste esto?</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Pues sí, se lo enseñé y me lo regresó, y ella dice que no, que ya fueron al hospital, que ya lo vieron y que no se puede hacer nada. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Beto se toma un instante para pensar su conclusión. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¡Se tapan entre ellos! </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Dani ha optado por el silencio, pero permanece de pie en el improvisado círculo. Por un momento da la impresión de que se marea, y sugiero que se siente en el carro. Esos segundos de silencio en los que camina cauteloso hasta el viejo Toyota son en los que, sin decirse nada, sin siquiera mirarse uno al otro, tío y madre parecen llegar a la misma conclusión. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Y vos qué decís? ¿Vamos a los derechos humanos? –las preguntas de Beto son suspiros–. Aunque si aquí que tenían la obligación no han hecho nada…</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Yo digo que… mejor nos vamos a la casa. Quizá lo mejor sea orarle al Señor. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> (Aclaración: los nombres de algunas de las personas que aparecen en este relato se han modificado para proteger sus vidas)</span><br />
<div style="font-weight: bold;">
</div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-90747739551321443102012-01-30T13:54:00.000-06:002012-07-15T10:30:06.047-06:00La triste historia de un reclusorio para niños llamado Sendero de Libertad<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="http://2.bp.blogspot.com/-hlASklcenik/T_XvEiQKUYI/AAAAAAAAA6I/egeKgcO342g/s1600/2.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="271" src="http://2.bp.blogspot.com/-hlASklcenik/T_XvEiQKUYI/AAAAAAAAA6I/egeKgcO342g/s400/2.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr align="right"><td class="tr-caption">Fotografía: Roberto Valencia</td></tr>
</tbody></table>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Este centro bautizado con el ambicioso nombre de Sendero de Libertad recibió en los primeros días de abril de 2011 a un menor de edad llamado Alexander. Condenado por tráfico de drogas, el juez ordenó su encierro después de saltarse las condiciones de su libertad condicional. Sus dos primeras noches Alexander las pasó, el procedimiento habitual con los nuevos, en uno de los módulos tercermundistas que hay junto al portón principal. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El reclusorio lo controlan pandilleros que se autodenominan retirados, que odian a muerte a los pandilleros activos, que a su vez odian a muerte a los retirados. Se respira demasiado odio en Sendero de Libertad. Por eso, antes de asignar sector a un recién llegado, las autoridades lo aíslan hasta que se convencen de que no es miembro activo ni a la Mara Salvatrucha (MS-13) ni al Barrio 18. Es cierto que la piel de Alexander estaba limpia de tatuajes como la de un adolescente ejemplar de una colonia bien, pero también lo es que hace años en El Salvador eso dejó de ser garantía de nada. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Tras las dos noches de aislamiento, avalaron su traslado al Sector 1. Allí lo esperaban 120 jóvenes con el verdadero examen de admisión. Un ex de la MS-13 que en la libre vivía en la misma colonia lo reconoció de inmediato y lo presentó como primo de un pandillero activo. Suficiente para dar por finalizado el interrogatorio. En ese momento Alexander debió sentir como si un bus se le viniera encima. Uno, diez, treinta puños pies antebrazos cabezas codos lo golpearon una y otra y otra vez. No tardó en caer al suelo reseco. Al principio trató de cubrirse. Lo pisotearon arrastraron patearon. Al poco ya no pudo. Lo patearon en la cara brazos nalgas piernas espalda pecho boca… Lo patearon. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Del personal del centro nadie intervino. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Cuando Alexander recobró el sentido, la turba lo tenía amarrado de pies y manos, y un niño se esmeraba en tatuarle una sentencia de muerte en el pecho: una M y una S del tamaño de dos manos, y tachadas por sendas cruces. Un tatuaje así te convierte en objetivo prioritario para la MS-13, sin importar las razones, muerte segura, y para nada te aparta del punto de mira del Barrio 18. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Y qué iba a hacer ? Yo me vine a despertar con el ruidito de la máquina –me dice cuando lo entrevisto ocho meses después del ataque. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La máquina es un motorcito de un transistor ensamblado a una varilla metálica y a una aguja, un artilugio con el que los tatuadores artesanales inyectan bajo la piel –a falta de tinta– el espeso hollín que sale de los vasos plásticos blancos cuando arden. Suena horrible, pero Alexander sabe que tuvo suerte. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Tuve suerte –dice–, gracias a Dios, porque a otros los han marcado a pura Gillette.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —¿Y los orientadores? ¿Y los custodios? ¿Nadie te ayudó?</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Y ellos qué iban a hacer… </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La respuesta de Alexander tiene su lógica. Después entenderán. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Al día siguiente, desfigurado por el linchamiento y con su sentencia de muerte tatuada en el pecho, llegó al despacho del director y le contó lo ocurrido. Lo aislaron de nuevo, y aislado lleva hasta esta mañana de diciembre. El Estado salvadoreño que lo encerró para procurar su reinserción lo ha incluido en un programa de remoción de tatuajes que en tres o cuatro sesiones eliminará lo negro, pero que dejará siempre un delator surco de carne abultada. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Alexander y su pecho esperan volver a las calles este año. </span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br /></span><br />
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***</div>
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Un día de estos, cuando bien entrada la tarde me retiro de Sendero de Libertad, un custodio de los de la Portería se me acerca, enigmático. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Ya lo he visto varios días por acá. Usted es periodista, ¿no? </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Sí, estoy llegando porque quiero conocer cómo es aquí... </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Pues si quiere conocer de verdad, debería llegar en la noche. Viera qué relajo. Los del Sector 1 se salen de las casas a beber y a endrogarse. Gritan, ríen, aquí ni hay encierro ni hay nada. Todas las noches. Los vecinos de la colonia Helen, la de atrás, se lo pueden contar también. Viera qué relajo. </span><br />
<br />
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<br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Lo que hoy se conoce como Centro de Inserción Social Sendero de Libertad se inauguró el jueves 25 de mayo de 1995, en presencia del presidente de la República, del presidente de la Corte Suprema de Justicia y de un nutrido grupo de diputados; los tres poderes reunidos para la foto oficial de un lugar concebido como pieza fundamental del nuevo sistema de justicia juvenil. La reinserción social, ese concepto tan resbaladizo, ya tenía dónde y cómo. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Como si se tratara de un presagio, una mañanera tromba de agua deslució la inauguración, aunque no pudo con el optimismo. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El presidente de la República, Armando Calderón Sol, dijo que un Estado fuerte era indispensable para hacer frente a las maras, un fenómeno incipiente pero en franca expansión. Elizabeth de Calderón, su esposa y presidenta del Instituto Salvadoreño de Protección al Menor (ISPM), se comprometió a que la readaptación fuera “un objetivo primordial” del Gobierno. María Teresa de Mejía, la directora del ISPM, fue más allá: “El joven que ingrese tendrá probabilidades altas de no delinquir de nuevo”. Aquella euforia desmedida cristalizó en una frase escrita por uno de los periodistas que cubrió el evento: “El centro de menores de Ilobasco, construido en tiempo récord, ha sido calificado por consultores internacionales como el paradigma de Latinoamérica”. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Escribió: paradigma de Latinoamérica. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El optimismo quizá estaba justificado. Apenas tres años y medio atrás se habían firmado los Acuerdos de Paz, que pusieron fin a una dolorosa guerra civil que se prolongó doce años. El Salvador, un minúsculo país centroamericano que la Guerra Fría colocó en la agenda mundial, logró una solución negociada que satisfizo a tirios y troyanos, y que Naciones Unidas aún hoy presenta como uno de sus máximos logros. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">De un día para otro el país se llenó de organismos internacionales, de agencias de cooperación y de oenegés que aterrizaron con las maletas llenas de dólares y de planes. Tras décadas de violaciones de los derechos humanos, crear un sistema de justicia juvenil apegado a directrices made-in-United-Nations se convirtió en obsesión: en 1993 se aprobó la Ley del Instituto Salvadoreño de Protección al Menor, en 1994 la que hoy se conoce como Ley Penal Juvenil, y un año después el Reglamento General de Centros de Internamiento para Menores Infractores. Había dinero para la causa, mucho, y en ese contexto surgió Sendero de Libertad. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">De alguna manera, a El Salvador le ocurrió como a John Clayton –el mítico Tarzán– cuando regresó a Londres después de años de vida en la selva: se pensó que un bonito traje y unas pocas clases de etiqueta serían suficientes para calmar los instintos. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Es un criterio muy personal, pero creo que no pensaron muy bien el tipo de población que se iba a atender. La Ley Penal Juvenil es buena, pero se dejó de lado una sociedad que salía de una guerra con carencias emocionales, con tanto huérfano. Nunca se hizo trabajo psicológico en las comunidades. Por eso hoy tenemos lo que tenemos. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Me dijo José Paulino Flores, Paulino, que algo debería de saber: trabajaba como orientador cuando Sendero de Libertad recibió a los primeros menores y hoy es el subdirector. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Construirlo y equiparlo costó una pequeña fortuna: $2.6 millones de la época. Se eligió Ilobasco, una ciudad provinciana a 55 kilómetros de San Salvador, y se apostó por unas instalaciones que satisficieran hasta los gustos del más exigente burócrata de Naciones Unidas: más de 12 manzanas para albergar a 250 personas (la principal cárcel salvadoreña, Mariona, es más pequeña y adentro se hacinan más de cinco mil personas); diez casas independientes para un tratamiento especializado; lockers y camas para cada interno; surtidísimos talleres de carpintería, sastrería, panadería, artesanías y computación; canchas de fútbol, baloncesto y voleibol; salón de usos múltiples y biblioteca y clínica médico-odontológica; ropa, calzado y útiles en abundancia... También se levantó una gigantesca torre, más alta que la de muchos aeropuertos, que serviría como reservorio de agua potable. Se tomaron tan en serio lo de que Sendero de Libertad fuera un espacio para la reinserción y no para el encierro, que apenas una malla ciclón separaba a los internos de su libertad. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La administración se dejó en manos del ISPM, institución que en 2002 fue rebautizada como Instituto Salvadoreño para el Desarrollo Integral de la Niñez y la Adolescencia: el ISNA. El nombre, Sendero de Libertad, lo eligieron los propios internos meses después de haber abierto las puertas, una decisión que no hizo gracia a sectores conservadores de la sociedad, pues decían que les recordaba a Sendero Luminoso, la organización terrorista peruana. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Lo que queda diecisiete años después de la inauguración es una caricatura del paradigma ofrecido: sin biblioteca, sin centro de computación, sin camas. Siete de las diez casas están cerradas por inhabitables, y las otras tres huelen a hacinamiento, como </span>cualquier celda de una cárcel salvadoreña<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">. No es solo el olor. Las incontables fugas y la violencia entre los internos –y hacia los empleados– obligaron poco a poco a sectorizar, a crear zonas de aislamiento y a levantar garitones de vigilancia y muros coronados con alambre razor. La reducción del presupuesto a partir de 1999 y los motines en los que los jóvenes destrozaban las instalaciones contribuyeron, pero fue la expansión del fenómeno de las maras –y la inoperancia de la sociedad salvadoreña para detenerla– la que marcó el ritmo de la degradación física y sobre todo conceptual del centro. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Quienes vivieron los primeros años los recuerdan menos complicados: distintas pandillas bajo el mismo techo, respeto de los menores hacia el personal, más recursos… Por decisión del ISPM, el reclusorio lo administraba una congregación llamada Misioneros de Cristo Crucificado. Entre 1996 y 2001 el padre Jaime González Bran vivió y trabajó en Sendero de Libertad, primero como coordinador de orientadores y luego como director. Cuando lo visité en octubre en Atescatempa, un pueblo guatemalteco fronterizo con El Salvador donde ahora es párroco, me dio su versión del fiasco. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Nuestro sueño para Ilobasco –dijo– era crear algo para los muchachos de primer ingreso y sin problemas de pandillas, porque Sendero no tenía ni infraestructura ni personal capacitado para tratar a muchachos con diez internamientos o con perfil psiquiátrico crónico. Pero los jueces empezaron a enviarnos a jóvenes exageradamente violentos, y con esos liderazgos negativos al interior se volvió más difícil rescatar al muchacho que fuera rescatable.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —¿Cree que hay muchachos no rescatables?</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Había muchachos con cierto perfil psiquiátrico que nunca debieron haber llegado a Sendero. Eso lo dijimos toda la vida. Ellos necesitan intervención psiquiátrica. No es que no fueran rescatables, sino que no teníamos los recursos para sacarlos a flote. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En torno al cambio de milenio, después del primer niño asesinado en una riña, se ensayaron estrategias para intentar revertir la degeneración. A finales del año 2000 el Estado creyó que separar las pandillas sería la solución, y Sendero de Libertad quedó para ex pandilleros y civiles. No funcionó. En abril de 2001 ingresaron los militares para imponer disciplina a través del ejercicio físico. No funcionó. A finales de 2003 se introdujo población femenina, en teoría menos conflictiva. No funcionó. Y en 2006 se creó una comunidad terapéutica para tratar drogodependencias. Tampoco funcionó. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Del paradigma de Latinoamérica solo quedó la referencia en los periódicos viejos. Tras la salida de los curas, en marzo de 2001, los directores se sucedieron uno tras otro, como si se tratara del banquillo de un equipo de fútbol mediocre. El centro empezó a generar titulares sobre muertos, fugas y motines, cada vez más escandalosos, como si desde el inicio alguien lo hubiera planeado todo para que Sendero de Libertad caminara inexorable hacia su propio 11-S, el 11 de septiembre de 2010. </span><br />
<br />
<br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La ley es cristalina como manantial de agua pura: aquí no debería haber internos arriba de los 18 años. Sin embargo, abundan. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Ese que acaba de recibir la pelota tiene 29 años, pero un juez nos lo mandó para acá –me dijo Paulino, el subdirector. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Paulino es sincero, mesurado y propositivo. Todo al mismo tiempo. Tiene 38 años, esposa y dos hijas, pero su personalidad conserva chispazos juveniles, quizá porque lleva en este centro desde los 21. El sobrepeso, la cara redonda y los pequeños lentes que la miopía le obliga a cargar le dan aire de bonachón, de amigo de todos, de alguien a quien le cuesta mentir. Paulino conoce los nombres de todos sus compañeros y de la mayoría de los internos. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Presentarlo como subdirector podría generar confusión. Nominalmente lo es, sí, pero él se sigue viendo como un orientador. Entre las 85 personas que trabajan en el reclusorio hay psicólogos, instructores, trabajadores sociales, maestros, custodios… y la columna vertebral formada por una veintena de orientadores. Con turnos de 24 horas, son los que más contacto tienen con los jóvenes, los que deben monitorear y registrar sus avances y retrocesos, sus teóricos hermanos mayores. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Paulino camina por todos los sectores sin temor a ser agredido. Suena básico, pero no está al alcance de todo el personal. Escuché en más de una ocasión que algunos lo llaman Gordo, pero su figura es respetada y hasta generadora de empatía. Es porque nunca los ha denigrado ni los ha insultado, me dijo. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Una tarde de diciembre, cuando nos dirigíamos a la cocina, pasamos junto a un grupo de unos diez jóvenes que estaban ociosos bajo la sombra de un árbol. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¡Júe! ¡Júe! –les gritó Paulino, como si yo no estuviera a la par. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La respuesta fue un coro desordenado pero voluntarioso: Júe, Júe, Júe… </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Pauli, ¿qué horas tenés? –preguntó uno.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Las dos con treinta minutos, m’ijo. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Seguimos caminando. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Oíste, va? –me preguntó–. Digo una palabra como Júe, y todos se emocionan… Uno tiene que aprender cómo crear asertividad. Es la base de todo.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —¿Cómo les decís: Júe o Húe?</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Júe, de juego. Si me preguntás qué es, ni yo lo sé. Comenzó hace años como Juela, y ahora me topo con que Júe se escucha en todo Ilobasco. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Otro día, un jueves de agosto que estábamos paseando por el Sector 2, clausurado por inhabitable pero que hasta su clausura albergaba a los activos de la MS-13, me contó algo que a su juicio ilustra la obtusa visión del fenómeno de las pandillas que, una vez terminada la guerra, tuvo toda la sociedad salvadoreña. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Ha oído –aún nos tratábamos de usted– del partido de El Salvador contra México en las eliminatorias del Mundial 94? ¡Bien me acuerdo yo! Ganamos con golón del “Papo” Castro Borja. Lo vi por televisión: todo mundo feliz, y no sé por qué yo me fijé en una particularidad, quizá porque el destino va fijando las cosas, pero recuerdo que en la retransmisión dijeron: ¡Damos la bienvenida a estos compañeros de la Mara Salvatrucha, que han llegado al Cusca desde los Estados Unidos! Y les hicieron una toma. Creo que los comentaristas eran Carlos Aranzamendi y Tony Saca. Yo desde entonces me quedé pensando: Mara Salvatrucha. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Aquel partido se jugó en abril de 1993. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Apenas cinco minutos antes de contar la anécdota, Paulino me había señalado la fachada de una de las casas del Sector 2. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Ve ese manchón chelito? Ahí había pintada una garra de la Mara Salvatrucha, de hueso, y usted ya sabrá que cuando es garra de hueso simboliza muertos. Es como un trofeo. La hicieron después de lo del 11 de septiembre, para que la vieran los del Sector 1. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Todos los días, en casi todas las conversaciones con personal o con internos de Sendero de Libertad, apareció el 11 de septiembre de 2010. Esa fecha se ha convertido en un referente, un punto de inflexión, un antes y un después. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El 11-S estalló la ira. </span><br />
<br />
<br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Otro día de estos, cuando bien entrada la tarde me retiro de Sendero de Libertad, el mismo custodio de la Portería se me acerca, elocuente. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Vio hoy cómo está aquí de full? Tenemos a 17… </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —¿De nuevo ingreso todos? </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —No, nada que ver. A muchos no los quieren abajo o los traen porque les han hecho sexo allá. ¿Ve ese que está ahí sentado? Lo violaron. Sus padres han puesto una denuncia en el juzgado que lleva su caso, el Segundo de Santa Tecla. </span><br />
<br />
<br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Tercermundista es un adjetivo peyorativo, políticamente incorrecto, trasnochado incluso. Hay quien cree que debió haberse abandonado su uso cuando cayó el Muro de Berlín. Pero a pesar de las burbujas de primermundismo que hay esparcidas por todo el país –léase: torresfuturas, grandesvías, haifais, residenciales altos-del-no-sé-qué, palcos viaipí, toyotaprados, estarbucs...–, El Salvador sigue siendo tercermundista. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Los módulos de la Portería –junto al portón principal de Sendero de Libertad– son tercermundistas, siendo generosos. Miden menos de un metro de anchura y menos de dos metros de largo. He conocido ascensores más espaciosos. Son de bloques de concreto, con una puerta metálica que ocupa todo lo ancho y tienen por techo una reja cuadriculada. Sin luz. Los inquilinos no se mojan solo porque están bajo la estructura que cubre todo el portón. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Los compartimentos se construyeron con el propósito de evitar que el recién llegado fuera transferido de un solo a sectores donde podía ser agredido. Pero la violencia incontrolable los ha convertido en un área permanente de aislados para los proscritos del Sector 1 y de la Exbodega, también conocida como Sector 3. El día lo pasan sueltos, aunque no pueden alejarse por su propio bien. De noche los encierran. Cuando en diciembre me recibe Alexander, el menor al que tatuaron su sentencia de muerte en el pecho, lleva seis meses viviendo aquí. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Una vez en mi celda habíamos catorce –me dice. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Catorce menores –catorce espaldas, catorce cabezas, cincuenta y seis brazos y piernas– encerrados de seis de la noche a seis de la mañana en un espacio en el que no cabe un sofá, a oscuras, con botellas llenas de orines en las esquinas. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Cómo se hace para dormir catorce? </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Unos pocos colgados del techo, en hamacas, y los demás en el suelo, sentados, con las piernas bien topadas al pecho… Si alguno durmiendo se me recuesta, pues ni modo, ¿qué le voy a hacer? Tampoco le voy a espabilar. Mejor tratar de llevar las cosas en paz. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En Sendero de Libertad impera la ley del más fuerte, y poco o nada pueden hacer las autoridades. Pero a pesar de su situación, Alexander me dice que no cambiaría su cubículo tercermundista por ningún otro lugar del reclusorio. Le aterroriza la idea de que lo muevan. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Yo no puedo ir al Sector 1 porque está esa persona que dice que soy de la Mara. ¿Qué le dijeron al director la vez pasada? Si bajan a ese bicho, lo sacarán en bolsa negra. ¿Cómo voy a querer bajar? Y en la Exbodega me salieron con que me iban a hacer las letras en las piernas y tachármelas. ¡N’ombre, mejor aquí me estoy! </span><br />
<br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La víspera del 11-S, el 10 de septiembre de 2010, llegaron a Sendero de Libertad unos quince menores procedentes del Centro de Inserción Social de Tonacatepeque, el reclusorio que el Estado asignó hace una década a la MS-13. Todos eran ex de la Mara Salvatrucha –pesetas o retirados, según quién los etiquete– que llevaban semanas o meses aislados allá. Como Sendero de Libertad tenía un sector entero para ex pandilleros, los jueces creyeron que el traslado era lo más conveniente. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Pero esa decisión judicial resultó ser un detonador. Es cierto que había odio acumulado y que el control del reclusorio estaba desde hacía años en disputa entre emeeses y retirados, pero sin traslado no habría habido 11-S. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">―Los jueces nos exigen el bienestar de los jóvenes, y muchas veces ellos los envían al matadero –me dijo Paulino una de las muchas veces que hablamos sobre lo ocurrido ese día. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El traslado de los quince se realizó en la tarde. Como en los reclusorios salvadoreños parece haber más teléfonos celulares que cepillos de dientes, de Tonacatepeque salió una orden precisa: nomás aterricen, tópenlos. Mátenlos. Durante el ingreso hubo amenazas, insultos, pedradas y carreras, pero la presencia de custodios armados y la inminencia de la noche pospusieron lo inevitable. El grupito fue llevado a una casita a la que llamaban la Conejera. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En la actualidad Sendero de Libertad tiene tres áreas para internos: el Sector 1, al fondo, con tres casas en las que malviven de 110 a 130 jóvenes, entre ex pandilleros y civiles; la Exbodega, una casita que un día fue la residencia de los orientadores y que ahora acoge a unos 30-50 expulsados del Sector 1; y los dos cubículos tercermundistas de la Portería. En 2010 había también un Sector 2 –más grande, más poblado– repleto de activos de la MS-13, y para aislados existía además la Conejera, que es adonde recalaron los recién trasladados. Llegar a la Conejera desde el Sector 2 exigía atravesar el Sector 1. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En la pandilla nadie puede negarse a la batalla. Le iría peor. Pero me sorprendió volver a comprobar la naturalidad con la que asumen que la violencia es la única salida. La única. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Por qué uno cuando hay desvergue no puede quedarse en su cuarto y ya? –pregunté a uno de los catalogados como bien portados. </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —No, porque… eso no se puede. No se puede. Si pasa algo… pues… todos ¿va? Cuando todos, todos, ¿va? No importa en lo que esté uno. Yo quizá quisiera estar solo viendo, pero tengo que estar ahí. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La misma sensación tuve otro día, durante uno de los paseos con Paulino. Nos detuvimos a hablar con un grupo, y la conversación fue tan lúcida o más como la que se puede tener en un aula universitaria. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Estos serán de los tranquilos, ¿no? –le pregunté apenas nos alejamos tantito. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Paulino solo sonrió. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Aquí todo eso es relativo, mi estimado. Ahorita puedes hablar con alguien y pensar que qué hace este chico aquí, pero ese mismo muchacho, si hay una efervescencia, tiene que acompañar y demostrar que es de los que va adelante. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La efervescencia del 11-S duró más de cuatro horas. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Inició poco antes del mediodía, cuando un emeese saltó el muro que separa los sectores y abrió el portón ubicado junto a la escuela. Aunque en principio no iba con ellos, el Sector 1 respondió, y arreció una lluvia de pedradas, alternada por esporádicos combates cuerpo a cuerpo. Las armas en ambos bandos eran las mismas: piedras, corvos hechizos, varillas de hierro y palos afilados, punzones y unos polines filosos de más de un metro a los que llaman matabúfalos. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En las primeras tres horas se sucedieron violentísimas y masivas arremetidas, de un lado y de otro, sin que ningún bando se impusiera, como en Verdún. Los heridos se acumulaban. El personal, más escaso que de costumbre por ser sábado, se limitó a buscar refugio. El Ejército y la Policía acordonaron el centro, pero el aval para el ingreso tardó demasiado. Casi al final, una nueva embestida de la MS-13 logró que sus rivales retrocedieran a su sector, pero un niño no alcanzó el portón antes de que lo cerraran. Los emeeses lo mataron con sadismo. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">“La Policía encontró un interno brutalmente asesinado”, consignó al día siguiente El Diario de Hoy, un periódico local, pero la frase se queda corta. La turba deshizo a golpes el cuerpo, la cabeza se la vaciaron, su rostro desapareció. “Era como una bolsa de carne molida” y “Le sacaron toda la cara y quedó como huacalito” son descripciones de personas que vieron el cuerpo, cercenado con una saña que cuesta siquiera imaginar, pero que </span>se ha convertido en una forma de vida<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> para significativo sector de la juventud salvadoreña. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El interno asesinado se llamaba Víctor, y era un civil de 17 años que estaba preso por robo, aún sin condena, y que desde su llegada se había mostrado como un bróder, que es como en el bajo mundo se conoce a los evangélicos. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Paulino ingresó aquel día después de que lo hicieran varios pelotones de la Unidad de Mantenimiento del Orden (UMO). Aún brillaba el sol. Las instalaciones, destrozadas una vez más. Los pasillos, saturados de malheridos. El saldo del 11-S fue un fallecido y más de medio centenar de lesionados, de los que la mitad tuvieron que ser hospitalizados. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Es doloroso ver que a jóvenes de 16, 15 o 20 años los matan como si fueran basura… –me dijo Paulino un día que hablábamos del 11-S mientras almorzábamos–. Yo tengo dos hijas, y me pregunto: ¿qué voy a dejarles? ¿Por qué crees que sigo aquí? No es por el sueldo, que es de 650 dólares antes de impuestos, poco para la responsabilidad que nos echamos. Yo lo hago por convicción, porque creo que algo se puede hacer para que esta sociedad deje de sufrir. No es por mí, que tengo casi 40 años y ya sufrí lo que tenía que sufrir, pero ¿qué voy a dejar a mis hijas? ¿Con quién se va a casar mi hija de 9 años? ¿O mi hija de 14? ¿Con quiénes? </span><br />
<br />
<br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Sus 45 años lo convierten en uno de los personajes más longevos de Sendero de Libertad. Natividad Díaz, don Nati, es el enfermero que desde febrero de 2008, de lunes a viernes, de 7:30 a.m. a 3:30 p.m., se preocupa por el bienestar general. Hay un doctor asignado, sí, pero llega salteado: cuatro horas lunes y miércoles, y dos más los viernes. El médico no deja de ser un visitante. Don Nati forma parte de. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Hoy es agosto y es jueves, y cuando llego a la casucha que funciona como Enfermería don Nati está solo, sentado detrás de un escritorio, encerrado por dentro porque nunca se sabe. Lleva desabotonada la bata blanca que lo singulariza, aunque su cortísima estatura basta para volverlo inconfundible. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Don Nati, ¿hay algún secreto para trabajar aquí?</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —La paciencia. A veces suceden cositas, como que los jóvenes por A o B motivo le dicen cosas a uno, pero uno se acostumbra. No necesariamente por un apodo uno se va a enojar. Uno tiene que adaptarse al tipo de lugar. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">De la nada, una cabeza juvenil que se asoma por una ventana enrejada. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Nati, regalame una pastilla pa’la cabeza, porfa. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Don Nati es un hombre curtido. Su bachillerato en Salud lo obtuvo en 1988, y comenzó como camillero de combate en el Batallón de Sanidad Militar, en plena guerra civil. Trabajó luego diez años en el Seguro Social, se fue mojado a Nueva Orleans, regresó a los dos años, y trabajó después para el ministerio y en una clínica privada, hasta que salió la plaza en Sendero de Libertad. Aquí hace casi de todo: regala pastillas para la goma, cose carnes abiertas, drena la pus de los diviesos, inyecta, atiende traumatismos y politraumatismos, trata la picazón de la escabiosis, imparte charlas sobre higiene personal, sana los cortes que deja el razor criminal… </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Me ha tocado incluso llevar pacientes al Psiquiátrico por tanta droga que consumen –dice. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">También ve las infecciones por los tatuajes hechos con máquinas caseras. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">De la nada, frente a la otra ventana enrejada pasa otro joven que, suponiendo a don Nati en la soledad, grita con ganas: “¿Qué ondas, pequeña xxxxx?”. No alcanzo a entender la última palabra, pero resulta evidente la voluntad de la humillación. El joven se aleja riendo una risa cavernosa. Don Nati me mira con pena. Yo hago como que no he escuchado nada. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Escenas similares ocurrirán más veces con más empleados. El respeto a la autoridad, a la edad, siquiera a la persona que algún día te puede sacar de un aprieto, no está muy extendido en Sendero de Libertad. </span><br />
<br />
<br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La arquitectura jurídica salvadoreña en materia juvenil está llena de artículos y numerales muy rehabilitadores, muy primermundistas todos. Pero no se hacen cumplir. Es más, parece que a casi nadie le importa su incumplimiento. Digamos: el 27 de la Constitución, el literal c) del 37 de la Convención sobre los Derechos del Niño, el 119 y el 127 de la Ley Penal Juvenil, el 17 y el 18 del Reglamento General de los Centros de Internamiento para Menores Infractores, el 31 y el 33 del Reglamento de las Naciones Unidas para la Protección de los Menores Privados de Libertad y etcétera y etcétera y etcétera. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Alguien sentado frente a una computadora, en un despacho bien acondicionado de San Salvador, Beijing o Riad, escribe que en lugares como Sendero de Libertad “la escolarización, la capacitación profesional y la recreación serán obligatorias”, pero es al docente, al orientador o al instructor de talleres al que toca explicárselo a unos niños con acceso a drogas, a alcohol y criados bajo una rígida estructura pandilleril. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">“Yo no puedo obligarlos a ir a la escuela a la fuerza. Decirles: ¡vayan! Me los echaría de enemigos”, se sincera un profesor del Centro Escolar Sendero de Libertad, ubicado dentro de las instalaciones. De los quince matriculados en los grados que él atiende, solo siete asisten con regularidad, y hay días que da la clase solo para tres. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Los políticos, los opinadores, los periodistas nos escandalizamos –algunos, otros ni eso– cuando una fuga masiva, cuando un motín sangriento, pero asumimos con naturalidad las limitaciones presupuestarias, la desidia, la violación de derechos. En la actualidad, incluso después de la reforma que aumentó la pena máxima a 15 años de encierro, un niño que a los 17 cometiera mil y una barrabasadas recuperaría su libertad, lo más, con 32 años. Aunque solo fuera por puro egoísmo, a la sociedad salvadoreña debería interesarle su rehabilitación. </span><br />
<br />
<br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Los 11 de septiembre son y serán días de onomásticas sonadas. En el de 2011 se cumplieron diez años de los ataques a las Torres Gemelas en Nueva York, en Santiago de Chile conmemoraron 38 del magnicidio de Salvador Allende, y en la India se acordaron del 105 aniversario del inicio de la resistencia no violenta de Mahatma Gandhi. Sendero de Libertad también quiso celebrar el primer aniversario de su propio 11-S, y para recordar una fecha que ni los involucrados recordaban ya, el ISNA organizó un culto de agradecimiento a Dios, bajo el argumento de que se cumplían doce meses sin muertes. Toda una novedad. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Ese domingo amaneció fresco y luminoso en Ilobasco. Temprano, un grupo de hermanos de la Iglesia de Restauración Elohim llegó para acondicionar el salón de usos múltiples y para instalar el poderoso equipo de sonido y los instrumentos. Formaron la palabra JESÚS con vejigas de colores, desplegaron y alinearon medio centenar de sillas plásticas, y lograron un imposible: dar calidez a un local tan deteriorado que costaba creer que sirviera para algo más que para dar sombra. Mientras adecentaban el local, el subdirector de Inserción Social del ISNA, Israel Figueroa, y el director del centro, Hugo Castillo, visitaron la Exbodega. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Miren, en primer lugar, quiero felicitarlos –les dijo Figueroa–. Este año he visto una gran diferencia: ahora estamos luchando por la vida, no por la muerte. ¡Eso ya se acabó! Y lo menos que podemos hacer es dar gracias a Dios. ¿Estamos de acuerdo, jóvenes? </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Un año da para mucho. En un país en el que la atrocidad se ha naturalizado, la batalla del 11-S no había tenido impacto en la agenda mediática –media página en El Diario de Hoy y una triste columna en La Prensa Gráfica, sin seguimiento–, pero el ISNA removió al director y aprovechó la ola para trasladar a todos los pandilleros de la MS-13 a Tonacatepeque. Transcurrida una década desde que se planteara y quedara por escrito esa voluntad, Sendero de Libertad al fin se convirtió en un reclusorio exclusivo para ex pandilleros y civiles. No por ello cesó la violencia. Nada más alejado de la realidad. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La ausencia de la Mara Salvatrucha, el enemigo común, acentuó las tensiones internas. Un crisol de grupitos comenzó a disputarse el mercado de drogas, y esporádicamente siguen estallando revueltas para asumir el liderazgo. Con el Sector 2 en ruinas, los ataques entre internos obligaron a crear la Exbodega primero y a cambiar la función de la Portería después. Ante la pasividad del Estado, en Sendero de Libertad sigue habiendo extorsiones, violaciones, castigos salvajes, torturas y tatuajes-sentencia en contra de la voluntad. Unos jóvenes contra otros. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Hay además otro tipo de violencia que, visto lo visto, podría considerarse de baja intensidad, pero que ha calado en el diario vivir. Es la violencia que los cuadrados (así llaman a los que tienen condena firme y algún tipo de liderazgo) ejercen contra los provisionales. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Un viernes de septiembre ingresé en el Sector 1 junto a Pedro Gutiérrez, el coordinador de orientadores, justo cuando se repartía el almuerzo. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—A los nuevos les prohíben hasta hablar con nosotros si no hay un definitivo cerca –me dijo. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La entrega de alimentos es como en las cárceles: se dan bandejas llenas de comida –buena, muy buena comida, créanme– a un responsable por cada habitación, para que ellos la repartan. Pero a cada uno de los provisionales, para intentar garantizar que coman, se la ofrecen en mano, sin intermediarios, y cuando los cuadrados están saciados. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Cuando entré con Pedro, una hilera de niños esperaba su ración. A unos metros, dos cuadrados reían y tiraban puñadas del arroz que les había sobrado –casi siempre sobra– sobre los provisionales, que se limitaban a sacudirse resignados los granos del pelo. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Deje de hacer eso a los cipotes ya, niño –dijo Pedro a uno de ellos.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Cálmese, Píter. Estamos dando alegría a los vatos, les estamos felicitando –respondió uno de ellos sin dejar de tirar arroz, la risa acentuando cada palabra.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —No –trató de razonar Pedro–, pero eso se hace en la iglesia, cuando alguien se casa. No aquí.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —…</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Bueno –se rindió Pedro–, ustedes saben lo que hacen…</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Sííííííí… El Píter, ¿va? </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Salvo que esté apadrinado por un cuadrado, a un nuevo le toca, en el mejor de los casos, aguantar vejámenes con resignación, lavar la ropa y hacer la limpieza. Pero es una violencia de baja intensidad a la que poco le cuesta saltar a la categoría de torturas. Dicen que se ha calmado tantito, pero las bromas habituales en Sendero de Libertad van desde revolcadas en el fango hasta ser metido en un barril y rodado por una pendiente. Un día que entré en la Exbodega había en la puerta del baño un folio escrito a mano que en otro contexto sonaría a niñería, pero que aquí no lo es. Decía: “El que arruine la puerta le va a tokar Batukada (hasta que el cuerpo aguante)”. Otro día que pude hablar largo y calmado con uno de los cuadrados del Sector 1 le conté el incidente del arroz. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Pero eso no es nada. Aquí se bromea bien pesado. Si uno no se pone vivo, le cae una gran pedrada a uno. Yo estuve un tiempo en esas cosas, pero ya no…</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —¿Y los orientadores qué hacen cuando ocurre eso?</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —¿Y ellos qué van a hacer? </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La violencia en el reclusorio ha devaluado tanto la figura del orientador que uno de ellos me llegó a decir que en la práctica se han convertido en los choleros de los niños. Son los que salen a comprarles las sodas de dos litros a la tienda que hay en la entrada y poco más, me dijo. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En estas condiciones, quizá sí era necesario el culto de agradecimiento a Dios por doce meses sin muertos. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Paulino se paró detrás del atril, frente a no más de 30 bróderes, y comenzó con la oración de bienvenida. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Muy buenos días, hermanos, que la paz del Señor esté con ustedes. En esta mañana muy importante, muy especial y sobre todo muy confortante, necesitamos… ambientes diferentes, necesitamos personas diferentes, y los ambientes y las personas diferentes siempre son obra del Señor, porque él está ahí. Para Dios no hay nada imposible, nada… </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El culto duró más de hora y media. Después, Figueroa se desplazó hasta el Sector 1, juntó a un buen número de jóvenes por unos minutos, y también los felicitó por su buen comportamiento desde el 11-S. </span><br />
<br />
<br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Hoy es el último martes de octubre, y esta tarde de cielos limpios es aún más calurosa dentro de la bodega enrejada de los víveres que el Estado compra para los muchachos. Sobre una larga mesa de madera en el cuarto de los refrigeradores –dos refrigeradores y dos congeladores llenos de carnes variadas, quesos, embutidos y cremas– hay un gran recipiente metálico, semiesférico y semilleno de semillas oscuras. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Mire lo que tenemos aquí –dice Noé, la satisfacción impregnada en cada una de sus palabras–. ¿Sabe qué es? Es cacao, para hacerles chocolate. Les encanta, con leche y puro también. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La semilla de cacao sabe amarga. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Noé Alvarado tiene 24 años, es técnico en Gastronomía y se encarga no solo de que el menú sea idóneo en sabores, texturas y nutrientes, sino también de todo lo administrativo-financiero en la cocina. Ecónomo, le dicen a lo que él hace. No cualquiera puede serlo. Noé se graduó en diciembre de 2009 en la Escuela Especializada en Ingeniería ITCA-FEPADE, y antes trabajó como encargado de cocina en un concurrido restorán llamado La Bodeguita del Cerdito. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Creo que comen mejor aquí que afuera. Dos veces al mes tengo que darles lonja, ¿y cuánto vale la libra de lonja? Ni en mi familia teníamos eso garantizado cuando yo estaba chiquito. Pero cuesta que comprendan… Quiero hacerles entender que coman vegetales, pero algunos no quieren, y más de uno hasta me ha ofendido alguna vez, aunque en general tengo buena comunicación. Son más los que lo aprecian a uno. </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Para esta noche, ¿qué están preparándoles? </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Vamos a ver… </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Noé da un par de pasos y se asoma a la cocina, donde tres de sus subordinados preparan la cena. Unas hojas escritas a mano y pegadas en la pared explicitan el menú de toda la semana. Lee. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Hoy cenarán plátano frito, casamiento, crema y pan francés. Y para desayuno les dejamos huevo duro con tomatada, frijolitos guisados, queso, dos franceses y la bebida: café con leche. Ah, y siempre se les da un pan dulce. </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —¿Cuál es la comida que más les gusta? </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Para el almuerzo… carne a la plancha. Y en la cena, cuando hacemos hamburguesas, hot-dog o sándwich. Les encanta. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">A Noé le encanta su trabajo. Me encanta mi trabajo, dice. Su padre no quería que estudiara cocina, lo veía poco apropiado, pero un hermano mayor lo apoyó. Noé es el séptimo de once, y el suyo fue un hogar en el que nunca sobró el dinero, pero en el que todos lograron el cartón de bachiller. La clave, dice convencido, es la familia. Si la familia funciona, la sociedad funciona. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Casi todos los jóvenes vienen de familias desintegradas. Aquí hay de todo, pero muchos delinquen porque no tienen qué comer o para ayudar a la mamá. Por eso digo: si cometieron un error, tienen derecho a una segunda oportunidad. Si todos fuéramos juzgados por los errores que cometemos, todos estuviéramos presos. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Noé resultará el más optimista entre todas las personas con las que hable en Sendero de Libertad, quizá porque es de los que menos tiempo lleva. </span><br />
<br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Hugo Castillo, la persona que asumió después del 11-S, es el director más atípico que ha tenido Sendero de Libertad. En términos futbolísticos sería un canterano, alguien de las categorías inferiores que se cuela en el primer equipo. Comenzó como orientador en diciembre de 1997, con 23 años, y subió todos los peldaños hasta convertirse en la máxima autoridad, un hecho sin precedentes. Mi universidad es acá, dice el director Castillo, quien también sigue viéndose –y actuando– como un orientador. Igual que Paulino. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Es que aquí todos deberíamos ser orientadores, todos deberíamos orientar a los muchachos para que tuvieran una actitud positiva –dice un jueves de agosto en su modesto despacho, recalentado porque se ha ido la energía eléctrica y no funciona el ventilador–. Orientar debería ser una actitud, pero muchas veces nos vienen profesionales en equis carrera y se enfrascan en eso, en querer los casos ya, concretos. Yo soy licenciado y traeme el caso, dicen, pero algunos ni se acercan a platicar con los muchachos. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Por su personalidad –introvertido, poco confrontativo–, pero sobre todo por su cargo, al director Castillo le toca ser optimista. Dirige un centro ruinoso, donde a veces no hay ni para comprar una pelota o un chorro, pero prefiere ver el vaso medio lleno. Habla de cambios positivos en la actual administración del ISNA. Ahora ya nos tratan como parte de la institución, dice. Pero tres lustros viendo desde primera fila el enquistamiento no pasan en vano. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Si un joven se deja ayudar, dos años son suficientes. El problema es que no se trata solo del joven: muchas veces la familia influye negativamente y el mismo ambiente en los centros de internamiento no es el más adecuado para tomar decisiones. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El director Castillo tiene un hijo de 13 años. Le cuesta concebir que pudieran encerrárselo en un lugar como el que él dirige. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Muchos dicen que la ley es demasiado garantista, pero cuando yo veo a mi niño… No me lo imagino en Sendero de Libertad, y todos estamos expuestos a eso. Yo eso le digo a la gente para hacer conciencia: si su hijo estuviera en un problema, ¿le gustaría que pasara detenido 15 años? </span><br />
<br />
<br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Yo siento que la sociedad salvadoreña no cree en la juventud –dice Colette. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En unas horas noviembre de 2011 será pasado y en la pantalla de la computadora sonríe Colette Hellenkamp: 28 años, estadounidense, trabajadora social, voluntaria años ha en Cristianos por la Paz, una oenegé que durante 2006 y 2007 mantuvo un esmerado programa juvenil en Sendero de Libertad. Colette viajó docenas de veces de San Salvador a Ilobasco para trabajar con un grupito de niños infractores seleccionados por la dirección. En un plano personal, la experiencia fue muy enriquecedora, dice, pero no terminó de convencerla la dinámica interna. La desidia. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Las personas que trabajan en lugares así, si realmente quieren ayudar, tienen que crear relaciones con los jóvenes, generar confianza. ¡Confianza! Hay que ir adonde están ellos, apoyarlos en sus problemas, ayudarlos… conocerlos bien, pues… como seres humanos que son. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Seres humanos que son, dice. </span><br />
<br />
<br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Hay tantos informes sobre Sendero de Libertad que con sus páginas se podría empapelar el Palacio Nacional. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">A las instituciones y a las oenegés parece que les gusta evaluar diagnosticar radiografiar. Tan solo en los últimos tres años, la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, la oenegé Fundación de Estudios para la Aplicación del Derecho (FESPAD), la Unidad de Justicia Juvenil de la Corte Suprema de Justicia y hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos han evaluado el reclusorio y redactado el respectivo mamotreto. Pero todos esos estudios pecan de superficialidad: se centran en cifras y en opiniones, no en dinámicas. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Paulino redactó hace unos meses, sin que nadie se lo pidiera, un remedo de ensayo en el que recoge una idea muy entendida entre los empleados de Sendero de Libertad. Más allá de clasificaciones por edad, sexo, pandilla o condición jurídica –repiten los que más de cerca viven el problema–, los jóvenes infractores se dividen en dos grandes grupos: los que quieren reinsertarse y los que no quieren. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—El Estado debería separarlos e invertir el grueso de sus recursos en los que quieren –me dijo Paulino con paradójico entusiasmo–, con un sistema de atarraya y de pesca para halar a los que en principio no quieren y pasarlos a los centros en los que estén los que quieren. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Quizá funcionaría, quizá no. Pero me sorprendió encontrar, después de haber leído tanto informe oenegero-institucional, una propuesta concreta, novedosa, medible. Nunca es tarde para recomponer las cosas, me había dicho Paulino cuando nos conocimos. En otra ocasión, mientras veíamos sentados sobre la grama la final de un torneo interno de fútbol rápido, a Paulino se le desató la vena filosófica, como tan seguido le sucede. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Yo esto de la violencia lo comparo con el cáncer. No sabemos a las cabales cómo ni por qué se origina, pero se tiene un tratamiento relativamente efectivo: la quimioterapia. ¿Por qué entonces en El Salvador se pierde tanto tiempo y dinero investigando de dónde viene la violencia, cómo surgió, en lugar de esforzarnos en aminorarla? Es triste… es triste ver cuántos jóvenes están muriendo por gusto. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Las palabras pesan, el eco silencioso ensordece. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El último día de estos, cuando bien entrada la tarde me retiro de Sendero de Libertad, el custodio de los de la Portería se me acerca, mesurado. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Está más calmado hoy aquí. Nueve tenemos nomás. Ayer trasladaron a cinco para Tonacatepeque. Descubrieron a tiempo que eran de la Mara. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Jueza impone diez años de internamiento a menor </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">San Salvador, 11 de noviembre 2011 (Interjust). El Juzgado 3º de Menores impuso la medida definitiva de diez años de internamiento contra un adolescente de 17 años, procesado por homicidio agravado en perjuicio de David González, de 32. La jueza, Yanira Herrera, luego de haber establecido la agravante de la premeditación, impuso la medida. El imputado continuará en el Centro de Internamiento “Sendero de Libertad”, en Ilobasco, departamento de Cabañas. Según datos del proceso, el homicidio se registró a la 1:20 p.m. del pasado 18 de julio en la zona donde se comercializan “tortas mejicanas”, en el parque “Hula-Hula” de San Salvador. La víctima ya había abordado su vehículo cuando el menor le disparó. El móvil del hecho no fue clarificado. En el hecho fueron capturados en flagrancia el acusado y un vigilante del lugar. Asimismo no se logró establecer si el menor perteneciera a pandilla alguna. El proceso pasará a la orden del Juzgado 2º de Ejecución de Medidas. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La Convención sobre los Derechos del Niño, en su artículo 40, obliga a los estados firmantes a dar prioridad a las “medidas alternativas a la internación”. A Naciones Unidas no le excita la idea de encerrar menores, y ese criterio lo aplica parejo a sociedades tan dispares como la suiza, la china o la salvadoreña. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El Salvador ratificó la Convención en julio de 1990, y en el plano jurídico la intención de respetarla es incuestionable. En la Ley Penal Juvenil vigente la privación de libertad se define como excepcional y se explicita que será “por el menor tiempo posible”. La Política Nacional de Juventud 2011-2024, elaborada durante el Gobierno del presidente Mauricio Funes, tiene entre sus metas a corto plazo “ampliar en un 30% las medidas alternativas a la privación de libertad”. En otras palabras: El Salvador se ha comprometido a priorizar las amonestaciones orales, los servicios a la comunidad y la libertad asistida para jóvenes como los de Sendero de Libertad. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El representante en el país de Unicef es un puertorriqueño llamado Gordon Jonathan Lewis. Cuando solicité hablar con él, creí que se atrincheraría en la defensa de la Convención y de los otros cuerpos normativos apadrinados por Naciones Unidas, como las Reglas de Beijing o las Directrices de Riad. Sin embargo, el escenario que planteó fue mucho menos radical, e incluso sugirió que, siempre que se respeten los principios rectores, El Salvador debería buscar su propio modelo para abordar la violencia juvenil. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Esto no es negro o blanco; existe la posibilidad de que un Estado tome medidas que incluso contraríen reglas y directrices, solo que ante el Comité de los Derechos del Niño hay que justificar que responden a una realidad en el terreno, después de una evaluación rigurosa y sostenida. Pero en El Salvador hay una serie de realidades a las cuales tenemos que responder. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Lewis se refería, obvio, a las maras. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—El problema en El Salvador –dijo– es que estamos buscando soluciones inmediatas a problemas estructurales. Pero, ¿cuál es el problema de fondo aquí? Que tenemos un modelo económico y productivo que fomenta la desintegración familiar y el debilitamiento de las estructuras comunitarias. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Dos décadas después de la ratificación de la Convención, El Salvador tiene una arquitectura jurídica que poco difiere de la suiza, pero hablar de cambios en el modelo económico y productivo sigue sonando a chino. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"></span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En Sendero de Libertad cualquier día, a cualquier hora, por cualquier motivo puede haber un linchamiento, una pelea entre bandos o un amotinamiento. O todo a la vez. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Aquí mucho depende del estado de ánimo de los jóvenes –me dijo una vez Paulino. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En el fin de semana del 8 y 9 de octubre los jueces remitieron a cinco niños. Pasaron sus primeras noches en los módulos tercermundistas de la Portería –el procedimiento habitual con los recién llegados–, y el lunes en la tarde, después de que el psicólogo y los orientadores se convencieron de que no eran pandilleros, los llevaron al Sector 1. Allí los esperaban 120 jóvenes con el verdadero examen de admisión. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Hubo suerte dispar en los interrogatorios. A uno le compraron que era civil y se quedó en la Casa 6, la de los provisionales. Otros dos salieron relativamente bien librados: nomás los zarandearon, les dieron pescozones y los expulsaron del sector el mismo lunes, por la sospecha. Los últimos dos, una pareja de primos detenidos por extorsión y venidos desde Nueva Concepción, en Chalatenango, no pasaron el examen. Pero ese día ahí quedó todo. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—A un recién llegado lo entrevistan orientadores y psicólogos. ¿Qué hacen ustedes para concluir lo contrario que ellos? –pregunté otro día a un ex de la MS del Sector 1. </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —¡Es que ellos solos se descosen! A las personas se les conoce por el hablado, por cómo caminan, por dónde viven… Y aquí activos sí que no queremos. </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Pero vienen sin tatuajes ni marcas, ¿cómo saben si están brincados? </span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> —Es que no es que sea brincado o no. Media vez una persona anda en esto, ya estuvo. Mire, el deschongue del año pasado fue porque de años dejaron entrar activos que decían que no, que yo tranquilo, y muchos hasta bróderes se hicieron para mientras, ¿y qué pasó? Hicieron su grupito, levantaron ala, y terminaron quedándose con el Sector 2. Y por eso reventó esto. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Visto así, tatuar una sentencia de muerte en forma de dos letras tachadas no deja de ser un macabro mecanismo de defensa. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Quizá eso les esperaba a los primos de Nueva Concepción. Como si lo supieran, pasaron todo el martes 11 de octubre pegados al portón de acceso al sector. Poco antes de las tres y media de la tarde, la turba se les fue encima e inició el ritual del linchamiento. Esta vez el inconfundible sonido de unos balazos se apoderó de todo el reclusorio. </span><br />
<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En Sendero de Libertad, la seguridad perimetral la brindan custodios de la Dirección General de Centro Penales y fuera de las instalaciones hay un mínimo contingente de militares. Cuando el linchamiento inició, fue el custodio del garitón de vigilancia el que disparó su arma al aire en repetidas ocasiones. Lejos de replegarse o tirarse cuerpo a tierra, los jóvenes la emprendieron a pedradas contra el garitón y obligaron al custodio a parapetarse. El linchamiento no se interrumpió. Un soldado de la entrada, al escuchar la bulla, también disparó su fusil de asalto. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Si no dejan de disparar esos cerotes, vamos a topar el centro –gritó altanero el más influyente de los líderes del sector. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Un orientador se la jugó. Entró, cargó al menor que estaba más a mano y lo sacó. Al otro le fue peor. Inconsciente, tuvo que esperar a que Pedro y Paulino llegaran desde el edificio de la Dirección. Pedro lo cargó en brazos como pudo, y se lo llevaron de urgencia a un hospital. El bicho estaba desconectado, me dijo un menor. Le habían abierto la cabeza con una barra de hierro. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Sin esos disparos, lo hubieran matado –me dijo Pedro días después. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Al joven que amenazó con topar el centro lo llamaremos el Pincha. Es un ex de la MS con condena de siete años y al que me presentaron como alguien “de choque”. Su nombre apareció en incontables conversaciones durante cuatro meses. Para bien o para mal, daba la impresión de que en Sendero de Libertad nada se movía sin que el Pincha diera su aval. Un día aparecía corvo en mano encabezando una turba, otro pidiendo a las autoridades que le permitieran formar un equipo de fútbol. Un día estaba quebrando focos y pidiendo la cabeza del orientador que reportó ante el juez una fracción de sus desmanes, otro en un refugio para damnificados por las lluvias, al frente de la delegación de menores infractores que donó sus 120 almuerzos. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Desde el momento que atraviesas la puerta y pones un pie aquí adentro, entras en un mundo diferente a todos. Estos jóvenes son únicos, y este lugar es maravilloso para conocer el género humano –me había advertido Paulino tiempo atrás. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Mes y medio después de los linchamientos del 11 de octubre, el problemático, ultraviolento y contradictorio Pincha recuperó la libertad. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Uf, al fin se fueron los problemas del Sector 1… –me confesó uno de los orientadores. </span><br />
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<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Los problemas regresaron a las calles. </span>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com1Ilobasco, El Salvador13.84 -88.8513.8091645 -88.889482 13.8708355 -88.810517999999988tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-50104417943797711392011-12-11T12:22:00.001-06:002011-12-11T12:24:31.321-06:00Las maras trastocan la matemática del fútbol<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La evidencia está en la propia Federación Salvadoreña de Fútbol (Fesfut), a la vista de quien la quiera ver. Apenas se ingresa en el edificio principal, a mano derecha se encuentran los cubículos reservados para la Segunda División, con su gran tablón de anuncios al fondo y un rótulo explícito: Campeonato 2011-2012. Debajo, perfectamente ordenadas y sostenidas por tachuelas de colores, 10 hojas con las alineaciones de los equipos. C.D. Chalatenango, dice el primero; luego, nombres de sus jugadores y el número asignado: con el 1, fulano; con el 2, mengano; con el 3, con el 4, el 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, todo normal hasta ahora, con el 12, con el 51, el 14, 15, 16, 17, con el 52, el 19… No hay 13, no hay 18.<br /><br />De 20 equipos inscritos en la llamada liga de plata, el Chalatenango forma parte de la docena que han dejado de utilizar los dorsales 13 y 18. Los clubes que han tomado la misma medida en la Tercera División son 27 (de 36), y ni siquiera la máxima categoría, la Primera División, escapa al fenómeno: ni Luis Ángel Firpo ni Isidro Metapán ni Juventud Independiente asignaron esos números, mientras Atlético Marte y Vista Hermosa creyeron conveniente que ningún jugador llevara el 13 en su espalda.<br /><br />En las tres máximas categorías del fútbol nacional son 66 los clubes inscritos, de los que apenas 14 –el 21%– consideraron oportuno en esta temporada usar el 13 y 18, números relacionados con la Mara Salvatrucha (o MS-13) y con el Barrio 18, las principales pandillas que operan en el país. Con la medida, aseguran quienes la están ejecutando, se pretende evitar ataques contra los jugadores.<br /><br />Pero no todos comparten que sea una iniciativa acertada. Marcelino Díaz, un sicólogo forense que desde 1993 trabaja en el Instituto de Medicina Legal, cree que de alguna manera se está legitimando a las maras y reconociendo su influencia en la sociedad. “Es al Estado al que le corresponde controlar, mediante leyes, la conducta de las personas, pero en El Salvador muchos aspectos de la conducta social los controla un grupo delincuencial, y esto que sucede con el fútbol es un claro ejemplo”, dice.<br /><br />El Salvador presenta una de las tasas de homicidios más elevadas del mundo: 65 por cada 100 mil habitantes en 2010, cuando Naciones Unidas considera epidemia si se alcanzan los 10 por cada 100 mil. Según la Policía Nacional Civil (PNC), más de la mitad de los asesinatos están relacionados con las maras. La Fuerza Armada va más allá y habla del 90%.<br /><br />“El miedo es la forma más efectiva para controlar una sociedad y las pandillas lo saben”, agrega el sicólogo Díaz.</span><div>
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://4.bp.blogspot.com/-9RDMew005sU/TuT1KEoopdI/AAAAAAAAAsE/RtVQZw5LJM4/s1600/get_img.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="272" src="http://4.bp.blogspot.com/-9RDMew005sU/TuT1KEoopdI/AAAAAAAAAsE/RtVQZw5LJM4/s400/get_img.jpg" width="400" /></a></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br /><b>La génesis</b></span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La decisión de renunciar al 13 y al 18 no es tan nueva. El mundo del fútbol comenzó a valorarla –por iniciativa propia y bajo absoluta discreción– hace al menos cuatro años. Después de recibir algunas quejas de jugadores que portaban esos números, la medida se discutió en juntas de presidentes de cada una de las categorías y se aprobó como una sugerencia, para que fueran los equipos los que en última instancia tomaran la decisión.</span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />En lo que podría interpretarse como un síntoma de la expansión del fenómeno de las maras, el paso de los años no ha hecho sino incrementar el número de equipos que prescinde de esos números.<br /><br />“Es para proteger a los jugadores”, dice Osvaldo Pinto, presidente de la Segunda División y del Santa Tecla F.C. Todos los representantes de equipos consultados coinciden en definir la iniciativa como una apuesta por la prevención, para prevenir agresiones. “El tema de las maras se ha desbordado –detalla Pinto–, al gobierno central se le salió de las manos, y lo que hemos hecho como liga es prevenir, para que a nuestros jugadores no les pase nada”.<br /><br />La concesión afecta de forma transversal a todo el fútbol salvadoreño, pero basta analizar las nóminas oficiales que los equipos enviaron este año a la Fesfut para concluir que la prudencia –o el miedo, según se mire– se ha extendido más en las categorías inferiores. Resulta significativo, sin embargo, que en la Primera División solo cinco equipos estén utilizando los números 13 y 18: Águila, Universidad de El Salvador, FAS, Once Municipal y Alianza.<br /><br />“Es una decisión del fútbol en general”, acota Pinto, “aunque cada presidente es libre de hacer lo que quiera con su equipo”. Lo decidido, eso sí, no parece tener marcha atrás. Para la presente edición del Torneo de Apertura, la Segunda incluso optó por zanjar el asunto y sustituir el 13 y el 18 por el 51 y el 52, respectivamente.<br /><br />Un sondeo entre dirigentes de distintos equipos confirma las causas y permite conocer detalles del porqué de un cambio así. “Para un jugador es un peligro ir con esos números en la espalda cuando viene desde Soyapango o zonas así”, dice Orsy Tejada, presidente del Brasilia, de Suchitoto (Cuscatlán). “Nosotros para esta temporada dejamos de usarlos, después de escuchar a otros equipos que tenían ese problema”, dice Hernán Vargas, representante del ADI de Intipucá (La Unión). “Nuestro portero aún juega con el 13 en la espalda, pero estamos valorando quitar ese número porque algunos jugadores viven en otros lugares y los pueden atacar”, dice Elba Josefina Peña, presidenta de La Asunción, de Anamorós (La Unión). “Muertes por esta causa no ha habido aún, pero sí golpes, improperios, agresiones verbales, piedras, etcétera”, dice Pinto.<br /><br /><b>¿Por qué 13, por qué 18?</b></span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El Barrio 18 o la 18 (conocida erróneamente también como Mara 18) es el nombre hispano de la 18th Street Gang, una pandilla creada en la década de los sesenta en la ciudad de Los Ángeles. Formada originalmente por migrantes mexicanos, distintos investigadores le atribuyen el hecho de haber sido la primera pandilla de origen latinoamericano que se abrió a personas de origen distinto. En la actualidad en El Salvador se encuentra dividida en dos facciones llamadas Sureños y Revolucionarios que, si bien mantienen entre sí una rivalidad a muerte, ninguna ha renunciado al 18 como seña de identidad.<br /><br />Los orígenes de la pandilla rival, la MS-13, son más recientes. Surge también en Los Ángeles, pero bien entrada ya la década de los setenta, y también en el área de Rampart, el mismo sector en el que nació la 18. Algunos investigadores consideran que la Mara Salvatrucha es una escisión del Barrio 18, singularizada porque en sus inicios el grueso de sus integrantes eran migrantes salvadoreños.<br /><br />Tanto la MS-13 como el Barrio 18 son pandillas sureñas, es decir, están bajo el paraguas de una misma estructura criminal superior llamada la Mexican Mafia o la eMe. El número aglutinador de identidad de la eMe es el 13 –la letra M es la decimotercera del alfabeto–, y por esa razón todas las pandillas sureñas se identifican con ese número. Contrario a la creencia popular, el 13 las une; no las divide. Cientos de pandilleros de la 18 tienen el 13 tatuado sin que ello suponga problema alguno.<br /><br />El 18, por el contrario, es un número prohibido y denostado entre los integrantes de la Mara Salvatrucha, por ser de uso exclusivo de la pandilla rival, que lo adoptó porque en sus orígenes comenzó a hacerse fuerte en algunos sectores de la calle 18 de Los Ángeles.<br /><br />La simbología en torno a estos dos números se gestó, pues, en Los Ángeles, a miles de kilómetros de El Salvador. Centroamérica la importó y la radicalizó. Y el fútbol salvadoreño está pagando hoy un peaje.<br /><br /><b>Las valoraciones</b></span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El Faro consultó a tres comisionados de la PNC sobre el hecho de que dos de cada tres equipos de fútbol salvadoreños hayan, por temor a las maras, renunciado a números de uso habitual. Ninguno de los tres dijo haber sido informado oficialmente de la medida.<br /><br />Gersan Pérez es el comisionado que está al frente de la Delegación San Salvador Centro, y eso le obliga a estar pendiente de los planes de seguridad para todos los partidos oficiales que se juegan en la capital, lo que incluye los juegos de Alianza, Atlético Marte, Universidad de El Salvador y también los de la selección nacional. “No tengo información de que ya no se estén usando esos números, pero, si lo están haciendo, supongo que lo harán para evitar problemas, aunque creo que es una exageración, darle más importancia a las cosas que la que en realidad tienen”, dice Pérez.<br /><br />El comisionado Douglas Omar García Funes, director hasta hace unas pocas semanas del Centro Antipandillas Transnacional, tampoco estaba al tanto de la eliminación generalizada del 13 y el 18, pero lo valora como algo en sintonía con la evolución y la propagación que han tenido las maras: “No tenía esa información, pero me imagino que será porque hay algún tipo de amenaza de equis pandilla”.<br /><br />La noticia resultó menos sorpresiva para los responsables de oenegés que trabajan, con el fútbol como anzuelo, en el área de la prevención de la violencia. Alejandro Gutman preside Fútbol Forever, una oenegé asentada desde hace varios años en la zona norte de Soyapango. Gutman lo valora como una “medida de protección” que responde a la realidad del país. “El fútbol es un ambiente vivo en todo el mundo, que refleja lo que sucede en cada sociedad, y en El Salvador las pandillas forman parte de la cotidianidad en la sociedad, están absolutamente incorporadas en el diario vivir de infinidad de comunidades”, dice.<br /><br />Para Jorge Bahaia, presidente de la Fundación Educando a un Salvadoreño (FESA) –que trabaja en la formación integral de jóvenes de diferentes estratos sociales–, el fútbol y su arraigo en El Salvador no representan una amenaza, sino una oportunidad que hay que aprender a canalizar: “A los jóvenes en riesgo hay que apoyarlos, porque nadie nace malo; los salvadoreños con conciencia social debemos dedicar tiempo para orientar bien a los jóvenes, que aporten al país”.<br /><br />Consultado sobre si renunciar al uso del 13 y del 18 no supone reconocer tácitamente que las maras han doblegado al fútbol salvadoreño, prefiere no opinar. “Es una medida que desconocía”, dice. Sin embargo, el Turín Fútbol Club, el equipo integrado por los muchachos más destacados de FESA, es uno de los 27 de la Tercera División que han descartado los números.<br /><br /><b>Un país violento</b></span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Al margen de la interpretación que se haga, de si se trata de un acierto o un error, de si la medida es una exageración o se queda corta, en lo que hay unanimidad es en que la eliminación de los números está directamente relacionada con la inseguridad y la violencia que afectan a El Salvador.<br /><br />Los números 13 y 18 son de uso corriente en el fútbol. En la liga española, por citar un ejemplo recurrente, el Real Madrid tiene asignado el 13 a Antonio Adán (el suplente de Iker Casillas) y el 18 a Raúl Albiol, mientras que en el FC Barcelona el 13 lo carga Juan Manuel Pinto (suplente del portero Víctor Valdés) y el 18 está a la espera de adjudicación desde la salida en junio de este año de su último propietario: el argentino Gaby Milito.<br /><br />Para el sicólogo Marcelino Díaz, la supresión es un paso atrás como sociedad: “Evidencia que las pandillas, con sus muertes violentas y sus descuartizamientos, han logrado intimidar a una sociedad”.<br /><br />En su lectura, lo que está pasado en el mundo del fútbol no dista tanto de otras realidades también motivadas por el desarrollo de las maras, como el hecho de que algunos institutos públicos estén en la práctica alineados con una u otra pandilla, lo que los convierte en centros vetados para jóvenes que viven en áreas bajo influencia de la pandilla contraria, aunque no estén integrados en la mara.<br /><br />“Poco a poco estamos dejando que los pandilleros nos impongan lo que tenemos que hacer. Aunque esto del fútbol parezca algo mínimo o simbólico, si se empieza a ceder en estas cosas, luego llegarán más peticiones”, concluye el sicólogo Díaz.</span></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-76979491149395776152011-11-11T16:20:00.001-06:002011-11-11T16:25:23.447-06:00Barrio Jorge Dimitrov<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://4.bp.blogspot.com/-qQ6gFVlFYJY/Tr2gOjBZRyI/AAAAAAAAAq0/YzmRFYV0oW8/s1600/dimitrov1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="151" src="http://4.bp.blogspot.com/-qQ6gFVlFYJY/Tr2gOjBZRyI/AAAAAAAAAq0/YzmRFYV0oW8/s400/dimitrov1.jpg" width="400" /></a></div>
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Sobre la Pista de La Resistencia, uno de los ejes viales más transitados de la capital nicaragüense, se alza imponente una estatua de seis metros de altura que se trae un aire al Cristo de Corcovado de Río de Janeiro. Ubicada en medio de una gran rotonda, levanta sus brazos como si se dispusiera a abrazar a alguien, pero un chascarrillo regado por Managua dice que no, que los tiene levantados porque lo están atracando. Ni Cristo se libra de los asaltos en las inmediaciones de esa rotonda, la rotonda de Santo Domingo, donde empieza y termina el barrio Jorge Dimitrov. </div>
<br />Cuando a un nicaragüense se le pregunta por las colonias más conflictivas de su capital, por esas que nunca visitaría de buena gana, se suceden nombres como Villa Reconciliación, el Georgino Andrade, Las Torres o el reparto Schick, pero es el barrio con nombre de vodka barato, el Dimitrov, el que siempre aparece en todas las respuestas. ¿Un estigma generalizado entre quienes nunca han puesto un pie aquí? Seguramente también haya algo de eso, pero los mismos vecinos se saben residentes de un lugar especial, pecaminoso, casi maldito, el barrio nicaragüense violento por antonomasia. <br /><br />Quizá en verdad lo sea. <br /><br /><div style="text-align: center;">
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<br />Las instrucciones que ayer me dio por teléfono José Daniel Hernández sonaron tan sencillas como un mensaje cuneiforme sumerio: de la rotonda Santo Domingo una cuadra al lago, de ahí otras dos cuadras abajo y 75 varas al lago, y pregunte por la casa comunal. Vaya en un taxi de su confianza, apostilló. Pero los taxistas rehúyen el Dimitrov. Dicen que mucho asaltan, que no merece la pena arriesgarse por los 30 o 40 pesos (menos de dos dólares) de una carrera... Muchos prefieren perder al cliente. Tres he parado esta mañana antes de que uno haya aceptado a regañadientes llevarme, y la plática durante el trayecto ha sido sobre la leyenda negra que el barrio aún tiene entre el gremio. Algo parecido sucederá el resto de días. <br /><br />Es julio y es martes, pasan las 2 de la tarde. Nubes grises cubren Managua pero esperarán a que anochezca. <br /><br />José Daniel tiene 57 años, seis hijos y la piel tostada como un hombre de campo, aunque vive en el Dimitrov desde que se fundó. Combatió por la Revolución –estuvo en el Frente Sur a las órdenes de Edén Pastora, el Comandante Cero en la toma del Palacio Nacional–, pero ni la militancia guerrillera ni su lealtad al Frente Sandinista y a Daniel Ortega le han permitido prosperar lo suficiente como para irse del barrio. Yo aquí soy el responsable de infraestructura de la comunidad, me dice al nomás conocernos. Tener un rol en la comunidad, por pequeño que sea, parece ser motivo de orgullo en Nicaragua. <br /><br />—Tengo que visitar a una señora a la que un árbol le cayó en la casa –me dice–, ¿me acompaña? <br /><br />El Dimitrov es un barrio ofensivamente pobre, de esos en los que hay familias que ni pueden pagar la caja cuando alguien fallece. En casos así la comunidad provee. Dice José Daniel que con los años se ha perdido mucha de la genuina solidaridad entre vecinos, pero algo queda, y sin pretenderlo ahora se dispone a interpretarlo. <br /><br />—¿Ve? –dice José Daniel al llegar a la casa de Angélica, en la que vive con su esposo y tres hijos pequeños–. El ventarral de ayer botó el palo de mamón sobre la casita y la desbarató –y en efecto, una casucha desbaratada–. Es una familia humilde, pero ya hemos pedido el material para hacer la casa a la señora.<br /> —¿Y quién da esa ayuda?<br /> —La alcaldía ha regalado las láminas. Llamamos al distrito, vinieron ayer mismo y nos dijeron: mañana traemos el material. Y ¡bang! Aquí está. Y ahora le ayudaremos a colocarlas. A mí me toca andar en estas vainas. <br /><br />El improvisado paseo prosigue. <br /><br />El Dimitrov es descomunal: 21 mil almas, según el letrero de la municipalidad ubicado en una de las entradas. Bajo una maraña de cables se amontonan las casas, una tras otra, sin que haya dos iguales. Las hay de dos plantas, bien repelladas, algunas hasta con su pedacito de acera. Las hay también que son un montón de láminas ensambladas de mala manera, o hechas con desechos. Pero todas –todas: las plantosas, las dignas, las míseras, las infrahumanas– tienen en común que cuentan con algún mecanismo de defensa: vidrios rotos que coronan muros, rejas con soldaduras toscas en puertas y ventanas, el recurrente alambre de púas retorcido y oxidado... Las calles anchas son las únicas que conocen el pavimento, pero apenas pasan carros y se echa en falta lo demás: buses, paradas, semáforos, bancas, aceras… Las calles más estrechas de este laberinto, la mayoría, son de tierra, lo que intensifica la sensación de abandono. <br /><br />—De tres meses para acá está más calmado, casi ni se escuchan balazos. Siempre hay muchachos que siguen robando porque es el billete más fácil… Si viene usted solo por aquí, lo agarran, le ponen la pistola y le quitan las cuestiones. Pero hace un año era peor, ahora se ha calmado…<br /> —¿Y a qué lo atribuye usted? –pregunto.<br /> —Pues a que los pandilleros más dañinos están presos, se les han recuperado todas las armas, y bueno, porque la comunidad ya no aguantaba y comenzó a bombiar. Así se le dice aquí a señalar: fulano en tal parte esconde tal cosa, fulano en tal parte esto otro, fulano esto, fulano lo otro… <br /><br />La comunidad ya no aguantaba, dice. La comunidad. <br /><div style="text-align: center;">
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<br />Hay quien no concibe un relato periodístico sin un buen vómito de números. <br /><br />El resumen numérico del Dimitrov diría algo así: 54% evangélicos, 39% católicos. Diría también que en el 61% de las casas conviven seis o más personas, que en el 70% de los hogares los ingresos mensuales son inferiores a 316 dólares y en el 19% no alcanzan siquiera los 106 dólares. Diría que el techo del 99% de las casas es de zinc, con paredes de concreto (67%) o de madera (14%), diría que el 84% posee las escrituras, que el 24% cocina con leña, que apenas el 18% tiene chorro de agua dentro de la casa, que el 98% de las casas están conectadas a la red eléctrica, sí, pero el 20% son conexiones fraudulentas. Diría también que el 60% de los residentes no ha cumplido los 30 años, y que el 36% –uno de cada tres– son menores de edad. Sobre la violencia, el resumen diría que el 92% de los vecinos creen que el Dimitrov es violento o muy violento, y que cuando se les piden ejemplos de violencia, citan los asaltos, luego las peleas entre pandillas, luego las balaceras; diría también que el 24% opina que la violencia más común es la intrafamiliar, que el 64% pide más y mejor presencia de la Policía Nacional, y que el 52% cree que hay un problema real de venta de drogas, marihuana y crack sobre todo. Tan solo el 0.9% de las casas tienen acceso a internet, diría también. Y todas estas cifras son nomás una fracción de las incluidas en el “Diagnóstico socioeconómico en el barrio Jorge Dimitrov”, realizado por una ONG llamada Cantera, tras visitar y hacer encuestas en 214 viviendas entre el 9 y el 14 de febrero de 2011. <br /><br />Pero el Dimitrov es mucho más que un buen vómito de números, la coraza que demasiadas veces impide escuchar los latidos de un lugar. <br /><br /><div style="text-align: center;">
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<br />El escritor Sergio Ramírez, uno de los referentes de la literatura nicaragüense, describe periódicamente Managua, y lo hace sobre un mismo texto base escrito hace una década titulado “Managua, Nicaragua is a beautiful town”, al que le suma o le resta metáforas y datos. Lo que no ha cambiado es el tono de desdicha que da a la ciudad; tampoco el referente que usa para ilustrar las barriadas pobres y peligrosas. Managua es, dice Ramírez en la versión de junio de 2010, “un campamento de un millón y medio de habitantes, un cuarto de la población total del país. Las casas, construidas en serie, como cajas de cerillos, cerradas con barrotes, como cárceles o como jaulas, porque los que tienen poco, en la colonia Independencia, o en la colonia Centroamérica, se defienden de los más pobres, que viven en barrios como el Jorge Dimitrov, bautizado así en tiempos de la Revolución”. <br /><br />De los que viven en lugares como el Dimitrov, dice Ramírez, hay que defenderse. </span><div>
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<a href="http://3.bp.blogspot.com/-zQBC4cgs88I/Tr2gWb-Z-NI/AAAAAAAAAq8/FzQftFxnUX4/s1600/dimitrov2.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="266" src="http://3.bp.blogspot.com/-zQBC4cgs88I/Tr2gWb-Z-NI/AAAAAAAAAq8/FzQftFxnUX4/s400/dimitrov2.jpg" width="400" /></a></div>
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<br />Roger Espinales es uno de los agentes de la Policía Nacional destacados en el Dimitrov. Es sicólogo. Entre sus funciones está reunirse a diario con los principales actores de la comunidad, también con pandilleros y sus familias. El barrio tiene fuerte presencia de pandillas, si bien esta palabra en Nicaragua tiene muy poco que ver con el fenómeno de las maras. Muy poco que ver. <br /><br />En esta parte de Centroamérica la Mara Salvatrucha y el Barrio 18 suenan tan exóticas como la Camorra napolitana o la Mafia rusa. Los nombres de las pandillas presentes en el barrio parecen la lista de equipos de una liga amateur de fútbol: Los Galanes, Los Parqueños, Los Pegajosos, Los Gárgolas, Los Puenteros, Los del Andén 14, Los Diablitos… El agente Espinales también cree que el Dimitrov es un lugar complicado, pero está optimista por lo que encontró a su llegada. La comunidad, dice, aún se ve relativamente bien organizada, y las pandillas tienen muy poco que ver con los monstruos que operan en los países ubicados al norte de la frontera norte. <br /><br />—Lo que me sorprende de El Salvador o de Honduras –se sincerará el agente Espinales al final de una de las pláticas– es que una comunidad entera se deje dominar por 30 o 40 pendejitos de una pandilla; se llame como se llame. Es algo insólito. <br /><br />En su boca, la palabra comunidad suena distinto. Suena a comunicación, a comunión, a comuna… Suena a comunidad. <br /><br /><div style="text-align: center;">
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<br />Aletta fue el nombre con el que se bautizó en 1982 la primera tormenta tropical en el ccéano Pacífico. Entre el 22 y el 24 de mayo descargó un mar sobre Nicaragua: los muertos se contaron por docenas, los evacuados por miles, y las pérdidas por millones, en un país que apenas comenzaba a empaparse de su nuevo rol en el tablero político internacional. En Managua, una de las zonas más afectadas fueron los asentamientos de la orilla del lago Xolotlán. El agua se tomó barrios como La Tejera, Las Torres o La Quintanilla, y, tras la orden de evacuación gubernamental, cientos de familias salieron en camiones de la Fuerza Armada rumbo a un predio vasto e inhóspito, pero bien ubicado, no muy lejos de la Universidad Centroamericana (UCA). <br /><br />—Aquí donde estamos ahora –dice José Daniel, el líder comunal– era una arbolizada grande. Había vacas, como que antes era hacienda o algo así, dicen que propiedad de la familia Somoza. Nosotros vinimos y comenzamos a destroncar, cada uno su parte pues, ¿me entiende? <br /><br />Se repartieron terrenos de 10 por 20 metros, alineados todos, y cada quien levantó lo que pudo con lo que tenía a mano. Como comunidad en ciernes, las prioridades fueron el agua y la luz. Para el agua, adquirieron entre todos materiales, cavaron zanjas y pronto abrieron chorros colectivos. Para la energía, la embajada de la República Popular de Bulgaria, país con el que se habían abierto relaciones diplomáticas tras el triunfo de la revolución, donó la electrificación. <br /><br />Sin Aletta y sin revolución no existiría el Dimitrov, al menos no con ese nombre. <br /><br />—Todavía no nos llamábamos de ninguna manera, y nosotros, agradecidos con el embajador, le dijimos que eligiera el nombre de algún líder de Bulgaria. Jorge Dimitrov, dijo, y Jorge Dimitrov le pusimos, sin saber ni quién era. Ya luego nos trajeron libros y comenzamos a ver la historia de él… <br /><br />Georgi Dimitrov Mijáilov (1882-1949) destacó desde joven como dirigente sindical y, tras una vida sazonada de juicios, conspiraciones, clandestinidades y exilios, el máximo líder de la URSS, Iósif Stalin, lo recompensó con el cargo de secretario general de la Internacional Comunista. Tras la II Guerra Mundial, Bulgaria quedó al otro lado del telón de acero, abandonó la monarquía, y Dimitrov se convirtió en 1946 en su primer primer ministro. Falleció tres años después, por lo que hubo tiempo para la exaltación de su figura al más puro estilo soviético. Pero en 1990 el socialismo colapsó en Bulgaria, el héroe pasó a ser un proscrito, su cuerpo –embalsamado por cuatro décadas en una urna de cristal– terminó en el cementerio general, y el regio mausoleo que lo albergaba fue demolido. <br /><br />En la actualidad, fuera de Europa sobrevive una avenida Dimitrov en la capital de Camboya, otra en la ciudad cubana de Holguín, una modesta plaza en México DF, una estatua en una ciudad africana llamada Cotonou, y poco más; el barrio de Managua, claro. Por esos pliegues irónicos que a veces depara la historia, Dimitrov, el apellido del otrora influyente líder comunista, amigo y estrecho colaborador del genocida Stalin, en Nicaragua es hoy sinónimo de violencia e inseguridad. <br /><br />—¿La gente sabe quién fue Dimitrov? –pregunto a José Daniel.<br /> —No, poca gente lo sabe. De los jóvenes, nadie o casi nadie, pero creo que la mayoría de los que nos vinimos adultos se acordará. <br /><br />“Mi profesor de sexto grado nos enseñó que era un guerrillero ruso que estuvo apoyando al Frente Sandinista”, me respondió un joven universitario del barrio, uno de los pocos que se atrevió a contestar. <br /><br />El pasar de los años hizo más que diluir el porqué del nombre. También trajo mejoras –centros educativos, clínica, alumbrado, una rudimentaria cancha de béisbol…–, aunque a un ritmo insuficiente comparado con el bum urbanístico en los alrededores. Cuando uno mira hoy un plano de Managua, el Dimitrov está casi en el medio, un área muy codiciada. Ni siquiera este bolsón de pobreza evitó que en pocas cuadras a la redonda se construyeran el centro comercial Metrocentro, la nueva catedral, el Consejo Supremo Electoral, el hotel Real Intercontinental y hasta las oficinas centrales de la Policía Nacional. Aminta Granera, la primer comisionada, la mujer paradigma del buen hacer en materia de seguridad, tiene su despacho a unos pasos del barrio bravo de la ciudad. <br /><br /><div style="text-align: center;">
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<br />Lo dice Naciones Unidas: Centroamérica es la región más violenta del mundo. Con esta tarjeta de presentación, cualquier iniciativa tendente a rebajar esos indicadores se antoja como un buen anzuelo para pescar en el río revuelto de la cooperación internacional. Donde hay violencia no tardan en aparecer programas que se ofrecen como preventivos –algunos incluso lo son–, para aflojar las chequeras de los financiadores europeos y norteamericanos. En este sentido, en el Dimitrov no faltan las oenegés y seguirán llegando. <br /><br />El Centro de Comunicación y Educación Popular Cantera es una ONG nicaragüense que trabaja en el barrio desde hace nueve años. En un ambiente oenegero centroamericano en el que en materia preventiva prima lo efectista, de dudosa eficacia y de corta duración –semanas, meses lo más–, el solo hecho de haber permanecido casi una década en un mismo lugar pone a Cantera en un plano diferente. Su base es una especie de centro comunal llamado Olla de la Soya, ubicado en el mismísimo corazón del barrio. La coordinadora del Programa de Juventud de Cantera es una socióloga llamada Linda Núñez. Se ve más joven, pero tiene 40 años, y con el Dimitrov mantiene un vínculo emotivo desde sus años como estudiante de la UCA, cuando participó aquí en campañas de alfabetización. <br /><br />—¿Sientes el barrio ahora más sano? –pregunto. <br /> —Si lo comparo con hace 15 años, yo sí tengo un mal sabor con este barrio… Cuando llegaba como voluntaria, salíamos caminando a las 8 de la noche y nunca pasaba nada; ahorita no me atrevería. Sí, lo encuentro más violento. <br /><br />El grueso de los voluntarios y del personal de Cantera es del barrio, la política de puertas abiertas en la Olla de la Soya redunda en un constante ir y venir de niños y jóvenes, avivado por el amplio abanico de opciones que se ofrece: danza, clases de inglés, fútbol, béisbol, teatro, taekwondo, fotografía… Todo gratis. El buque insignia es un programa que permite a una treintena de jóvenes aprender un oficio –gratis también–, formación que se complementa con una capacitación en valores, bautizada con el sugerente nombre de Habilidades para la vida. <br /><br />Pero Linda, franca, admite que incluso en Nicaragua –que se va a los penales con Costa Rica por el título de país centroamericano más civilizado– el problema de violencia sobrepasa los intentos por contrarrestarla. Confiesa además una preocupante falta de coordinación entre las distintas oenegés e instituciones que compiten por los euros. Y por muy efectivo que sea un esfuerzo en concreto, la matemática es como un huacal de agua helada: a los programas de Cantera asisten unos 90 jóvenes, cuando se estima en 4 mil las personas entre los 15 y los 25 años de edad que hay en el Dimitrov. <br /><br />—Linda, ¿se puede ser optimista con estos números?<br /> —La realidad invita a las dos cosas: a la depresión y al optimismo. Es cierto que a veces sentís que no estás cambiando nada, porque atendés a 10 entre mil, y te preguntás: ¿hasta dónde? Pero luego comenzás a ver la multiplicación de estos jóvenes y te decís: sí, algo se puede hacer. Nunca vas a llegar a los mil, pero atender a 20 o 30 ya es algo. El problema es cuántos años llevamos de deterioro y cuánto estamos invirtiendo en programas de prevención. <br /><br /><div style="text-align: center;">
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<br />“Para que se den cuenta, el Dimitrov está apestado de drogadictos, delincuentes de todo calibre que viven ahí, pero que operan alrededor del sector, en lugares específicos como las paradas de buses de la rotonda de Santo Domingo, detrás de la catedral de Managua y en el lugar conocido como el puente de Lata, situado unas cincuenta varas arriba de la entrada principal de Plaza del Sol”. <br /><br />(Extracto del reportaje “Ruta de escape y refugio de la delincuencia”, publicado en El Nuevo Diario el 16 de mayo de 2002) <br /><br /><div style="text-align: center;">
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<br />—… Mire, toque aquí, la bala no salió –me dice el joven. <br /><br />Cerca de la rodilla, cubierta por una cicatriz poco estridente, tiene una protuberancia: una bala calibre .22 que le acertaron el año pasado, que lo mantuvo dos semanas en el Hospital Lenin Fonseca, pero que decidieron no extraérsela. El joven se llama Miguel Ángel Orozco Padilla, nació en el Dimitrov, vive con su madre, su hermana y su sobrino en una modesta casa del andén 14, y cumple 17 años en marzo de 2012. Delgado, mirada viva, nariz ancha, rostro maltratado por el acné… Es un adolescente y se expresa como tal, pero para la Policía Nacional es un “joven en alto riesgo social”. <br /><br />Cuando mañana comente su caso con el agente Espinales, me convencerá de que se puede al dedillo su historia y lo ubicará en la órbita de Los Galanes. El joven Orozco Padilla niega ser pandillero, dice que el balazo fue un error, que no iba para él, que hasta disculpas le pidieron los que dispararon, pero aun así ya está quemado, dice, y no puede acercarse al sector de Los Gárgolas. <br /><br />—Fue por un primo mío… Vos sabés… Él sí es pandillero, y de espaldas somos igualitos... Por eso me pegaron el cuetazo… Mire, toque aquí, la bala no salió –me dice el joven–. Yo venía de espaldas y escuché: allávaChus, allávaChus… Chus es mi primo el pandillero, y me gritaron: Padilla, detenete, porque así lo llaman a él, y yo me vuelvo y disparan. Y oigo: pero si no es Chus… Pero ya habían tirado.<br /> —¿Y conocés a los que dispararon?<br /> —Sí. Uno ya murió. El Yogi. Lo apuñalaron este año. <br /><br />Hay disputas, disparos, machetazos, fallecidos incluso, pero en Nicaragua las pandillas tienen muy poco que ver con las maras, afortunadamente. La Policía Nacional las tiene bien cuadriculadas: son muy locales y raro es que superen el centenar de miembros, sin violentos rituales de iniciación, casi todos viven con sus familias, los grafitos y tatuajes de pertenencia son limitados, la actividad criminal es reducida, el uso de armas de fuego es eventual, los encarcelados no tiran línea a los que están en la libre, y –quizá la diferencia más importante– la pandilla se puede dejar cuando se quiere, sin represalias. <br /><br />Seleccionado por la comunidad y becado por una oenegé, el joven Orozco Padilla estudia enderezado y pintura en el Instituto Nacional Tecnológico. Quizá algún día le arregle su auto. <br /><br /><div style="text-align: center;">
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Miércoles, faltan 10 para las 3 de la tarde. <br /><br />El taller Habilidades para la vida se realiza a diario en el aula más nueva de la Olla de la Soya. Es un lugar espacioso en el que se agradecen los ventiladores taladrados al techo, lleno de fotos motivadoras. Asisten unos 30 jóvenes, y hoy lo conducen Sean y Megan, dos cooperantes estadounidenses. <br /><br />La reunión se interrumpe cuando en la puerta asoman un grupo de turistas gringos, su traductor y Martha Núñez, la coordinadora de Cantera en la Olla de la Soya. Llegaron hace unos minutos en microbús, son una veintena, y dicen ser estudiantes de medicina y de liderazgo en el Augsburg College de Mineápolis. Llevan turisteando desde el domingo por Managua, en una modalidad que bien podría etiquetarse como Conoce-el-infierno-para-luego-no-quejarte-tanto. Han visitado el centro histórico, el mercado Huembes, un hospital público, una oenegé feminista… y ahora están cámara en mano en el mismísimo corazón del Dimitrov. <br /><br />Tras unas palabras explicativas de Sean en inglés, se abre un turno de preguntas, pero los gringos no se animan. Tic-tac… segundos… tic-tac… incómodos… tic-tac… hasta que una pregunta rompe el silencio. <br /><br />—¿Qué están aprendiendo hoy? –presta su voz el traductor a una de las turistas.<br /> —Sobre la autoestima –responde un joven. <br /><br />El traductor traduce. Murmullos… <br /><br />—Más o menos ¿qué edades tienen en el grupo?<br /> —De 15 a 29… –consensuan los jóvenes. <br /><br />Más murmullos en ambos mundos… <br /><br />—Any more questions? –se dirige el traductor a los suyos.<br /> —…<br /> —Are you good dancers? –eleva la voz una gringa, pura sonrisa.<br /> —Ahhhh, ella quiere saber si hay buenos bailarines en esta sala… <br /><br />Murmullos y risas. Luego, la despedida. Los turistas suben al microbús y abandonan, seguramente para siempre, el barrio bravo de Managua. <br /><br /><div style="text-align: center;">
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<br />Este autobús de la 102, una ruta que bordea buena parte del Dimitrov, es un destartalado Blue Bird bautizado con nombre de mujer, un clon del que podría verse en cualquier capital centroamericana. Sábado, mediodía, y la unidad es un horno insuficiente –una docena vamos parados–, pero nadie se atreve a pedir a la señora que quite la gran bolsa que ocupa un asiento, mucho menos que se calle. <br /><br />—¡A su madre, a su propia madre! –grita ella, desdentada y en pie, el pelo alborotado y canoso, gruesa como tambo de gas. <br /><br />Habla de una noticia que días atrás ocupó algunos segundos en los noticiarios: un hombre de 31 años detenido por secuestrar y violar en repetidas ocasiones a su madre. Pero antes la señora ha voceado un sinfín de formas de incesto presentes en la sociedad nicaragüense: padres con hijas, tíos con sobrinas, abuelos con nietas… <br /><br />El viaje se hará más pesado, más crudo, como su retrato de Nicaragua. <br /><br />—… ahora cualquiera te engaña. Si vas al mercado y compras 25 libras de fruta, el del puesto por lo menos te robará 2 o 3. ¿Y los abogados? Si vas donde el abogado pa´ que te saque un reo, te saca hasta lo que no tenés de dinero, vendés tu casa y todo, pero el reo no te lo sacó… –grita la señora, grita pero no pide ni pedirá monedas–. Y así sucesivamente, queridos hermanos. Yo les sigo sacando pañales al sol… ¿Adónde queda ya que no se encuentre un ladrón? La gente dice: esos ministros son ladrones, esos gobernantes… ¡Pero ladrones somos todos, hermanos! ¡Lance la piedra el que se sienta libre de culpa! Lo dijo Cristo, no yo. Miren lo varones, los papás. Reciben un sueldo, y cuando lo reciben se van adonde las mujeres... <br /><br />La voz de la conciencia en Nicaragua viaja en los autobuses públicos. <br /><br /><div style="text-align: center;">
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<br /> Al fondo de la Olla de la Soya hay unos rudimentarios servicios sanitarios. Sobre la pared externa, como si fueran las tablas de Moisés, están pintados blanco sobre azul los nombres del primer grupo de 24 jóvenes graduados en el proyecto Jóvenes Constructores. Casi al final de la primera columna, entre Marianela y Meylin, se lee Nilson Dávila L. <br /><br />Es miércoles, 4 de la tarde. <br /><br />Nilson no esconde su satisfacción por ver su nombre escrito. Es el menor de nueve hermanos y tiene 22 años vividos todos y cada uno en el Dimitrov. Habita en el sector de Los Gárgolas, pero ha sabido mantenerse al margen. Nada de bróderes pero tampoco discriminación, dice. Nilson aún duerme en la casa en la que se crio –de la escuela Primero de Junio tres cuadras al lago–; la comparte con su mamá y dos hermanos, incluida Kenia Dávila L., otros de los nombres sobre la pared. <br /><br />Además del aprendizaje de un oficio y de la capacitación en valores, Jóvenes Constructores incluía un componente adicional de entrega de un capital semilla para poner en marcha una microempresa. <br /><br />—Nuestra idea pionera era una tortillería exprés –dice Nilson–, pero se fue modificando. El maíz subió de precio, y a mi hermana se le ocurrió lo de la pulpería. No se pudo la tortillería por los altos costos de producción, y ahora nos quedamos trabajando con frijoles y leña… Vendemos frijoles cocidos en diferentes porciones.<br /> —Los venden preparados…<br /> —Sí, pero sin nada del otro mundo: solo sal y ajo. <br /><br />Nilson se presenta como un microempresario. Pero la venta de frijoles y leña apenas está arrancando, y para poder cubrir los gastos familiares vende enciclopedias Océano en Granada, adonde viaja un par de veces por semana. También estudia en el turno nocturno primer año de ingeniería electrónica en la Universidad de Nicaragua. Y también es voluntario de Cantera porque quiere que los niños crezcan con un mayor apego por el ambiente. Me gusta contribuir, dice. <br /><br />Las historias que permiten reconciliarse siquiera momentáneamente con el género humano germinan en lugares como el Dimitrov. <br /><br />—Nilson, si pudieras, ¿te irías del barrio?<br /> —Sí, yo creo que sí me iría… Cada uno de nosotros busca mejorar en la vida, y salir es una mejoría. El ser humano es producto de su entorno. Está, además, el estigma que supone vivir aquí. Mis amigos de la universidad no se atreven a venir. <br /><br />Casi todos responden lo mismo. Escapar algún día es algo interiorizado incluso entre los más comprometidos de la comunidad. <br /><br /><div style="text-align: center;">
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<br />Reunida el 21 de agosto de 2003 en la isla de Roatán, Honduras, la Comisión de Jefes y Jefas de Policía de Centroamérica y el Caribe acordó que era urgente un plan regional contra la violencia juvenil en general, y las maras en particular. Hubo unanimidad a la hora de identificar la enfermedad, pero no el remedio. Unas semanas después de aquella cita, el gobierno de El Salvador presentó su Plan Mano Dura; Nicaragua optó por crear dentro de la Policía Nacional una Dirección de Asuntos Juveniles (Dajuv) con un enfoque eminentemente preventivo. <br /><br />El agente Espinales cumplía una década de uniformado cuando en 2005 se integró en la Dajuv. Desde entonces ha sido asignado a distintos barrios de Managua, siempre entre pandillas y pandilleros. Al Dimitrov llegó hace tres meses, pero verlo cruzar el barrio de acá para allá sobre su ruidosa motocicleta es ya estampa habitual. <br /><br />—Como ya te dije, soy sicólogo. A los jóvenes de pandillas nos toca darles terapias, individuales y grupales, y también nos acercamos a las familias, conversamos, entramos en los hogares para ganarnos la confianza… <br /><br />Incluidos los viáticos, el agente Espinales gana 7,000 córdobas al mes, unos 315 dólares. Yo lo miro bien, dice. <br /><br />Este jueves lo he citado para hablar con más tranquilidad sobre las pandillas del Dimitrov… <br /><br />—Acá –dice–, lo que nos preocupa es el semillero, ¿ya? Si en la familia hay un patrón de violencia, los niños lo heredan… Ahí tenemos que estar trabajando siempre. <br /><br />La plática saltará pronto, por interés del agente Espinales, al terreno de las maras. Él ha asistido a encuentros regionales entre policías de Honduras, Guatemala o El Salvador, pero el fenómeno le interesa sobremanera, quizá porque le suena tan pero tan lejano… <br /><br />—Y aquí, en el Dimitrov, ¿los pandilleros no cobran renta a los negocios, o a los taxistas? –pregunto. <br /><br />El agente Espinales sonríe de tal manera que me hace sentir como si hubiera preguntado una estupidez. <br /><br />—No, acá no tenemos de eso. No se dejaría la comunidad. También porque nosotros inyectamos en nuestra juventud que esa cultura no es la nuestra, que es algo extranjero. <br /><br />En El Salvador, el país que le apostó a la Mano Dura, los homicidios por cada 100 mil habitantes subieron de 36 a 65 entre los años 2003 y 2010. En Nicaragua, con la mitad de policías y con una inversión pública en seguridad que en 2010 fue cuatro veces inferior, la tasa en el mismo período apenas pasó de 11 a 13. <br /><br /><div style="text-align: center;">
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<br />Viernes, 9:30 de una mañana gris tropical. <br /><br />Alrededor de una botella de vidrio de Coca-Cola –destapada, vacía– hay 14 personas en pie, un círculo deforme. Todos tienen las manos en la espalda. Una persona está uniformada y armada: el subinspector Pedro Díaz, la máxima autoridad policial en el Dimitrov. El resto son un joven ex pandillero llamado Fidencio, representantes de oenegés como el Ceprev, la Fundecom y la propia Cantera, está José Daniel, está una guapa vocal de las Juventudes Sandinistas, alguna psicóloga, dosquetres vecinos y vecinas, un periodista metido… hasta 14. Todos tienen una pita de lana amarrada a la cintura, y los otros 14 extremos convergen en un lapicero Bic suspendido en el aire sobre la botella, pura tembladera. Desde lo alto se ve como un gigantesco e irregular asterisco. <br /><br />El reto es meter el Bic dentro de la botella sin usar las manos siquiera para halar las pitas. <br /><br />Pegate un poquito. Halala, halala. Acercate, vos. Ganas de meterlo con la mano dan. Acercate. Ahora vos, ahora vos… El lapicero entra al fin, y se generaliza la satisfacción. La facilitadora pide luego evaluar la experiencia. La importancia de trabajar en equipo, dice una. Es bueno que haya un líder pero siempre necesitará apoyo, dice otro. Unidos podemos salir adelante, abona alguien. <br /><br />—Si no trabajamos en equipo, no lograremos nada –concluye el subinspector Díaz, uno de los más entusiastas para mover el lapicero a golpe de cintura. <br /><br />Han sido varios los encuentros de este tipo y alguno falta todavía. El de hoy terminará en comilona de baho, un plato típico de Nicaragua. La idea es crear una comisión intersectorial –intersectorial– de desarrollo y progreso del barrio Jorge Dimitrov, así la bautizarían, pero se quiere que arranque con bases sólidas, que el grupo inicial –jóvenes, Policía, oenegés, vecinos…– se conozca y se respete. A largo plazo, la idea es bastante más compleja que introducir un Bic entre 14 en una botella vacía de Coca-Cola. Se busca que esto sea el germen para reducir la violencia en el Dimitrov, una idea suena demasiado ambiciosa, ingenua, utópica. <br /><br />Quizá en verdad lo sea.</span></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0Barrio Jorge Dimitrov, Managua, Nicaragua12.1338952 -86.262838312.1183712 -86.2825793 12.149419199999999 -86.2430973tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-30482276657914298032011-11-07T15:48:00.000-06:002011-11-07T15:48:11.125-06:00Eva del Carmen Menjívar, la hermana Evita<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-YA-3gklNhIU/TrhPGSJ9wcI/AAAAAAAAAqE/KtD5KzjQPm8/s1600/EvaMenj%25C3%25ADvar.JPG" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-YA-3gklNhIU/TrhPGSJ9wcI/AAAAAAAAAqE/KtD5KzjQPm8/s400/EvaMenj%25C3%25ADvar.JPG" /></a></div>
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<br /><br /><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Es sábado, casi domingo, pero el parque central de Aguilares es un hervidero. Parece que todos quieren ver de cerca los tres cadáveres que yacen en un pasillo del convento, cerca de la iglesia El Señor de las Misericordias. Los ametrallaron poco antes de las 5 de la tarde, cuando se dirigían en un Volkswagen Safari blanco hacia El Paisnal, un pequeño pueblo a no más de diez minutos en carro desde aquí. Nelson Lemus era un acólito de apenas 16 años al que le gustaba repicar las campanas y del que se dice que sufría ataques de epilepsia; tiene cinco balazos. Don Manuel Solórzano, el mayor de los tres con sus 72 años, era uno de los más activos colaboradores de la parroquia; presenta 10 perforaciones. El tercer cuerpo, de un hombre fornido de 48 años de edad, es el del párroco, y los 18 orificios de bala son la prueba de que se ensañaron con él. Se llamaba Rutilio Grande, el padre Rutilio Grande. <br /><br /> Entre la multitud está la hermana Evita, una carmelita de San José. Ha llegado desde Guazapa pasadas las 8, en bus, junto al padre José Luis Ortega, jesuita, como jesuita también era el padre Grande. Es tanto el gentío que les ha costado acercarse hasta el convento y más aún acceder al pasillo donde están los cuerpos. <br /><br />A los tres los tienen sobre unas mesas y semi-envueltos nomás con sábanas blancas, para que todos los vecinos de Aguilares, de sus cantones y de los cantones de los pueblos vecinos vean qué les han hecho. Una de las balas atravesó el cráneo del padre Grande y, aunque han transcurrido casi siete horas, todavía sangra. A la hermana Evita le parece demasiado, pide una toalla al padre Salvador Carranza, otro de los jesuitas presentes, y comienza a pasársela por la cabeza. En ese momento el silencio se torna más silencioso. Entran dos obispos. Uno es Monseñor Romero y aparece vestido de riguroso negro. El sacerdote que está acribillado sobre la mesa es su amigo. Se acerca ensimismado, desconcertado, y de inmediato reconoce a la mujer que limpia el rostro con delicadeza, como si limpiara la estatua de un santo. <br /><br />—Si hoy no cambiamos, no habrá cuándo, ¿verdad, hermana? –le dice Monseñor Romero. <br /><br />La noche recién comienza. <br /><br /><div style="text-align: center;">
*** </div>
<br />Eva del Carmen Menjívar Brizuela nació 30 de enero de 1939 en La Laguna, un pequeño y enmontañado pueblo del departamento de Chalatenango, cerca de la frontera con Honduras. Su padre, Simeón Menjívar, fue un inquieto agricultor al que su esposa le enseñó a leer y escribir. Su madre, Secundina Brizuela, fue una maestra de escuela profundamente religiosa a la que el matrimonio confinó en su hogar. Eva del Carmen, Evita, tuvo cuatro hermanas y cinco hermanos, toda una prole que le garantizó juegos en la infancia, pero que no impidió que, en la transición a la adolescencia, La Laguna le pareciera un lugar demasiado rural como para labrarse un futuro allí. Solo se podía estudiar hasta tercer grado y, en un hogar en el que el dinero no sobraba, una de las pocas opciones reales para huir era hacerse monja. Con 15 años llegó a la ciudad de Santa Tecla a conocer el colegio Belén, que administraban y sigue administrando las Hermanas Carmelitas de San José. <br /><br />—Son la única congregación de aquí, salvadoreña, y a mí eso me llamó la atención –dice Evita. <br /><br />Se consagró joven, apenas 21 años. Su primera década como religiosa la pasó recluida en centros educativos de las carmelitas en El Salvador y en Honduras. Pero en 1972 surgió la oportunidad de realizar trabajo pastoral social en la parroquia de Ciudad Barrios, el pueblo natal de Monseñor Romero. Pasó más de cuatro años entre comunidades eclesiales de base, ayudando a crear algo así como una sucursal del polémico Centro de Promoción Campesina Los Naranjos que los padres pasionistas tenían en Jiquilisco. <br /><br />Tanto Ciudad Barrios como Jiquilisco pertenecen a la diócesis de Santiago de María, de la que Monseñor Romero fue nombrado obispo a finales de 1974. Por tratarse de una diócesis tan pequeña –apenas una veintena de parroquias–, el contacto con él era fluido. Todos los meses se organizaban reuniones del clero con su obispo en el colegio Santa Gema, situado no muy lejos de la sede episcopal. <br /><br />En diciembre de 1976 la congregación trasladó a Evita a Guazapa, muy cerca de Aguilares, un sector donde los jesuitas, con el padre Grande a la cabeza, llevaban años de intenso trabajo con las comunidades. A mediados de 1979 hubo profundos cambios en las Hermanas Carmelitas de San José, y tanto la superiora general como el resto de autoridades se replantearon la línea pastoral, que hasta entonces había sido anuente con las ideas progresistas bombeadas desde Medellín. Inconforme con los nuevos lineamientos, Evita renunció. <br /><br />—¿Por qué dejó la congregación? –le pregunto. <br />—No fui yo sola. Las que pensábamos igual éramos unas 15, aunque al final solo ocho nos salimos. Nos fuimos porque era muy difícil estar amarradas a las estructuras de una congregación. En un primer momento la congregación tuvo su razón de ser, pero después, cuando conocimos los problemas del país, comenzamos a cuestionarlo. Y la madre superiora nos lo planteó así: o dejábamos la labor pastoral o nos salíamos. Además, nos lo pidieron cuando más dura estaba la represión. Irme de Guazapa habría sido lo más fácil, pero… <br />—Optó por salirse. <br />—Sí, aunque no fue tan sencillo. Lo hablamos mucho con Monseñor, nos pidió que lo meditáramos, incluso hicimos un retiro en Apulo. La decisión nos tomó meses, pero él siempre nos apoyó. <br /><br />En la tarde del sábado 16 de febrero de 1980 Monseñor Romero presidió una misa en Guazapa que sirvió para presentar ante los líderes comunales la atípica decisión tomada por Evita y las otras hermanas. En la homilía preguntó a los presentes qué les parecía que las hermanas no vistieran ya como carmelitas. El hábito no hace al monje, le respondió un catequista. <br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Estallada la guerra civil, ni el asesinato de Monseñor Romero ni una bomba en la casa en la que vivían en Guazapa evitaron que Evita se involucrara aún más en comunidades eclesiales de base. De entre las hermanas que salieron de la congregación surgió, de hecho, la semilla que en 1990 germinó en un pequeño grupo llamado Biblistas Populares de El Salvador (BIPO), que hoy trata de revivir, mediante lecturas comunitarias, talleres de formación bíblica y modestas publicaciones, ese espíritu organizativo que tanto se diluyó durante la guerra y la posguerra. Voluntariado en estado puro. </span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />Evita nunca se casó ni tuvo hijos. <br /><br /><div style="text-align: center;">
*** </div>
<br />Faltan 11 días para que lo asesinen. <br /><br />El padre Grande ha salido esta mañana temprano de Aguilares. Se dirige a Domus Mariae, unas instalaciones que el arzobispado tiene en Mejicanos, y se ha detenido en Guazapa para recoger a Evita y a otras hermanas. Como cada primer martes de mes, toca reunión del clero de la archidiócesis. Hoy es 1 de marzo de 1977, y entre los alicientes está que será el bautismo del nuevo arzobispo en este tipo de encuentros. <br /><br />—Pónganse en oración, hermanas, que tenemos que hacer que nuestro obispo cambie –comenta el padre Grande en algún punto de la carretera que conduce hasta San Salvador. <br /><br />La hermana Evita conoce bien a Monseñor Romero, desde Santiago de María, donde lo vio hacer cosas que en San Salvador ni siquiera se sospechan, como cuando se presentó solo en la delegación de la Guardia Nacional de Ciudad Barrios para pedir que liberaran a dos catequistas que estaban siendo torturados; sin embargo, el nombramiento también fue una decepción para ella. <br /><br />Monseñor Romero tomó posesión una semana antes, el martes 22 de febrero, y acude a la reunión consciente de que hay un sentimiento generalizado de hostilidad hacia su persona. En el salón del Domus Mariae son mayoría los que en cierta manera lo siguen viendo como un usurpador del cargo que correspondía a monseñor Rivera Damas. Por si fuera poco, el ambiente político de estos días también contribuye a crispar los ánimos. El 20 de febrero hubo elecciones presidenciales y las ganó el candidato oficialista, el general Humberto Romero, pero las denuncias de fraude son sonoras y están organizadas. El domingo hubo una multitudinaria concentración en el parque Libertad de la capital. En la madrugada del lunes, cuando la cifra de manifestantes bajó a unos 6,000, la Fuerza Armada ordenó el desalojo. Ante la negativa, se abrió fuego a discreción. La iglesia del Rosario, a un costado del parque, se convirtió en el improvisado refugio. Al amanecer hubo más enfrentamientos en todo el centro de la ciudad. Todo eso ocurrió ayer, pero la información aún es escasa a esta hora de la mañana por la férrea censura implementada por el Gobierno. Con el tiempo se sabrá que el número de masacrados fue de entre 40 y 60; algunos reportes elevarán la cifra hasta los 300. <br /><br />El ponente principal de la reunión del clero es el padre Grande, y la idea inicial es hablar sobre el trabajo pastoral que realizan en Aguilares. Pero la agenda se cambia por completo cuando el padre Alfonso Navarro, uno de los presentes ayer en el parque Libertad, toma la palabra y comienza dar algunos brochazos que permiten hacerse una idea de lo ocurrido. Monseñor Romero propone crear 14 grupos para debatir realidad nacional, cada uno integrado en función del departamento de nacimiento. El tono de las discusiones está marcado por la preocupación, y las conclusiones convergen en la idea de que la Iglesia no debería permanecer pasiva ante tanto atropello. Monseñor Romero habla poco, prefiere escuchar. Al final se muestra condescendiente pero cauteloso con las ideas planteadas. <br /><br />—Por favor –les pide–, ayúdenme, porque yo solo no puedo. <br /><br />De regreso a Aguilares el padre Grande maneja satisfecho. Él ha visto un cambio que invita al optimismo. <br /><br />—Es una señal –le hace saber a Evita y a las demás. <br /><br /><div style="text-align: center;">
*** </div>
</span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Y usted –pregunto a Evita–, ¿cree que Monseñor Romero es santo? </span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Yo sí creo. <br />—¿Dónde ve esa santidad? <br />—La veo en sus grandes valores. El hombre era muy humilde, de mucha oración. Si uno se fija en sus homilías, en cómo las iba ordenando, dan pie a pensar que Monseñor no solo iba a hablar, sino que hacía profundas reflexiones, y no solo hacia fuera. Fue una profunda reflexión decirse a sí mismo en un momento muy importante de su vida: ahora me toca cambiar a mí. Y nos lo dijo algunas veces: esto nos lo han enseñado así, pero tenemos que hacer esto otro. <br />—¿Le parece que fue alguien comprometido? <br />—El compromiso que asumió en sus últimos años fue muy sincero, desde la verdad, y él no se quería equivocar. Que alguna vez se equivocara como humano, tal vez, pero siempre escuchaba. En sus homilías no denunciaba por denunciar, pero lo hacía cuando uno le llevaba todos los datos y testimonios, y hasta mandaba gente a investigar cuando tenías dudas. <br />—¿Usted se convenció de su santidad antes de que él muriera? <br />—Yo siempre admiré que tuviera ese cambio tan radical, algo que no es tan fácil a sus años y en su puesto. ¡Todo un arzobispo! No es tan fácil cambiar. <br /><br />*** <br /><br />Noche cerrada, pero Monseñor Romero aún no ha salido hacia Aguilares. Está tratando de digerir la noticia del asesinato cuando le avisan de que el presidente de la República, el coronel Arturo Armando Molina, quiere platicar con él. Se conocen desde hace años, son amigos, y la llamada se enmarca dentro de la lógica. El coronel Molina le da el pésame y le promete una investigación seria y un informe oficial. <br /><br />Es casi medianoche cuando Monseñor Romero llega a Aguilares. Lo acompaña monseñor Rivera Damas. Entra en el convento, mira los tres cadáveres, mira a la hermana Evita con la toalla ensangrentada en sus manos, y mira al nutrido grupo de jesuitas encabezados por su provincial, el padre César Jerez. Pronto sabrá que las armas utilizadas son pesadas (calibre .45 o .51) y que la ausencia de las autoridades para investigar ha sido tan notoria que los jesuitas han traído a su propio médico forense. La sospecha de que los asesinos son miembros de la Guardia Nacional ya se ha apoderado de Aguilares. <br /><br />En junio de 1975, cuando una matanza similar ocurrió en el cantón Tres Calles, Monseñor Romero escribió una carta al presidente Molina: “Con esta misma limpia intención pastoral ruego al Señor Presidente su decisiva intervención a fin de que retorne al cantón Tres Calles la paz de los hogares, perdida ante la amenaza y el temor, y se haga justicia a las víctimas del atropello y se restituya, de alguna manera, a las familias, por la pérdida de quienes eran su sostén”. <br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Dentro de dos días escribirá una carta también al presidente Molina, pero el tono será este otro: “Me dirijo a usted para manifestarle que surgen en torno a este hechos unas serie de comentarios, muchos de ellos desfavorables a su Gobierno. Como aún no he recibido el informe oficial que usted me prometió telefónicamente el sábado por la noche, juzgo de suma urgencia que usted ordene una investigación exhaustiva de los hechos. […] La Iglesia está dispuesta a no participar en ningún acto oficial del Gobierno mientras este no ponga todo su empeño en hacer brillar la justicia sobre este inaudito sacrilegio que ha consternado a toda la Iglesia”. </span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br /></span><div>
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Algo está ocurriendo esta noche. El padre Jon Sobrino, también presente en la vela del padre Grande, describirá años después muy gráficamente lo que a su juicio hoy le sucederá a Monseñor Romero. Se le cayó la venda de los ojos, dirá. </span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br /><br /><div style="text-align: center;">
*** </div>
<br />Si hacemos a un lado los sectores de ultraderecha que promovieron o celebraron su asesinato y a sus ahijados políticos, cuesta en la actualidad encontrar a alguien que critique en público a Monseñor Romero. El paso de los años lo ha convertido en un referente mundial de lucha contra la desigualdad, de compromiso con los más desprotegidos, de respeto a los derechos humanos, de promotor de la verdad como premisa para la reconciliación, de… Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que muchos de los que hoy le aplauden lo criticaron con dureza. En la calentura por convertir El Salvador a cualquier precio en una república socialista, Monseñor Romero también fue cuestionado por muchos compas. Tras el apoyo expreso al golpe de Estado de octubre de 1979, lo llamaron viejo burgués, lo acusaron de olvidarse del pueblo, lo presentaron como un promotor de los intereses gringos. “Hubo un tiempo en que buena parte de la dirigencia de las organizaciones populares estaba convencida de que se había cambiado de bando”, me dijo, bajo condición de anonimato, un entrevistado. <br /><br />Cuando uno plantea hoy este tema, hay quien prefiere pasar de puntillas, quizá para evitar retratarse como lo que fueron: personas que durante semanas o meses creyeron que Monseñor Romero era un traidor. Por eso, como periodista se agradece tanto la naturalidad con la que Evita admite que la izquierda política cometió con él gruesos errores, errores que algunos ahora tratan de ocultar o redimir con estatuas y palabras de falsa admiración. <br /><br />—Con eso de la Junta de Gobierno –admite Evita–, hubo organizaciones que le mandaron cartas fuertes. Le decían que cómo era posible que estuviera apoyando eso. <br /><br />Monseñor Romero lo llamaba fanatismo. Y lo criticó, fiel a sus convicciones, en repetidas ocasiones. “Ilusionados por esa misma tentación del poder –dijo en su homilía del 30 de diciembre de 1979, cuando arreciaban las críticas–, están cometiendo muchos errores también los grupos de izquierda y las organizaciones populares que pierden de vista el objetivo legítimo de sus presiones, que debe ser el bien común del pueblo y no el fanatismo de su grupo o la obediencia de consignas extranjeras”. <br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Fanatismo hubo, hay y quizá nunca deje de haberlo en El Salvador. </span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br /><br /> <br /><br />*** <br /><br /> <br /><br />La noche recién comienza. <br /><br /> <br /><br />Entre los presentes persisten dudas sobre cómo actuará Monseñor Romero ante los tres cadáveres, y seguramente él también las tiene. Es la máxima autoridad eclesiástica presente en Aguilares, pero su actitud se limita a escuchar sin proponer. Una pregunta atormenta su cabeza: ¿qué debe hacer la Iglesia después de esto? <br /><br /> <br /><br />Pasada la medianoche se decide oficiar una misa. Trasladan los cuerpos del convento a la iglesia, y los colocan frente al altar. A pesar de la hora, son cientos los presentes. Tras la misa, Monseñor Romero propone que todos los sacerdotes y religiosas, Evita incluida, se reúnan en privado, reunión a la que invitan a un pequeño grupo de líderes comunales. ¿Qué debe hacer la Iglesia después de esto? Entre las respuestas que escucha están las que podrían considerarse lógicas, como publicar un comunicado de condena o exigir al Gobierno que esclarezca el caso. Pero también se plantean dos medidas que, de ser aceptadas, supondrán un puñetazo sobre el tablero. Por un lado, se pide a Monseñor Romero que no asista a ningún acto oficial del Gobierno hasta que se esclarezcan los asesinatos. Por otro, se propone que, para evidenciar qué significa perder a un párroco, se cierren todas las iglesias de la arquidiócesis un día y se convoque a una misa única en Catedral metropolitana. <br /><br /> <br /><br />La reunión termina sin decisiones firmes. El sol asoma cuando Monseñor Romero emprende el camino de regreso a San Salvador. <br /><br /> <br /><br />Las ideas propuestas se llevarán el martes a una reunión extraordinaria del clero en el Seminario San José de la Montaña. Monseñor Romero está consciente de que lo planteado redefiniría el rol de la Iglesia en una sociedad tan polarizada como lo es la salvadoreña, y quiere escuchar las opiniones de todas las tendencias que hay en el seno de la Iglesia, no solo las de los jesuitas. <br /><br /> <br /><br />Pero llegado el día, no habrá marcha atrás. El domingo 20 de marzo Catedral metropolitana acogerá, en contra de la voluntad de Emanuele Gerada, el nuncio apostólico, un hecho sin precedentes en la historia de El Salvador: una única misa. <br /><br /> <br /><br />*** <br /><br /> <br /><br />La misa está recuperando en este momento todo su valor; porque quizá, por multiplicarla tanto, la estamos considerando simplemente, muchas veces, como un adorno y no con la grandeza que en este momento está recobrando. […] Estamos en la primera parte precisamente, la palabra de Dios, llamando a los hombres para que comprendan que en su palabra está únicamente la solución de todos los problemas: políticos, económicos, sociales, que no se van a arreglar con ideologías humanas, con utopías de la tierra, con marxismos sin horizontes, con ateísmos que prescinden de la única fuerza. La única fuerza que puede salvar es Jesús, que nos habla de la verdadera liberación. […] Mi corazón siente alegría profunda al tomar posesión de la arquidiócesis y sentir que mi propia debilidad, mis propias incapacidades, encuentran su complemento, su fuerza, su valentía, en un presbiterio unido. Queridos sacerdotes, permanezcamos unidos en la verdad auténtica del evangelio, que es la manera de decir, como Cristo, el humilde sucesor y representante suyo aquí en la arquidiócesis: el que toca a uno de mis sacerdotes a mí me toca… <br /><br /> <br /><br /><div style="text-align: right;">
<i>(Monseñor Romero, homilía en la misa única, el 20 de marzo de 1977)</i></div>
</span><div style="text-align: right;">
<br /></div>
</div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com2Av Dr Max Bloch, San Salvador, El Salvador13.710035342476681 -89.19909238815307613.708106842476681 -89.201559888153071 13.711963842476681 -89.196624888153082tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-89359863771228355302011-09-09T16:52:00.000-06:002011-09-09T16:52:08.314-06:00Ricardo Urioste Bustamante, el vicario general<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-Yvqq-8cZ_B4/TmqV0aPMHPI/AAAAAAAAAnE/zZjffhggYTM/s1600/URIOSTE+-+copia.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="371" src="http://3.bp.blogspot.com/-Yvqq-8cZ_B4/TmqV0aPMHPI/AAAAAAAAAnE/zZjffhggYTM/s400/URIOSTE+-+copia.jpg" width="400" /></a></div>
<div class="MsoNormal">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span lang="ES"><br /></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span lang="ES"><br /></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span lang="ES">Aquella mañana Monseñor Romero y sus dos
acompañantes llegaron con tiempo a la plaza de San Pedro y se mezclaron entre
la multitud. Era </span><span lang="ES-TRAD">25
de junio de 1978, </span><span lang="ES">su último domingo en Roma antes de que
los tres emprendieran viaje de regreso a El Salvador. No se habría perdonado
dejar de rezar el Ángelus junto al papa Pablo VI, que cuatro días antes lo
había recibido en una cálida audiencia privada. El Papa se asomó al balcón cuando
aún faltaban unos minutos para mediodía y sorprendió a todos con unas sentidas
palabras sobre Mauro Carassale, un niño de 11 años secuestrado dos meses atrás.</span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Querido Mauro –dijo Pablo VI en italiano–, tú
eres el símbolo, pequeño cordero, de la bondad inocente, y tu gesto se eleva
como ejemplo para todos, invitando al heroísmo del sacrificio de sí en favor
del hermano que sufre. </span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span lang="ES">El caso de Mauro, un niño de un pequeño pueblo
llamado Olbia, en </span><span lang="ES-TRAD">la
isla italiana de Cerdeña,</span><span lang="ES-TRAD"> </span><span lang="ES">había
conmocionado al país entero. Cuando a finales de abril los secuestradores
llegaron a la casa, se quisieron llevar al hermano mayor, Enrico, pero Mauro
les hizo saber que él estaba enfermo y se ofreció a cambio. </span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Nosotros invocamos a <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> –agregó el Papa–, la
compasiva por sublime excelencia, para que venga desde el cielo en tu socorro y
en el nuestro.</span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span lang="ES">Monseñor Romero escuchó con atención las
palabras de Pablo VI, las rumió en silencio, y concluyó que el mensaje iba de
alguna manera dirigido a él. Fiel a su parquedad, no comentó nada a sus
acompañantes:</span><span lang="ES-TRAD"> el
obispo de Santiago de María, Arturo Rivera Damas; y Ricardo Urioste, el vicario
general de la arquidiócesis. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Era
muy perspicaz, se fijaba en todo –responde Urioste cuando le pregunto por esta
anécdota tres décadas después. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Cuando
estuvo a solas, Monseñor Romero se desahogó ante la grabadora en la que
registraba su diario. Narró con detalle lo ocurrido aquella mañana, y finalizó
con un paralelismo entre su admirado Pablo VI –quien fallecería seis semanas
después– y su labor como arzobispo de San Salvador: “Me llenó de satisfacción
esta denuncia del Papa, porque mi modo de predicar coincide con este gesto de
comprensión con el sufrimiento humano. Le doy gracias a Dios de encontrar aquí
una nueva motivación para seguir adelante en mi trabajo pastoral”.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Y
Monseñor Romero siguió adelante.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">***<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Ricardo
Urioste Bustamante nació el 18 de septiembre de 1925 en San Salvador, en una
casa situada sobre la avenida Independencia, que entonces era una elegante
calle que servía como puerta de entrada a la capital. Hijo de Adrián y de
Amada, y hermano menor de sus dos hermanas, la familia Urioste no nadaba en la
abundancia, pero tampoco pasaba apuros, ni siquiera cuando en 1928 falleció
Adrián, un aplicado contador que trabajaba para <st1:personname productid="la International Railways" w:st="on">la International Railways</st1:personname>
of Central America, la empresa que operaba el ferrocarril.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Amada
era muy religiosa, fue terciaria franciscana, y Urioste desde niño se vio
tentado por la idea de convertirse en sacerdote. La posibilidad se presentó
casi por casualidad cuando tenía 11 años, en un día de clases cualquiera en el
colegio marista donde estudiaba.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Entró
el hermano Manuel –recuerda–, que era el director, y llamó a cuatro: a Salvador
López, un muchacho que era muy bueno con el acordeón, a Matialena, a Mario Eloy
Guerrero y a mí. Afuera estaba un viejito vestido de sotana que resultó ser
monseñor Belloso, el arzobispo. El hermano Manuel le dijo: monseñor, estos son
los que quieren ir al seminario. Pero ninguno de nosotros había nunca hablado
de eso.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Urioste
ingresó en el Seminario San José de <st1:personname productid="la Montaa" w:st="on">la Montaña</st1:personname> el año en que se inauguró: 1938. Siete años
después, con 20, marchó hacia España a estudiar Teología. Para ser ordenado
sacerdote tuvo que pedir dispensa ya que el Derecho Canónico lo impide antes de
los 24. La ordenación fue el 18 de julio de 1948, con 22 años y 10 meses. Un
día después viajó a Nueva York, ciudad en la que ofició su primera misa. De
allí a California, donde residían madre y hermanas, y a las pocas semanas voló
de nuevo desde Estados Unidos a Europa para en septiembre iniciar sus estudios
en Derecho Canónico en <st1:personname productid="la Universidad Gregoriana" w:st="on"><st1:personname productid="la Universidad" w:st="on">la Universidad</st1:personname>
Gregoriana</st1:personname> de Roma.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Estando
en Roma, un día de 1950 recibió una carta con matasellos de El Salvador. La
firmaba el padre Óscar Arnulfo Romero, director del semanario <i>Chaparrastique</i>. El 1 de noviembre de ese
año el papa Pío XII haría público el dogma de <st1:personname productid="la Asuncin" w:st="on">la Asunción</st1:personname> de <st1:personname productid="la Virgen Mar■a" w:st="on"><st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> María</st1:personname>, y cuando el padre
Romero se enteró de que en Roma había un sacerdote salvadoreño, se le ocurrió
pedirle un artículo. Urioste lo escribió y se lo envió. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Aún recuerdo
que terminaba diciendo: “El obelisco de granito de la plaza de San Pedro
parecía cantar con nosotros ¡Cristo vence! ¡Cristo reina! ¡Cristo impera!”.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La
relación ahí quedó. Urioste ni siquiera recibió algún tipo de comunicación de
agradecimiento o para confirmar que el artículo había llegado a San Miguel. De
hecho, nunca ha sabido si se publicó o no.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Urioste
regresó a El Salvador cuando concluyó sus estudios a finales de 1951. El
arzobispo, monseñor Chávez y González, lo acogió con los brazos abiertos y de
inmediato lo puso a trabajar con él. En 1957 le asignó su primera parroquia: la
de San Francisco, en el centro de San Salvador, donde permanecería hasta que en
octubre de 1977 Monseñor Romero lo llamó para convertirlo en vicario general. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Pero
antes de eso, en 1968, acaeció el primer encuentro personal con el padre
Romero. Ocurrió en San Miguel, y más que encuentro fue encontronazo. Urioste
llegó a <st1:personname productid="la Perla" w:st="on">la Perla</st1:personname>
de Oriente invitado por el obispo, Lorenzo Graziano, a dar una charla a los
sacerdotes. Al final de la conferencia buscó al padre Romero, cuyo nombre ya
sonaba en todo el país por su laboriosidad y dedicación, pero también por su
tradicionalismo y por sus conflictos de personalidad con otros sacerdotes. Lo halló
recostado en una hamaca, y se acercó para comentarle uno de los discursos sobre
la doctrina social de <st1:personname productid="la Iglesia" w:st="on">la
Iglesia</st1:personname> del papa Pablo VI. Con las palabras justas, ni una
más, y no sin cierto grado de altanería, el padre Romero se incorporó para
hacerle varias correcciones. Cuando regresó a San Salvador, Urioste releyó sus
revistas y confrontó su interpretación original con la que había hecho el padre
Romero, y terminó dándole la razón.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Fue el
hombre –reflexiona Urioste– que más conoció el magisterio de <st1:personname productid="la Iglesia" w:st="on">la Iglesia</st1:personname> en este país, y
nadie después ha podido conocerlo tan bien.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Entre
1967 y 1974 Monseñor Romero vivió en San Salvador, pero los contactos entre
ambos fueron mínimos, por no decir nulos. “Él vivía como aislado, no se
mezclaba mucho con el clero”, recuerda Urioste ese período.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">***<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">“¿Quieres
café o no?”, me pregunta Urioste. Es esta una mañana de agosto de 2010, y
estamos sentados en el jardín de su casa, en la colonia Roma de San Salvador,
alrededor de una vieja mesa forjada. La espesura que nos rodea la preside un
vigoroso palo de aguacate. Por el tronco, salpicado de musgo, ayer descendieron
dos ardillas, miraron con descaro a los intrusos y se subieron. “Son muy
trabajadoras, hasta los cocos de esas palmeras han aprendido a abrir”, comentó Urioste
al percatarse de mi asombro. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Además del
recipiente con café y de las tazas, sobre la mesa forjada hay un cenicero con
cabuyas –a sus 84 años conserva el vicio del cigarro– y un montón de revistas y
libros apilados. Dos llaman mi atención: uno es <i>Don Quijote de <st1:personname productid="la Mancha" w:st="on">la
Mancha</st1:personname></i>; el otro, una edición en inglés de <i>El precio de la gracia</i>,<i> </i>de Dietrich Bonhoeffer, un teólogo
alemán que también fue asesinado por la intransigencia; en su caso, encarnada
por el nazismo. Bonhoeffer y Monseñor Romero tienen en común algo más que la
admiración de Urioste. A los dos les erigieron una estatua en <st1:personname productid="la Galer■a" w:st="on">la Galería</st1:personname> de los Mártires
del Siglo XX que decora unos de los pórticos de la abadía de Westminster, en
Inglaterra. Están el uno junto al otro, como si alguien hubiera querido que se
contaran sus intimidades para toda la eternidad.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Y usted
–pregunto a Urioste–, ¿cree que Monseñor Romero es santo?<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Yo no
tengo la más mínima duda, pero ni la más mínima. Incluso tengo la certeza de
que está en el cielo desde el primer momento, con Dios, y creo también que,
ante tantas acusaciones que se hicieron y aún se hacen en su contra, me imagino
que el Señor le estará diciendo: no te aflijás, Oscarito, tú aquí estás
conmigo. No hagás caso de lo que dicen allá abajo.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">***<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Urioste
está convencido de que Dios inspiró a Monseñor Romero en todas y cada una de
las decisiones tomadas. Esa es la razón, dice, por la que se comprometió a
seguirlo.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Muchos
lo admiran por su defensa de los derechos humanos, y yo también. Por su defensa
de la vida, por su cercanía con los pobres, por su amor por ellos, y todo eso
es muy correcto, pero yo –y enfatiza el yo– lo admiraba más por su búsqueda de
Dios y su afán de comunicarse con él, porque de ahí arrancaba todo lo
demás. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Admiración
que suena muy sincera, a pesar de que en esta larga entrevista por momentos me
dará la impresión de que la relación entre ambos nunca abandonó el ámbito de lo
estrictamente profesional.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Alguna
vez llegó a considerarlo su amigo? –pregunto.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Pues
depende de cómo entendamos la palabra amigo. Si se trata de decir amigo en el
sentido de: mire, Monseñor, ¿no quiere que vayamos a comer hoy? O vamos hoy al
cine, Monseñor, ¿le parece? Pues no. Yo creo que en ese sentido él solo tenía
un único amigo: Salvador Barraza.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">***<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Como le
ocurrió a la gran mayoría de los religiosos y religiosas de la arquidiócesis,
Urioste no se alegró cuando <st1:personname productid="la Santa Sede" w:st="on">la
Santa Sede</st1:personname> designó a Monseñor Romero. Y el descontento no era
porque en la capital se desconociera quién era este migueleño. Entre 1970 y
1974 se había desempeñado como obispo auxiliar en San Salvador, en una atípica
y mal avenida terna de mando integrada por monseñor Chávez y González como
arzobispo y por monseñor Rivera Damas también como auxiliar. Ambos simpatizaban
con las ideas progresistas surgidas del Concilio Vaticano II y de la conferencia
de obispos latinoamericanos de 1968 en Medellín, Colombia.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Recuerdo
–me dice– algo que monseñor Rivera Damas me confió antes de morir: poco tiempo antes
de que en Roma decidieran quién sería el arzobispo, a él le dijeron que
necesitaban a alguien menos crítico con el Gobierno, y por eso escogieron a Romero.
Yo siempre digo que cuando <st1:personname productid="la Iglesia" w:st="on">la
Iglesia</st1:personname> se deja llevar por motivaciones humanas, el Espíritu
Santo hace otra cosa, ¿verdad?<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Urioste
lo admite: hay un antes y un después en su relación con Monseñor Romero. En los
primeros días de febrero de 1977, cuando ya se rumoraba quién sería el sucesor
de monseñor Chávez y González, no ocultaba su disconformidad. Pocas semanas
después, a finales de marzo, fue el único que lo acompañó en el primer viaje a
Roma. Algo ocurrió en ese intervalo de tiempo. Al teólogo jesuita Jon Sobrino
le gusta usar la palabra conversión para definir la transformación, y señala
como detonante el asesinato del padre Rutilio Grande. Urioste prefiere hablar
de un proceso; para ilustrarlo, recurre al evangelio de San Marcos. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Monseñor
fue alguien que siempre, desde joven, fue viendo qué es lo que Dios pedía de
él, y poco a poco Dios lo fue llevando por los caminos que lo llevó. Yo siempre
comparo esto con lo que ocurre con Jesús y el ciego de nacimiento al que cura
en Betsaida. El Señor le toca los ojos –y Urioste gesticula como si fuera él
quien está sanando–, y le pregunta que si ve, y el ciego le dice: veo a los
hombres como árboles que caminan; o sea, que no estaba viendo bien. Entonces,
el Señor le vuelve a tocar los ojos y le pregunta de nuevo que si ve. Y el
ciego le dice: ahora veo perfectamente. Algo así ocurre en la vida de Monseñor.
Él fue siempre muy cercano a los pobres y con una gran sensibilidad, pero los
veía como personas a las que había que tratar paternalmente. Pero el Señor le
va tocando los ojos para que vaya viendo por qué son pobres, por qué están en
esa condición, cómo hay que escucharlos y verlos.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Y
cuándo le tocó los ojos al punto de cambiarle de forma tan radical?<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Yo
creo que se los va tocando desde San Miguel, y sobre todo cuando es obispo de
Santiago de María. Considero que esos años en Santiago de María le sirvieron
muchísimo para ir viendo de otra manera a los pobres, a tal grado que cuando
regresa a San Salvador nosotros ignorábamos la apertura que había tenido.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">***<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span lang="ES-TRAD">Enviado
por <st1:personname productid="la Santa Sede" w:st="on"><st1:personname productid="la Santa" w:st="on">la Santa</st1:personname> Sede</st1:personname>,
el cardenal brasileño Aloísio Lorscheider aterrizó el último día del año 1979 en
el aeropuerto de Ilopango en calidad de visitador apostólico. Monseñor Romero y
Urioste fueron a recibirlo. Lorscheider llegaba con la misión expresa de investigar
quién era el causante de la tensa relación que se vivía al interior de <st1:personname productid="la Iglesia. Para" w:st="on">la Iglesia. Para</st1:personname> ello
se marcó una apretada agenda de entrevistas con distintos personajes, tanto
defensores como detractores de Monseñor Romero. “Eran muchos los que no lo
soportaban, entre ellos también hombres de Iglesia”</span><span lang="ES">, escribiría
años después </span><span lang="ES-TRAD">Lorscheider.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El 1 de
enero se celebró en el Hospital Divina Providencia un encuentro entre Monseñor
Romero, Lorscheider y uno de los integrantes de la primera Junta Revolucionaria
de Gobierno.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Yo
estaba también en la reunión –dice Urioste–. Empezaron a hablar, hablar y
hablar, y de repente, Monseñor se excusó y salió. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Ese
encuentro era realmente importante. Monseñor Romero había tenido en mayo su
primera audiencia con Juan Pablo II, en la que el nuevo Papa no se mostró con
él tan comprensivo como su predecesor. En cuanto a la presencia del funcionario,
basta decir que la reunión fue apenas dos días antes de la renuncia masiva que
puso fin a la primera Junta de Gobierno, en la que Monseñor Romero había
depositado sus esperanzas para evitar la guerra civil.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Pasaban
los minutos, y Monseñor no volvía. Ellos dos se pusieron a platicar, pero yo
dije: bueno, estos señores no han venido a verme a mí, voy a buscarlo. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Urioste
se dirigió a la casa pero no lo halló. Después fue a la sala de las visitas, y
tampoco. Probó en el jardín y hasta en el cafetín, pero nada. Ya se regresaba a
la sala en la que se encontraban los invitados cuando se le ocurrió entrar en
la capilla.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Y ahí
estaba él, solo, hincado en la tercera banca del lado izquierdo. Yo me acerqué
y le dije: Monseñor, los señores le están esperando. Sí, ya voy, me dijo. Pienso
que fue a consultar con Dios qué contestarles.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">No fue
un caso anecdótico o aislado. Urioste está convencido de que nunca tomó una
decisión importante sin consultarla antes con Dios.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">***<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Finalmente,
un llamamiento a la oligarquía. Les repito lo que dije la otra vez: no me
consideren juez ni enemigo. Soy simplemente el pastor, el hermano, el amigo de
este pueblo que sabe de sus sufrimientos, de sus hambres, de sus angustias, y,
en nombre de esas voces, yo levanto mi voz para decir: no idolatren sus
riquezas, no las salven de manera que dejen morir de hambre a los demás. Hay
que compartir para ser felices. El cardenal Lorscheider me dijo una comparación
muy pintoresca: hay que saber quitarse los anillos para que no le quiten los
dedos. Creo que es una expresión bien inteligente. El que no quiere soltar los
anillos se expone a que le corten la mano, y al que no quiere dar por amor y
por justicia social se expone a que se lo arrebaten por la violencia.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div align="right" class="MsoNormal" style="text-align: right;">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">(Monseñor Romero, homilía del 6 de enero de
1980)<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">***<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El 24
de marzo de 1980 Urioste lo pasó recluido en su casa de la colonia Roma. Se
sentía mal. Unas úlceras en sus piernas que lo han acompañado media vida le
exigían reposo con frecuencia, y aquel fue un lunes de dolores. Si no había
podido salir de casa durante el día, mucho menos estaba entre sus planes
hacerlo de noche. Pero una llamada de teléfono de la secretaria del arzobispado
en torno a las 6:35 lo cambió todo. Habían atentado contra Monseñor Romero. Escuchó
noticia, colgó el teléfono y al poco lo volvió a descolgar para llamar al nuncio
apostólico, Emanuele Gerada, que ese día se encontraba en Guatemala. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Le
dije lo que había ocurrido y punto.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Decir
que la relación entre Monseñor Romero y el nuncio Gerada era tensa es decir
poco. Se tensó desde el inicio del arzobispado, cuando el recién nombrado
arzobispo celebró la misa única para condenar el asesinato del padre Grande, y
el distanciamiento no hizo sino acrecentarse con el paso de los años. Monseñor
Romero, un hombre respetuoso como pocos de la jerarquía eclesiástica, llegó a escribir
sobre el nuncio Gerada lo siguiente: “La figura del nuncio representa al Papa,
pero no siempre lo representa nítidamente”.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Tras la
llamada, Urioste se dirigió en carro al Hospitalito. Alcanzó a ver la sangre en
el suelo, pero el cadáver ya se lo habían llevado a <st1:personname productid="la Policl■nica Salvadorea." w:st="on">la Policlínica Salvadoreña.</st1:personname>
No había mucha gente. Unos periodistas se le acercaron y le pidieron unas
palabras. Accedió, pero apenas sabía nada de lo ocurrido. Después marchó hacia <st1:personname productid="la Policl■nica" w:st="on">la Policlínica</st1:personname>, donde al fin
pudo ver el cuerpo inerte, y ahí mismo se tomó la decisión de embalsamarlo. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Urioste
pasó a ser el vicario capitular, algo así como el administrador apostólico, y a
él le tocó organizar la misa-funeral del 30 de marzo.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Le
afectó su muerte? –pregunto.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Si me
preguntas que si lloré cuando lo vi muerto, la respuesta es no, no lloré. Lo
sentí mucho, me impactó enormemente, estaba tristísimo, pero en cierto sentido,
como yo estaba seguro de que su sucesor iba a ser monseñor Rivera, eso me
alentó mucho.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Cómo estaba
tan seguro si la decisión dependía de Roma?<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—No
quiero entrar en detalles de las gestiones que hice como vicario capitular,
pero en ese momento pensé que el país necesitaba con urgencia un obispo con
todos los poderes. Entonces, fui con el nuncio y le dije: mire, monseñor, yo
estoy dispuesto a dejar de ser el vicario capitular y sugiero a monseñor Rivera
como obispo encargado mientras <st1:personname productid="la Santa Sede" w:st="on">la
Santa Sede</st1:personname> nombra a alguien. Y accedió, escribió a Roma para
proponerlo, y se aprobó.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Arturo
Rivera Damas, obispo de Santiago de María, el único entre los seis que
integraban <st1:personname productid="la Conferencia Episcopal" w:st="on"><st1:personname productid="la Conferencia" w:st="on">la Conferencia</st1:personname> Episcopal</st1:personname>
que no se había opuesto a Monseñor Romero, tomó las riendas de la arquidiócesis
a las pocas semanas, con la venia del nuncio Gerada. En febrero de 1983, pocos
días antes de la visita del papa Juan Pablo II, fue nombrado arzobispo de San
Salvador, con lo que se cerró el plan diseñado por Urioste.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">***<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Sabes
de qué me arrepiento? –me pregunta–. Pues me arrepiento de no haber llevado
nunca un diario, de no haber sido tan diligente como Monseñor.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Nunca
es tarde, padre.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Me responde con una mirada y una risotada
sorda, y saca su agenda, una del tamaño de una cajetilla de cigarrillos, para
ver qué otro día podemos continuar la entrevista. Pero antes le pido que por
favor me aclare algo importante.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Cuándo siente que Monseñor Romero lo cambia
a usted?<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—En vida yo le admiraba su proceder, su
altura espiritual, su disponibilidad, su trabajo, su entrega. Me llamaban la
atención su actitud ante Dios, su respeto…<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Pero cuándo fue consciente de que estaba
ante una persona excepcional?<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—A partir de las primeras semanas de
arzobispo empecé a notar algo en su vida personal, en su predicación. Para mí
era algo nuevo escuchar a alguien como Monseñor, porque normalmente, cuando uno
oye a un sacerdote que empieza a contar cosas, uno piensa: va a seguir por tal
otra, luego por tal otra y va a terminar de tal modo. Pero con Monseñor no era
así, siempre era algo nuevo. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">***<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Que
si lo manipularon? Sí, ¡claro que Monseñor fue manipulado! Lo manipuló Dios,
que hizo con él lo que le dio la gana. Yo de eso estoy convencido, pero
convencidísimo, como dogma de fe.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Su
vicario general fue uno de los más firmes soportes dentro de la curia
arzobispal durante el agitado trienio al frente de la arquidiócesis. No era
amistad lo que los unía, pero sí una relación basada en el respeto y en la
confianza. Urioste cree tener identificado el momento que simboliza su cambio
de talante hacia Monseñor Romero. Fue durante el viaje a <st1:personname productid="la Santa Sede" w:st="on"><st1:personname productid="la Santa" w:st="on">la
Santa</st1:personname> Sede</st1:personname> que emprendieron los dos solos a
finales de marzo de 1977 para explicar la polémica decisión de la misa única.
Recién llegados a Roma, se hospedaron, y al poco Monseñor Romero golpeó la
puerta de su habitación para invitarlo a dar un paseo. Ni el cansancio
acumulado le impidió negarse. Llegaron a la basílica de San Pedro y, frente al
altar de la confesión, el arzobispo se arrodilló, y Urioste hizo lo mismo. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—A los
cinco minutos, más o menos, me levanté. Lo miré, y lo vi en una tan profunda
oración, con sus ojos cerrados, empapado de Dios, que en ese momento me dije: a
este hombre hay que seguirlo, porque él está siguiendo a Dios.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Después
del asesinato, la relación curiosamente se estrechó aún más. Repasó sus
homilías, leyó su diario y sus apuntes espirituales, y Urioste se convenció de
lo que ya estaba convencido. En el año 2000, siguiendo el ejemplo de una
asociación similar que unos conocidos habían formado en Estados Unidos,
promovió el nacimiento de <st1:personname productid="la Fundacin Monseor" w:st="on"><st1:personname productid="la Fundacin" w:st="on">la Fundación</st1:personname>
Monseñor</st1:personname> Romero, que preside desde entonces. Los objetivos
que se propusieron eran recordar su obra, dar a conocer su pensamiento y conmemorar
los aniversarios del asesinato y del natalicio.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Pero,
monseñor Urioste, ¿esa labor no debería de haberla hecho <st1:personname productid="la Iglesia" w:st="on">la Iglesia</st1:personname> católica como
institución?<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Pues
pienso que sí, pero de hecho no se hacía ni se hace. En algún momento incluso tuvimos
alguna fricción con el arzobispo Sáenz Lacalle. Así que nos tocó a nosotros
llevarlo adelante.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0Pje Carbonell, San Salvador, El Salvador13.696943506313223 -89.22567844390869113.695015006313223 -89.228145943908686 13.698872006313223 -89.2232109439087tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-60779741829240540252011-07-31T09:56:00.001-06:002012-04-28T11:48:07.573-06:00Héctor Dada Hirezi, el político<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://2.bp.blogspot.com/-HXw9ZU_QufA/TjV636l8s5I/AAAAAAAAAmg/7oYQuPbbn88/s1600/255095_236774153005945_236076839742343_1144123_1914253_n.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="296" src="http://2.bp.blogspot.com/-HXw9ZU_QufA/TjV636l8s5I/AAAAAAAAAmg/7oYQuPbbn88/s400/255095_236774153005945_236076839742343_1144123_1914253_n.jpg" width="400" /></a></div>
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La honestidad es prima-hermana de la bondad, de la verdad, de la integridad. Decirle honesto a alguien es decirle mucho, a pesar incluso de que se ha convertido en una de esas palabras que pronunciamos a la carrera, sin reparar en su trascendencia. Al mundo le iría mejor si la honestidad estuviera más extendida. Pues bien, Héctor Dada Hirezi no se cansará de retratar a Monseñor Romero como alguien honesto. Lo repetirá una y otra y otra vez.</span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> <br />
—Creo que ninguno de nosotros habíamos valorado su absoluta honestidad humana y religiosa –dice Héctor cuando intenta explicarse a sí mismo por qué de un día para otro el preferido de la oligarquía se convirtió en voz de los sinvoz–, una conjunción de honestidades que lo llevaron a comprometerse en cosas con las que nadie esperaba que se comprometiera.<br />
<br />
Héctor lo conoció muy bien, desde niño, desde cuando llegaba a la casa de su tío Emilio Simán y lo hallaba reunido con un joven cura migueleño llamado Óscar Arnulfo Romero. Ambos, Emilio y el padre Romero, mantenían encuentros esporádicos como directores que eran de Criterio y Chaparrastique, los semanarios de la arquidiócesis de San Salvador y de la diócesis de San Miguel respectivamente. Ahí empezó todo. Con los años, devinieron incontables las veces que Héctor y Monseñor Romero estuvieron juntos.<br />
<br />
—Y usted –pregunto a Héctor–, ¿cree que Monseñor Romero es santo?<br />
—Totalmente, pero ¿qué es la santidad en una teología sana? Hay que recordar que los dos grandes fundadores de la Iglesia fueron Pedro, que negó a Cristo, y Pablo, que perseguía cristianos; y los dos son santos. Los santos son seres humanos que cometen errores, como todos, pero que cumplen con los principios de honestidad, de bondad, de entrega a los demás, de cumplimiento de la palabra de Jesús de Nazareth… Y eso fue él.<br />
—¿Esa plena conciencia de su santidad la tuvo después o antes del asesinato?<br />
—En vida ya sentía que era un cristiano ejemplar. Si algo yo le respetaba es que hacía lo que él creía, y lo hacía con sanidad de espíritu. Nunca le encontré una mala intención, y que no estuviéramos siempre de acuerdo no quiere decir que uno no respetara su total honestidad.<br />
</span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Su total honestidad, dice.</span><br />
<div>
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">***</span></div>
<div>
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
Héctor Miguel Antonio Dada Hirezi nació el 12 de abril de 1938 al interior de la vivienda familiar, ubicada muy cerca del Campo de Marte, en el Centro Histórico de San Salvador. Sus apellidos son de origen árabe. Los dos abuelos nacieron en Palestina, y ambos llegaron a El Salvador después de pasar unos años en Nueva York, pero por caminos separados. Su padre, Cristo Miguel Dada, era un médico formado en Francia, cristiano ortodoxo, creyente en Dios pero poco amigo de los templos. Su madre, Graciela Hirezi, nació y se crió en Zacatecoluca, donde la familia era propietaria del principal almacén de la ciudad; era católica y religiosa en el sentido más tradicional de la palabra.<br />
<br />
—Pero mi formación católica se la debo a los jesuitas –dice.<br />
<br />
En una época en la que aprender a leer y a escribir estaba al alcance de pocos, Héctor estudió en la institución de educación secundaria más prestigiosa del país: el Externado de San José, administrado por la Compañía de Jesús. Los Dada Hirezi no eran oligarquía ni mucho menos, pero vivían con holgura.<br />
<br />
—Puedo decir que tuve una infancia muy feliz, con mucho cariño en mi casa.<br />
<br />
Los estudios superiores los realizó en la Universidad de El Salvador, Ingeniería civil, y fue en esos años, en la segunda mitad de la década de los 50, cuando comenzó a coquetear con la política. Se convirtió en dirigente estudiantil –llegó incluso a presidir la ACUS, Acción Católica Universitaria Salvadoreña–, y participó en la fundación del Partido Demócrata Cristiano (PDC). No aparece en el listado de fundadores tan solo porque estaba fuera del país el día de la inscripción en el tribunal electoral. En 1966, con apenas 28 años, ocupó una curul en la Asamblea Legislativa.<br />
<br />
A finales de los 60 decidió estudiar Economía. Serias discrepancias con la dirigencia del partido por la guerra contra Honduras lo convencieron de hacerlo en el extranjero, y en 1970 se instaló en Bélgica. Para entonces estaba ya casado con Gloria Sánchez Chévez, la madre de sus cuatro hijos: Héctor, Rodrigo, Carlos y Gloria. De Europa se regresó definitivamente a inicios de 1977, conoció desde las entrañas –participó en la primera y en la segunda Junta Revolucionaria de Gobierno– la efervescencia política y sus consecuencias, y tres años después tuvo que irse de nuevo, esta vez a México y amenazado de muerte. Durante la guerra civil hizo consultorías y trabajó para institutos de investigación y para Naciones Unidas, y cumplió a rajatabla su decisión de no involucrarse con ninguna de las partes en conflicto.<br />
<br />
—Me lo pidieron varios amigos –recuerda–, pero no me metí al FDR (Frente Democrático Revolucionario) porque nunca he creído en la lucha armada como medio de hacer política.<br />
<br />
Tras la firma de los Acuerdos de Paz, los Dada-Sánchez regresaron a El Salvador. La política pronto llamó a la puerta de Héctor: concejal en San Salvador, regreso a la Asamblea como diputado, ministro… Su rostro es hoy por hoy uno de los más conocidos de la política salvadoreña, y quizá uno de los más respetados.<br />
<br />
—Pero El Salvador aún está como está, don Héctor. ¿Cómo duerme después de haberle entregado tanto al país?</span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—El mundo no es perfecto, y este país es más imperfecto que lo que debería ser. Yo aprendí hace tiempo que uno tiene que hacer todo lo que pueda para cambiar las cosas en la dirección que uno cree que es la correcta, pero Roberto, también aprendí que uno no tiene toda la responsabilidad.</span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span><br />
<div style="text-align: center;">
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">***</span></div>
</div>
<div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div>
</div>
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La primera vez que Monseñor Romero tuvo que mirar a los ojos de familiares de víctimas de una masacre perpetrada por la Guardia Nacional fue el domingo 22 de junio de 1975, seis meses después de haber tomado posesión como obispo de Santiago de María. Sucedió en el cantón Tres Calles del municipio de San Agustín, departamento de Usulután, lugar en el que el día anterior unos 40 agentes se habían presentado a la 1 de madrugada y habían asesinado a sangre fría a seis campesinos –José Ostorga, sus tres hijos, dos vecinos– de una comunidad eclesial de base. La noticia había llegado a oídos de Monseñor Romero el propio sábado, y el domingo se desplazó hasta Tres Calles. Tras verificar en persona lo sucedido, decidió escribir dos cartas para explicitar su inconformidad: una dirigida al presidente de la República, su amigo el coronel Arturo Armando Molina; y la otra, a los obispos salvadoreños. Pero se negó a denunciar públicamente lo ocurrido.<br />
<br />
La noticia de la tragedia se regó por todo el país, y se coló en la agenda de la Comisión Nacional de Justicia y Paz, un organismo consultivo conformado por laicos y religiosos del que tanto Monseñor Romero como Héctor formaban parte.<br />
<br />
—Tuvimos una gran discusión ese día, bastante fuerte, porque nosotros decíamos que había que denunciar la masacre, y él sostenía que no, que la Iglesia tenía que actuar por caminos más discretos –dice Héctor.<br />
<br />
Esa actitud timorata ante la represión se desvanecería tras la toma de posesión como arzobispo de San Salvador, y Monseñor Romero hoy es recordado en todo el mundo como un referente incuestionable en materia de derechos humanos. Esa metamorfosis, que algunos llaman conversión, fue años después motivo de conversación. “Hoy entiendo muchas de las cosas que ustedes nos decían en la Comisión de Justicia y Paz”, le dijo a Héctor en alguna ocasión.</span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span><br />
<div style="text-align: center;">
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">***</span></div>
</div>
<div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div>
</div>
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Héctor amaneció el 18 de marzo de 1977 en Bélgica, donde vivió varios años y cosechó una licenciatura y una maestría en Economía por la Universidad Católica de Lovaina. Abordó un avión y cruzó el océano Atlántico junto a toda su familia, esta vez con la firme intención de radicarse definitivamente en El Salvador. Eran años sin internet ni televisión por satélite, pero Héctor se había esforzado por no desconectarse de la realidad salvadoreña. Sabía que a Óscar Arnulfo Romero, un viejo conocido suyo, lo habían nombrado arzobispo de San Salvador hacía un mes. La elección no le había hecho gracia porque él era de los convencidos de que el indicado para el puesto era monseñor Rivera Damas.<br />
<br />
La última escala del vuelo fue en el aeropuerto de La Aurora, en Ciudad de Guatemala. Allí subió otro viejo conocido suyo: monseñor Emanuele Gerada, el nuncio apostólico para Guatemala y El Salvador. Entonces había menos formalidad en los aviones y, como varios asientos estaban vacíos, apenas despegó la aeronave, el nuncio Gerada y Héctor se sentaron juntos para platicar.<br />
<br />
—Usted me tiene que ayudar a convencerlo –le dijo el nuncio Gerada–, lo que está haciendo Monseñor Romero es una locura.<br />
—¿Y qué es lo que está haciendo? –preguntó Héctor, sorprendido de que estuvieran hablando de la misma persona tradicionalista y sumiso a la jerarquía eclesiástica que él conocía.<br />
—¡Quiere cerrar las iglesias!<br />
<br />
Seis días antes de aquel encuentro en las alturas habían acribillado al padre Rutilio Grande. Reunido el martes 15, el clero había aprobado en asamblea y de forma abrumadora la idea de oficiar en Catedral metropolitana una misa única. Monseñor Romero respaldó la petición, algo que escandalizó sobremanera al Gobierno del coronel Molina y a Gerada, quien apenas unas semanas atrás había sido su principal promotor.<br />
<br />
Al día siguiente de su llegada a El Salvador, en la víspera de la misa única, Héctor se acercó a las oficinas del arzobispado, situadas en el segundo piso del seminario San José de la Montaña. Le dio el pésame por lo del padre Grande y le comentó su conversación con Gerada, pero no trató de convencerlo de nada. Al contrario, se puso a sus órdenes.<br />
<br />
—La relación con monseñor Gerada era tensa –recuerda–, creo que porque él nunca entendió lo que pasaba en este país ni la honestidad de Monseñor Romero. Él era de ese sector de la Iglesia para el que la tranquilidad es lo más importante, sin importar el costo.<br />
</span><br />
<div style="text-align: center;">
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">***</span></div>
</div>
<div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div>
</div>
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El 22 de enero de 1980 las calles de San Salvador acogieron la manifestación más multitudinaria jamás vista en el país. Héctor se atreve a calificarla como la más grande jamás vista en Centroamérica. Estimaciones conservadoras cifraron en 250,000 las personas que respondieron a la convocatoria realizada por la Coordinadora Revolucionaria de Masas, el más firme intento por unificar el crisol de movimientos sociales en que estaba fraccionada la izquierda salvadoreña.<br />
<br />
—Nunca se había visto algo así –dice–, y yo, honestamente, pensé que con esa manifestación iban a intentar tomarse Casa Presidencial.<br />
<br />
Fue tanta la afluencia que mientras algunos aún esperaban salir desde el monumento al Divino Salvador del Mundo, otros estaban ya frente a la catedral, donde se dice que comenzaron los disparos. Monseñor Romero registró sus impresiones en su diario personal: “A la altura del Palacio Nacional se inició un tiroteo que desbandó esta preciosa manifestación –preciosa manifestación, dice–, que era una fiesta del pueblo”. Para finales de enero su apoyo tácito a las organizaciones populares, y por extensión a sus reivindicaciones, tenía a la base el desencanto acumulado hacia la Junta Revolucionaria de Gobierno, de la que en ese momento Héctor era uno de los cinco integrantes. Aquel día, los principales funcionarios de Gobierno siguieron los acontecimientos encerrados en Casa Presidencial. Después de que las radios reportaron el tiroteo, Héctor y Monseñor Romero hablaron por teléfono.<br />
<br />
—Monseñor, esos disparos no son de soldados –le aseguró Héctor–. Acabo de consultar y me han garantizado que se cumplió nuestra orden de que no hubiera ningún agente de seguridad ni ningún soldado en el camino.<br />
—Pero hay gente en catedral que los está viendo disparar desde el Palacio Nacional.<br />
—No puede ser, Monseñor.<br />
<br />
Sí pudo ser.<br />
<br />
Cuando confirmó por otras vías la veracidad de la versión, Héctor se levantó en medio de una reunión de gabinete y pidió explicaciones al ministro de Defensa, el coronel Guillermo García, que encarnaba la línea dura dentro de la Fuerza Armada. La nueva versión era que en efecto habían dejado unos guardias para custodiar el Palacio Nacional y que se pusieron tan nerviosos que dispararon, pero sin órdenes de sus superiores. Hubo más disparos y más muertos en más lugares. Trece años después, la Comisión de la Verdad cifró entre 22 y 50 los fallecidos entre los manifestantes, además de un centenar de heridos.<br />
<br />
—Yo soy una persona muy tranquila, pero verdaderamente reaccioné con mucha violencia ese día –dice–. Creo que los militares nos estaban viendo la cara.<br />
<br />
Al día siguiente, 23 de enero, la tensión se mantuvo. Tras lo ocurrido en la víspera, unas 40,000 personas se habían refugiado en la Universidad de El Salvador, y el Ejército, desplegado en los alrededores, amenazaba con ingresar con el pretexto de que escondían armas. Monseñor Romero se presentó en Casa Presidencial para solicitar que levantaran el cerco militar, y esa visita fue el detonante para otro violento choque verbal entre las antagónicas visiones que había dentro del gabinete.<br />
<br />
Con el paso de los días la situación, lejos de calmarse, se tensó más: asesinatos, atentados, huelgas, ametrallamientos, tomas de fábricas, secuestros… En la madrugada del 23 de febrero un escuadrón de la muerte irrumpió en la vivienda de Mario Zamora, procurador general de la República y máximo exponente de la línea progresista al interior del PDC, con la que Héctor se identificaba. Lo ametrallaron en un baño de la casa.<br />
<br />
—Y ese sí ya fue el fin.<br />
<br />
Solo entonces se convenció de lo que ya sabía pero se negaba a admitir: que las fuerzas que empujaban el país hacia la guerra abierta eran más poderosas que las que trataban de evitarla. También al interior la Junta Revolucionaria de Gobierno de la que formaba parte.<br />
</span><br />
<div style="text-align: center;">
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">***</span></div>
</div>
<div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La conclusión a la que llegó esta comisión, después de haber oído testigos presenciales fidedignos y de haber platicado con numerosos corresponsales extranjeros que se encontraban en el lugar de los hechos, es la siguiente: </span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">1.) La manifestación convocada por la Coordinadora Nacional de Organizaciones Populares de Masas se estaba realizando en una forma pacífica y ordenada. Esta actitud desde un principio contrastó con la actitud provocadora de la derecha, a la que la misma Junta de Gobierno culpó como causante del desorden. </span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">2.) Antes de que se iniciara la balacera desde una avioneta se estuvo arrojando veneno contra los manifestantes. […] </span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">4.) Hay una gran convergencia de opiniones en señalar a estos guardias nacionales del Palacio Nacional como los responsables de la balacera. </span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">5.) Algunos de los manifestantes defendieron a sus compañeros disparando también con armas de fuego. […] </span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">7.) Aunque sí hubo posteriormente acciones de repudio por parte de algunos miembros de las organizaciones populares (quema de algunos autos, saqueos), la mayoría no se dejó provocar como tal vez hubieran deseado los de la derecha, sino que se refugiaron en templos o edificios cercanos y varios miles sin dispersarse se fueron a proteger ordenadamente en el recinto de la universidad nacional. […] </span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">9.) Toda la información radial de estos acontecimientos fue controlada por el Gobierno, quien ordenó que se mantuvieran por más de 48 horas las emisoras de radio en cadena nacional, difundiendo solo la versión oficial. </span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">10.) La prensa nacional publicó solo fotografías de los manifestantes que andaban armados, pero no de las actitudes de la derecha y de la Guardia Nacional que los agredió.<br />
<br />
<i>(Monseñor Romero, homilía del 27 de enero de 1980)</i> <br />
</span><br />
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Durante finales de los sesenta y en buena parte de la década de los setenta Héctor tuvo una intensa actividad política como militante de la democracia cristiana. Tras el golpe de Estado del 15 octubre de 1979, se desempeñó como canciller durante la primera Junta Revolucionaria de Gobierno e integró la segunda Junta tras la recomposición de enero de 1980. Mantuvo además una privilegiada relación con Monseñor Romero, que terminó convertido en un actor político trascendental del trienio 1977-1980. Héctor tiene mucho que decir sobre lo ocurrido en esos años, pero aún no se anima.<br />
<br />
—Desde hace mucho tiempo tengo el guión hecho para escribir un libro algún día, pero debo confesarte, Roberto, que me cuesta mucho hablar de estas cosas.<br />
</span><br />
<div style="text-align: center;">
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Convencido de que nada podía detener la guerra civil, y sabedor de que era objetivo prioritario de los escuadrones de la muerte, el 3 de marzo de 1980 Héctor renunció a su cargo en la segunda Junta y decidió abandonar de inmediato el país. Pero antes visitó a Monseñor Romero.<br />
<br />
—¿Él no le pidió que se quedara? –pregunto.<br />
—No, le di las explicaciones de mi decisión y le dije: esto, Monseñor, no va hacia ningún lado.<br />
<br />
En realidad, el país sí fue hacia algún lado: directo a un precipicio del que tardaría más de una década en salir. Héctor se exilió, y desde la lejanía vivió el principio del fin: tan solo durante el primer año de exilio asesinaron al arzobispo, asesinaron al rector de la Universidad de El Salvador, violaron y asesinaron a cuatro religiosas estadounidenses, torpedearon cualquier posibilidad de diálogo con la tortura y el asesinato de seis dirigentes del FDR, la guerrilla lanzó la Ofensiva final, se creó el Batallón Atlacatl… Socorro Jurídico del Arzobispado cifró en más de 28,000 los asesinatos de civiles tan solo en 1980 y 1981.<br />
<br />
Tras aquel último encuentro, Héctor voló hacia México, solo, y nunca más volvió a ver a Monseñor Romero. Pero su esposa Gloria sí visitó al arzobispo el 12 de marzo y le facilitó el número de teléfono de la casa en la que se hospedaba su marido. También ella le pidió consejo: la Policía de Hacienda ya había ido a buscarla a su lugar de trabajo.<br />
<br />
—Gloria, también usted debe de irse –le aconsejó–. Si se queda aquí, la van a matar.<br />
—El que está en peligro de que lo maten es usted –le respondió.<br />
—Pero usted está casada y tiene hijos, y yo soy obispo. Usted tiene que irse, y yo me tengo que quedar.<br />
<br />
Gloria también voló a México, lo hizo con boleto de ida y vuelta. Los hijos se quedaron en principio en El Salvador. El jueves 20 de marzo, Monseñor Romero tomó el número telefónico que la esposa le había dejado y lo marcó.<br />
<br />
—Héctor, ¿está allá su señora? –le preguntó secamente.<br />
—Sí, Monseñor.<br />
—Pues quítele el pasaporte y el boleto de avión, y que se quede con usted. Si regresa, la van a matar.<br />
—Sí, mi señora me contó que usted le recomendó eso.<br />
—Es que así son las cosas. Su señora se tiene que quedar en México.<br />
<br />
Monseñor Romero le colgó el teléfono. Pocas veces Héctor lo sintió tan imperativo, pero no hubo ninguna otra ocasión para preguntarle el porqué. A los cuatro días, ese mismo aparato volvió a sonar en torno a las 7 de la tarde. Esta vez el que preguntaba por él era Djuka Julius, un periodista de Tanyug, la agencia de noticias estatal de Yugoslavia, al que Héctor había conocido unos días atrás.<br />
<br />
—Me acaban de hablar de San Salvador –le dijo–, solo cuelgo y lo llamo a usted. No le puedo dar detalles porque ahora no sé más, pero acaban de matar a Monseñor Romero.<br />
<br />
Héctor sintió como si le dispararan en el pecho.<br />
</span></div>
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<div style="text-align: -webkit-auto;">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span><br />
<div style="text-align: center;">
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El asesinato Héctor lo interpretó como una operación de guerra desde un inicio, como un intento por deshacerse de la única persona que tenía la autoridad moral para llamar al diálogo. Quienes lo mataron quisieron matar la voz de la conciencia de un país entero. Quisieron matar la honestidad.</span></div>
<div>
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"> <br />
—Algunos sectores al inicio culparon a los grupos insurgentes, ¿usted llegó a dudar?<br />
—En absoluto. Cuando ocurre algo así, la primera pregunta que uno debe hacerse es quién gana con eso, y la derecha en El Salvador fue tan torpe que permitió que la izquierda recibiera los frutos de la popularidad de Monseñor Romero, a pesar de que él criticaba con dureza todo tipo de lucha armada. También Estados Unidos necesitaba una solución rápida, y yo no sé cuánto se involucró el grupo de asesores norteamericanos, pero el asesinato me parece que fue una acción que pretendía forzar a lo que los norteamericanos me dijeron a mí el 14 de febrero de 1980: que la guerra la podían ganar en no más de seis meses.<br />
<br />
Cuando escuchó ese argumento en boca de un alto representante de la embajada de Estados Unidos, Héctor sonrió y le respondió que al fin oía un punto en común con el pensamiento de la guerrilla en ciernes: que la guerra sería corta.<br />
<br />
―Había una obsesión entre los estadounidenses de que podían derrotar a la guerrilla así –y chasquea sus dedos– si les soltaban las manos. Y Monseñor Romero era la persona que les amarraba las manos.</span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span><br />
<div style="text-align: center;">
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La Comisión concluye lo siguiente:<br />
<br />
1. Existe plena evidencia de que:<br />
<br />
El ex-Mayor Roberto D’Aubuisson dio la orden se asesinar al arzobispo y dio instrucciones precisas a miembros de su entorno de seguridad, actuando como “escuadrón de la muerte”, de organizar y supervisar la ejecución del asesinato.<br />
Los capitanes Álvaro Saravia y Eduardo Ávila tuvieron una participación activa en la planificación y conducta del asesinato, así como Fernando Sagrera y Mario Molina.<br />
Amado Antonio Garay, el motorista del ex-capitán Saravia, fue asignado y transportó al tirador a la capilla. El señor Garay fue testigo de excepción cuando desde un Volkswagen rojo de cuatro puertas, el tirador disparó una sola bala calibre .22 de alta velocidad para matar al arzobispo.<br />
<br />
</span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><i>(De la locura a la esperanza. La guerra de 12 años en El Salvador. Informe de la Comisión de la Verdad para El Salvador. Naciones Unidas, San Salvador/Nueva York 1992-1993)</i></span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span><br />
<div style="text-align: center;">
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
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<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
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</div>
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El jueves 15 de febrero de 2007 la Asamblea Legislativa, en sesión plenaria, debatió una propues</span><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">ta para nombrar a Roberto d’Aubuisson Arrieta Hijo Meritísimo de El Salvador. Ese día el llamado primer órgano del Estado se asemejó más un estadio de fútbol que a la sede del Poder Legislativo. Militantes y simpatizantes de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), el partido fundado por D’Aubuisson, llegaron a la sesión, pero eran minoría frente al nutrido grupo que llegó a oponerse al homenaje con carteles que explicitaban su rechazo. “D’Aubuisson, hijo meritísimo de la muerte”, decía uno. “No al asesino de Monseñor Romero”, decía otro. De entre todos los diputados, Héctor, representante entonces de un pequeño partido de centro-izquierda llamado Cambio Democrático, era el que más y mejor lo había conocido.</span><br />
<div>
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
—No era la primera vez que se discutía sobre Monseñor en la Asamblea. De vez en cuando los de ARENA se lanzaban a hablar pestes de él, y muchas veces me tocó decirle a alguno: usted nunca lo conoció, yo sí, y lo conocí lo suficiente como para decir que usted está mintiendo.<br />
<br />
Pero aquel 15 de febrero optó por la prudencia. Incluso hubo un momento en el que, en medio de la discusión, subió a pedir calma a detractores y partidarios de D’Aubuisson. Cuando solicitó la palabra, habló poco pero sustancioso.<br />
<br />
—En esa ocasión solo les dije quién era Roberto d’Aubuisson.<br />
—¿Y quién era Roberto d’Aubuisson? –pregunto.<br />
—También lo conocí bien. Era un poquito menor que yo y siempre fue un pistolero, desde que tenía 16 años, borracho y pistolero. Y siguió siendo borracho y pistolero toda su vida.</span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Times, 'Times New Roman', serif;">-----------------------------</span></div>
<div>
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Times, 'Times New Roman', serif;">Este perfil está incluido en el libro <a href="https://www.facebook.com/pages/Hablan-de-Monse%C3%B1or-Romero/236076839742343">"Hablan de Monseñor Romero"</a>, cuya primera edición se publicó en marzo de 2011.</span></div>
</div>
</div>
</div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com2San Salvador, El Salvador13.69 -89.1913.607583 -89.303418 13.772416999999999 -89.076582tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-41911077207612361512011-06-26T14:32:00.000-06:002011-06-26T14:32:59.767-06:00La muerte de Pen-Pen<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El cadáver de Pen-Pen todavía está manejable; aún respiraba hace apenas seis horas. Lo tienen sobre una camilla metálica, envuelto con una sábana blanca manchada por la sangre que sale de los orificios. Miriam, la madre, está sentada cerca. Los grandes rulos en su cabello cano dejan entrever lo intempestivo de esta muerte. La casa es humilde, de madera, como se estila en el Caribe. Además de Miriam, la habitación está llena de familiares, de amigos, de curiosos. Todos son negros. Casi todos son jóvenes. El silencio se torna más silencio cuando en la puerta aparece uniformado el comisionado mayor Manuel Zambrana Bermúdez, la máxima autoridad de la Policía Nacional nicaragüense en 100 kilómetros a la redonda. Antes de entrar le ha tocado escuchar de todo. También para él esta ha sido una noche larga.<br />
<br />
—Dos o tres chavalos gritaban en la calle molestos cuando llegamos –me dirá el comisionado Zambrana dos días después en su despacho–, pero si averigua quiénes son, verá que son delincuentes con un rosario de antecedentes, con el mismo perfil de Pen-Pen.<br />
<br />
El comisionado Zambrana viene del hospital, de unas horas aún más tensas, pero quiere presentar en persona sus condolencias. “Sentimos mucho lo que pasó –dice a la madre–, y aquí estamos para ayudar en lo que podamos”. Después, le cuenta la versión oficial: al verse emboscado, Pen-Pen disparó primero y un policía respondió al fuego con los cinco o seis balazos que lo acabaron. Miriam le responde que está convencida de que su hijo presentía su muerte. La conversación es corta. Apenas termina, el comisionado Zambrana se despide con un abrazo tímido y se retira.<br />
<br />
En los días siguientes la muerte de Pen-Pen estará en boca de todos en Bluefields.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
Los 45,000 habitantes de su casco urbano son la mayor concentración humana en los 541 kilómetros de costa caribeña nicaragüense. Bluefields tiene título de ciudad desde 1903, pero basta desembarcar en el muelle municipal para comprobar que sigue siendo un pueblón, sin edificios ostentosos, sin grandes avenidas, con la cordialidad propia de los lugares donde todos se conocen. En Bluefields el camión de la basura es un tractor de la basura, y en los próximos días se colocará el primer semáforo. </span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/-ACVruJCBIyM/TgeWEZPG9uI/AAAAAAAAAlM/e_COjdU3AU4/s1600/bluefields01.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="300" src="http://4.bp.blogspot.com/-ACVruJCBIyM/TgeWEZPG9uI/AAAAAAAAAlM/e_COjdU3AU4/s400/bluefields01.JPG" width="400" /></a></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
<br />
La calle que corre paralela a la bahía se convierte, entrada la mañana, en una prolongación del mercado. Las aceras se llenan de puestos que venden peces del tamaño de un brazo, radios, quesos de todas las texturas, accesorios para celulares y una generosa variedad de frutas y verduras que se exhiben en grandes canastos de mimbre. No hay carretera asfaltada alguna que comunique con Managua, pero un ferry sube y baja varias veces por semana el caudaloso río Escondido desde el municipio de El Rama, y la ciudad está bien surtida, paradójicamente atestada de pequeños taxis que se mueven como hormigas alborotadas.<br />
<br />
Pero lo más característico de Bluefields es que se trata de una población indiscutiblemente multiétnica, donde conviven en aparente armonía –aparente– todas las tonalidades de piel imaginables entre el blanco nórdico y el negro subsahariano. Mestizos y creoles (negros) son los más numerosos, pero hay también indígenas miskitos y ramas, y negros garifunas. El idioma inglés se escucha en Bluefields casi tanto como el español.<br />
<br />
La historia explica mucho de esta heterogeneidad. El mismísimo Cristóbal Colón navegó frente a la bahía de Bluefields en septiembre de 1502, pero pasó de largo, un anticipo de la desidia por toda esta zona que los españoles mostrarían los tres siglos siguientes. Ese vacío de autoridad fue aprovechado por los piratas primero –el nombre de la ciudad se relaciona con un corsario holandés de apellido Blauvelt–, y por los británicos después, que comenzaron a tomar posiciones a mediados del siglo XVIII. Con ellos llegaron los esclavos. La independencia de Nicaragua poco o nada afectó en el hecho de que Bluefields siguiera viviendo de espaldas al resto del país. De hecho, durante buena parte del siglo XIX pasó a ser la capital de un estado prácticamente independiente, la Mosquitia, bajo tutela de británicos y estadounidenses. No fue hasta 1894, siete décadas después, cuando Managua consiguió, por la vía militar, imponer la bandera nicaragüense. Pasaron los duros años del somocismo y la esperanza de la Revolución, pero aún hoy el Caribe sigue siendo una zona mal comunicada, distante en todos los sentidos del Pacífico, con mutuos recelos y resentimientos, intensificados quizá por la agresiva migración promovida por el Gobierno central en la segunda mitad del siglo XX, que terminó por convertir a los mestizos en la comunidad étnica más numerosa en Bluefields.<br />
<br />
Para referirse a los mestizos de forma despectiva, en especial a los venidos desde la costa Pacífica, los negros usan la palabra pañas, en relación a España, para remarcar los distintos pasados de unos y otros. Para referirse a los negros de forma despectiva, los mestizos los llaman simplemente negros.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
Philmore Nash Price, alias Pen-Pen, nació en Bluefields el 17 de septiembre de 1975, en un barrio de negros llamado Puntafría, hijo de Miriam Price y de Cayaton Nash. Nació pobre y pobre era cuando murió a los 35 años de edad.<br />
<br />
“Son gente muy pobre. Dicen que la Policía les dijo que iban a ayudar, pero parece que nada, porque hoy vino una prima a decirme que no tenían ni para la caja”, me dijo en el porche de su casita Selma Clarck, de 75 años, una de las líderes del barrio. La prima le pidió otro favor en esa visita: que fuera a la Policía Nacional a pedir la fotografía de archivo de Pen-Pen, porque en casa no tenían ni una imagen suya.<br />
<br />
Pen-Pen era un delincuente consuetudinario. Su vida fue un constante entrar y salir de las celdas de la Policía Nacional o de la pequeña cárcel que el Sistema Penitenciario Nacional tiene en Bluefields. El largo expediente de antecedentes policiales tiene como punto de partida el 23 de julio de 1991: “Detenido por presunto autor de lesiones graves”. Tenía 15 años. De ahí, el rosario al que se refiere el comisionado Zambrana. Los delitos que se repiten con más frecuencia son robo con violencia y robo con intimidación, si bien el listado incluye amotinamiento, amenazas, lesiones, extorsión, daños a la propiedad, fuga, atentado contra la autoridad y sus agentes… Si hubiera que buscar en Nicaragua un ejemplo de rotundo fracaso en el objetivo constitucional de reeducar a los privados de libertad para reintegrarlos en la sociedad, ese sería Pen-Pen. La Policía, pues, lo tenía en la mira, y también buena parte de los blufileños en un pueblón donde todos se conocen. La primera vez que lo oí mencionar fue en boca de la mesera del primer comedor en el que me senté apenas llegué a la ciudad. “Esta madrugada –me dijo– mataron a un hombre en Puntafría, por la cancha; era un ladrón, un asesino, un violador… lo tenía todo pues, completo”.<br />
<br />
En febrero de este año había sido juzgado en ausencia. Se sabía un objetivo de la Policía y ya no vivía en Puntafría. Unos dicen que tenía una casita en Willing Cay, un cayo ubicado unos 50 kilómetros al sur. Otros dicen que se había instalado más al sur todavía, en San Juan del Norte. Hay más unanimidad en afirmar que, meses atrás, había encontrado en el mar un fardo con cocaína, algo relativamente habitual en el Caribe nicaragüense, y se había comprado una panga con motor con la que, muy de vez en cuando, regresaba a Bluefields para visitar a su madre, a su esposa, a sus hijos.<br />
<br />
La noche de su muerte estaba con unos amigos, muy cerca de la casa de su madre, dicen que jugando cartas. Cargaba una pistola. El comisionado Zambrana aseguró que el forense confirmó que estaba drogado, que en su short le hallaron una pipa para fumar crack. Él andaba loco, me dijo. Locura o no, Pen-Pen le había dicho a más de una persona que estaba harto de huir como un fugitivo y que estaba dispuesto a morir, pero que no se iría solo.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
El Banco Mundial presentó en abril de 2011 Crimen y Violencia en Centroamérica, uno de esos gruesos y costosos informes que se lanzan con bombo y platillo y que, a pesar de que se usan para poco más que llenar un par de páginas de los periódicos al día siguiente, contienen datos interesantes. Contiene un mapa de Centroamérica coloreado en función de la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes. Los departamentos menos violentos aparecen en amarillo; se pasa al verde cuando la tasa comienza a elevarse; el verde se oscurece hasta convertirse en azul; y el azul es a su vez más oscuro en los lugares donde más sangre se derrama. La oscuridad azulada –una tasa arriba de 50– predomina en Honduras, en El Salvador y en menor medida en Guatemala. En Costa Rica, Panamá y Nicaragua todo es verde y amarillo. </span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-onP_S7KnahM/TgeWQeamjwI/AAAAAAAAAlQ/OWInc1VvIqw/s1600/bluefields05.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="291" src="http://1.bp.blogspot.com/-onP_S7KnahM/TgeWQeamjwI/AAAAAAAAAlQ/OWInc1VvIqw/s400/bluefields05.JPG" width="400" /></a></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
<br />
Dentro de esa relativa tranquilidad que se vive en Nicaragua hay matices. La Región Autónoma del Atlántico Sur (RAAS), cuya capital es Bluefields, está coloreada con un verde muy oscuro. En 2009 la RAAS cerró con una tasa de 30 homicidios por cada 100.000 habitantes, una cifra escandalosamente alta si se tiene en cuenta que el promedio nacional fue de 13. Teorías hay muchas, como la falta de oportunidades, el mismo racismo, o el hecho de que sea un enclave estratégico en la ruta caribeña de la cocaína, pero ninguna es concluyente. Bluefields es un lugar inexplicablemente violento dentro de un país inexplicablemente tranquilo que está dentro de Centroamérica, la región que, también inexplicablemente, es la más violenta del mundo.<br />
<br />
Aun así, la de Bluefields sigue siendo una sociedad en la que la máxima autoridad de la Policía Nacional llega a dar el pésame a la casa de la madre de un delincuente cuando un agente lo ha abatido.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
Me lo contó alguien que en 2006 coincidió con Pen-Pen en las celdas de la Policía Nacional: “En el patio de la Preventiva hay un tubo de hierro de dos pulgadas. Es el tubo del martirio. Ahí esposaban a Pen-Pen, las manos y también un pie. Lo tenían amarrado día y noche. Le tiraban la comida como a un cerdo. No podía movilizarse. En la noche le quitaban el grillete del pie, para que pudiera medio acostarse. Nueve meses estuvo así. Él pasó amarrado todo el tiempo que yo estuve adentro. Soy testigo del maltrato que se hacía contra los negros, ofensivo, con ánimo de desaparecer a las personas. El hacinamiento era total. ¿El trato que dieron a Pen-Pen? Totalmente discriminatorio. Él los puteaba. Los vulgareaba. Les decía perros asesinos. Les decía de todo, pero era lo justo. Solo al final se flexibilizó un poco. El día siempre lo pasaba siempre amarrado al tubo. En la noche lo tiraban a dormir en una sala de detención. El tubo todavía ahí está. Todavía lo usan como tortura. El resentimiento de Pen-Pen hacia los policías era normal. Yo también lo tendría. Para mí, la Policía lo asesinó”.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
La capacidad es para 60, me dijo ayer el comisionado Zambrana, 80 máximo, pero en las celdas de la Policía Nacional en Bluefields se amontonan esta semana más de 130 seres humanos. La matemática suena asfixiante y urgente, pero el hacinamiento es un problema menor en el listado interminable de violaciones a los derechos de los privados de libertad.<br />
<br />
—¿Cuál es el motivo de la visita, por favor? –se alza sobre el murmullo una voz áspera.<br />
<br />
La Preventiva. Así se conoce el sector donde encierran a los más conflictivos. Decir que aquí hace calor es decir poco, y está tan oscuro que a las 11 de la mañana los bombillos los tienen encendidos. Hoy hay unos 70 internos repartidos en seis celdas, me dice Wismar Lewis, el risueño agente que me acompaña. Los otros 60 están en el Bodegón, el otro sector al que iré después.<br />
<br />
—Quiero escribir sobre las condiciones en las que están –respondo.<br />
—Está bien, man, dale… Hay muchas cosas que nos gustaría que se supieran afuera.<br />
<br />
La celda #3, la primera a mano derecha según se entra por el pasillo, es amplia, alta y caliente como sauna; encierra a diez jóvenes, un televisor, un calendario, ropa, un montón de recipientes plásticos, dos literas de madera y hamacas, varias hamacas suspendidas de la reja que tienen por techo, bajo unas láminas que la lluvia sabe burlar, y en Bluefields llueve con ganas; todos, casi todos, se amontonan en los barrotes de la entrada por la insólita visita, y hablan atropellado: dicen que se mojan cuando llueve, dicen que antes les daban jabón y papel higiénico, dicen que su comida está de tirarla y pegarla en la pared, dicen que en lugares así debería de haber psicólogos y gente comprensiva, y el calor ahoga, y las secuelas del burumbumbún, y uno llamado Carlos Coronado me dice que le gustaría que los jueces de vigilancia vigilaran, y otro grita desde su hamaca suspendida que necesitan una fumigación, por las chinches y los zancudos, y otros dicen que aquí hay reos con condena firme que deberían estar en una cárcel del Sistema Penitenciario Nacional y no en celdas de la Policía, y eso es lo mismo que me dijo el comisionado Zambrana.<br />
<br />
—Oye, un favor: ¿tenés dos pesos para comprar hielo?<br />
<br />
Hace calor y está oscuro… ¿Cuántos aquí? Se acercan a los barrotes, descamisados como si fuera sauna, y sí, casi todos son jóvenes, casi todos quieren contar su caso, como si nadie nunca les hubiera preguntado, y acá casi todos están por error, dicen, y luego piden que tome una foto a la comida que les dan, la chupeta que llaman, una combinación de mucho arroz y poco frijol que en verdad está de tirarla y pegarla en la pared, hervida nomás, sin sal, sin ajo, porque la Policía no tiene presupuesto para exquisiteces, todos los días de la semana lo mismo, y luego me piden otra foto, y se animan, y posan como si fueran equipo de fútbol, rifando barrio, y se ponen unos a otros las manos cachudas en la cabeza, como niños traviesos.<br />
<br />
—Por lo menos están sonriendo, ¿no? –me dice el risueño agente Lewis.<br />
—¡¡¡Periodista!!! –grita alguien–. Pero esto debería de contarlo en Managua, para que vean cómo la pasamos aquí.<br />
<br />
El que peor lo tiene es el del patio de la entrada, metido bajo el sol caribeño dentro de una caja metálica granate que usan como celda de castigo, parecida a un ascensor, solo que larga y estrecha, muy estrecha, y de la que ahora apenas salen los dedos de dos manos y una mirada de rencor; pero hasta él podría estar peor, porque enfrente de la caja metálica hay un tubo de hierro de dos pulgadas al que los privados llaman el Poste y que aún se usa para amarrar –las manos esposadas en la espalda, el tubo en medio– a los peor portados. Aquí es, pienso, donde Pen-Pen pasó amarrado como un perro, torturado. </span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://2.bp.blogspot.com/-0ehXi1ocjWM/TgeWYab0PdI/AAAAAAAAAlU/Qg4bnsrsD08/s1600/bluefields03.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="300" src="http://2.bp.blogspot.com/-0ehXi1ocjWM/TgeWYab0PdI/AAAAAAAAAlU/Qg4bnsrsD08/s400/bluefields03.JPG" width="400" /></a></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
<br />
—Mirá, español –dice la voz que hay dentro de la caja metálica, quién sabe si bromeando–, ahorita no te vamos a hacer nada, pero algún día…<br />
—Yo te voy a robar –interrumpe otro.<br />
—No, yo no –retoma la palabra–; yo no soy ladrón. Yo lo único que soy… yo soy asesino ya.<br />
<br />
Las celdas más pequeñas son la #6-01, la #6-02 y la #6-03, porque las tres eran una sola, solo que la pedacearon para que acoger por separado a mujeres y a menores de 18 años, y pienso en lo irónico que resulta que, entre tanta vulneración de derechos, se haya invertido en este logro mínimo, y hay otro al que llaman Perro me pide un euro, que me lo va guardar, dice, y otro despotrica contra la Policía, que son más ladrones que ellos, que algunos son calmados, como el risueño agente Lewis, pero otros los golpean, los maltratan, y eso lo oigo también en este otro sector, en el Bodegón, donde están los más disciplinados en otras tres celdas amplias y un poco menos oscuras y menos calientes con 23, 21 y 15 personas hoy, entre las que hay un viejito de 81 años llamado Juan Cruz Pérez, que también quiere contar lo suyo, pero ahora con quien me interesa hablar es con el hermano de Pen-Pen, negro también, creole, como la mayoría en estas celdas, que lleva encerrado aquí tres meses y medio, y de quien el comisionado Zambrana me dijo que tiene el mismo historial que su hermano.<br />
<br />
—Mataron a Pen-Pen, y ni la jueza ni la Policía me dieron permiso para llevarme al velorio o al funeral –se queja.<br />
—¿Y aquí qué se maneja que pasó?<br />
—No me ha venido a contar nadie nada, pero lo que yo oí por la radio fue que la Policía lo remató en el suelo.<br />
—Un crimen, eso es un crimen –dice otra voz, colérica.<br />
—¿Y tú veías seguido a tu hermano?<br />
—No, él vivía en Willing Cay. Él vino hace poco. Pero la Policía no debía de matarlo como animal, porque él no mató a nadie.<br />
<br />
Todavía no, quizá, pero Pen-Pen sí matará.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
En Bluefields hay una ONG llamada Creole Communal Government, que podría traducirse como el Gobierno Comunitario de los Negros. Tienen una modesta oficina en el barrio Fátima, en el segundo piso de un edificio situado cerca de la Lotería Nacional. Dolene Miller y Nora Newball, sus dirigentes más destacadas, me reciben una calurosa mañana para hablar sobre Pen-Pen. La conversación arranca con una interpretación de la historia en la que la incorporación definitiva de la Mosquitia a Nicaragua la ven como una anexión, el aprendizaje del español lo ven como una imposición, y la migración masiva desde el Pacífico la ven como la madre de todos los problemas. Están convencidas de que la sociedad nicaragüense es racista y, no importa de qué hablemos, en su discurso es evidente la diferencia entre el nosotros y el ellos: nosotros, los negros; y ellos, los mestizos, los pañas.<br />
<br />
—Nosotros tenemos un resentimiento histórico con el Pacífico –admite Dolene, una sonriente psicóloga, la que más habla–, pero ellos lo agravan más con el maltrato, y lo digo con conocimiento de causa.<br />
—Por ejemplo –dice Nora, una elegante y enjoyada señora, diputada suplente en el Parlamento Centroamericano–, en nuestros barrios negros no hay pulperías; en los barrios mestizos, sí. Eso es por los programas del Gobierno, porque a ellos les dan ayuda, créditos, cada vez les financian más y más, pero solo a ellos mestizos; para nosotros, los negros, los trámites son más engorrosos. Y ojo, que nosotros no estamos justificando ningún asesinato ni ningún robo, pero hay que ser realistas.<br />
<br />
A Pen-Pen lo conocen de oídas, por la fama que le precedía, pero sobre todo por lo que sobre él se ha dicho y escrito desde su muerte. Cuando lo defino como un delincuente, me corrigen de inmediato: era una persona con un problema en la sociedad.<br />
<br />
—Para nosotros –dice Dolene–, la Policía lo quería muerto. ¿Por qué? Eso no lo sabemos. Pero parece como si la Policía estuviera haciendo una limpieza social camuflada.<br />
—En dos años –interrumpe Nora, airada– han matado como a cuatro muchachos que para ellos eran como un estorbo en la sociedad, ¿me entendés? Mire, la Policía va a terminar matando a todos nuestros jóvenes…<br />
<br />
Casi al final, me admitirán que ni se acercaron a la casa de Pen-Pen para preguntar qué es lo que realmente ocurrió. </span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://2.bp.blogspot.com/-6JXH5oXY5UM/TgeWo50jWTI/AAAAAAAAAlY/jJQDyVlwwes/s1600/bluefields02.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="300" src="http://2.bp.blogspot.com/-6JXH5oXY5UM/TgeWo50jWTI/AAAAAAAAAlY/jJQDyVlwwes/s400/bluefields02.JPG" width="400" /></a></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
Burumbumbún en la Preventiva. Es mediodía del martes y, después de más de 24 estériles horas en huelga de hambre, los privados de libertad deciden subir el tono de su protesta. Lo primero siempre es romper los candados. Cualquier objeto contundente sirve; de preferencia, la madera recia de las pocas camas que quedan en las celdas.<br />
<br />
—¿Y qué hacen los policías? –preguntaré a Chandy mañana.<br />
—La Policía solo queda ahí, viendo a uno… ¿qué van hacer? Na. Subir pa’rriba a decir al jefe –me responderá en su limitado castellano.<br />
<br />
Chandy Vargas –joven, tatuado, musculoso, negro– estará en libertad mañana, después de 3 meses y 17 días en la Preventiva, pero eso será mañana; ahora es uno a los que más parece entusiasmar este motín originado por la retardación de justicia. No tardan en destrozar los candados para salir todos al patio donde está el Poste; ahí gritan, chillan, golpean las paredes con objetos contundentes, queman lo que encuentran… Es lo que Chandy llama el burumbumbún. La idea es llamar la atención, conscientes de que la delegación policial está a apenas dos cuadras del mercado municipal. Los policías están tan acostumbrados que poco se alteran ya. Se repliegan y los dejan hacer, siempre y cuando no intenten pasar del patio. Hay un pacto tácito de no agresión. Después llegará alguna autoridad policial o algún defensor de derechos humanos o periodistas o Miss Popo o, si la cosa se pone realmente fea, alguien en nombre del Poder Judicial.<br />
<br />
—Casi siempre protestan por lo mismo: la retardación de justicia –me dirá el comisionado Zambrana.<br />
—¿Casi siempre? ¿Cada cuánto se amotinan?<br />
—Es una constante. En cuatro meses hemos tenido cuatro de relevancia, pero conatos hay a cada momento. Aquí, en Bluefields, las celdas preventivas de la Policía se han convertido en un sistema penitenciario. El centro penal tiene a 90 presos, y nosotros, a 130, de los que casi la mitad tienen condena firme. Aquí solo deberíamos tener a diez o doce.<br />
<br />
Las leyes nicaragüenses son explícitas. Cuando la Policía detiene a alguien, debe pasar ante un juez de audiencia en menos de 48 horas; si el juez decide prisión preventiva, el encierro se hará en un centro penal del Sistema Penitenciario Nacional (SPN). En Bluefields hay una pequeña cárcel que está a la par de las celdas policiales, pero el SPN ignora desde hace años las leyes y recibe internos a cuentagotas bajo el argumento de que la cárcel está llena. La consecuencia es que, en unas de las ciudades más violentas de Nicaragua, decenas de delincuentes cumplen su condena o su prisión preventiva hacinados en las celdas policiales, sin beneficios carcelarios ni controles ni talleres ni personal cualificado; fuera, en definitiva, del SPN, la institución que tiene como objetivo “la reeducación del interno para su reintegración a la sociedad”. Y todos esos privados de libertad dejan de serlo algún día.<br />
<br />
Consciente de que el problema lo generan otras instituciones, al comisionado Zambrana le toca lidiar con los burumbumbún, y lo hace lo mejor que le dejan. La máxima autoridad de la Policía Nacional en 100 kilómetros a la redonda es una persona accesible y franca, que le gusta mirar a los ojos de su interlocutor; sin su uniforme, parecería más un profesor de secundaria que un comisionado mayor. En menos de un mes, y sin haber pasado siquiera un año en Bluefields, lo regresarán a Managua, dicen que por atreverse a encerrar a Frank Zeledón, uno de los mestizos intocables de la ciudad. Al conocerse la noticia, miles de blufileños se tomarán las calles para protestar por el traslado.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
Se llama Dalila Marquínez, aunque todos en la ciudad la conocen como Miss Popo o la Popo. El sobrepeso la hace ver mayor, pero tiene 46 años, y es una de las líderes más respetadas de la comunidad negra de Bluefields. Su mañanero programa en Radio Rhythm, una emisora local, es un referente indiscutible. Las autoridades, incluida la Policía Nacional, la consideran una mediadora capaz de aplacar conflictos sociales; los reos también piden su presencia cada vez que en las celdas hay un motín.<br />
<br />
Miss Popo vive en un barrio de negros llamado Beholden, uno de los más problemáticos y míseros, sin aceras, lleno de láminas oxidadas y con regueros de aguas blanquecinas y fétidas que corren libres por los pasajes. La casa de Miss Popo, sin embargo, es de reciente construcción, grande, y tiene un espacioso porche caribeño. Ahí nos sentamos para hablar sobre Pen-Pen. Ella acompañaba al comisionado Zambrana la mañana en la que llegó a dar el pésame a Miriam, la madre. Todos eran negros. Casi todos eran jóvenes. A Miss Popo le tocó mediar para calmar los ánimos. Esta no es ni la hora ni el momento para actuar así, les dijo, el hombre quiere entrar para hablar con la mamá.<br />
<br />
—En la Policía –me dice ahora Miss Popo con su particular voz, tan poderosa que parece un regaño– hay un expediente de todo lo que hizo y lo que no hizo Pen-Pen. Pero yo te voy a decir algo: ahora todo mundo va a echarle flores porque lo mató la Policía, pero yo estoy segura de que casi toda la gente de Puntafría está en paz porque han matado a Pen-Pen. No lo van a decir así, porque son unos pares de hipócritas, pero segurito de que están feliz por lo que ha pasado.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
Al filo de las 2 de la madrugada del martes 10 de mayo de 2011 un agente de la Policía Nacional nicaragüense acribilló a Pen-Pen. El cuerpo quedó no muy lejos de la humilde casa de madera donde se crió, cerca de una hilera de láminas oxidadas, sobre una angosta acera en la calle del 4 brothers, el bar que da nombre a todo ese sector del barrio Puntafría.<br />
<br />
Su muerte es verdad inamovible. Pero cómo se llegó a esa situación depende de los prejuicios y de los intereses de quien cuente lo que pasó. Hay unanimidad en que una llamada telefónica de alguien de Puntafría alertó a la Policía Nacional de que Pen-Pen estaba en el barrio. Un pick up con cuatro agentes del turno nocturno se desplazó a la zona, formaron dos parejas, y acordaron una maniobra envolvente para evitar la huída. Parece ser que Pen-Pen jugaba naipes con un primo y otros conocidos. Al ver a dos policías en un extremo de la calle, se paró y huyó en dirección contraria, rumbo al pasaje más cercano. Al embocar, se topó de bruces con la otra pareja de agentes.<br />
<br />
La versión policial asegura que Pen-Pen huía pistola en mano y disparó a un agente en la cabeza a muy corta distancia; la instintiva respuesta del compañero fue vaciarle el cargador. La versión de familiares, amigos y del Creole Communal Government asevera que Pen-Pen en efecto disparó primero, pero que un agente respondió con un certero balazo en la pierna de Pen-Pen, lo que provocó que cayera al suelo y perdiera su pistola; al comprobar que su compañero uniformado estaba malherido, el agente se acercó y remató al negro desarmado que se retorcía de dolor.<br />
<br />
Sea como fuere, Pen-Pen murió de inmediato; entró directo en la morgue cuando lo llevaron al hospital de Bluefields. El suboficial de la Policía Nacional Evert Fernández ingresó en Emergencias con un balazo en la frente, sin orificio de salida. Lo lograron estabilizar y se gestionó de urgencia una avioneta para, al amanecer, trasladarlo al Hospital Lenin Fonseca de Managua.<br />
<br />
En los días siguientes la muerte de Pen-Pen estuvo en boca de todos en Bluefields. Es lo que sucede en sociedades en las que un homicidio aún es un elemento disonante.<br />
<br />
Diez días después, el suboficial Fernández murió en Managua.</span></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0Región Autónoma del Atlántico Sur, Nicaragua12.01066 -83.76603699999998310.8863335 -84.887937499999978 13.1349865 -82.644136499999988tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-78045172952956502442011-04-04T15:54:00.000-06:002011-04-20T16:00:21.015-06:00¿Cuál es el secreto de las cárceles nicaragüenses?<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Ubicado en las afueras de la ciudad de Tipitapa, a 22 kilómetros de Managua, el centro penal La Modelo alberga a 2,400 personas, un tercio de los privados de libertad que tiene Nicaragua. La calle de acceso es larga, recta y el asfalto es escaso, pero movimiento no le falta. Las visitas de familiares convierten el lugar en un vaivén decaponeras, nombre que aquí dan a unas bicicletas adaptadas para el transporte de personas, y uno intuye que se acerca a la entrada por el aumento desmesurado en el número de puestos de comida. Las primeras dos plumas que regulan el acceso están pintadas de negro y amarillo, y justo encima cuelga un rótulo grande y cuadrado que tiene dibujado el perfil de una botella y unas letras: Bienvenido al Sistema Penitenciario Nacional. Lo donó Coca-cola.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Entrar al recinto dentro del carro de Luis Amado Peña -el sacerdote encargado de la pastoral penitenciaria- resultó tan sencillo como ingresar a una residencial privada junto al presidente de la junta directiva. Pero ahora, al salir, el funcionario de turno –pantalón verde planchado y una camisa blanca impecable– abandona la sombra de la caseta y, después de saludar respetuoso y de intercambiar unas palabras, gira alrededor del pick up mientras se encorva ligeramente para mirar en los bajos del vehículo.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Desde hace unas semanas están revisando más –dice el padre Peña–. Es por esa fuga que te conté el otro día.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El pasado 18 de febrero un joven llamado Álvaro Valverde se fugó de Tipitapa. Se cree que lo hizo asido al chasis de un autobús. Cuando el bus se alejó lo suficiente, el joven se descolgó, paró un taxi que iba en sentido contrario y desapareció. Tres días permaneció prófugo, pero al cuarto Valverde regresó arrepentido a Tipitapa acompañado por su padre y su abogado. Desde entonces los controles son más estrictos.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—Ay –se queja el padre Peña–, pero los problemas son para resolverlos, no para cerrar las cosas.</span><br />
<br />
<b style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Percepciones y cifras</b><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Nicaragua es diferente. En materia de seguridad ciudadana, Managua se percibe como una ciudad infinitamente más tranquila que el resto de capitales del llamado CA-4: Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. Aquí son excepción los negocios que tienen guardas de seguridad con fusiles, está profundamente arraigada la costumbre de compartir un taxi con desconocidos, y en la noche las sillas se toman las entradas de las casas porque miles salen a tomar la fresca.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">No se trata solo de percepciones. En 2009 la tasa de homicidios por cada 100,000 habitantes fue de 71, 67 y 53 en El Salvador, Honduras y Guatemala, respectivamente. En Nicaragua no pasó de 13.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">“Si vos querés conocer un país, conocé sus cárceles, porque en las cárceles está el país en pequeño”. La frase, una paráfrasis tropicalizada de un reconocido aforismo, sale como un torrente de la boca de Auxiliadora Urbina, la procuradora especial de personas privadas de libertad, de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) de Nicaragua. Eso dice su tarjeta de presentación, pero en el país se la conoce como la procuradora de cárceles.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Urbina llegó a la PDDH en 2006, y lo primero que hizo fue encargar un diagnóstico del Sistema Penitenciario Nacional (SPN). El estudio evidenció serios y lógicos problemas y vulneraciones de los derechos humanos en las áreas de infraestructura, alimentación y sanidad. Pero se detectó una gran fortaleza: la actitud de los funcionarios del SPN, que terminó dibujado como un grupo humano que, en líneas generales, está predispuesto a los cambios y tiene bien asimilado que su función es reeducar al interno para su reintegración a la sociedad.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El SPN emplea a casi 1,200 personas para atender una red de ocho cárceles construidas para 5,100 privados de libertad, pero en las que se amontonan unos 7,200. El presupuesto asignado para 2009 apenas superó los 6.6 millones de dólares, una fracción de lo que un país como El Salvador destina tan solo para alimentar a su población penitenciaria.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">“Aquí las instituciones son más pobres, con menos formación, pero con una actitud que mueve montañas”. Urbina da vida así a los números en un tono casi épico, atribuible también al corporativismo que caracteriza a los empleados públicos nicaragüenses. Mueva o no las montañas, lo cierto es que hay elementos propios del SPN que, en el contexto centroamericano, cuesta digerirlos porque parecen más propios de otras latitudes.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El ejemplo más claro quizá sea la iniciativa que, impulsada por la PDDH y certificada por una universidad privada, ha servido para capacitar en los últimos cinco años a 500 internos con un diplomado de 180 horas en derechos humanos. Suena contradictorio, pero la idea es que los reos conozcan sus derechos y puedan exigir que se les respeten, a pesar de que lo exiguo de su presupuesto impide al SPN satisfacérselos.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Esta es una de las peculiaridades de las cárceles nicaragüenses; otra, en un plano si se quiere más simbólico pero no menos significativo, es que cada año desde hace más de una década celebran unos juegos deportivos que congregan en Tipitapa a internos de los ochos penales, y también hay olimpiadas de matemática y de poesía.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Del otro lado de la moneda, el de las carencias, también hay mucho que decir. Las limitaciones son notorias, imposibles de ocultar, comenzando por el hecho de que las instalaciones son antiquísimas y están obsoletas. La mayoría se construyeron durante el somocismo al que puso fin la revolución de 1979.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Bluefields, la ciudad más grande de la costa caribeña, tiene por cárcel una galera oscura y mal ventilada en la que no hay servicio de agua potable por tubería ni tampoco de aguas negras. “Allá es otro mundo”, “Es la vergüenza de Nicaragua” y “Hacinamiento extremo” son algunas de las frases que escucharé durante el reporteo para referirse a este centro. Un informe especial sobre las cárceles en la costa Caribe presentado en 2008 por Naciones Unidas incluye una cita concluyente sobre lo que sucede cada día al interior de Bluefields: “Se observó la entrega de alimentos, y en lo referido a la cantidad de alimentación, la ración es medida con una pequeña taza cafetera”.</span><br />
<br />
<b style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Cárceles hacinadas</b><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En Nicaragua hay 13 personas encarceladas por cada 10,000 habitantes, una cifra baja si se compara con las 40 de El Salvador, similar a las 15 de Honduras, y alta cuando la comparación es con Guatemala, donde son solo 8 por cada 10,000. No se trata pues de un país en el que no se delinque ni mucho menos. De hecho, las cárceles nicaragüenses están al 140% de su capacidad, y el problema, lejos de solucionarse, parece que se agravará en los próximos meses.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Roberto Orozco trabaja para el Instituto de Estudios Estratégicos y Políticas Públicas (IEEPP) y su especialidad es el área de la seguridad. Cree tener la explicación a por qué en poco más de 12 meses se ha pasado de 6,000 a 7,200 privados de libertad, un aumento del 20%. “De un año para acá –explica Orozco–, la Policía Nacional y el ejército están golpeando duro, sobre todo al narcotráfico y al narcomenudeo, y creemos que es porque uno de los elementos de la campaña electoral de Daniel Ortega será la seguridad, y él quiere presentar cifras contundentes”.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Sin haber sido declarada, señala Orozco, “en Nicaragua ahorita hay una política de mano dura”, lo que está afectando al SPN no solo en cuanto al hacinamiento, sino que también comienza a sentirse la capacidad de corrupción que tiene el dinero que se mueve alrededor de la droga. “El sistema se está volviendo más cuidadoso, porque no queremos que la droga se venga a enseñorear del país, como ya pasó en otros países”, dice la procuradora Urbina.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El padre Peña ilustra con una anécdota lo que para él también es una verdad inamovible: que cada año aumenta el número de privados de libertad que tienen relación con el tráfico de drogas, y que esta es una de las razones por las que el SPN se está encerrando cada vez más en sí mismo. Hace unas semanas le pasó algo que no le había ocurrido en casi 20 años –los que lleva al frente de la pastoral penitenciaria– de ingresos continuos en las cárceles: un funcionario nuevo le registró el maletín en el que cargaba sus tiliches para oficiar la misa sabatina en Tipitapa.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Eso sí, ni la anécdota le impide alabar también la actitud de los funcionarios como uno de los elementos diferenciadores de los centros penales nicas, y atribuye la cerrazón actual a decisiones tomadas fuera del SPN. De hecho, de un tiempo a esta parte se está vulnerando el Reglamento de la Ley del Régimen Penitenciario, que establece con claridad que es la directora general del Sistema Penitenciario la que debe autorizar los ingresos; sin embargo, esas decisiones ahora se toman, sin que esté muy claro sobre qué criterios, en los despachos de Gobernación, el ministerio al que pertenece el SPN.</span><br />
<br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">“Las cárceles hay que abrirlas a las iglesias, a las organizaciones, a los medios de comunicación… ¡No hay que tenerles miedo!”, resume su filosofía el padre Peña.<br />
<br />
<b>ONG con ingreso vetado</b><br />
El Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh), una de las ONGs con mayor reconocimiento internacional y trayectoria en defensa de los derechos de los privados de libertad, tiene vetado desde hace casi dos años su ingreso en las cárceles por el Ministerio de Gobernación. Wendy Flores, la abogada que dentro del Cenidh está más pendiente de esta temática, tiene claro que se trata de una represalia a las críticas que realizan al gobierno del presidente Daniel Ortega en materia de derechos humanos.<br />
<br />
La entrevista se realizó una tarde en la que medio centenar de jóvenes simpatizantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) se apostó frente al local del Cenidh durante varias horas con música a un volumen ensordecedor.<br />
<br />
“Desde la década de los noventa siempre habíamos podido acceder, y también nos hacían llegar las estadísticas sobre los internos, pero ahora nos sorprende que haya tanta restricción, casi como si fuera un secreto de Estado”, se queja Wendy Flores.<br />
<br />
Sin embargo, ni siquiera el hecho de que el Cenidh sea visto desde el Ejecutivo casi como oposición política eleva el tono de las críticas o añade nuevos elementos a las consabidas carencias en infraestructura, sanidad y alimentación.<br />
<br />
—¿Y qué tipo de denuncias reciben aquí sobre la situación en las cárceles? –pregunto.<br />
<br />
—Contra alguno que otro funcionario, por agresiones o abuso de autoridad, pero son casos aislados.<br />
<br />
—¿Eso es todo?<br />
<br />
—También se dan situaciones como esta: que el funcionario no agrede directamente, pero ubica al interno en una galería donde probablemente pueda ser agredido.<br />
<br />
Eso es casi todo. Lo que ocurre en el sistema penitenciario nicaragüense ocupa poco más de 6 de las 232 páginas que tiene el último informe anual elaborado por el Cenidh sobre la situación de los derechos humanos en Nicaragua. Wendy Flores tampoco escatima los elogios al sistema: “Efectivamente, este sistema penitenciario siempre se ha caracterizado por tener como estrategia que los privados de libertad salgan con posibilidades reales de reinsertarse en la sociedad, por no tratar de excluir a la familia, y por trabajar muy de cerca con las iglesias y con organizaciones no gubernamentales”.<br />
<br />
—Bueno –comenta Wendy Flores cuando la plática deriva hacia una comparación con otros países–, es que la realidad en los sistemas penitenciarios en otros países de Centroamérica es muy dramática; uno escucha de cárceles incendiadas, motines, masacres, muertos… Todo eso es trágico, verdaderamente trágico.<br />
<br />
—¿Aquí nunca ha habido reyertas o motines?<br />
<br />
—Así como las que han ocurrido en El Salvador, Honduras o Guatemala, no. Nunca.<br />
<br />
No más tres ejemplos: en mayo de 2004 murieron calcinados más de un centenar de internos en la cárcel de San Pedro Sula, en Honduras; en enero de 2007 una reyerta dejó una veintena de fallecidos en la cárcel de Apanteos, en El Salvador; y en agosto de 2005, violentos choques entre pandilleros se saldaron con una treintena de asesinatos en cárceles guatemaltecas. En Nicaragua el suceso más grave de los últimos años es la muerte de un interno ocurrida en medio de unas protestas para denunciar la mala alimentación y la retardación de la justicia, en el penal de Chinandega, en noviembre de 2009.<br />
<br />
—Eso para nosotros fue muy grave. Y hace como ocho años hubo un amotinamiento en Tipitapa en el que murieron una o dos personas también, y eso fue algo gravísimo.<br />
<br />
Otra ONG que trabaja desde hace casi dos décadas adentro de los centros penitenciarios es la Fundación de Protección de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes Infractores de la Ley (Funprode). Como su mismo nombre deja entrever, esta ONG vela por los derechos de los menores de edad, pero en Nicaragua los adolescentes que han cometido un delito que requiere internamiento cumplen sus penas en los mismos recintos que los adultos.<br />
<br />
No debería ser así. Sandra Molina, coordinadora nacional de Funprode, invita a leer el artículo 214 del Código de la Niñez: “La medida de privación de libertad se ejecutará en centros especiales para adolescentes, que serán diferentes a los destinados para las personas sujetas a la legislación penal común. Deben existir, como mínimo, dos centros especializados en el país. Uno se encargará de atender a mujeres y el otro a varones”.<br />
<br />
El Código de la Niñez se aprobó en 1998, pero 13 años no han sido suficientes para levantar la infraestructura que permita su cumplimiento, y hoy en día unos 170 jóvenes cumplen su condena entre adultos, en clara violación a los tratados internacionales –suscritos también por el Estado nicaragüense– que prohíben esa práctica. “En el penal de Estelí los chavalos están en la misma galería que las mujeres”, ejemplifica Molina.<br />
<br />
Al contrario de lo que sucede con el Cenidh, Funprode no tiene trabas para ingresar a las cárceles, y rara es la semana que Molina no entra un par de veces: los martes en el penal de Granada, y los jueves, en el de Tipitapa. Conoce muy bien lo que se cocina dentro del sistema, y suscribe la lista de las limitaciones y las especifica. “En todos los centros es un requisito casi indispensable que la familia les lleve comida semanalmente, y en casos como Bluefields, la necesidad es tanta que les permiten llevarles los tres tiempos”.<br />
<br />
Molina se suma a las voces que señalan la actitud de los empleados del SPN como el principal elemento diferenciador: “Hay mucho que mejorar, pero el problema es de presupuesto, no es un problema de actitud ni de voluntad; yo creo que tenemos unos funcionarios humanos y humanizantes, sin ese concepto represivo que hay en otros países”.<br />
<br />
Entonces, ¿cuál es el secreto de las cárceles nicaragüenses? Sería demasiado pretencioso ofrecer una respuesta concluyente, pero todas las voces consultadas –las citadas de forma expresa en este reportaje y otras que hablaron bajo condición de anonimato– forman un coro que armónicamente repite dos ideas: por un lado, la actitud de los funcionarios del SPN; y por otro –y relacionado de manera directa con el primero–, que la sociedad nicaragüense en menos violenta que las de sus vecinos del CA-4. Parafraseando el aforismo, un pueblo que recurre menos a expresiones de violencia no puede tener como reflejo cárceles tan violentas como las de las sociedades que para solventar diferencias han interiorizado el recurso a la violencia.<br />
<br />
En el tiempo que como periodista he estado pendiente de los sistemas penitenciarios de Centroamérica me ha tocado hablar con funcionarios de distintos países y he visitado numerosas cárceles de Guatemala y El Salvador, pero no recuerdo haber escuchado tantas frases juntas que, a pesar de ser fruto del sentido común, suenan casi escandalosas fuera de Nicaragua. “Nadie está vacunado para no terminar algún día allí adentro”, me dijo la procuradora de cárceles, Auxiliadora Urbina. El padre Luis Amado Peña zanjó una de nuestras pláticas con una idea también simple, pero que suena a gran revelación: “Esa gente que está hoy adentro algún día va a salir; y si sale con más odios, ¡pobre sociedad!”</span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Times, 'Times New Roman', serif;"><div style="text-align: center;">-----------------------------------------------------</div>Este reportaje fue publicado el 4 de abril de 2011 en la sección Sala negra, del periódico digital salvadoreño El Faro. Fue republicada por Confidencial, de Nicaragua.</span>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-49928161290148936442011-03-23T20:01:00.000-06:002011-05-03T14:08:56.944-06:00Miguel Cavada, el compilador<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Era noche cerrada cuando la marea de candelas, pancartas y efigies llegó a las afueras de Catedral metropolitana. Como cada año, también en la procesión del trigésimo aniversario del asesinato hubo tiempo para la música y para los discursos. El alcalde de San Salvador, Norman Quijano, tenía esta vez su espacio reservado en la tarima principal, invitado por el Fundación Monseñor Romero. Cuando se hizo presente y subió las escaleras, no pocos lo abuchearon, lo silbaron, lo insultaron por ser militante del partido fundado por el mayor Roberto d’Aubuisson. La situación incomodó sobremanera al presidente de la fundación, Ricardo Urioste. Al ver que el aluvión de improperios no cesaba, se levantó, caminó hacia el micrófono y se armó de valor para decir algo parecido a esto: ¿saben qué les diría Monseñor Romero? Que no han entendido el mensaje de Jesucristo, porque el evangelio nos enseña que debemos respetarnos unos a otros, también a los que no piensan igual.<br />
<br />
Miguel Cavada escuchó la reprimenda desde su casa, por radio. Le pareció una actitud valiente la de Urioste, y a los pocos días, cuando se lo encontró, le felicitó.<br />
<br />
—Tuvo usted valor de enfrentar a toda la gente –le dijo.<br />
—Pues sí –respondió Urioste–, tanto que dicen que quieren a Monseñor Romero…<br />
<br />
Cavada me cuenta esta anécdota en agosto de 2010, como colofón a una conversación sobre las discrepancias que Monseñor Romero también tuvo con algunos sectores de izquierda.<br />
<br />
—¿Y usted –le pregunto–, cree que él habría actuado igual que Urioste?<br />
—Sí, claro, ¿no te he dicho que la primera vez que yo lo vi puteó a los del Bloque?<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
Miguel Cavada Diez nació el 11 de septiembre de 1956 en Pontejos, un minúsculo pueblo de vocación agro-pesquera situado en la provincia de Cantabria, en la costa norte española. Hijo de Felipe y de Montserrat, fue el sexto de nueve hermanos –siete varones, dos mujeres–, una familia humilde y numerosísima que solventó sus problemas de espacio solo cuando a Felipe su patrón le ofreció una casa dentro del aserradero donde trabajaba en El Astillero, el pueblo de enfrente, separado de Pontejos nomás por una estrecha franja de mar. Nunca faltó un plato de comida sobre la mesa, pero fueron años marcados por las estrecheces, nada de lujos ni de caprichos.<br />
<br />
—Con decirte que el viaje de novios de mis padres fue a Bilbao –dice Cavada. Trasladado a la realidad salvadoreña, sería como que alguien viajara desde el puerto de La Libertad a San Salvador.<br />
<br />
La infancia transcurrió sin grandes sobresaltos, entre el mar, el aserrín y los hermanos como cómplices principales de travesuras y juegos. Sus padres, aunque no eran devotos en exceso, sí les inculcaron la fe cristiana y las costumbres religiosas: rezar antes de comer, misa los domingos, catequesis… En catequesis precisamente fue cuando entró en contacto con la comunidad pasionista y, a los 18 años, en un momento de crisis personal, lo invitaron a un noviciado en Zaragoza, España, y un año después lo enviaron a estudiar Teología a Valencia.<br />
<br />
En Valencia estaba cuando ocurrió la tragedia. </span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-vCTVOsi1IMQ/TcBf49esn6I/AAAAAAAAAkc/kxF70xmPHoA/s1600/Copia+de+_8261773.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="272" src="http://1.bp.blogspot.com/-vCTVOsi1IMQ/TcBf49esn6I/AAAAAAAAAkc/kxF70xmPHoA/s400/Copia+de+_8261773.JPG" width="400" /></a></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
<br />
La madrugada del 12 de enero de 1977, el Ángel, un buque mercante de 100 metros de eslora, se hundió en medio de un fuerte temporal en el mar Mediterráneo, frente a la isla italiana de Cerdeña. El barco naufragó como consecuencia de un corrimiento de la carga que transportaba, que provocó, primero, la inclinación de la nave, y luego, su vuelco. Murieron 11 tripulantes, entre ellos el segundo maquinista, un joven de 25 años que realizaba uno de sus primeros viajes. Se llamaba Fidel Cavada Diez.<br />
<br />
—Yo estaba viendo el Telediario y ahí dijeron que el buque Ángel se había hundido. Llamé a mi casa y me confirmaron la noticia.<br />
<br />
La muerte de Fidel fue un antes y un después para toda la familia, pero quien más la sufrió fue Montserrat. Por la presencia de tantos recuerdos en la casa, pidió que se fueran a vivir a otro lugar, y se instalaron en un apartamento más alejado de la línea de mar. A Cavada también lo marcó la pérdida de su hermano. Cuando al final de esta entrevista le pida que me señale los momentos más trascendentes de su vida, mencionará cinco, y el primero será el naufragio del Ángel.<br />
<br />
Los otros cuatro sucedieron en El Salvador. Tras dos años en Valencia, Cavada llegó al país a mediados de 1978, cuando Monseñor Romero era ya arzobispo. Ser contemporáneo suyo y haberlo conocido es otro de los momentos importantes que señala, el segundo de su listado.<br />
<br />
—Yo siempre he dicho que tuve la dicha de conocer a Romero. ¿Y por qué? Porque me parece una persona muy humana, y no me refiero solo como obispo o como religioso. Es una persona buena en el sentido más estricto de la palabra.<br />
<br />
Monseñor Romero es la razón principal para haber pasado más de 30 años en El Salvador. Tras el asesinato, regresó a España unos meses a terminar sus estudios de Teología. Los finalizó y retornó a El Salvador en contra de la voluntad del provincial de los pasionistas, lo que desembocó en la ruptura con esa congregación. Monseñor Rivera Damas lo ordenó sacerdote en 1983, y casi toda la guerra la pasó asignado a la parroquia El Calvario, en Santa Tecla, donde le encargaron acompañar a las comunidades rurales repartidas en cantones y caseríos de la cordillera del Bálsamo. Iba de un lado a otro en el mismo Volkswagen Safari blanco en el que asesinaron al padre Rutilio Grande.<br />
<br />
—Fue una época bonita, muy bonita –dice–, en verdad que fue una suerte haber trabajado tan cerca de los campesinos y campesinas.<br />
<br />
Esa década tan tumultuosa para El Salvador a Cavada le brindó dos de los momentos de su particular listado, los dos en tono positivo: por un lado, en 1983 participó en la fundación del Equipo Maíz, una fructífera experiencia de educación popular vinculada a las comunidades de base, que aún subsiste; y por otro, el nacimiento en 1987 de su primera hija –luego tendría otro varón–, lo que lo llevó a dejar el sacerdocio y a casarse.<br />
<br />
—Yo me dije: me salgo de cura, sí, pero no me salgo ni de la Iglesia ni de El Salvador ni de la lucha que tiene este pueblo.<br />
<br />
Colgados los hábitos, se volcó aún más con el Equipo Maíz e intensificó su labor como docente y editor de textos en la UCA, sobre todo a partir de que el sacerdote jesuita Juan Ramón Moreno, uno de los mártires, le invitó a dar clases en el Profesorado de Teología. De esos últimos años Cavada menciona el quinto de los quiebres en su vida: la muerte en 2004 de Montserrat Diez Diez.<br />
<br />
—Para molestarla de niños le decíamos Montserrat Veinte –dice Cavada, un brillo de nostalgia en su mirada–. Ella y mi padre siempre me apoyaron, aunque les costara, en mi decisión de venirme a El Salvador, cuando era sacerdote y cuando ya no lo era.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
—¡Como si hubiera sido esta mañana! –responde Cavada cuando le pregunto si recuerda la primera vez que vio a Monseñor Romero.<br />
<br />
Fue el 29 de noviembre de 1978 en la iglesia de la Asunción, en Mejicanos, durante el funeral por Rafael Ernesto Barrera Motto, el padre Neto, acribillado a balazos el día anterior junto a tres integrantes de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), el brazo armado del Bloque Popular Revolucionario. Cavada, entonces un joven de 22 años que aspiraba a convertirse en religioso pasionista, había llegado a El Salvador pocos días antes, y lo habían enviado de un solo a una comunidad ubicada en el interior del país, en un municipio llamado Jiquilisco, en Usulután. Apenas tuvieron noticia del asesinato, un grupo de ellos viajó hasta Mejicanos para asistir al funeral.<br />
<br />
—¡La iglesia estaba así! –dice mientras me clava la mirada y junta las yemas de los dedos de su mano derecha.<br />
<br />
El padre Neto era el responsable de la pastoral obrera, y su contacto con las organizaciones del sector laboral era estrecho. El Gobierno se apresuró a presentar su muerte como la prueba definitiva de que había sacerdotes involucrados en la lucha armada. Días después, las FPL echaron más leña al fuego cuando en un comunicado presentaron al padre Neto como el compañero Felipe. Pero aquel 29 de noviembre Monseñor Romero no se casaba con esa versión aún, y así lo explicitó en su diario: “Continúan las conjeturas de que el padre Neto pertenecía a las FPL, pero todavía no podemos asegurar ni negar en sentido absoluto esta noticia”. Esa incertidumbre lo animó a desoír las voces dentro de la Iglesia que le pedían no asistir al funeral, si bien no desaprovechó la homilía para censurar lo que él llamaba la violencia sediciosa o terrorista, la practicada en definitiva por grupos como las FPL.<br />
<br />
—Eso no se me olvida –recuerda Cavada, quien escuchó la homilía cerca de la puerta–. Casi al final, cuando el coro cantaba una canción a la Virgen, van los muchachos del Bloque y empiezan a gritar: ¡porque el color de la sangre jamás se olvida! ¡Los masacrados serán vengados! Bueno, aquello era un mar de voces. Entonces Romero agarra el micrófono y dice, visiblemente enfadado: por lo menos esperen a que yo termine de dar fin a esta santa misa; después, ahí en la calle, griten las porras que quieran, pero aquí adentro no.<br />
<br />
Recién llegado a un país que pocas semanas atrás ni siquiera podía ubicar en un mapa, el joven Cavada carecía entonces de todos los elementos para juzgar la reacción del arzobispo. El análisis más sereno lo hizo tiempo después. “Puteó a los del Bloque”, me dice ahora, sentados en su despacho de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). La airada reacción la interpreta lógica y sobre todo coherente, muy coherente con lo que apenas tres meses atrás había plasmado en su Tercera Carta Pastoral, titulada La Iglesia y las organizaciones políticas populares. Monseñor Romero explicitó que la Iglesia debía acompañar a las organizaciones en sus justas reivindicaciones, pero bajo ningún concepto podía amparar la violencia “que algunos llaman revolucionaria”, señala el documento, y que “equivocadamente es pensada como último y único modo eficaz para cambiar la situación social”.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
Esta dimensión humana del padre Neto también se une con los otros hombres que junto a él son hoy cadáveres. Queremos también invocar sobre ellos el sentimiento humano; y si alguien criticara la presencia de la Iglesia junto a los que mueren en situaciones misteriosas como estos, podríamos decir: no es cristiano. La Iglesia tiene que estar donde hay valores humanos, la Iglesia tiene que salvar todo lo auténticamente humano y tiene que acompañar el dolor de madres, de esposas, de hijos, de todos aquellos que sienten en la repercusión humana del dolor, del misterio, de la inequidad. Por eso, hermanos, con todo derecho y sin ningún miedo, estamos celebrando estos funerales, porque es algo profundamente humano, y nada humano tiene que ser extraño al corazón de la Iglesia.<br />
<br />
(Monseñor Romero, homilía en el funeral del padre Neto, el 29 de noviembre de 1978)<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
Conoció a Monseñor Romero en vida, lo aplaudió y disintió, lloró su muerte como se llora la de una madre, lo acompañó en la misa-funeral de Catedral y su ejemplo se convirtió en una de las razones para quedarse en El Salvador. Sin embargo, tuvieron que pasar años desde el asesinato para que Cavada se encontrara con el Monseñor Romero más profundo, con el verdadero.<br />
<br />
—Yo antes sabía de Romero, porque lo conocí y porque había leído su biografía y todo eso, pero cuando me convencí de que era una persona realmente distinta es cuando empecé a leerlo detenidamente.<br />
<br />
Eso ocurrió al final de la guerra civil. Cavada eligió sus homilías como material de estudio para su tesis de graduación, que finalizó en 1992. Una década después, la UCA le asignó la tarea de elaborar la edición crítica de esas mismas homilías. El resultado final fueron seis volúmenes recopilatorios. Ahora está haciendo algo similar con las cartas pastorales, y cuando concluya con las cartas, le entrará al diario personal. Es quizá la persona que más ha estudiado a Monseñor Romero.<br />
<br />
—Y usted –pregunto a Cavada–, ¿cree que Monseñor Romero es santo?<br />
—Sí…–calla por un par de segundos–. Lo creo, lo creo.<br />
—Ha tenido que pensárselo...<br />
—Pero no porque dude. Creo totalmente en su santidad. Lo que pasa es que, ¿cómo decirlo? Romero era obispo, una persona con poder, con todo solucionado. Para mí, santos, en el sentido amplio de la palabra, es la gente del pueblo, los que no tienen nada y tienen que luchar día a día. El propio Romero llamaba santidad popular a todos los pobres que caían asesinados.<br />
—Pero ateniéndonos a los parámetros de la Iglesia, ¿cree en su santidad?<br />
—Sí, sí, claro. Hace tiempo lo debían de haber nombrado, lo que pasa es que en el Vaticano hay muchos cardenales que no aprecian a los obispos como Romero. ¿Sabe qué? El Parlamento británico lo había postulado para el Premio Nobel de la Paz, pero se metió el Vaticano por medio, y promovieron a la Madre Teresa de Calcuta. Y al final se lo dieron a ella.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
A mediados de 1979 Cavada se trasladó a vivir desde Jiquilisco a Mejicanos, siempre entre pasionistas. Estaba a punto de cumplir 23 años y estudiaba Teología en la UCA. En noviembre, Cavada dio un paso más en su vocación y decidió profesar los votos temporales, la antesala de los votos perpetuos que conllevan la pertenencia definitiva a una congregación religiosa. La ceremonia se desarrolló la tarde del 25 de noviembre en la iglesia de San Francisco, donde tenía su convento la comunidad pasionista encabezada por el padre Juan Macho. Asistió Monseñor Romero, de sotana, como casi siempre.<br />
<br />
—Yo estaba vestido de civil, y me pareció que Romero estaba un tanto extrañado porque él era muy tradicional en esas cosas. Ese día se me acercó, pero ni él me dijo nada ni yo tampoco a él.<br />
—Lo cuenta como si fuera una espinita que tiene clavada.<br />
—Sí, hombre. Lo que pasa es que yo era muy tímido. Tendría que haberle ofrecido la mano o algo, pero nos quedamos un buen rato así, sin decirnos nada. Después llegó no sé quién y se lo llevó. Fue la única vez que tuve la oportunidad de hablar con él.<br />
<br />
A Monseñor Romero lo asesinaron cuatro meses después. Eran días ya especialmente convulsos, tiempos de locura, con una sociedad polarizada y radicalizada. La guerra civil se mascaba. Un mes antes de aquella ceremonia en la San Francisco se había dado el golpe de Estado que llevó al poder a la Junta Revolucionaria de Gobierno, un último intento por buscar una salida política a la profunda crisis socio-política salvadoreña, que fue recibido con esperanza por Monseñor Romero. Ese apoyo tácito a la Junta fue muy criticado por las organizaciones populares, que vieron en el golpe solo una maniobra estadounidense para evitar que El Salvador siguiera los pasos de Nicaragua, donde en julio había triunfado la revolución. Cavada vivió muy de cerca, incluso en primera persona, aquellas críticas.<br />
<br />
—Como entonces estábamos muy cerca de la gente –dice– también nos contagiamos de sus dudas.<br />
—Si lo hubiera tenido enfrente en esos días, ¿qué le habría dicho?<br />
—No le habría dicho nada porque, como te digo, soy muy tímido.<br />
—Estamos especulando…<br />
—Bueno, le habría dicho: mire, Monseñor, hable con la gente.<br />
<br />
Fue varios años después cuando Cavada se convenció de que ya hablaba con la gente para formarse su criterio: consultaba con líderes gremiales, voceros de grupos insurgentes, nuncios, embajadores, altos funcionarios, militares, campesinos y dirigentes sindicales, pero también pedía su opinión a los pobres que se arremolinaban en las puertas del seminario para mendigar y a los que le pedían su bendición en recónditos cantones o en las puertas de cualquier iglesia.<br />
<br />
—Mi acercamiento a Romero ha sido después. Por utilizar un símil atrevido, lo he conocido ya resucitado, cuando entré en contacto con su palabra. Y todavía sigo estudiándolo. Ahí es donde he visto que este hombre era alguien realmente extraordinario.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
Los zapatos. A Cavada también le vienen a la memoria los cientos de zapatos que terminaron regados por la plaza Gerardo Barrios aquel 30 de marzo de 1980, tras la matanza perpetrada durante la misa-funeral. Sobre esa imagen me está hablando cuando suena su celular.<br />
<br />
—…<br />
—Estoy aquí aún, en la entrevista que me están haciendo.<br />
—…<br />
—Sí, pero si es por mí, yo estoy bien.<br />
—…<br />
—Bueno, salú.<br />
<br />
Es la segunda llamada en menos de media hora, las dos de América, su hija. Antes telefoneó para preguntarle si almorzarían juntos, y Cavada le respondió que no, que comería en la cafetería y que luego dormiría un rato en la biblioteca, apoltronado en un sillón. Ahora deja el celular sobre la mesa. Me mira, se siente en la obligación de darme una explicación.<br />
<br />
—Se preocupa mucho de cómo estoy porque la semana pasada me dieron quimioterapia. </span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://2.bp.blogspot.com/-LWSEHPZ6ySM/TcBgA5OGqTI/AAAAAAAAAkg/XVzvL-ix4vY/s1600/Copia+%25282%2529+de+_8261773.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="271" src="http://2.bp.blogspot.com/-LWSEHPZ6ySM/TcBgA5OGqTI/AAAAAAAAAkg/XVzvL-ix4vY/s400/Copia+%25282%2529+de+_8261773.JPG" width="400" /></a></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
<br />
Hace tres años a Cavada le diagnosticaron cáncer de pulmón. Demasiado humo. Comenzó a fumar a los 18 años y no lo dejó hasta que le detectaron dos tumores: el del pulmón y otro más en la cabeza. Está en tratamiento. Quimioterapia. Veintiún días de descanso y tres mañanas consecutivas de quimio. “Va para largo”, dice sin perder la sonrisa. Casi no tiene pelo en la cabeza, lo que de alguna manera le resalta aún más sus profundos ojos azules y su nariz aguileña. El habla es lo que más le ha cambiado. Su voz es desesperadamente áspera, como si quisiera gritar y susurrar al mismo tiempo. Pero quién sabe si por su devoción a Monseñor Romero, Cavada luce entero, lúcido, confiado. No deja de hacer planes de futuro. Otro día, en este mismo despacho, recibirá otra llamada, esta vez de un amigo que le propondrá ir a un retiro espiritual, a orar por su salud. Al colgar, volverá a sentirse en la obligación de darme una explicación, sin que yo se la demande.<br />
<br />
—Me dice que si quiero ir a una sanación. Yo le he dicho: gracias, pero te hablo cuando esté más desesperado.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
El atardecer de aquel lunes lo recibieron sentados en el patio de la iglesia, platicando sobre cualquier cosa mientras la oscuridad avanzaba. Allí estaban Cavada y otros jóvenes religiosos cuando un hombre entró y con él sus gritos.<br />
<br />
—¡Han matado a Monseñor Romero! ¡Han matado a Monseñor Romero!<br />
<br />
Al instante comenzó a aparecer más y más gente, alertados todos por la noticia del asesinato; primero era un goteo, luego un torrente. Todos llegaban a que les confirmaran lo que no querían escuchar. Alguien encendió una radio, y la incertidumbre se tornó poco a poco en tristeza. Aquella terminó siendo una larga noche.<br />
<br />
Los días hasta la misa-funeral toda la comunidad los pasó entre Catedral y la basílica del Sagrado Corazón, en estricto ayuno y sin apenas pegar ojo. La asignación era ordenar en filas y brindar ayuda espiritual a todos los que llegaban. Hubo muchos y sentidos abrazos. La comunidad pasionista terminó siendo una de las más activas. En la iglesia de San Francisco se pintaron dos de las mantas que armaron más revuelo: una decía Mons. Romero, profeta, y acompañó el traslado del féretro de un templo al otro; la otra, gigantesca, fue colgada en la fachada principal de la catedral y rechazaba la presencia de la Junta de Gobierno, del embajador estadounidense, de los obispos Aparicio, Álvarez y Revelo y del padre Freddy Delgado, acérrimos opositores los cuatro de la línea pastoral del arzobispo.<br />
<br />
Lo asesinaron antes de que Cavada hubiera platicado siquiera unos minutos con él. La timidez. Quién sabe, si esa plática hubiera ocurrido, quizá Cavada le habría dicho lo mismo que sobre él me dice para esta entrevista, quizá le habría dicho algo así: “Siempre fuiste un hombre honesto. Siempre fuiste claro para hablar, algo impropio de un obispo. Los obispos hablan mucha paja, pero tú… derecho. Creo que no solo quisiste a la gente, te dejaste querer por la gente. No solo influenciaste a las personas, te dejaste influenciar por las personas. Siempre me ha llamado la atención esa capacidad de comunicarte, de cuidar los pequeños detalles, de ir hasta el último caserío y estar allí con la gente. Eso no lo hace cualquiera, por eso es que tú has trascendido”.<br />
<br />
—Romero no es que sea progresista –reflexiona ante mi insistencia–. No es un Casaldáliga, pero a la vez va mucho más allá que un progresista. Los deja atrás a todos. Es una mezcla de lo antiguo con lo nuevo. Eso es lo que lo hace auténtico.<br />
<br />
Auténtico, dice Cavada. Cuesta concebir un adjetivo tan simple y la vez tan lleno de significado para definir a un ser humano.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">*** </div><br />
—¿Cómo preparaba sus homilías? –pregunto.<br />
—Lo primero, que no eran escritas. Él llevaba una hoja así –señala la mía, sucia de apuntes y garabatos–, con el guión nada más. Debajo, un puñado de hojas con nombres de víctimas, los lugares, todo. O fotocopias de documentos de la Iglesia.<br />
—¿Ese guión él lo elaboraba o se dejaba asesorar?<br />
—Iba por etapas. Durante la semana visitaba cantones y se entrevistaba con gente. No anotaba nada, pero se quedaba con todo. El sábado se reunía con sus asesores; padres casi todos. Aunque también había mujeres, como la directora de Orientación, y laicos como Roberto Cuéllar, el director de Socorro Jurídico, que le preparaba el informe de represión. Él tomaba notas de todas esas pláticas.<br />
—Esas asesorías, ¿hasta dónde llegaban?<br />
—Eran solo eso: asesoría. Después se quedaba él solo allá, en el Hospitalito, y ordenaba lo que iba a decir. A veces amanecía sin haber dormido. Lo último que hacía era orar, porque era un hombre muy de oración, sobre todo cuando tenía dudas. A donde quiero llegar es que las homilías no eran leídas, pero no eran casuales.<br />
<br />
La labor principal de Cavada entre 2004 y 2009 fue escuchar, analizar, interpretar y ordenar 193 homilías pronunciadas entre el 14 de marzo de 1977 y el 24 de marzo de 1980. El fruto de ese trabajo fue una colección presentada en seis gruesos tomos con pastas moradas bajo un título muy literal: “Homilías. Monseñor Óscar A. Romero”. La colección la tiene en su despacho, en la balda más alta de una estantería metálica. ¿La última homilía es la del 23 de marzo, la del famoso Cese la represión?, le pregunto. Cavada se levanta, da un par de pasos, toma el tomo sexto, y va directo a la parte final.<br />
<br />
—No, la última fue la de la misa en el Hospitalito –dice Cavada–. En el casete incluso se oye el disparo, y eso lo escribo al final.<br />
<br />
Sin levantar el dedo de la última línea, lee en voz alta: “En este momento sonó el disparo…”<br />
<br />
Después, todo es blanco.</span></div><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Times, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Times, 'Times New Roman', serif;">----------------------------------------------------------</span></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Times, 'Times New Roman', serif;">(Este perfil fue publicado el 23 de marzo de 2011 en el periódico digital El Faro, bajo el título de <a href="http://www.elfaro.net/es/201103/noticias/3808/">"Romero deja atrás a todos; la mezcla de lo antiguo con lo nuevo lo hace auténtico"</a>)</span></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-18461879287125640872011-03-20T10:02:00.020-06:002011-04-18T10:15:29.136-06:00El amigo de Monseñor Romero<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/-ihw8EWVTmaA/Taxi0xC6qOI/AAAAAAAAAkE/9FgJBxUHI2c/s1600/SalvadorBarraza.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="292" src="http://4.bp.blogspot.com/-ihw8EWVTmaA/Taxi0xC6qOI/AAAAAAAAAkE/9FgJBxUHI2c/s400/SalvadorBarraza.JPG" width="400" /></a></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div>Aquel sábado Monseñor Romero estuvo reunido en el Hospital Divina Providencia con dos de sus más estrechos colaboradores, el padre Rafael Moreno y el padre Francisco Estrada, jesuitas los dos. Primero había atendido a dos coroneles de la Fuerza Armada en una conversación cordial pero en la que no faltaron reproches, para luego quedarse solos los tres, ordenando ideas para la homilía del día siguiente. Estaba claro que no sería una más, que el país entero estaría más pendiente que lo acostumbrado de sus palabras. Era 20 de octubre de 1979, y la homilía que afinaban iba a ser la primera después del golpe de Estado.<br />
<br />
A las 11 de la noche los sacerdotes se retiraron. Cuando ya se habían ido, Monseñor Romero se percató de que el padre Rafael Moreno se había llevado por error los papeles en los que había anotado las ideas que se disponía a dar desarrollar. El toque de queda iniciaba a las 12, y necesitaba que alguien fuera hasta la residencia de los jesuitas, en Santa Tecla, para recuperarle sus anotaciones. Era un favor de esos que solo se piden a personas de entera confianza, y llamó a Salvador Barraza.<br />
<br />
No lo tuvo que repetir dos veces. Salvador se vistió, manejó su carro hasta Santa Tecla, recogió los papeles, desde allí se dirigió hasta el Hospitalito, se los entregó a su amigo, y se regresó a la casa, cerca de la Terminal de Occidente, sin que ocurriera inconveniente alguno. Salvador volvió a la cama, y Monseñor Romero siguió trabajando en soledad hasta las 4 de la madrugada.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">***</div><br />
Salvador vive hoy en la colonia Buenos Aires del barrio San Jacinto de San Salvador. El dinero que entra en la casa es poco, muy poco, y casi todo lo aporta su esposa Marta. Él trabaja como vendedor de mobiliario escolar, pero gana a comisión, y la venta está mala, nula en los últimos meses.<br />
<br />
—Don Salvador, ¿y usted no tiene su pensión?<br />
—No. Yo trabajé mucho, pero por mi cuenta, y uno de joven no piensa que algún día le faltará el trabajo.</span><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"></div><div style="text-align: -webkit-auto;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><br />
<div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Su casa es larga y estrecha. La sala es lo primero cuando se entra desde la calle. Está pintada de azul celeste, pero la humedad se ha encargado de ennegrecer algunas partes. No tiene techo falso, y el mobiliario es escaso: una mesa y sillas, dos sofás cubiertos con sábanas desteñidas, y un pequeño mueble de madera sobre el que descansa un televisor. Lo que singulariza esta sala es el montón de fotografías familiares que cuelgan de las paredes, algunas tomadas en los tiempos de la prosperidad, hace 30 o 40 años. Hay una fotografía ligeramente apartada del resto que es la que Salvador más estima.<br />
<br />
—Ahí estamos en México –me dice.<br />
</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-yPapF78cxgk/Taxi9ftfvDI/AAAAAAAAAkI/J1Fj2pNYC94/s1600/Copia+de+_9172440.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="312" src="http://1.bp.blogspot.com/-yPapF78cxgk/Taxi9ftfvDI/AAAAAAAAAkI/J1Fj2pNYC94/s400/Copia+de+_9172440.JPG" width="400" /></a></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La fotografía es en blanco y negro, y en ella aparecen sentados, en un plano corto, él y Monseñor Romero. La tomaron durante una de las funciones del Gran Circo Unión, en la capital mexicana, mientras los dos miraban un número de funambulistas. Sonríen. Monseñor Romero viste de civil y nada permite suponer que sea un arzobispo. Sin la explicación, lo que cuelga en la pared azul celeste ennegrecida es una imagen de dos amigos, sin más.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">***</div><br />
Salvador Barraza Ascencio nació el 31 de diciembre de 1936 en un mesón del barrio Candelaria, en el centro de San Salvador. La infancia ocupa hoy muy pocos de sus recuerdos. Ni siquiera se acuerda si eran siete u ocho los hermanos que resultaron del matrimonio entre Manuel y Virginia, sus padres. Fueron, eso sí lo tiene presente, años de dificultades que lo obligaron desde muy joven a trabajar para complementar los ingresos familiares. Empezó como ayudante en una gasolinera.<br />
<br />
La primera vez que dice haber visto a Monseñor Romero fue en una misa vespertina en la catedral de San Miguel, ciudad a la que viajaba con frecuencia a petición de los padres redentoristas, para los que trabajaba. En una ocasión, recién llegado desde San Salvador, Monseñor Romero le ordenó que se durmiera un rato porque en unas horas saldría de regreso a la capital.<br />
<br />
A inicios de los setenta, y animado por su esposa, Salvador pasó a ser su propio patrón. Nació Zapatitos Nenes, un negocio de venta de zapatos para niños que no tardó en convertirse en una saludable fuente de ingresos. Fueron los tiempos de la prosperidad, los tiempos que le permitieron, por ejemplo, viajar a Europa por puro placer.<br />
<br />
—El negocio iba bien, tenía clientela hasta en Guatemala y Honduras –dice ahora con nostalgia–, pero luego se puso duro. Con el terremoto del 86 y con la guerra muchos negocios desaparecieron, y eso también le pasó al mío.<br />
<br />
Ese trabajo le dejaba mucho tiempo libre, circunstancia que contribuyó a solidificar su amistad con Monseñor Romero: casi siempre estaba disponible para él. Se los veía juntos desde antes incluso de la consagración como obispo, y cuando salían en carro rara era la vez que no manejaba Salvador.<br />
<br />
—Pero yo no era su motorista –aclara, consciente de que muchas veces lo han presentado equivocadamente así–. Como arzobispo él tenía su motorista asignado, pero para las cosas de confianza me buscaba a mí, y también yo me encargaba de que saliera a distraerse, porque tenía mucha tensión. Íbamos seguido al mar, siempre andábamos hamacas en el baúl.<br />
<br />
Se hicieron compadres, literalmente. Monseñor Romero es el padrino de María Virginia, la mayor de los cinco hijos que Salvador procreó con sus dos esposas: Eugenia, la ex, con la que tuvo tres; y Marta, la actual, con la que tiene dos.<br />
<br />
Tras la quiebra de Zapatitos Nenes le tocó hacer casi de todo, pero siempre en el área de las ventas. Vendió camisas, vendió pastas Robertoni, vendió su carro... Pero nada volvió a ser igual. De los tiempos de la prosperidad queda tan solo la amistad con Monseñor Romero que, a su manera, aún cultiva desde el anonimato. Cada domingo, a pie o en un bus de la ruta 22, se desplaza hasta Catedral Metropolitana para escuchar la misa de las 9 junto al mausoleo donde yacen los restos de su amigo.<br />
<br />
—Y usted –pregunto a Salvador–, ¿cree que Monseñor Romero es santo?<br />
—Claro. Y no es solo que lo crea, sino que lo viví a la par de él. Tan solo ver esa convicción con la que entraba en las iglesias... Con Monseñor llegué a tener una confianza de hermanos, de buenos hermanos.<br />
—¿Notó diferencia en él antes y después de ser arzobispo?<br />
—Lo mismo. Yo igual lo llevaba a mi casa, igual jugaba con mis hijos, igual se acostaba en la haragana...<br />
—Algunos hablan como si se tratara de dos personas distintas.<br />
—No, nada que ver. Lo que sí es que tenía un carácter fuerte, pero eso antes y después. Como migueleño, pues. Carácter fuerte, pero también la otra cosa: la dulzura, la forma respetuosa de tratar, era bien mielita.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">***</div><br />
El nuncio apostólico para Guatemala y El Salvador en 1970 era el italiano Girolamo Prigione. Poco antes del atardecer del 21 de abril, monseñor Prigione habló con Monseñor Romero y le comunicó la decisión de la Santa Sede de nombrarlo obispo y el cargo asignado: obispo auxiliar de la arquidiócesis de San Salvador. Le pidió que lo meditara y que le respondiera en no más de 24 horas. Aceptó.<br />
<br />
La consagración se celebró dos meses después, el 21 de junio. El propio Prigione fungió como consagrante principal, y los co-consagrantes fueron monseñor Chávez y González y monseñor Rivera Damas, arzobispo de San Salvador y obispo auxiliar respectivamente. El cardenal Mario Casariego viajó desde Guatemala para el evento, además de los obispos salvadoreños y de otros llegados de distintos países de la región. Como maestro de ceremonias eligió a su amigo, el padre Rutilio Grande. La celebración se realizó en el gimnasio del Liceo Salvadoreño y fue realmente multitudinaria. Entre los cientos de invitados estaba Salvador, pero apenas pudieron hablar.<br />
<br />
—Llegó una buena cantidad de gente. Incluso el Tapón estaba allí.<br />
<br />
El Tapón al que se refiere es el entonces presidente de la República, el general Fidel Sánchez Hernández, que se sumó al largo listado de diputados, ministros y generales que asistieron. El grueso de las familias acomodadas de San Miguel, Ciudad Barrios y Santiago de María viajó en tropel a la capital. Hubo música, banquete, vino, discursos... Para el clero que estaba más en sintonía con las directrices consensuadas por los obispos latinoamericanos en la ciudad de Medellín dos años antes, la fastuosa fiesta fue la confirmación de que era un títere de la oligarquía. Un grupo de sacerdotes incluso firmó un comunicado para criticarle con dureza.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">***</div><br />
Monseñor Romero tenía un carácter fuerte, explosivo a veces. Cuando se molestaba, algo que ocurría con relativa frecuencia, su locuacidad se convertía en un ariete contra el causante de su enojo, sin importar si este era un ser querido y sin medir la contundencia de sus palabras. A alguien que había hecho de la palabra su herramienta de trabajo nada le costaba ser hiriente. Y lo lograba. Luego, más calmado, le tocaba pedir disculpas. Se me fue la albarda de lado, le gustaba decir.<br />
<br />
Ese carácter suyo le dio problemas durante las más de dos décadas que trabajó en la diócesis de San Miguel, sobre todo con los demás curas. En 1967 lo trasladaron a San Salvador para trabajar en la Conferencia Episcopal y, salvo el caso paradigmático del padre Grande, tampoco logró entablar grandes amistades con sacerdotes en la capital. Los siete años hasta su partida hacia Santiago de María se recuerdan como años de escasa interactividad en los espacios comunes del seminario, donde residía, e incluso años de recelos y fuertes confrontaciones públicas con otros religiosos, en especial con el numeroso grupo de jesuitas aglutinados en torno a la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA).<br />
<br />
Salvador no se libró de los arrebatos. Una vez que tenían que mañanear para viajar a Guatemala, Monseñor Romero se presentó temprano en la casa de su amigo para comprobar que aún no se había despertado. Salvador saltó de la cama cuando su esposa le dijo que lo esperaban en la puerta, se vistió en un santiamén y sin desayunar siquiera se subió en el carro y lo puso en marcha. Sobre la carretera Panamericana, a la altura del municipio de El Congo, obligó a Salvador a detener el carro en una gasolinera y le ordenó que se bañara.<br />
<br />
—Lo bueno es que con Monseñor era como cuando los cipotes se pelean, que rápido se les olvida. Él no ocupaba su cabeza en esos pleitos.<br />
<br />
No solo en esa ocasión Salvador lo comparará con un niño. Dirá: se reía puro niño. Dirá: nunca he visto otra persona que mantenga la sencillez de un niño. Dirá: nunca dejó lo de niño. Dirá: tenía muchas cosas de niño. Dirá: su corazón era como el de un niño.<br />
<br />
Un niño, eso sí, con un carácter fuerte, explosivo a veces.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">***</div><br />
Pasan las 11 y media de la mañana de un viernes de septiembre, y Salvador y yo esperamos en el portón de la escuela a Martita, su hija pequeña. Su esposa Marta trabaja, y a él le toca traerla en la mañana y recogerla a mediodía. Juntos caminan dos veces al día los más de 10 minutos que separan el centro escolar de la casa. Platicando sobre Monseñor Romero la espera de hoy se hace más corta. Llovizna. La puerta metálica se abre a cada rato y por él salen niños y niñas uniformados. En una de estas, queda entreabierta y al fondo, sobre una pared, aparece la inconfundible efigie.<br />
<br />
—Mire –comento a Salvador–, ahí tienen a Monseñor Romero pintado.<br />
—Ah, ¿sí? –mira curioso–, pues es la primera vez que me fijo... Pero a él no le gustaba eso.<br />
—¿Que lo dibujaran?<br />
—No, la fama. No le gustaba la fama, ni siquiera que le tomaran fotos.</span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/-tEu-NxTUPog/TaxjNoZfnmI/AAAAAAAAAkM/uCKu63l9Y2g/s1600/_9212465.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="300" src="http://3.bp.blogspot.com/-tEu-NxTUPog/TaxjNoZfnmI/AAAAAAAAAkM/uCKu63l9Y2g/s400/_9212465.JPG" width="400" /></a></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
<br />
<div style="text-align: center;">***</div><br />
Jamás me he creído líder de ningún pueblo, porque no hay más que un líder: Cristo Jesús. Jesús es la fuente de la esperanza, en Jesús se apoya lo que predico, en Jesús está la verdad de lo que estoy diciendo. Sí, yo sería un loco, queridos hermanos, queridos radioyentes, querer ser yo, frágil, mortal, que voy a acabar como todos ustedes, muerto, quererme hacer yo el sostén de todo un pueblo y de toda una esperanza.<br />
<br />
(Monseñor Romero, homilía del 28 de agosto de 1977)<br />
<br />
<div style="text-align: center;">***</div><br />
Era madrugada, pero Monseñor Romero seguía despierto en su casa del Hospitalito cuando escuchó en el techo unos ruidos a los que en un principio no dio mayor importancia. La cosa cambió cuando, amplificado por el silencio de la madrugada, un golpe seco estremeció toda la casa, y esta vez sí que se asustó como se asustaría alguien que está amenazado de muerte.<br />
<br />
A Monseñor Romero no le gustaba hablar más de lo necesario sobre las amenazas que recibía. Ni siquiera con su amigo Salvador. Ni siquiera cuando estaba solo frente a su grabadora. Pero fueron muchas y variadas, y cada cual más explícita. “Usted, monseñor, está a la cabeza del grupo de clérigos que en cualquier momento recibirán unos 30 proyectiles en la cara y en el pecho”, decía una nota firmada por un grupo paramilitar llamado FALANGE en mayo de 1979. “Esta unión patriótica lo condena a muerte, igual que hemos matado a tanto cura comunista”, decía otra carta, apadrinada esta por la Unión Guerrera Blanca, también escuadroneros.<br />
<br />
Para septiembre de 1979 la certeza de que su vida corría peligro era tal que incluso el Gobierno del general Humberto Romero, con quien Monseñor Romero nunca tuvo contacto alguno para explicitar su rechazo a la represión de los cuerpos de seguridad estatales, le ofreció guardaespaldas y hasta un carro blindado. No los aceptó: “Sería un antitestimonio pastoral andar yo muy seguro mientras mi pueblo está tan inseguro”.<br />
<br />
—Vaya, hoy sí que ya estuvo –debió pensar tras escuchar los ruidos en su techo.<br />
<br />
Asustado pero firme, salió de la casa para averiguar qué ocurría. Respiró aliviado cuando vio unas ardillas que habían dejado caer unos aguacates del palo que hay junto a la casita. Agarró del suelo un par de los aguacates y se refugió. A la mañana siguiente, antes del desayuno, contó lo ocurrido a las hermanas carmelitas.<br />
<br />
—Mire, madre Lucita, fíjese que casi no pude dormir en toda la noche, pero aquí le traigo el cuerpo del delito –y le entregó los aguacates y una sonrisa.<br />
<br />
Apenas tuvo a Salvador delante también le contó su encuentro con las ardillas, y los dos rieron como niños traviesos. Todavía hoy, cuando lo recuerda, Salvador ríe como quien cuenta una travesura.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">***</div></span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">—¿Me permite una fotografía? –pregunto a Salvador antes de encaminarnos juntos hacia Catedral Metropolitana.<br />
—Claro, pero me va a dejar cambiar de camisa. Tengo una que es de Monseñor, ¿me la pongo?<br />
—La que usted quiera.<br />
—Es que como hemos hablado tanto de Monseñor Romero... Ya regreso.<br />
<br />
Salvador desaparece y reaparece al instante enfundado en una camisola que alguna vez fue blanca y que tiene el cuello roído. En el pecho, el rostro impreso en blanco y negro, con una única franja horizontal roja a la altura del ombligo sobre la que hay una inscripción: 24 de marzo de 1980-2001. Es una camisola sin secretos, similar a las que a diario se venden en las entradas de la catedral, pero esta se pagó en colones.<br />
<br />
—Hoy sí, tómeme la foto –dice Salvador, el orgullo en la mirada.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">***</div><br />
La última misa completa a la que asistió Monseñor Romero no fue, obvio, aquella en la capilla del Hospitalito que no finalizó porque un disparo le perforó el tórax. Tampoco fue la misa en la basílica del Sagrado Corazón del día anterior, esa en la que pronunció la histórica homilía en la que, en nombre de Dios y del sufrido pueblo salvadoreño, suplicó, rogó y ordenó el cese de la represión. No. Monseñor Romero celebró su última misa entre campesinos, en una humilde iglesia consagrada a la Virgen de Lourdes en el cantón Calle Real, ubicado en el área rural del municipio de Delgado, a mitad de camino entre San Salvador y Apopa.<br />
<br />
Fue Salvador quien lo llevó hasta Calle Real, y en esa ocasión los acompañó Eugenia, la esposa. Ellos tres más los tres hijos de la pareja habían almorzado antes en la casa, habían visto juntos televisión y hasta había sobrado algo de tiempo para que el invitado durmiera un rato la siesta. Al cantón llegaron cuando faltaban unos minutos para las 4, justo para el inicio de la misa en la que confirmaron a un buen número de jóvenes. Al finalizar, hubo pláticas con los campesinos, entrega de víveres para el Hospitalito y se tomó alguna que otra fotografía con los recién confirmados.<br />
<br />
Entre unas cosas y otras les atardeció en el cantón Calle Real. Se despidieron de los pobladores, se subieron al carro, Salvador lo puso en marcha y los tres regresaron a la casa familiar. Allí cenaron sin saber que sería la última cena.</span></div></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Times, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Times, 'Times New Roman', serif;">-----------------------------</span></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Times, 'Times New Roman', serif;">Este perfil fue publicado el <a href="http://www.laprensagrafica.com/revistas/septimo-sentido/179334-el-amigo-de-monsenor-romero.html">20 de marzo de 2011</a> en Séptimo Sentido, la revista dominical del diario salvadoreño La Prensa Gráfica.</span></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-91960196402970079662010-11-17T12:38:00.000-06:002010-11-17T12:38:08.203-06:00La agonía del nawat<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Valentín Ramírez lo admite: le cuesta entender el nawat, su vocabulario es limitado y se expresa con torpeza, pero esta lengua atraviesa una situación tan precaria que Valentín es hoy por hoy uno de sus profesores más brillantes. El nawat agoniza. Todos los hablantes juntos ni siquiera podrían llenar un avión Boeing 747, y la imagen resultante sería algo así como una excursión de jubilados. Las personas menores de 50 años que lo hablan con fluidez se cuentan literalmente con los dedos de una mano; quizá por eso resulta esperanzador y romántico el esfuerzo de Valentín por inculcar interés en sus alumnos.<br />
<br />
“La verdad es que, por decirlo así, yo doy la materia de nawat con la esperanza de que algo les quede, para que se mantenga viva. Tal vez no vayan a aprender el gran montón, ¿va? Pero algo sí”, dice Valentín –36 años, moreno, bajito– como quien pide disculpas.<br />
<br />
Valentín nació, vive y trabaja en un pueblo llamado Santo Domingo de Guzmán, en el departamento de Sonsonate. Es maestro en la única escuela pública en la que se puede estudiar bachillerato, y también es parte del reducido grupo de personas que con más voluntad que recursos se ha propuesto evitar lo que parece inevitable: que el nawat no cambie su estatus de lengua en peligro severo de extinción –el que en la actualidad le otorga la Unesco– por el de lengua extinta. </span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TOQgmAWz6bI/AAAAAAAAAgg/6k1Ux93PEiI/s1600/Copia+de+_4135426.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="272" src="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TOQgmAWz6bI/AAAAAAAAAgg/6k1Ux93PEiI/s400/Copia+de+_4135426.JPG" width="400" /></a></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
<br />
Nawat es el nombre que sus hablantes dan al idioma, pero también se conoce como pipil o náhuat. Es la única lengua indígena que subsiste en El Salvador. Pertenece a la familia lingüística uto-azteca, que engloba a unas 60 lenguas dispersas desde la frontera norte de Estados Unidos hasta Centroamérica. De todas ellas la más extendida en la actualidad es el náhuatl, que se habla en la zona central de México y era la más difundida en el Imperio azteca. Entre los siglos IX y XIII hubo distintas oleadas migratorias hacia América Central, y con ellos viajó su lengua que, aislada durante siglos, evolucionó hasta convertirse en el nawat.<br />
<br />
“Nuestra lengua no es un dialecto del náhuatl mexicano”, señala enérgico Jorge Lemus para zanjar el recurrente error de considerar que náhuatl y nawat son lo mismo. Lemus es un etnolingüista que dirige el Departamento de Investigación de la Universidad Don Bosco (UDB), una de las escasas instituciones académicas involucradas en el rescate, y cuyo trabajo a favor de esta lengua le ha servido para ser reconocido con el Premio Nacional de Cultura 2010. Si se extinguiera, enfatiza, sería una pérdida para los salvadoreños, pero también para toda la humanidad.<br />
<br />
El interés de Lemus comenzó en su etapa de universitario. Ahora tiene 49 años y es uno de los pilares de ese reducido grupo de personas que trabajan por el rescate. Desde la UDB dirige el Proyecto de Revitalización de la Lengua Náhuat, el único esfuerzo serio vigente, que incluye el proyecto Cuna náhuat, diseñado para garantizar un relevo generacional, y del que se hablará más luego.<br />
<br />
El número real de nahuahablantes es una incógnita. La cifra recogida en el último censo oficial de población (2007) fue de 97, la que maneja la UDB es de 200, y los conteos más optimistas elevan el número hasta 300. Pero todos coinciden en el hecho de que se trata de personas con una edad promedio en torno a los 60 años, y que en su gran mayoría son analfabetas y viven en condiciones de extrema pobreza. La lengua carece de protección jurídica efectiva, no hay literatura ni medios de comunicación y durante el último siglo la actitud del Estado salvadoreño hacia lo indígena ha pasado de la represión abierta en la primera mitad del siglo XX a la desidia de los últimos 30 años.<br />
<br />
Uno de los pocos puntos a favor que presenta el nawat, y al que se aferran los optimistas de la revitalización, es que la inmensa mayoría de los hablantes viven en Santo Domingo de Guzmán.<br />
<br />
Michael Enrique Pineda tiene 12 años y cursa sexto grado en el centro escolar que se llama igual que el pueblo. En la materia de nawat es uno de los alumnos más destacados de Valentín, el único profesor que se ha atrevido a impartir clases. Desde hace tres años Michael estudia dos horas por semana y, si le dan el tiempo necesario, es capaz de escribir frases como Naja nikpia makuil tiltik pelu (Yo tengo cinco perros negros). Pero el año que viene pasará a tercer ciclo, y Valentín dejará de ser su maestro. Ahí terminará toda su formación.<br />
<br />
<b>Un río de cenizas reseco </b><br />
Santo Domingo de Guzmán en nawat se llama Witzapan, que podría traducirse como río de cenizas. Pero casi nadie lo llama así. Jorge Lemus, el etnolingüista, estima que el 95% de las personas que dominan la lengua residen en este pueblo. La cifra suena alentadora, pero no suponen ni siquiera el 3% entre los más de 7.000 habitantes. Además, el municipio es eminentemente rural, y tres de cada cuatro pobladores residen en cantones o caseríos de difícil acceso.<br />
<br />
El pueblo que se considera epicentro de la cultura nawat está a apenas 90 minutos en carro de San Salvador y a 20 minutos de Sonsonate, pero destila ruralidad. Tiene pocas y largas calles empedradas. La principal lleva el nombre del poeta nicaragüense Rubén Darío, y al caminarla uno se topa con gallinas, hombres que acarrean leña en la espalda o jóvenes en bicicleta; apenas pasan coches. En las tardes hay una banda sonora de cánticos que salen de las incontables iglesias evangélicas.<br />
<br />
Niños descalzos que corren detrás de una pelota y calles mal adoquinadas y surcadas por regueros de aguas sucias dejan entrever lo que el gubernamental Mapa de Pobreza señaló en 2005: que es uno de los municipios más pobres del país. El 72% de los hogares está bajo la línea de pobreza, el 63% en condición de hacinamiento, el 39% sin energía eléctrica, el promedio de escolaridad es de 3 años… </span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TOQgkNlDi_I/AAAAAAAAAgc/SUmvy0XRGqI/s1600/_7041204.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="317" src="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TOQgkNlDi_I/AAAAAAAAAgc/SUmvy0XRGqI/s400/_7041204.JPG" width="400" /></a></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
<br />
La pobreza se siente en las calles de Santo Domingo de Guzmán, pero no el nawat, que ni siquiera tiene una presencia testimonial en forma de los recurrentes rótulos bilingües de otras latitudes. “Debido al extenso deterioro de la lengua y a la pérdida de identidad cultural, se deben hacer grandes esfuerzos para revivir esa identidad cultural perdida y despertar en los habitantes el deseo de hablar náhuat y así identificarse con su etnia”, se lee en uno de los informes elaborados por Lemus.<br />
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El nawat es hoy una lengua socialmente muerta, pero tuvo tiempos mejores. Reportes oficiales de inicios del siglo XX dibujan un pueblo en el que casi nadie sabía expresarse en español. Sin remontarse tanto, los hablantes que hoy tienen en torno a 65 años tuvieron infancias exclusivamente en nawat. Guillerma López, de 58 años, lo recuerda así: “Yo me acompañé a los 17 años y no podía hablar en español; mi marido me lo tuvo que enseñar”. Pero ella no creyó necesario transmitírselo a sus hijos.<br />
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La situación es más preocupante en el resto de municipios de la teórica órbita nawat, que incluye buena parte de los departamentos de Sonsonate y Ahuachapán. A unos 30 kilómetros de Santo Domingo se ubica Izalco, una ciudad de unos 70.000 habitantes que tiene el título no declarado de capital del indigenismo salvadoreño. Varias escuelas de este municipio se han sumado al proyecto de la UDB, y en ellas algunos profesores con conocimientos mínimos, menores que los de Valentín, son también los llamados a enseñar nawat una o dos horas por semana a estudiantes de entre 8 y 13 años de edad.<br />
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En el parque central de Izalco, sin embargo, sí se ven algunos guiños al nawat, como palabras pintadas en farolas y bordillos con dibujos que explicitan su significado: junto a la silueta de un niño se lee Piltzin. Además, los alumnos de una de las escuelas involucradas colgaron en el parque cartulinas plastificadas con textos en nawat y su traducción en español: “Tipalewiat ka ne kwajkwawit, Cuidemos a los árboles”. Así quedó anotado en la libreta y cuando un hablante fluido pudo leerlo se apresuró a corregirlo: “¿Dónde estaba escrito eso? Está mal escrito; debería decir Tikpalewiat ne kwajkwawit”.<br />
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<b>¿La tabla de salvación? </b></span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En 2004 arrancaron las clases impartidas por maestros cuyos conocimientos se limitan a 40 horas de capacitación. Sus promotores, la UDB, están conscientes de que por esa vía será muy complicado ampliar una base de hablantes. Los logros de la iniciativa, aseguran, están en el ámbito de la sensibilización, en haber conseguido que más personas estén conscientes de la precaria situación de la lengua. “Se ha creado conciencia de que el nawat es parte de su identidad como pueblo, un requisito imprescindible para que cualquier proyecto de revitalización tenga éxito”, comenta Lemus.<br />
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Las esperanzas están ahora puestas en el componente del proyecto llamado Cuna náhuat que, después de estar paralizado dos años por falta de financiamiento, arrancó a finales de agosto. Cuna náhuat se ejecuta en Santo Domingo de Guzmán y se basa en una idea simple: crear una guardería para 20 niños de entre 3 y 5 años que es atendida por cuatro señoras con alto dominio de la lengua. Así, cinco días a la semana, niños y niñas en una edad idónea para el aprendizaje pasan de 7 de la mañana a 12 del mediodía en un ambiente nawat. Un criterio para la elección ha sido que tengan abuelos hablantes dispuestos a complementar el aprendizaje en casa.<br />
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“Van a hacer lo mismo que se hace en cualquier guardería, pero en nawat”, resume el espíritu Carlos Cortez, el joven que se ha encargado de buscar y acondicionar el local, seleccionar a las nanas (las cuidadoras) y elegir a los 20 niños y niñas que asistirán. </span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TOQghYeuAuI/AAAAAAAAAgY/Q-tPLM6kAqE/s1600/_4135433.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="308" src="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TOQghYeuAuI/AAAAAAAAAgY/Q-tPLM6kAqE/s400/_4135433.JPG" width="400" /></a></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
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Carlos Cortez es una rareza. Tiene 25 años y habla nawat con tanta fluidez que es coautor de buena parte de los escasos materiales didácticos que hay. Oriundo de Santo Domingo, aún puede considerarse el más joven de los nahuahablantes. Verle hablar nawat en el atrio de la iglesia junto a tres de las nanas –todas abuelas– resulta una escena en verdad esperanzadora.<br />
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La mayor de las nanas de Cuna náhuat tiene 68 años y se llama Fidelina. Sus palabras devuelven a uno a la realidad: “Este pueblo como que fue escogido, ¿verdad? Es el único en el que aún se habla nawat, aunque cada vez menos. Y hoy es peor, la juventud no lo quiere hablar ya”. Ha dedicado toda su vida a la alfarería, oficio que en Santo Domingo es sinónimo de pobreza extrema. Dice estar ilusionada por haber sido elegida, pero cuesta diferenciar si la alegría se debe a que en teoría beneficiará a la causa indígena o al salario que recibirán por cuidar a los niños.<br />
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Cuna náhuat sí puede suponer un punto de inflexión en el proceso de extinción del nawat, pero en El Salvador tampoco conviene entusiasmarse demasiado. De hecho, el proyecto a la fecha solo tiene garantizados 30,000 dólares que aportará el Ministerio de Educación, cifra que solo alcanza para los primeros meses.<br />
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No está de más recordar que desde que en 1992 finalizó la guerra civil un puñado de iniciativas apadrinadas por ONG o universidades extranjeras ya se arrogaron ser capaces de frenar la desaparición, pero los resultados han sido muy pobres. En El Salvador se habla hoy menos nawat que hace 10 años; y hace 10 años se hablaba menos que hace 20.<br />
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<b>Un Estado casi ausente </b><br />
La desidia estatal tiene mucho que ver con esta situación. Si bien la Constitución señala en su artículo 62 que “las lenguas autóctonas que se hablan en el territorio nacional forman parte del patrimonio cultural y serán objeto de preservación, difusión y respeto”, la realidad es otra. Muchos confiaron en que la pasividad estatal de las últimas décadas cambiaría con la llegada del FMLN al Ejecutivo, pero desde junio 2009 los cambios en este tema han sido hasta la fecha más cosméticos y discursivos que de fondo.<br />
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La defensa sigue siendo la misma: en un país con problemas que suenan más urgentes como la desnutrición, la violencia o la falta de acceso a agua potable o luz, a los tomadores de decisión les resulta fácil subordinar la cultura en general y lo indígena en particular.<br />
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Rita De Araujo trabaja desde 1995 en la gubernamental Jefatura de Asuntos Indígenas, rebautizada ahora como Programa de Pueblos Originarios e Interculturalidad. Es su máxima autoridad. No habla nawat. En su despacho de San Salvador la entrevista arranca con la entrega de un par de hojas que detallan todo lo que se ha hecho, en tono triunfalista, pero finaliza con frases más en sintonía con la realidad que se percibe en Santo Domingo de Guzmán: “Sí, ha habido poca sensibilidad de los gobiernos y de las autoridades, incluso ahorita la situación no es algo muy favorecedora, cuesta que aprueben fondos”.<br />
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El Estado apoya de forma tangencial el Proyecto de Revitalización de la Lengua Náhuat de la UDB, y De Araujo también ve en Cuna náhuat una pieza clave para intentar evitar lo que parece inevitable. La entrevista, sin embargo, concluye con una pregunta que responde con sorpresiva honestidad.<br />
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—¿Cree usted que en 50 años habrá más nahuahablantes?<br />
—Ufff, voy a traer al pulpo Paul… Está difícil… Pero creo que no. Puede que haya una pequeña población porque incluso a nivel turístico se quiere impulsar, pero creo que no se hablará más.</span></div></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-36997269379474433992010-06-25T17:02:00.002-06:002010-08-30T08:04:45.908-06:00Vivir en La Campanera<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Hay quien cree que los asesinados sienten. El alma, dicen, se aferra al cuerpo hasta que lo entierran, y en esas horas hasta la sepultura, la presencia cercana de amigos y familiares sirve para que Lucifer no se lleve el espíritu. Solo funciona si no ha transcurrido mucho tiempo. Si el cadáver estuvo pudriéndose varios días en una zanja o un cafetal, el demonio ya hizo lo suyo, y en el velorio no hay nada que resguardar. Pero esos casos son los menos. Lo habitual es que alma y cuerpo estén juntos dentro del ataúd. Por eso a veces los sobresaltos. Dicen que el asesinado siente cuando el asesino está en el velorio, y su cuerpo sangra por algún orificio –nariz, orejas, boca– un líquido a veces rojo, a veces amarillento.<br />
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La joven Marta es de las que cree. Lo escuchó desde siempre en su hogar, y lo vivió cuando le asesinaron a un pretendiente llamado Édgar. Lo mataron un día después de haberle negado un beso. Marta no fue al velorio, pero sí al entierro. Antes de sepultarlo, abrieron la caja, y cuando se asomó, vio cómo Édgar le agradeció su presencia relajando su ceño fruncido y esbozando una leve sonrisa. Ese asesinato transformó en verdad inamovible lo que hasta entonces era nomás creencia. Hubo antes y después más muerte en la vida Marta, pero fue aquella tarde cuando se convenció de que los asesinados sienten.<br />
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Y triste pero convencida regresó a su pequeña casa, en el reparto La Campanera.<br />
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<div style="text-align: center;">***</div>Aquí se rodó La vida loca, el documental sobre pandilleros que le costó la vida a su director: Christian Poveda. Es cierto que el reparto La Campanera tenía mala prensa desde antes y que su elección no fue casual, pero el estreno de la película –y el efecto amplificador del asesinato– resultó como echar sal sobre una llaga. La Campanera está hoy asociada a las maras como Roswell a los ovnis o Cannes al cine. En el imaginario colectivo decir La Campanera es decir violencia. Sin matices. Y esto ocurre en El Salvador, un país del que el Departamento de Estado gringo dice que tiene una de las tasas de homicidios más elevadas del mundo, un país sobre el que el Gobierno español aconseja no subirse a los buses. Seguramente haya ciudades finlandesas, australianas o argentinas que tengan barrios con aura de conflictivos, siempre las hay, pero La Campanera tiene esa etiqueta en El Salvador. No pocos salvadoreños cuestionaron mi cordura al saber de mis visitas para escribir este relato.<br />
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Con unos 250.000 habitantes, Soyapango es la tercera ciudad más poblada del país. Está anexada a la capital, San Salvador, al punto que cuesta saber cuándo se sale de una y se ingresa en la otra. En la zona norte del municipio está el cantón El Limón, y dentro de ese cantón, La Campanera. Es una colonia joven, que aún no cumple los 20 años, y que casi desde su fundación tuvo presencia de la pandilla Barrio 18. En La Campanera vivió Ernesto Mojica Lechuga, “el Viejo Lin”, al que la Policía llegó a considerar como el dieciochero que llevaba la palabra para todo el país.</span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
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<div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Times New Roman';"><a href="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TCU02qO309I/AAAAAAAAAaw/KdshnENwmnw/s1600/_6050812.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="312" src="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TCU02qO309I/AAAAAAAAAaw/KdshnENwmnw/s400/_6050812.JPG" width="400" /></a></span></span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Extorsión, asesinato, miedo, granadas o desmembramientos son palabras que han acompañado la cobertura mediática sobre esta colonia durante la última década. Pero cuando uno cierra los ojos, en La Campanera se escuchan los mismos sonidos que en cualquier otro lugar: la campanilla del paletero, el crujido metálico de los tambos de gas al chocar, autobuses en ralentí, el chirrido de un columpio sin engrasar…<br />
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La Campanera son más de 2.100 casas, y su población ronda los 10.000 habitantes. La mitad de los alcaldes del país gobiernan municipios con menos gente. La estructura de la colonia es simple: una carretera de 600 metros de longitud recta y amplia, y decenas de pasajes peatonales largos y estrechos que salen a un lado y otro desde la calle principal hasta los confines. Vista desde el aire parece una gigantesca espina de pescado sin cola ni cabeza. Al fondo están la escuela y el punto de buses de las rutas 49 y 41-D. Más al fondo, la cancha de fútbol. Después, cerros, la nada.<br />
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La primera vez que entré fue el 13 de septiembre de 2009, apenas cuatro días después de haber despedido a Poveda en su misa-funeral. Aún no estaba militarizada. Cuando la atravesé, lo hice con la grabadora encendida, para registrar primeras impresiones: “Bueno, ya estamos en La Campanera. Hay iglesias evangélicas. Tienditas. Gente sentada en bancas rojas, todo se ve rojo, parece que el Frente está fuerte. Tiendas. La bajada es pronunciada. Un camión de agua Cristal. Imágenes del Che y de Martí. Casitas de bloque. Grandes túmulos. Otra pintada, esta vez del Che Guevara con Monseñor Romero. Otra iglesia evangélica. Tiendas con rejas. Grandes pintadas del Barrio18. Pares de tenis colgados”.<br />
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La verdad es que no se ve tan fea, resumí en mi libreta. Apenas ha cambiado nada desde entonces.<br />
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La mayoría de las casas son de bloque y tejas, con agua potable, luz y teléfono. Dignas si se tiene en cuenta la situación del país. Hay servicio de recolección de basura, e incluso cuenta con una planta de tratamiento de aguas negras. Y quien se lo puede permitir dispone de televisión por cable o internet. La colonia, sin embargo, aparece citada en el Mapa de Pobreza Urbana que este año presentó el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. En La Campanera en efecto hay pobres y muy pobres, pero lo que la singulariza es el estigma, la exclusión. Siempre ha estado en boca de todos, y casi nunca por razones positivas.<br />
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—Ni siquiera los salvadoreños quieren entrar en esta colonia –me dirá un día de estos Alba Dinora Flores, una maestra de la escuela.<br />
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<div style="text-align: center;">***</div><br />
<b>Tarde del 19 de mayo, miércoles. </b><br />
Pregunto a Alba Dinora por los robos en la escuela, se toma unos segundos para escarbar en su memoria, pero nada. Nunca nadie ha entrado a robar en los siete años que lleva asignada al centro, a pesar de que nadie cuida en la noche, y adentro hay abundante comida –frijol, leche en polvo, arroz, bebidas fortificadas– y hasta un lote de computadoras donadas que no se utilizan porque no hay dónde.<br />
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—Los muchachos no es que sean santos –otro día me dará su versión de la paradoja la madre de un pandillero–, pero ellos cuidan, cuidan su gente, su casa, su colonia, todo eso. Acuérdese que todos somos humanos. Si uno se mete con una persona, sabe que se lo van a sonar, pero si uno no se mete con nadie, nadie se mete con uno.<br />
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La falta de espacio es pues el mayor problema en el Centro Escolar La Campanera. El edificio es una galera larga y estrecha, con techo de lámina, pintado de azul y blanco, y situado junto a un diminuto patio sin asfalto. En la entrada ondea tímida una bandera de El Salvador, y en los muros hay letreros que dicen Deporte sí, violencia no, o Por una sociedad diferente, pero nadie los mira. Al fondo están los baños, compartidos por alumnos, alumnas y docentes, con sus paredes llenas de recordatorios entre los turnos de la mañana y de la tarde. Solo se enseña hasta octavo grado porque no hay más aulas. Después toca elegir entre dejar los estudios o jugarse la vida.<br />
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—Los matan si salen fuera de La Campanera –me dice Alba Dinora como quien da la hora. Me suena exagerado, pero otro día lo entenderé.<br />
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Alba Dinora es la profesora de séptimo y octavo, los grados que cursan la mayoría de los pandilleros.<br />
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—¿Usted no preferiría enseñar en otro lugar?<br />
—Pues… no. Violencia hay en todas las escuelas, y aquí los pandilleros al menos respetan nuestra autoridad. A no ser que se tenga un problema con ellos, para los que vivimos o trabajamos aquí es tranquilo.<br />
</span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Esta noche asesinarán a la propietaria de una tienda en el pasaje J por no pagar la renta. Por lo visto, tenía un problema.<br />
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Casi una decena de los alumnos que iniciaron curso con Alba Dinora están detenidos o han huido. Entre los que quedan sigue habiendo pandilleros, pero son más los jóvenes cuya única relación con la pandilla es haber crecido junto a ellos, en las mismas aulas, en los mismos pasajes. Sin embargo, todos ellos, pandilleros y no pandilleros, pagan un caro peaje por ser jóvenes en La Campanera: adentro de la colonia, represión; y afuera, los que se atreven a salir se exponen a que otras maras los asesinen por el simple hecho de vivir en La Campa.<br />
<br />
Alejandro Gutman lo sabe. Él es argentino y vive en Estados Unidos, pero conoce de pandillas más que la mayoría de los tomadores de decisión. Gutman preside la ong Fútbol Forever, una de las pocas que se ha atrevido a trabajar en La Campanera. La escuela es su base. Hace exactamente una semana me llamó por teléfono para, sin pretenderlo, radiografiarme la colonia: “Son comunidades que tienen en sus entrañas pandilleros, que son en muchos casos hijos, primos, conocidos o amigos de la gente que vive allá. Y esto no significa que estén apañados o que se lucren de las fechorías, sino es lo que es, es lo que tenemos, y con lo que hay que aprender a trabajar”.<br />
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La escuela sintetiza la complejidad del fenómeno de las pandillas. Es un punto de encuentro que a veces también funciona como casa comunal y hasta ha servido para acoger velorios. Lo que ahí ocurre bota por tierra la recurrente y mediática teoría que dibuja La Campanera como un lugar en el que 10.000 personas viven sometidas por 20, 50 o 100 pandilleros; y que extirpado este grupo, se resolverá el problema.<br />
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<div style="text-align: center;">***</div><br />
<b>Mañana del 5 de junio, sábado. </b><br />
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—¡¡¡Huevonazos!!! –grita el cabo.<br />
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Hoy hay más movimiento del habitual en La Campanera. Los militares están en campaña de fumigación, y las bombas termonebulizadoras zumban. Los policías no fumigan, pero un grupo de ellos lleva un buen rato calle arriba, calle abajo en el pick up Mazda de la corporación. Ahí suben otra vez y, al pasar sobre el primer túmulo, suenan la sirena una fracción de segundo, pero suficiente para irritar al cabo fornido que está parado sobre la acera.<br />
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—¡¡¡Huevonazos!!!<br />
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Es evidente que quería que lo escuchara. Ve que le sonrío la gracia y se anima.<br />
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—Ya quisiera ver a uno con nosotros…<br />
—¿Un pick up? –pregunto, un tanto desconcertado.<br />
—No, a una de esas niñas. ¡Pa’que sepan lo que es trabajar!<br />
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La Fuerza Armada y la Policía Nacional Civil conviven en La Campanera desde noviembre, pero rara vez patrullan juntos. Los que más se mueven son los soldados; chacuatetes, los llaman. Se les ve pasar a cada rato en grupos de tres o cuatro y armados con fusiles de asalto M-16 o Galil. En su afán por diferenciarse de las niñas, se aplican con mayor dureza. “Los soldados pegan más a lo loco”, me dirá otro día Whisper, un pandillero. Irónicamente, en la pandilla hombría y violencia también son valores asociados.<br />
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Delmy Chávez es una madre que ronda los 40, de carácter fuerte, y que pertenece a la directiva comunal. Es muy crítica con la labor desarrollada por la Fuerza Armada y la Policía.<br />
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—Nosotros no queremos, y ahí quiero que lo ponga usted, no queremos represión. Lo que queremos son oportunidades, talleres de formación para los jóvenes. Venga de donde venga la violencia hay que erradicarla.<br />
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En mis días en La Campanera se sucedieron los testimonios de golpizas, tratos vejatorios, registros bajo lluvia intensa, manoseo a jovencitas y sobornos protagonizados por policías y soldados. En la colonia se aplica de facto la presunción de culpabilidad, sobre todo con varones de entre 14 y 18 años. La presión es tal que algunas iglesias han tenido que extender documentos sellados para que sus jóvenes puedan salir de sus casas, algo así como un salvoconducto.</span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
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<div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Times New Roman';"><a href="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TCU00bj113I/AAAAAAAAAao/BJdPT5zPpcU/s1600/_5160614.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="291" src="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TCU00bj113I/AAAAAAAAAao/BJdPT5zPpcU/s400/_5160614.JPG" width="400" /></a></span></span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Y si esto ocurre con cualquier joven, con los pandilleros tatuados la presión es mucho mayor. Hace cuatro días, el 1 de junio, hubo operativo. Una docena de pandilleros se habían reunido en una casa, alguien dio el soplo, y las autoridades cayeron con todo en torno a las 9 y media de la mañana. Hubo macanazos, gases, puntapiés, culatazos. “Las patadas en la espinilla con las botas militares duelen”, me dirá uno de los detenidos. Rompieron vidrios, puertas, un televisor y la PlayStation en la que jugaban fútbol. Los descamisaron, los tumbaron, más patadas, llegaron vecinas, madres, hermanas a hacer bulla, un bebé de 11 meses cargado por su abuela recibió en la frente un culatazo con un Galil, los cargaron en pick up y se los llevaron a la delegación de Ilopango. Los retuvieron tres días. Más patadas. A Whisper lo golpearon con unas esposas, y todavía hoy tiene la marca sanguinolenta en su omoplato derecho. Después de tres días retenidos, todos recuperaron la libertad sin cargos.<br />
<br />
Es mediodía y la campaña de fumigación ha terminado. “Nosotros estamos aquí para apoyar”, me dice satisfecho el coronel Carlos Benning Rivas, el responsable de los 400 elementos con los que el Gobierno militarizó el área.<br />
<br />
Nada es blanco o negro en La Campanera. La labor del Ejército aquí es aplaudida por muchos y censurada por otros. En medio, una paleta de matices en función de la cercanía hacia los pandilleros o del respeto que uno sienta por los derechos humanos. La mayor presencia del Estado aquí ha servido, en el mejor de los casos, para sustituir una violencia por otra y para imponer la idea de que todo joven es culpable hasta que demuestre lo contrario.<br />
<br />
Entrada la tarde, cuando ya me retiro, una pareja de policías me ordena detener el carro. Un agente joven, chele y rapado al que los pandilleros apodan Metralleta se acerca y me pide que salga del auto.<br />
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—Salga del auto, las manos a la vista.<br />
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Obedezco y entrego mis documentos.<br />
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—¿Dónde vive usted?<br />
—En San Salvador.<br />
—¿No vive en la Santísima Trinidad?<br />
<br />
La tarjeta de circulación del carro conserva mi vieja dirección. Es obvio que han estado averiguando. Les explico. Metralleta me ordena abrir el maletero, revuelve todo, desmonta y saca la llanta de repuesto. Como el asunto se torna serio, termino por entregar la credencial de prensa al otro agente, que ha permanecido callado y con la mano sobre la pistola. Se retiran, me hacen esperar 12 minutos más y luego me dejan ir.<br />
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Presunción de culpabilidad, pienso.<br />
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<div style="text-align: center;">***</div><br />
<b>Mañana del 23 de mayo, domingo. </b><br />
Johana al fin apareció. Me cuentan que la enterraron hace dos días.<br />
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Supe de ella el miércoles, pero entonces ni sabía siquiera que se llamaba Johana. Entonces era solo una fotografía en la parte de atrás del autobús de la ruta 41-D que me subió hasta La Campanera. Una imagen en blanco y negro de una jovencita de pelo largo y liso, y con una mirada poderosa y alegre. Había desaparecido en la tarde del 7 de mayo al salir del Liceo Cristiano Reverendo Juan Bueno La Coruña, siempre en Soyapango. Me acaban de decir que su cuerpo apareció el jueves en un cafetal situado no muy lejos del colegio.<br />
<br />
Otro día sabré que su nombre completo era Stefany Johana León Vides. Tenía 16 años y estudiaba primer año de bachillerato. Quería ser doctora. La familia era cristiana, se congregaban en la Iglesia de Cristo Elim. Desde hacía más de una década vivían en el pasaje J de La Campanera. No debían nada a nadie, la suya era una vida apegada a principios cristianos, alejada de cualquier vinculación siquiera afectiva con las pandillas. Creyeron que eso era suficiente para enviar a estudiar a su hija a un colegio del que tenían buenas referencias. Pero el reparto La Coruña es territorio de la Mara Salvatrucha. Se la llevaron y, antes de asesinarla, la interrogaron para que les dijera algo que no sabía: quién era en La Campanera el palabrero del Barrio 18. Dicen que le cosieron la boca y le desfiguraron el rostro.<br />
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A Johana la asesinaron solo por ser de La Campanera.<br />
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Como ocurre casi siempre en estos casos, la familia de Johana –padre, madre y dos hermanos pequeños– se fue la colonia.<br />
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<div style="text-align: center;">***</div><br />
<b>Noche del 25 de mayo, martes. </b><br />
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Cae la noche, hora de cultos. También en el Tabernáculo Bíblico Bautista Amigos de Israel La Campanera. Óscar Mauricio Escobar, el pastor, camina sobre la tarima de relucientes baldosas, un oasis de pulcritud en un edificio que más parece diseñado para albergar un taller. Enfrente, cabizbajos, una veintena de mujeres y niños cantan –susurran– una canción que habla de manos limpias y corazones puros. Cuando termina, el fondo musical se mantiene, y el pastor Escobar se acerca el micrófono. Llueve recio, como si hubiera una carrera de caballos en el tejado, pero los parlantes son más poderosos.<br />
<br />
—Queremos ocupar un momento, Señor, para orar por nuestro país. Queremos orar, Señor, también por el sector donde tú nos has permitido vivir...<br />
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El pastor Escobar es joven, 30 años, y lleva más de dos aquí, tiempo en el que ha podido comprobar que la mayoría de los pandilleros son, dice, jóvenes que han crecido en el evangelio, hijos de hermanos en Cristo.<br />
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—…queremos orar por la juventud, queremos orar, Señor, por la niñez. Queremos pedirte que seas tú, Señor, quien guarde a nuestros niños y a nuestros jóvenes, Señor, de la delincuencia, de las pandillas, Señor. Padre, ayúdanos. Nuestros hijos constantemente, Señor, están en riesgo, Señor, tienen dificultades. Bendice las escuelas, Señor, bendice a los maestros, bendice cada centro de estudios, Señor. Bendice a nuestros gobernantes. Y bendice nuestra iglesia, Señor. Ayúdanos a ser agentes de cambio propositivos, a dar algo mejor a este mundo, cuanto más sabiendo que tu venida está cerca, Señor.</span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span><br />
<div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Times New Roman';"><a href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TCU05GXHm8I/AAAAAAAAAa4/nDWnKcvQT6s/s1600/_6050840.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="328" src="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TCU05GXHm8I/AAAAAAAAAa4/nDWnKcvQT6s/s400/_6050840.JPG" width="400" /></a></span></span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
</span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Pero parece como si el Señor no escuchara el torrente de plegarias que salen de esta colonia: la violencia no cesa y las consecuencias del estigma no se atenúan. Hablé con dos pastores distintos, y ninguno sabía la cifra exacta, pero calcularon que hay alrededor de diez iglesias en La Campanera, sin contar la práctica habitual de los cultos en viviendas. En realidad, todo Soyapango es un hervidero de fe. Hay más iglesias que centros escolares o campos para jugar fútbol. Algunas se anuncian con pintadas en paredes y en pasos a desnivel, como si fueran un taller o un detergente.<br />
<br />
—¿Por qué tantas iglesias? –le pregunto al pastor Escobar cuando termina el culto.<br />
—Por la necesidad que hay las iglesias ven oportunidades, creo yo. No estamos hablando de oportunidades económicas, usted ve las condiciones aquí, pero sí quizá en el tema de ganar personas para Cristo. La gente, en general, vive bajo un cierto temor, vive bajo incertidumbre, y a eso súmele los problemas laborales, los problemas económicos.<br />
—¿Cree que una iglesia es más necesaria aquí que en la Escalón?<br />
—Sí, definitivamente.<br />
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La sede central del Tabernáculo está en la exclusiva colonia Escalón, en San Salvador. El pastor Escobar ha sentido el estigma de La Campanera allí también. Cuando llegan como comunidad y los anuncian por megafonía, siente el peso de las miradas, el escrutinio, el temor mal disimulado de los acomodadores y del resto de los hermanos. Y luego están las bromas de otros pastores.<br />
<br />
—A mí me han dicho el de La vida loca, me han dicho Poveda junior. Cuando llevaba rapado el pelo me decían el Viejo Lin.<br />
<br />
El estigma es como una mancha de óxido en una camisa blanca; una vez que se tiene resulta casi imposible que desaparezca. Hay ciudades y países que tienen fama de tacaños o de haraganes o de altaneros, pero los residentes en La Campanera se quedaron con el estigma de ser violentos. Por eso se ven obligados a escribir otra dirección en los currículum vitae. Y quizá por eso también son tan pocos los apoyos en materia de prevención.<br />
<br />
—Una de las cosas que a mí me han llamado la atención –me dice el pastor Escobar– es que todo mundo habla de La Campanera, pero casi nadie hace nada por ayudar acá. Veamos la empresa privada o las fundaciones, todas dicen que ayudan, pero aquí, donde más se necesita, uno no ve nada.<br />
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<b>Tarde del 13 de junio, domingo. </b><br />
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A esta hora la selección de Alemania se enfrenta a Australia en Sudáfrica, pero en La Campanera hay quien prefiere ver el Colo-colo contra el Sureños. El partido se juega sobre una cancha que es más cuadrada que rectangular, que solo tiene grama en las esquinas, y que está delimitada por líneas negras y no blancas, hechas con el aceite quemado de los buses. Sin embargo, en los últimos 12 meses pasaron por aquí tres mundialistas: el francés Christian Karembeu, el argentino Marcelo Bielsa y el colombiano Carlos Valderrama. Los trajo la ong Fútbol Forever.<br />
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Bielsa estuvo en diciembre y dijo algo que también hoy aplica.<br />
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—Tengo una crítica a todo lo que vi aquí: que no están los viejos. Los viejos son los que cuentan la historia, los que dan sentido de pertenencia. Está bien que uno quiera crecer, pero este es el origen, esta es la esencia, y nunca hay que olvidarlo.<br />
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Domingos como el de hoy, con jóvenes y no tan jóvenes, pero sin viejos, se repiten desde hace un mes. Son resultado de un esfuerzo de la directiva comunal y del involucramiento de los motoristas de la ruta 49. Hay dos ligas –una de jóvenes y otra de papi-fútbol–, con seis equipos cada una, que canalizan el entusiasmo futbolero de la colonia. Los jugadores pagan por jugar, para reunir el dinero para el árbitro, pero esto no es obstáculo.<br />
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Se trata de uno de los escasos esfuerzos de integración surgidos en los últimos meses, y se gestó dentro de la colonia. El Sureños, que ahora juega de rojo, acoge a un buen número de pandilleros. Para disputar los partidos, la directiva tuvo que pedir a la Policía y al Ejército que relajaran su presión.<br />
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—Poco saldrás tú de La Campanera, ¿no? –pregunto a Whisper, el pandillero. Tiene 16 años y juega en este equipo.<br />
—¿Salir yo? Solo cuando me llevan preso.<br />
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El partido termina 10 a 2, derrota de Sureños. Y todos tan contentos.</span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
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<div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Times New Roman';"><a href="http://4.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TCU07rwaw9I/AAAAAAAAAbA/QQmI-5oWV0c/s1600/_6131058.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="303" src="http://4.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TCU07rwaw9I/AAAAAAAAAbA/QQmI-5oWV0c/s400/_6131058.JPG" width="400" /></a></span></span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Son casi imperceptibles ante los rugidos que creen que las pandillas solo se deben combatir con mano dura o militarización, pero hay voces que cuestionan los modelos represivos y creen en soluciones más incluyentes. El alcalde de Soyapango, Carlos Ruiz, un día vino acá a decir sin matices que hay que trabajar con los pandilleros, y el discurso de la ong Fútbol Forever va en la misma línea. Todo pasa, dicen, por saber que hay pandilleros y pandilleros. Están los irrecuperables, pero también hay otros que tienen inquietudes y aspiraciones más allá de la pandilla.<br />
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—Y si los militares molestan a los cipotes –me dice la madre de uno en la plática después del partido–, ¿en qué vienen a terminar? En hacerse mejor de la calle.<br />
—¿Y sabe por qué? Porque no tienen otra salida –agrega Delmy Chávez–. Si el muchacho no está en nada, lo friegan; y si está, también.<br />
—Entonces, mejor estar, ¿no? –se pregunta en voz alta la madre, a la espera quizá de una respuesta que la convenza.<br />
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<div style="text-align: center;">***</div><br />
La idea inicial que vendí a mi editor era vivir en La Campanera, alquilar casa y pasar una semana para registrar la cotidianidad. Fue paradójicamente Gutman, el argentino que desde Fútbol Forever más trabaja por rehacer el nombre de la colonia, quien me sugirió que no, que subiera los días que fuera necesario, pero que evitara las noches.<br />
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—No es tu ámbito, vos sabés. Sos ajeno, y en la noche hay muchos que se pasan de rosca, ¿y para qué? –me dijo.<br />
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La Campanera aún es una colonia en la que hay que pedir permiso a los pandilleros para que llegue un periodista, donde la autoridad golpea y ultraja con impunidad, en la que calzar unas Nike Cortez es buscarse problemas con los unos y con los otros, en la que hay gente que critica los golpes de los soldados y calla ante los disparos de los pandilleros, en la que los reportajes deben terminar con una advertencia de que se han modificado nombres de fuentes.<br />
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—El estigma –me dijo Gutman– lo hacen más el periodismo y la sociedad entera cuando presenta a toda una comunidad como si fuera Vietnam, y la realidad es que el 99% de las personas es gente maravillosa.<br />
<br />
Quizá exagera el porcentaje, pero Gutman acierta en que el grueso de las historias de vida en La Campanera son, a pesar de la convivencia tan estrecha con la muerte, historias de dignidad. Como la de Sherman, un pastor que desde la religión trata de despertar conciencias entre los jóvenes; o la de Grecia, una guapa joven que quiere convertirse en modelo; o la de José, motorista de la ruta 49 y motor de la liga de papi-fútbol que cada domingo insufla vida a la colonia; o la de Kenia, que con prudencia e ingenio está logrando estudiar computación en un sector de Soyapango controlado por otra mara. Todos ellos fueron y son víctimas de la violencia y del consecuente estigma. Ellos cargan la cruz que supone vivir en La Campanera.<br />
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—¿Pero dónde hay más dignidad? –se pregunta Gutman– ¿En los que vivimos fuera con comodidades o en aquellos que están acá y se las arreglan todos los días para salir a trabajar y mantener a su gente?</span><br />
<div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Times, 'Times New Roman', serif;">-----------------------</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family: Times, 'Times New Roman', serif;">(Los nombres de algunos personajes y lugares de este relato se han modificado por razones de seguridad.)</span><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Times, 'Times New Roman', serif;">Esta crónica fue publicada el <a href="http://www.elfaro.net/es/201006/especiales/1969/">21 de junio de 201</a>0 en el periódico digital El Faro.</span></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-12441619778882487692010-06-11T22:09:00.004-06:002010-06-11T22:17:18.783-06:00Tres millones de mauricios<span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><div style="text-align: right;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:'times new roman';">(Fotografías de Frederick Meza/www.elfaro.net)</span></div><div style="text-align: right;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><br /></span></div>Sentada sobre su propia sangre supo que algo andaba mal. Seis semanas faltaban para salir de cuentas pero el niño se retorcía por salir. Sintió una punzada lenta y larga, apretó los ojos y con su mano comprobó que los pies estaban fuera. Venía al revés.<br /><br />—Me dio nerviosidad.<br /><br />Estaba pariendo tirada en el corredor de una casona, en un cantón perdido de un ignoto pueblo llamado Monte San Juan. Las únicas ayudas disponibles eran la voluntad de Mauricio, su marido, y el recuerdo de un consejo que años atrás le había dado su padre: si te llega a ocurrir esto, cuando nazca le cortás el cordón tres dedos debajo de la tripita, buscás un cañamito, lo desinfectás con alcohol, te lavás bien las manos y le metés la Gillette.<br /><br />El fruto de su vientre cayó al piso sin dificultad cuando él le apretó la barriga con fuerza.<br /><br />—Así era el bichito –y con las manos Mauricio simula algo del tamaño de un plátano–, chiquito y clarito-clarito, y amarillo, y las manos bien largas.<br /><br />Mauricio tomó la iniciativa. Salió a buscar a un cuñado y le pidió que fuera hasta Cojutepeque en bicicleta a comprar lo necesario. Cuando regresó, tenía el cañamito elegido y cumplió como un soldado las instrucciones: alcohol, manos limpias, tres dedos, Gillette. Después agarró el feto y lo miró asustado.<br /><br />—Ahí deseé que se muriera… No se le veía forma de gente, clarito y amarillo, como que era muñequito de hule…<br /><br />Era el octavo embarazo, pero el primero que nacía sietemesino, desproporcionado y amarillento. Convencidos de que nada se podía hacer, ni siquiera buscaron un doctor. La decisión fue esperar, dejarlo en las manos de Dios, como le gusta decir a Mauricio. Aquella noche del 19 de abril del año 2000, se acostaron resignados, una resignación que quizá solo quienes conocen el verdadero significado de la Pobreza puedan comprender. Y juzgar.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />El presidente de El Salvador, Mauricio Funes, parece tenerlo claro. Así lo dijo en uno de sus discursos: “Un pueblo es libre cuando puede alimentarse, un pueblo es libre cuando tiene acceso a la educación y a la salud, un pueblo es libre cuando su población tiene oportunidades de empleo y de desarrollo, y por supuesto, un pueblo es libre cuando sus hombres y mujeres se sienten seguros y pueden salir a la calle sin miedo”. Si tiene razón, el presidente preside un país de no libres.<br /><br />La última Encuesta de Hogares de Hogares Múltiples, la principal herramienta con la que el Gobierno monitorea los indicadores socioeconómicos, se presentó en junio de 2009. Cuatro de cada diez hogares salvadoreños resultaron en situación de Pobreza extrema o relativa. Esa era la situación cuando se hizo la encuesta, a lo largo de 2008, justo antes de la crisis económica que zarandeó el país y provocó que decenas de nuevos asentamientos de plástico, cartón y lámina surgieran como los hongos después de una tormenta. Con una población estimada en 6.2 millones de habitantes, resulta hasta conservador calcular en 3 millones los pobres que hoy hay en El Salvador.<br /><br />Mauricio Ramos Vásquez es uno de ellos, Mauricio es uno entre tres millones.<br /><br />—Pero yo tengo esa fe en Dios. Y fíjese, don Roberto, que yo toda mi vida he andado rodando, de pobre, pero sabiendo que Dios un día me iba a compensar.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />Aquí había una colonia llamada San Antonio hace apenas dos días. Lo que hay ahora es una lengua de tierra y rocas que arrasó con todo menos con el muro de una casa aquí, un suelo embaldosado allá, un tronco más allá. Sobre el lodo ya reseco, caminan silenciosos periodistas, pobres, funcionarios y curiosos, hasta el presidente de la República estuvo hace un par de horas por acá.<br /><br />Hoy es 9 de noviembre de 2009, mediodía, y esto es Verapaz, en el departamento de San Vicente. Ayer en la madrugada llovió tanto que el altanero volcán de San Vicente se desparramó como una charamusca al sol. Uno de los deslaves atravesó el pueblo de sur a norte. Hubo muerte y destrucción. La peor parte se la llevó esta colonia, la San Antonio, un asentamiento al que el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo le puso la etiqueta de Área precaria en su Mapa de Pobreza Urbana. Mauricio vivía aquí, pero eso aún no lo sé.<br /><br /></span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; "><a href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TBMJgAhlvxI/AAAAAAAAAZs/7aE9IRgZKnI/s1600/cms-image-000002938.jpg"><img src="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TBMJgAhlvxI/AAAAAAAAAZs/7aE9IRgZKnI/s400/cms-image-000002938.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5481735616941375250" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 400px; height: 267px; " /></a></span></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;">Mauricio cumplió 74 años hace un mes. Tiene la piel tostada por el sol y menos arrugada de lo que uno presupone en un septuagenario. El cabello, vencido por las canas pero abundante, sin el más mínimo atisbo de alopecia; las cejas y el bigote están conjuntados. Las cataratas impiden definir el color de sus ojos. Es pequeño y delgado, pero aún se atisba musculatura en sus brazos cuando se quita la camisa; en el izquierdo tiene una profunda cicatriz por un machetazo de juventud.<br /><br />Se acerca cabizbajo para pedir por favor una llamada. Sus familiares aún no saben que es un sobreviviente de las lluvias generadas por el huracán Ida.<br /><br />—Aló, ¿qué pasó, hijo?<br />—…<br />—Por aquí, ¿veá? Aquí estamos todos fregados… Incomunicados… Nos llevó todo la lava… En la mera lava estoy ahorita.<br />—…<br />—Sí, pero avisala, decile a la Mina que estamos fregados y que, hablando a las cabales, necesitamos ayuda… Pasámela… Hola, hermana. Sí, te estoy hablando de un señor que me ha prestado el teléfono.<br />—…<br />Yo estoy viviendo donde la Lourdes, a la entradita de Verapaz, del puentecito para arriba, si en caso querés venir. Lo que te quiero decir es que estamos necesitados.<br />—…<br />—Sí, mi hermana, cuando vengás te voy a platicar todas las maravillas que Dios ha hecho.<br />—…<br />—No perdí pero ni uno de mis hijos, ¿oíste? Todos me los sacaron, y me sacaron a mí, arrastrado, pero me sacaron.<br />—…<br />—Vaya, salú pues.<br />—…<br />—Salú pues… Va… Va… Gracias… Amén.<br /><br />Muchas gracias, dice cuando me devuelve el teléfono.<br /><br />El cielo es azul y el sol abrasador. La tierra a nuestros pies está extrañamente reseca. Los ojos de Mauricio, nublados y llorosos.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />La casucha en la que nació Mauricio un 9 de octubre no tenía agua ni sanitarios ni energía eléctrica, pero en 1935 nada de eso se echaba en falta en el cantón San Isidro de Santa María Ostuma. En ese pueblo famoso por nada y situado en el centro del país había nacido su padre, José Luis, quien murió tan joven y pobre que ni recuerdos le dejó. Su madre, Juana, buscó sustituto, y esa decisión le dio a Mauricio seis hermanastros y la posibilidad de vivir en una casa de adobe y tejas en el centro del pueblo, que sería la que por casi medio siglo llamó Mi casa, aunque no fuera suya. También le facilitó estudiar.<br /><br />—Yo hice sexto grado, y en aquel tiempo era mucho.<br /><br />Lo suficiente como para saber que el mundo es algo más que Santa María Ostuma.<br /><br />Durante años alternó temporadas en las que vivía con su madre y otras en las que salía a probar suerte. En una de esas llegó hasta Valladolid, pero el Valladolid de Honduras, lo más lejos que ha viajado nunca. Pasó también un tiempo en Zacatecoluca, donde ingresó en el Ejército, y esa condición de soldado le permitió dar el salto hacia San Salvador. En la capital estaba cuando el 15 de junio de 1969 fue al estadio Flor Blanca a ver el partido de fútbol contra Honduras que a la postre serviría para bautizar una guerra. Como reservista, Mauricio fue llamado a matar.<br /><br />—El Salvador le ganó el partido a Honduras, pero esa no fue la cólera.<br />—¿Y por qué empezó la guerra?<br />—No sé, ya la gente salvadoreña que vino de Honduras, según dicen, ya estaba en un albergue así como este –Mauricio señala alrededor.<br />—¿Usted fue a la guerra sin saber por qué?<br />—Nos llamaron y fuimos. Estuvimos una noche en el cuartel y en la madrugada nos subieron en un camión y nos fuimos para la frontera. Antes de entrar a Honduras nos bajaron, y fuimos caminando a alcanzar la tropa, pero no peleando. Algunas cosas no las recuerdo ya, pero yo no disparé.<br /><br />Pero de todas esas huidas de Santa María Ostuma siempre regresaba junto a su madre, y cada vez era más el tiempo que pasaba en el pueblo. La década de los 70 fue la más oscura: bebió mucho, trabajó poco, tuvo dos hijos –Gilberto y Óscar Mauricio– sin estar emparejado… Hasta que sucedió lo que tenía que suceder. El 22 de mayo de 1985 su madre murió y con ella la posibilidad de disponer de un techo fijo.<br /><br />—Cuando mi mamá murió nos reunió primero a todos, y como la casa había sido de mi padrastro, y como ella tenía hijos con él, me dijo: a vos, Mauricio, a vos no te dejo nada. Y no me dejó, perdone la palabra, pero ni un huacalito viejo; nada, nada. Yo nací pobre, crecí pobre y, cuando mi mamá murió, me tuve que salir a alquilar casa.<br /><br />Y fue ahí, y así, cuando empezó la verdadera peregrinación, cuando Mauricio comprendió que aunque todo vaya mal, siempre puede ir peor.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />Mauricio está sentado sobre una hamaca amarrada a unos árboles y se balancea con un pie mientras escarba en su memoria. Después de tres encuentros y otras tantas pláticas por teléfono, ya no habla con un desconocido. Pero Mauricio mantiene la barrera del don con un periodista es que cuatro décadas más joven.<br /><br />—… Así que a ver qué dice Dios, don Roberto, porque…<br />—¿Le puedo pedir algo? No me llame don Roberto, por favor. Roberto nomás.<br />—¡Cómo no, hombre, cómo no! –y ríe como quien le ríe la gracia a un loco–. Fíjese que, no es por nada, pero mi forma de hablar es así, ¿veá?<br /><br />La sumisión interiorizada. Debe de ser difícil rebelarse contra uno mismo.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />Cuando en 1985 Mauricio tuvo que dejar la casa de su madre era evangélico, había dejado de tomar y tenía como esposa una mujer 27 años menor que él llamada Irma Yanira. Irma era hija de Santiago Zepeda, un compañero de juegos en la niñez y de borracheras en la adultez, vecino, suegro y la persona a la que Mauricio definirá como el mejor amigo de toda una vida.<br /><br />La pareja tenía dos hijos ya –Edwin Alfredo e Irma Araceli–, una cifra manejable aún, y alquilaron una casa sin salir de Santa María Ostuma, hasta que el propietario los echó. A partir de ahí Mauricio mide el tiempo en función del nacimiento de su camada: Edgar Esaú nació en el cantón El Rodeo de San Pedro Nonualco, a donde llegaron porque un patrón les ofreció posada; María de Lourdes y Saúl Eliseo nacieron en la finca La Joya, también en San Pedro Nonualco, donde cuidaban propiedad ajena en una casa de adobe sin agua ni luz, donde vivieron lo más duro de la guerra, pero de la que guarda buenos recuerdos; Miguel Ángel y Diana Cristina nacieron en la colonia Altamira de Cuyultitán, en una champa de lámina que con esfuerzo pudieron alquilar…<br /><br />—Viviendo en esa casa cumplí los 61 años. Yo trabajaba como albañil, y un día me dijeron: vaya a pedir su jubilación, y me dieron unos papeles, pero fui a San Salvador y vi que había empresas en las que había cotizado, pero que en el Seguro no aparecían. Así que no me dieron pensión...<br /><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; "><a href="http://4.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TBMJhS65w-I/AAAAAAAAAZ8/yqhRy_G_sms/s1600/cms-image-000002940.jpg"><img src="http://4.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TBMJhS65w-I/AAAAAAAAAZ8/yqhRy_G_sms/s400/cms-image-000002940.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5481735639059252194" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 400px; height: 267px; " /></a></span></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><br />Sin ingresos fijos, aceptaron irse al cantón Concepción de Monte San Juan, otra vez a cuidar propiedad ajena. Allí nació, sietemesino y desproporcionado, el muñequito de hule que Mauricio deseó que muriera. Pero no murió. Lo tuvieron 12 días en casa, hasta que vieron que aguantaba, y lo llevaron a la clínica del pueblo, y de ahí al hospital de Cojutepeque, donde pasó un mes en una incubadora. Al octavo hijo de la pareja lo llamaron Cristian Rafael.<br /><br />—Y ahora míralo –Mauricio lo señala–, es el más peleonero, bien travieso, y caprichoso… pero yo le tengo lástima, yo lo quiero… No sé, no sé cómo decirlo, pero le tengo una gran lástima.<br /><br />Aún faltaban mudanzas: de Monte San Juan a Guadalupe, y de Guadalupe a Verapaz, donde estuvieron rebotando en tres champas distintas. También faltaban más hijos: Manuel Alexander y Milagro de Jesús, la última, que nació el 2 de abril de 2007, cuando Mauricio iba camino de los 72 años.<br /><br />—¿Y por qué tantos hijos y tan mayor si apenas puede mantenerlos?<br />—Pues es que eso es lo fregado, que uno comete el pecado y Dios lo castiga.<br />—¿En la unidad de salud no les dan nada para que su esposa no quede embarazada?<br /><br />Mauricio baja la voz, aunque estamos solos, y mira a ambos lados antes de soltar lo que parece que será una gran revelación.<br /><br />—Mire don Roberto, es que en estos pueblos casi no existen esas cosas.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />Hace poco más de tres meses que en este predio velaban los muertos del deslave en el volcán. Hoy, 16 de febrero, hay un campo de damnificados formado por unas 70 tiendas de campaña. Parecería un campamento militar si no fuera por el correteo de niños y las ropas de vivos colores que se secan en improvisados tendederos. La #19 la ocupan Mauricio y su familia, donde familia a estas alturas significa la esposa Irma, los cinco hijos menores y Sandra Yamileth, de 8 años, una nieta huérfana. La tienda es amplia, pero insuficiente para que puedan vivir con un mínimo de dignidad ocho personas. E insalubre. Hace unos días, a una de las niñas le salió una roncha en la nuca.<br /><br />En los tres meses aquí siempre han tenido algo que llevarse a la boca. Verapaz se convirtió en el municipio símbolo de la tragedia, y no han faltado ni alimentos ni brigadas médicas ni payasos para entretener a los niños ni evangelizadores para entretener a los adultos. Mauricio, sin embargo, se le oye desganado y luce envejecido, como si hubieran pasado 10 años desde la última vez que lo vi.<br /><br />—Llevamos más de tres mes de que pasó eso. No le niego, don Roberto, comemos, bebemos, tenemos baño… pero vivir así agobia y yo me siento todo enfermo, más traumado que cuanto bajó la lava.<br />—¿Y no han venido sicólogos?<br />—¡Cómo no! Pero vienen a platicar, que si siéntase cómodo, que si respire, que platíqueme alguna cosa de su pasado… Algo ayuda porque al momento de estar platicando uno se olvida de las cosas, pero luego después viene el sentimiento. Yo ya tan viejo, ya no puedo trabajar, con mi montón de bichitos, la mujer… De aquí a mañana que yo me muera…<br /><br />Se recuesta en la silla y calla unos segundos. Al instante, se reincorpora.<br /><br />—Yo recuerdo cuando pasaba por ahí, por el 51 de la Panamericana, que había un letrero grande que decía Sin agricultores no hay comida. ¡Me gustaba leer ese rótulo! –y esboza una sonrisa–. Es que es la verdad. Pero yo creo que ya lo quitaron.<br /><br />Mauricio nunca fue agricultor hasta hace un par de años. Trabajó en unos almacenes, en un beneficio, como encargado de finca, fue soldado, ordenanza y albañil, que es la que identifica como su profesión. Al campo llegó obligado, hace tres años, cuando comprobó que era la única forma de garantizar a los suyos tortillas y frijoles para todo el año. Pero en noviembre la tormenta se llevó la cosecha, y los convirtió en dependientes de la caridad. Desde noviembre visten donado, comen donado, beben donado, se asean donado. El único ingreso familiar fijo son los 40 dólares que cada dos meses les entregan por ser parte de la ex Red Solidaria. Planes de futuro no faltan.<br /><br />—¿Sabe qué es la iniciativa que yo tengo también? –me dirá Irma otro día–. Conseguir una planchita de gas. Yo sé tortear y ya tengo encargos para hacer tortillas, pero con el comal uno no alcanza.<br />—Sí –dirá Mauricio–, una plancha para tortear, no para lujo, para trabajar, ¿veá?<br /><br />La plancha es un viejo anhelo, casi un proyecto de vida. Pero quien dijo aquello de querer es poder parece que no estaba pensando en superar la Pobreza.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />La palabra está tan adulterada que ha perdido su esencia. Decir Pobreza hoy es decir poco, es decir nada. Se dice, se escribe, se lee Pobreza rural y urbana, extrema, relativa, severa, estructural, endémica, pero esos adjetivos no adjetivan la Pobreza mierda que huele y sabe como la mierda. No faltan Oenegés en Toyota Prado ni presidentes ni periodistas ni organismos internacionales ni oportunistas que dicen querer conocer la Pobreza, dicen querer combatirla, estudiarla, fotografiarla, filmarla, segmentarla, narrarla, porcentuarla y un etcétera que no se debe abreviar. Porque de la Pobreza viven –vivimos– muchos. Quizá por eso oír Pobreza hoy es oír poco, es oír nada. Pero la Pobreza es. Es y existe. Tres millones. Un, dos, tres, cuatro y así hasta tres millones. Lejos de los despachos, de las computadoras y de los sesudos informes hay quien camina con pantalones donados, calzoncillos donados, brasieres donados, hay quien cree que solo un dios le puede ayudar, un dios o un pinche programa amarillista de televisión, hay para quien el mañana no existe, resignado, hay quien pasa hambre, pero no como tú o yo cuando nos agarra la tarde en un mandado, sino hambre de no tener qué llevarse a la boca y que los hijos empequeñecidos por la falta de leche pregunten cuándo papá, hay a quien la Pobreza le hace agachar la mirada y decir El desprecio es duro, porque el rico y el clasemediero desprecian al pobre, y el menos pobre también desprecia al más pobre, y sí, es duro el desprecio, y quien lo sufre lo dice con calzoncillos donados y cataratas en los ojos y una placa dental donada-rota-pegada-con-pegaloca, hay a quien lo ven tan necesitado en el hospital que le quieren comprar el hijo recién nacido por 5.000 colones, hay a quien el presidente y el ministro y el otro ministro lo usan como bufón porque la Pobreza vende y una fotografía da votos, y audiencia, y el pobre se convierte en parte del escenario, se elige como se elige el color de la corbata, pero su voz apenas se oye y para nada se escucha. Y quizá por eso decir Pobreza hoy es decir poco-nada, un engaño, una cortesía con el lector o el televidente, para que cambie el canal sin remordimientos y siga viendo el Mundial. La palabra Pobreza ya no evoca a los pobres. Pero la Pobreza es. Es y existe.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />El año 2008 tampoco arrancó bien para Mauricio. El 31 de diciembre vivían en una molienda situada en el barrio El Calvario de Verapaz, pero el dueño los botó.<br /><br />—Mi Año Nuevo eso fue, don Roberto. Sólo oíamos la cohetería y nosotros ahí, tristes…<br /><br />Un hermano de congregación les dio posada en una pequeña parcela de la colonia San Antonio, entre palos de guineo y marañón. Ahí improvisó Mauricio su champa de láminas oxidadas. En esa casucha los hallará el deslave 22 meses después, pero fue a las pocas semanas de haber llegado cuando se convencieron de que lo mejor era airear su caso en Voces de ayuda, la sección lacrimógena de Noticias Cuatro Visión, amarillismo en estado puro que se regodea en la Pobreza. Irma estaba ilusionada.<br /><br />—Yo vi que una vez llegaron a un cantón y les llevaron cocinas, llevaron ropaecama, les llevaban víveres, les llevaban jabón y un bono de no sé cuánto para una familia que eran cinco gemelos. Les dieron cinco camas y a cada quien le dieron un chequecito, y la caja llena de víveres. Entonces, yo no pedía tanto, ¿veá? Lo que necesitamos es la planchita para tortear.<br /><br />Llamaron y llamaron hasta que alguien contestó.<br /><br />—Les contamos, pero nos dijeron que volviéramos a llamar, y vimos que era imposible, nos ignoraban pues, porque ella nos dijo, voy a pasar la noticia a un periodista, y pasó ese día, pasó otro día, y nada.<br /><br />Nunca llegó nadie. Y una sensación de último cartucho quemado se apoderó del hogar de Mauricio, como si a partir de ese momento en verdad solo Dios les pudiera ayudar.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />Es el primer miércoles de mayo y la familia de Mauricio debería estar ya en una de las viviendas temporales que la cooperación internacional financia en Verapaz.<br /><br />—Dicen que en la tercera semana de marzo nos pasaremos –me había dicho cuando lo visité en la tienda #19.<br /><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; "><a href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TBMJhlfDKRI/AAAAAAAAAaE/26mgkAB7m8k/s1600/cms-image-000002953.jpg"><img src="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TBMJhlfDKRI/AAAAAAAAAaE/26mgkAB7m8k/s400/cms-image-000002953.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5481735644042701074" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 400px; height: 266px; " /></a></span></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;">El que ahora contesta la llamada es un Mauricio radiante. Dice que pasaron la mañana moviendo trastes desde el campo de damnificados al nuevo asentamiento. Bromea y ríe en cada frase y me invita a conocer su hogar. Seis meses después del deslave, esta noche dormirán en una casa de la que el Gobierno dice que cubre las necesidades más básicas. Ayer le dieron unas llaves que saben a satisfacción.<br /><br />—Pero usted ya ha vivido en casas mejores.<br />—Sí, pero la diferencia –me dirá en unos días– es que no eran mías, no podía decir botemos esto y pintemos esto otro; en cambio aquí, si quiero hacer un agujero, lo hago, y si luego lo quiero llenar, lo lleno.<br /><br />El Gobierno asegura que menos, pero Mauricio ha hecho cuentas y cree que pasarán al menos un año y medio en la temporalidad. No le incomoda. Solo por un momento, poco antes de que acabe la conversación, su voz recobra la seriedad.<br /><br />—Don Roberto, ¿y no sabe de algún amigo que me pudiera regalar una lámpara Coleman?<br /><br />La necesidad no deja de martillar. El yin y el yang. En la negrura siempre hay un punto blanco; y en lo blanco, siempre hay negrura.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />En la mañana del 9 de noviembre de 2009 el presidente de la República, Mauricio Funes, Verapaz llegó en helicóptero a Verapaz. Jeans, guayabera y zapatos negros que terminaron embarrados. Rodeado por guardaespaldas, militares, asesores y periodistas, caminó algunas cuadras hasta que llegó a la lengua de tierra y rocas en la que se había convertido la colonia San Antonio.<br /><br />Un grupo de afectados se había juntado, y miraban desde lo alto que el presidente se les acercaba. Cuando sintieron inevitable que pasara junto a ellos, pidieron a Mauricio que hablara con él. Háblele usted, don Mauricio, le dijeron. Algo tembloroso, sin saber muy bien qué decirle, se adelantó y se dieron la mano. Mauricio habló con Mauricio Funes.<br /><br />—Me hizo un montón de preguntas, y yo se las contesté, y…<br />—¿Qué le preguntaba?<br />—Que si queríamos volver a vivir aquí, y le dije que no, que toda la gente decía que no. Y un montón de cosas que dijo que casi ya ni las recuerdo, pero la verdad es que yo estuve con él, ahí salimos en la televisión.<br /><br />Fueron apenas unos segundos. No le pudo explicar qué es la verdadera Pobreza. Ni siquiera se le ocurrió hacerlo. Se despidieron. Mauricio Funes se marchó en helicóptero a San Salvador. Mauricio fue a su champa de láminas inundada, a ver si algo se podía rescatar.<br /><br />—Pero la segunda vez que vino el presidente ya no platiqué con él.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />Hoy es 12 de mayo, el día elegido por el Gobierno para inaugurar Nueva Verapaz, el asentamiento en el que ahora vive Mauricio. Temprano montaron una tarima a la sombra de los amates e instalaron un poderoso sistema de sonido. Luego comenzaron a llegar ministros, embajadores, representantes de organismos internacionales y de ONG, cada uno con su séquito. Y periodistas. A Mauricio le tocó pronunciar unas palabras de agradecimiento. Al final de los discursos, la comitiva recorre dos pasajes. Parece gustarles que les tomen fotos mientras entregan con sonrisas temporales enseres a los pobres. Pero a mediodía casi todos los intrusos se han ido. Mauricio insiste en que almorcemos en su casa. Arroz muy cocido, tortillas recién torteadas y pollo. Es un día realmente especial hoy.<br /><br />—Así que si todo va bien, se ven en casita propia en año y medio.<br />—Primero Dios, primero Dios –eleva la voz Irma desde la cocina que han improvisado detrás de la casa, donde tortea.<br />—Y todo habrá sido por lo que pasó en noviembre.<br />—Sí, claro, gracias a la lava.<br />—Y a Dios –apuntala Mauricio.<br />—Así que la lava que causó tanto dolor a otra gente…<br />—…a nosotros nos benefició, nos benefició. Este año hemos tenido qué comer y ahora tenemos una casita.<br /><br />Todo se relativiza cuando se hacen cuentas con el ábaco de la Pobreza: hace medio año vivían en una champa de lámina en terreno ajeno; ahora tienen comida donada pero abundante para las ocho bocas, un techo propio y una promesa de unas escrituras que les suena convincente. Un buen año. Todo lo demás –el deslave, los muertos, el pueblo destruido– es secundario.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />Nueva Verapaz es un panal gigante con 163 casitas levantadas sobre un terreno plano y polvoso. Seis meses atrás esto era un cañal y una molienda. Compraron, midieron, talaron, aplanaron y construyeron las viviendas temporales que, dicen, son el germen de una colonia. Se atisban algunos cambios, pero el asentamiento conserva aún un aire de maqueta, con todas las casas alineadas, todas blancas, todas impersonales. El agua la obtienen de cantareras y los sanitarios, las duchas y los lavaderos son públicos. Hoy, día de la inauguración, los baños de los hombres están adecentados, pero en mi visita anterior eran una pocilga. En Nueva Verapaz no hay energía eléctrica. Y entre los pasajes anchos, como si siempre hubieran estado ahí, deambulan chuchos, casi tantos como niños.<br /><br />—¿Siendo las casas tan pequeñas no han limitado eso de tener perro?<br />—No, pero yo no tengo, sería una tortilla menos para mis hijos.</span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><br /><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; "><a href="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TBMJhB5nodI/AAAAAAAAAZ0/B-WMI6tH9eQ/s1600/cms-image-000002939.jpg"><img src="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/TBMJhB5nodI/AAAAAAAAAZ0/B-WMI6tH9eQ/s400/cms-image-000002939.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5481735634490466770" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 400px; height: 261px; " /></a></span></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;">La de Mauricio es la Casa 3 del Polígono H. Salvo por los globos de colores con los que está adornada hoy, es igual que las demás. Ocho por seis metros cuadrados, paredes de fibrocemento, suelo de tierra, corredor y dos cuartos. Adentro se amontonan ocho personas y sus pertenencias: cuatro colchones, huacales y cumbos de plástico como casi todo aquí, una minicocina, dos tambos de gas, un osito de peluche, sillas y mesa, cajas con ropa, una hamaca azul enrollada en un polín, sacos con frijol, maíz y arroz donados… En realidad, todo es donado. Desde hoy también una lámpara azul de gasoil que Mauricio agradece como quien recibe una herencia. Se va a admirar la gente cuando la mire colgada, dice. Con 74 años, en una casa temporal sin luz ni agua domiciliar, Mauricio reflexiona en voz alta.<br /><br />—Desde que nací, por decir algo, ando de posada. Nunca he tenido nada, y hoy me siento feliz porque vaya, yo no voy a lograr disfrutar todo esto, pero me voy a morir con el placer de que ya mis hijos van a tener algo.<br /><br />Todo esto, dice.<br /><br />Milagro, la menor, lo mira en silencio. Tienes 3 años y habla ya, pero no lo ha hecho en ninguna de mis visitas. Es porque es callada con los extraños, dice Irma.</span><br /></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-5693586406727879042010-05-05T10:59:00.004-06:002011-01-13T08:14:35.075-06:00El agua más cara es para los que menos tienen<div>El agua es como la salud; solo cuando falta uno cae en la cuenta de su importancia.<br />
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El Salvador tiene un serio problema de acceso a agua potable. Lo dice la vivencia periodística y lo dicen también sesudos informes de Naciones Unidas, los de distintas ONG enraizadas en el país y hasta los apadrinados por el propio Gobierno. Según la gubernamental Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples presentada en junio de 2009, el 21% de los salvadoreños no tiene servicio de agua por cañería. Son casi 1.3 millones de salvadoreños. Otra vez: un millón trescientos mil salvadoreños.<br />
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Las cifras macro, sin embargo, diluyen las historias micro. Así, para algunos pocos, el problema del agua se resume en no poder renovar la de la piscina con la frecuencia deseada; para algotros, supone que no salga todos los días del año líquido del chorro; para otro grupo, que las horas sin servicio sean más que las horas con; hay para quien el problema es poder cancelar la factura o que la que bebe sea realmente potable; y para los últimos de este listado, juntar unos pocos litros cada día representa toda una preocupación familiar. En esta categoría caerían los vecinos de la comunidad El Jabalí-La Meca, en Quezaltepeque.<br />
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Irónicamente es en lugares como este, donde cualquier descripción de la miseria siempre se quedará corta, donde el metro cúbico de agua se paga más caro. Salvo cuando llueve, conseguir un galón de agua es más costoso para ellos que para el que no puede llenar la piscina con la frecuencia deseada.<br />
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—Si quiere ir a mi casa, puede ir; aquí arribita es, para que vaya a ver cómo vivimos.<br />
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Su nombre, Rosa Amelia Canales, suena a telenovela. Los de sus hijas, Reina Elizabeth y Ruth Esmeralda, a realeza, como si con ellas hubiera pretendido burlar su destino. Rosa es pequeña, compacta y tostada. Cuesta creer que tenga solo 24 años. Le gusta hablar y hablar. Ahora está junto a un barril vacío que una pipa pronto llenará. El camión no llega hasta su vivienda, el motorista dice que lleva llanta pacha, y ella ha tenido que mover el recipiente hasta la casa de Esteban Arias, un vecino. Aún no son las 9 de la mañana, pero el cielo se está encapotando. Parece que va a llover.</div><div><br />
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</div><div><a href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S-GnDBNTJCI/AAAAAAAAAX0/v-KLLu1Jnyw/s1600/_4225504.JPG"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5467835092910154786" src="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S-GnDBNTJCI/AAAAAAAAAX0/v-KLLu1Jnyw/s400/_4225504.JPG" style="cursor: pointer; display: block; height: 300px; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; margin-right: auto; margin-top: 0px; text-align: center; width: 400px;" /></a></div><div><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="color: #0000ee;"><u><br />
</u></span></div>Este champerío –pedrero lo llamará después el esposo de Rosa– es la comunidad El Jabalí-La Meca, pero por acá todos la conocen solo como La Meca. Pertenece a Quezaltepeque, en La Libertad, y está junto a la autovía que viene desde Sitio del Niño, sobre la lava que el volcán de San Salvador vomitó en 1917. El asentamiento dista no más de cinco minutos en carro del casco urbano quezalteco y un cuarto de hora de la capital del país, pero recorrer esas distancias es como atravesar un agujero en el tiempo: La Meca no tiene servicio de agua potable ni de energía eléctrica ni de recogida de desechos ni letrinas ni está adoquinada. Por no tener, ni siquiera han sido merecedores de la etiqueta de Asentamiento Urbano Precario (AUP) que el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) utilizó en el Mapa de Pobreza Urbana y Exclusión Social que acaba de presentar. Para los autores del informe, un AUP debe estar compuesto por al menos 50 hogares, y en La Meca son en la actualidad 39.<br />
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—¿Cuál es aquí el problema que más les urge?<br />
—El agua, la luz, las casitas… –dice Rosa, ya en la puerta de su hogar, un montón de láminas ensambladas y oxidadas sobre un esqueleto de troncos, sin ventanas.<br />
—Fíjese que aquí, si me permite explicarle un poquito –se suma Salvador Miranda, el esposo–, nosotros tenemos todos esos problemitas, pero además quisiéramos que nos brindaran la ayuda para dejarnos acá, a vivir aquí. Que nos escrituraran porque aquí…<br />
—¿Quién es el dueño de esto?<br />
—El Estado, el Gobierno… Y el Medio Ambiente lo tiene como una zona protegida.<br />
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La Meca se creó cuando expiraba la guerra civil. Muchas familias llevan en estos terrenos de roca oscura sobre los que cuesta caminar 20 años o más, pero esto forma parte del área natural protegida Complejo El Playón. El mismo Estado que permitió que al otro lado de la autovía se construyera todo un autódromo –El Jabalí– quiere echarlos de aquí. Toda una ironía. En realidad, el municipio de Quezaltepeque parece una ironía. Tienen una de las tasas de homicidios más altas del país y se han autonombrado Cuna de la Convivencia y la Paz Social. Y lo del agua. Quezaltepeque está sobre algunos de los mantos acuíferos más productivos de El Salvador. De su subsuelo la Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados (ANDA) extrae buena parte del líquido que se consume en el Área Metropolitana de San Salvador, pero al mismo tiempo Quezaltepeque está entre los 169 municipios salvadoreños que tienen al menos el 20% de sus hogares sin siquiera un chorro.<br />
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“Nuestras comunidades están sin agua, y allá, en San Salvador, la gente regando el pasto o lavando el carro con el agua de Quezalte”, se queja Nelson Alas, jefe de Servicios Públicos de la alcaldía. De hecho, como municipalidad tuvieron que invertir en la compra de una pipa para abastecer comunidades. Es un envejecido y ruidoso Dongfeng chino de color óxido y con capacidad para transportar 6 metros cúbicos de agua. Se mueve lento pero seguro, como un elefante, y tiene un adhesivo que dice Soluciones de Verdad. Este camión es el que hace unos minutos llegó a La Meca y rellenó el barril de Rosa.<br />
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El ruidoso Dongfeng es siempre bienvenido en La Meca. Llena los barriles gratis, y eso es un aliviane para economías tan precarias. Rosa, Salvador y las dos hijas viven del campo: alquilan media manzana de terreno y siembran maíz y frijol. Si la cosecha es buena, garantizará comida para todo el año y todavía sobrará para vender. Los ingresos los complementa Rosa, que sabe echar pupusas y lo hace o en Quezaltepeque o en San Juan Opico. Gana 5 dólares por una jornada que le supone salir de casa a las 4 de la mañana y regresar a las 6 y media de la tarde. Los pasajes corren por su cuenta.<br />
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—Yo trabajo pero ahorita, fíjese que, usted sabe la situación, ahorita no hay trabajo, y uno siempre necesita, ¿verdad?<br />
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Quizá por eso se agradece tanto la visita de la pipa municipal. El problema es que a veces se pasa un mes entero sin dar señales de vida y la sed no espera tanto. Entonces, casi siempre, toca pagar. La Meca está en el radar de tres piperos distintos. En el mejor de los casos, el barril se lo venden a 1 dólar, pero a veces toca pagarlo a $1.50. Como se necesitan cinco barriles para hacer un metro cúbico, lo están cancelando a un mínimo de 5 dólares. El pliegue tarifario de ANDA aprobado en febrero fue criticado con dureza porque dejaba de subsidiar a los grandes consumidores. Pues bien, en la actualidad a ningún cliente de ANDA, ni a las residencias ajardinadas más exclusivas ni a las empresas más derrochadoras, le cuesta arriba de $1.96 el metro cúbico consumido. En su miseria, Rosa, Salvador y el resto de residentes en La Meca o en cualquier otra comunidad que depende de piperos lo están pagando a 5 dólares. <br />
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“Es correcto”, “tiene usted toda la razón”, responderá otro día el presidente de ANDA, Marco Antonio Fortín, cuando se le pongan los números delante.<br />
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—¿Y no le parece una ironía trágica?<br />
—Sí, pero mire –se envalentonará–, ironía más grande es que ocurra eso mientras en la zona de viviendas más cara de San Salvador, la colonia Escalón, haya conexiones directas y paguen $2.29 al mes. ¡Esa sí es una ironía!<br />
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Los excluidos, los que menos tienen, son quienes pagan el agua a granel más cara de todo el país. Y este problema, aunque se sufre en familia y casi siempre en el anonimato, es masivo. Sus cifras de acceso al agua son uno de los termómetros que año tras año pintan El Salvador como un país tercermundista.<br />
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—Desde los 17 años tengo yo de vivir en este pedrero –dice Salvador.<br />
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Cumplirá 37 años este mes de mayo, por lo que lleva 20 en La Meca. Es de los pioneros. Antes vivió en la comunidad Milagro de la Roca II, al otro lado de la carretera, y allí tampoco conoció ni el agua potable ni la luz domiciliar. En realidad, nunca ha vivido en una casa que tenga un chorro o paredes de bloque; quizá por eso en su orden de prioridades el primero está obtener las escrituras. Los últimos 10 años los ha pasado con Rosa, con quien se acompañó cuando ella tenía 14. Pronto nacieron Reina Elizabeth y Ruth Esmeralda, de 7 y 5 años. La menor aún no ha puesto pie en una escuela.<br />
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El cielo amenaza tormenta.<br />
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—Pero enveces se va para otro lado –dice Norberto González, otro vecino, también de los pioneros, que se ha sumado a la conversación.</div><div><br />
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</div><div><a href="http://4.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S-GnCkSeO0I/AAAAAAAAAXs/A_FOZtW7zXM/s1600/_4225500.JPG"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5467835085147224898" src="http://4.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S-GnCkSeO0I/AAAAAAAAAXs/A_FOZtW7zXM/s400/_4225500.JPG" style="cursor: pointer; display: block; height: 306px; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; margin-right: auto; margin-top: 0px; text-align: center; width: 400px;" /></a></div><div><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="color: #0000ee;"><u><br />
</u></span></div><a href="http://4.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S-GnCkSeO0I/AAAAAAAAAXs/A_FOZtW7zXM/s1600/_4225500.JPG"></a>No disponer de agua potable domiciliar obliga a tomar medidas. La champa, no importa qué tan destartalada esté, debe contar con algún sistema para que la lluvia que cae sobre el techo termine en un barril. La estación lluviosa es una aliada poderosa en La Meca. Cada familia también se las ingenia para estirar la vida útil de la poca agua de la que disponen. La necesidad impone el reciclaje. Así, incluso en las épocas más desahogadas, el sobrante del aseo personal sirve para lavar los trastes; y el sobrante del lavado de los trastes, para regar las plantas. Cada gota sirve.<br />
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Todos acá saben que lavarse las manos y el aseo en general son herramientas poderosas contra enfermedades como la gripe o la diarrea, o que cambiar el agua de los barriles evita los criaderos de zancudos, pero todos esos buenos consejos adquieren tono de insulto cuando el Estado que los da nunca ha hecho nada por evitar que los excluidos tengan que pagar $5 por metro cúbico de agua.<br />
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Y una ironía más. Esta situación está ocurriendo en El Salvador, un país tropical en el que llueve a mares y cuyo subsuelo tiene la capacidad de almacenarla. El promedio nacional es de unos 1,800 milímetros de lluvia cada año. En El Cairo, la capital egipcia, solo caen 17 milímetros en el mismo período. Londres, ciudad con merecida fama de estar enemistada con el sol, rara vez supera los 600 milímetros. Y sin irse tan lejos para las comparaciones, México D.F. apenas sobrepasa los 700 milímetros en 12 meses. En El Salvador llueve y lo hace con ganas. Que 1.3 millones de personas no tengan cañería en su casa y que buena parte de los que la tienen convivan con racionamientos es un problema de mala gestión del recurso, no de falta de agua.<br />
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Y esto ocurre a pesar de que los dos últimos gobiernos dicen haber trabajado con sentido humano uno, y el otro, con la opción preferencial por los pobres como norte.<br />
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—¿Y el agua que les venden los piperos es buena? –pregunto.<br />
—Pues algunos enveces no lavan la pipa, solo la llenan y se vienen –dice Norberto.<br />
—Algunos la traen bien fea, que cuando uno la toma, sabe a lata –complementa Salvador.<br />
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La figura del pipero resulta contradictoria. En comunidades como La Meca es la persona que les hace pagar el agua más cara del país, pero al mismo tiempo es la única persona que se la trae hasta sus viviendas. El propio presidente de ANDA me admitirá que hoy por hoy los piperos resultan imprescindibles.<br />
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—¿Qué ocurriría si no existieran?<br />
—Se volviera un caos, porque ANDA no alcanza a dar el servicio a las comunidades. Sería tremendo, se manifestara la gente, saliera a las calles, hiciera desórdenes…<br />
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Quien responderá así es un pipero. Se llama Óscar Rodríguez y, con algunos intervalos, trabaja desde que tenía 16 años en llevar y vender agua a quien la necesita. Hoy tiene 43 y es dueño de Transportes Rodríguez, una pequeña empresa con sede en San Salvador que tiene en su haber dos pipas de 8 metros cúbicos cada una y emplea a cuatro personas. Incluso le da para pagar un pequeño anuncio diario en la sección de Clasificados de El Diario de Hoy.<br />
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La suya es una historia de superación. Llegó al negocio del agua por necesidad. Se crió en la comunidad La Brisas de San Salvador cuando allí tampoco no había servicio. Su padre comenzó a subir barriles en el viejo pick up familiar para venderlos a vecinos, y pronto vieron que ahí había futuro. Así, hasta hoy. Los números son simples pero efectivos. Rodríguez llena sus pipas en planteles que ANDA tiene en La Chacra y en Los Chorros. Él paga $11.14 y la revende a $35 cuando es un único comprador, y saca hasta $40 cuando la coloca a barriladas. Lo que más le conviene, asegura, es la primera opción, es decir, trabajar con empresas o residencias que le compren la pipada entera. La entrega es rápida, y los costos de traslado son menores que ir pasaje por pasaje en comunidades perdidas.<br />
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Trabajo no le falta. Obvio, la estación seca es cuando más movimiento hay, pero el negocio se mantiene saludable durante la estación lluviosa. Hay, sin embargo, una época que resulta especialmente beneficiosa para los piperos: los períodos de campaña electoral. “En San Marcos, por ejemplo, le dan prioridad a lo del agua solo cuando hay elecciones –dirá Rodríguez–. Ahí es seguro que me alquilan las pipas, le empiezan a poner logotipos y comienzan a regalar agua, pero solo es durante la campaña, y también les dicen que les van a introducir cañerías.” Esta práctica la realizan los principales partidos políticos sin distinción de ideologías.<br />
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Rodríguez estima que, tan solo en la capital y alrededores, trabajan unas 60 pipas privadas. Ante la incapacidad estatal, vender agua a quien más lo necesita parece ser un buen negocio.<br />
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Pero la pipa que esta mañana llegó a La Meca es la municipal. El agua que dan es poca, pero es buena y es sobretodo gratis. Ha pasado más de una hora, y el camión debe estar terminando su minigira. Rosa acaba de poner unos frijoles al fuego. Su cocina, por llamarlo de alguna manera, es un barril ubicado fuera de la champa, carcomido por el óxido y abierto por un lado hasta la mitad. Ahí arden unos leños; sobre los leños, una estructura metálica; y sobre la estructura, la cazuela. Rosa pide a su hija mayor que me ofrezca un mango maduro.<br />
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—Los vamos a traer bien lejísimos –dice–, para tenerle algo a las niñas aquí.</div><div><br />
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</div><div><a href="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S-GnCMxuaeI/AAAAAAAAAXk/KVlE0ub8-Uo/s1600/_4225497.JPG"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5467835078835857890" src="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S-GnCMxuaeI/AAAAAAAAAXk/KVlE0ub8-Uo/s400/_4225497.JPG" style="cursor: pointer; display: block; height: 300px; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; margin-right: auto; margin-top: 0px; text-align: center; width: 400px;" /></a></div><div><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="color: #0000ee;"><u><br />
</u></span></div><a href="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S-GnCMxuaeI/AAAAAAAAAXk/KVlE0ub8-Uo/s1600/_4225497.JPG"></a>Rosa habla y habla, y menciona a Dios una y otra vez. Dice: “Con la ayuda de Dios salimos adelante”. Dice: “A mi esposo lo tuve bien grave, pero gracias a Dios ya está más o menos”. Dice: “Aquí muere la gente solo por voluntad de Dios”. En El Salvador, Dios parece ser el mejor aliado de los malos gobernantes.<br />
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<div style="text-align: center;">***</div><br />
El ruidoso Dongfeng está ya casi vacío. Solo le alcanza para un barril más, y será el de Benito Menjívar, un hombre de 79 años que reside en la entrada a La Meca. Pero antes de llegar se viene el mameyazo de agua. Es una tormenta corta, no más de 15 minutos, pero intensa. Afuera de la pipa, junto al tanque, viajan dos compañeros, y el motorista decide que es mejor pedir techo en alguna de las champas y esperar a que escampe.<br />
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En la enésima prueba de que humildad y hospitalidad suelen ir de la mano, dos señoras abren la puerta de su hogar, dan la bienvenida y ofrecen sillas. Adentro, el techo es de lámina y está lleno de agujeros. Cuesta encontrar un lugar en el que uno no se moje. Pero en La Meca han sabido hacer de la necesidad virtud. Además de la canaleta para llenar barriles, debajo de cada uno de los agujeros colocan cumbos y huacales para aprovechar el agua. Llueve y la lluvia es una buena noticia para quien menos preparado está para afrontarla. Una ironía más.<br />
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—Con este barril que les ha dado la alcaldía, no tendrán que comprárselo al pipero si llega esta tarde –me atreví a comentar a Rosa antes de despedirme.<br />
—¡Cómo no! Si viene otro en la tarde, le compramos –respondió enérgica–, porque la que me han traído ahorita es para tomar, pero necesito agua para lavar la ropa. Ya tengo mi Rinsito y lo que me falta es el agua.<br />
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Los piperos lo saben, y a ninguno se le ocurriría ir a La Meca después de una tormenta como esta. Para los que pagan el agua más cara del país, la lluvia es ahorro.</div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-16488902306862637592010-05-03T08:25:00.004-06:002010-05-03T08:41:39.131-06:00Tras la mirada de un pandillero preso<div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;">Siete pandilleros vestidos de un amarillo chillón con siete cámaras de fotos en sus manos salen a uno de los patios de la cárcel, y lo primero que hacen es acercarse a una estatua de la Virgen María para fotografiarse junto a ella. 1, 2, 3 fotografías… ¿Surrealismo? No, solo la enésima prueba de que la realidad es capaz de superar con creces la ficción.<br /><br />Hoy es viernes, falta una hora para el mediodía y esto es una prisión salvadoreña. Se llama Izalco y está situada en el municipio homónimo, unos 60 kilómetros al occidente de San Salvador. El cuadro de los pandilleros fotógrafos ha sido propiciado por Klavdij Sluban, un prestigioso y laureado fotógrafo francés que estos días está de visita en Centroamérica.</span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; "><a href="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S97fp36VwhI/AAAAAAAAAXU/4bF7zz5ejkg/s1600/Pandilleros_02.JPG"><img src="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S97fp36VwhI/AAAAAAAAAXU/4bF7zz5ejkg/s400/Pandilleros_02.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5467052908150637074" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 400px; height: 271px; " /></a></span></span></div><div><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:Georgia, serif;color:#0000EE;"><u><br /></u></span></span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; "><a href="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S97fp36VwhI/AAAAAAAAAXU/4bF7zz5ejkg/s1600/Pandilleros_02.JPG"></a></span>Respaldado por la Embajada de Francia en El Salvador, Sluban propuso a la Dirección de Centros Penales sumarse a un experimento que él había puesto ya en práctica en prisiones de Rusia, de Eslovenia, de Serbia, de Francia, de Georgia… La idea es simple: tras una pequeña charla explicativa, se entregan cámaras a un grupo de internos para que fotografíen lo que les permitan las autoridades.<br /><br />Del área que acoge la estatua de la Virgen María pasan al patio central, donde está la cancha de baloncesto. No hay mucha actividad a pesar de la hora. La mayoría de los internos están en sus celdas, desde donde se asoman para ver qué sucede. 12, 13, 14 fotografías... Salvo los descamisados, todos tienen camisetas amarillas. Tras la explicación, unos pocos posan gesticulantes para sus compañeros de pandilla.<br /><br />Las dos principales pandillas juveniles o maras que operan en El Salvador –Mara Salvatrucha y Barrio 18– surgieron en Estados Unidos, desde donde se expandieron a Centroamérica como consecuencia de la deportación masiva que Washington institucionalizó en los noventa. Ambos grupos se profesan un odio a muerte, por eso en este penal solo hay integrantes del Barrio 18.<br /><br />Hoy es un día inusual en Izalco, y no solo por las sesiones de fotografía. La actividad ha permitido a los siete elegidos caminar por el penal sin grilletes y ahora les hará merecedores de un regalo inesperado. Cuando los conducen al área de visitas, los guardias los suben por las rampas que usan los familiares, y desde aquí se ve más allá de los muros.<br /><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><b><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; font-weight: normal; "><a href="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S97fpZHMb6I/AAAAAAAAAXM/0-SR7w-hwTs/s1600/Pandilleros_01.JPG"><img src="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S97fpZHMb6I/AAAAAAAAAXM/0-SR7w-hwTs/s400/Pandilleros_01.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5467052899883052962" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 400px; height: 285px; " /></a></span></b></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><br />Apenas se ven lomas arboladas y verdes, pero saben a libertad para los que desde hace meses o años solo han visto cemento gris coronado. 18, 19, 20 fotografías… La agitación generada por el regalo no pasa desapercibida para Sluban. “Las prisiones son como el cuarto de baño de los países, lo que a las visitas nadie le gusta enseñar de su casa”, dirá luego. Está convencido de que el estado de sus cárceles muestra el nivel cultural de cada nación.<br /><br />El penal de Izalco es casi un hotel si se tiene en cuenta que esto es un penal centroamericano. Es la joya de la corona del sistema penitenciario salvadoreño, la que con más generosidad se muestra a la prensa. Se inauguró en 2007 con una capacidad para 786 internos y hoy alberga a 840. Un lujo si se tiene en cuenta que, en todo el país, los prisioneros triplican la capacidad instalada. “En tres años no hemos tenido ni un muerto”, dice orgulloso Juan José Zepeda, el director.</span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;">El rally fotográfico continúa hacia el área de visitas, un rectángulo amplio en el que madres, esposas, novias e hijos se pueden sentar alrededor de mesas de cemento junto a los visitados, que mantienen su riguroso amarillo. El ambiente es silencioso. 23, 24, 25 fotografías… La caja de cartón del carrete decía que eran 24, pero Sluban ya advirtió de que siempre salían más fotografías. </span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><br />El Crazy es uno de los siete pandilleros. Purga ocho años de condena por haber robado a un hombre dos cadenas de plata, un reloj, unos lentes de sol y cuatro dólares. Todo su cuerpo está tatuado. Su cara es un lienzo. Se acerca, me da la cámara y me pregunta si quedan fotografías. A través de un visor se ve el número 28. El rollo, en efecto, se ha terminado y con él, lo más interesante de la actividad.<br /><br /><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; "><a href="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S97fpNS4nqI/AAAAAAAAAXE/YkPNw0k2iKE/s1600/Copia+de+_4165456.JPG"><img src="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S97fpNS4nqI/AAAAAAAAAXE/YkPNw0k2iKE/s400/Copia+de+_4165456.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5467052896710860450" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 400px; height: 212px; " /></a></span></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;">“Estoy convencido de que hay muchos pandilleros en este penal que quisieran buscarle otro rumbo a su vida, fuera de la pandilla”, le comentará el director Zepeda a Sluban durante el almuerzo.<br /><br />Las fotos se revelarán esta noche y a cada uno de los fotógrafos noveles mañana se les entregará una copia de su trabajo. Una experiencia similar a lo que ha ocurrido hoy se hará ocho veces en dos centros de internamiento diferentes. Después, Sluban hará una selección de las mejores imágenes, y se exhibirán del 26 de abril al 14 de mayo en el Museo Nacional de Antropología de San Salvador.<br /><br />La mirada de los pandilleros saldrá por unos días de los muros, y la sociedad podrá conocer otra faceta de las maras, un fenómeno tan presente como desconocido para la mayoría de los salvadoreños.<br /><br />Eso será en unos días. Hoy, a la hora de la despedida del primer grupo, entrada ya la tarde, el Crazy tomará la palabra y en nombre de todos dirá a Sluban y a su comitiva unas palabras que sonarán sinceras: “Gracias por venir a este lugar, porque no todos tenemos estas oportunidades, así que les damos las gracias por haber hecho esta actividad”.</span></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-83348882479071005642010-04-15T09:58:00.000-06:002011-10-15T10:02:13.549-06:00Tempestad sin calma<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">En unos cantones lo llaman frijol nacido; en otros, prefieren huir de los eufemismos y se refieren a él como frijol podrido. Cuando la cosecha está a punto de ser recogida y llueve en exceso, la semilla se abre, germina y se echa a perder. Eso le ocurrió en noviembre pasado a Esperanza Benito Benito y a miles de familias más. El fruto pierde su salida comercial y suele usarse para alimentar a los animales. Pero desde hace semanas es lo único que Esperanza puede cocinar para su esposo, sus dos hijos y sus dos nietas. Los seis viven en El Salvador, en una casa solitaria de Cangrejera, municipio de La Libertad. Este cantón y esta casa son de los que huyen de los eufemismos. Esperanza admite sin ambages que desayunan, comen y cenan frijoles podridos. </span><div>
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br /></span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Los días 7 y 8 de noviembre del 2009 la zona central de El Salvador registró lluvias torrenciales relacionadas con el paso frente a las costas hondureñas del huracán Ida. El pluviómetro ubicado en el Chichontepec, el volcán que domina la región más afectada, registró en seis horas 293 litros por metro cuadrado, la lluvia que tarda ocho meses en caer sobre Madrid. Los deslaves y las inundaciones se cobraron 275 vidas, causaron casi 400 millones de dólares en daños y obligaron a 15.000 personas a refugiarse en albergues. Los periodistas llegaron y se fueron a los pocos días. El Ministerio de Agricultura (MAG) cifró en al menos 50.000 familias las que tuvieron daños en sus cosechas similares a los de Esperanza. Los cultivos más afectados fueron el frijol y el maíz, los pilares nutricionales en el área rural salvadoreña. </span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br />En El Salvador cada familia cultiva en promedio una manzana de terreno, lo que equivale a un campo de fútbol. La siembra arranca en mayo, cuando inicia la temporada lluviosa. Primero el maíz; y en agosto, cuando el maíz se dobla para que se seque, se siembra el frijol sobre el mismo terreno. Las dos cosechas salen en noviembre, y para el grueso de las familias suponen el alimento que ingerirán todo el año. “Con el huracán Ida quienes salieron mayormente afectados fueron las familias pobres, que perdieron sus aves de corral o la parcelita que tenían sembrada; en algunos casos perdieron todo”, dice Jorge Pleitez, director de la Oficina de Política y Planificación Sectorial del MAG. <br /><br />En un país sin seguros agrícolas, la pérdida de una cosecha es sinónimo de crisis alimentaria. De inmediato la Asamblea decretó Estado de Calamidad Pública, se levantó un censo de afectados, Naciones Unidas aprobó el 3 de diciembre una resolución en la que invitaba a los donantes a ayudar a El Salvador, y el MAG diseñó un ambicioso plan con 21 proyectos de rehabilitación y reconstrucción. <br /><br />En el sector agrícola, la ayuda comenzó a llegar en forma de pequeños proyectos encaminados a garantizar alimentos en las zonas más afectadas. Con un Estado exhausto financieramente, la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) destinó 320.000 dólares de emergencia para repartir entre un millar de familias semillas de hortalizas de rápido crecimiento (rábano, pepino y ejote) para huertos caseros o módulos con diez gallinas ponederas, un gallo y concentrado para varios meses. Ha sido uno de los pocos esfuerzos de asistencia inmediata, con beneficiarios concretos, como Julia Escobar en el cantón El Majahual Arriba o Misael Alfaro en el cantón San José Luna. Pero Delmy Linares, representante asistente de la FAO en El Salvador reconoce las limitaciones: “Si tuviéramos más recursos, podríamos ayudar a más familias.” <br /><br />Sin embargo, algo que suena tan lejano como el terremoto de Haití alteró todo. <br /><br />“Hemos tenido un problema con Haití, porque ha acaparado la atención mundial, y los donantes tienden a moverse según el tamaño de la emergencia”, admite Linares. Como FAO solicitaron a la comunidad internacional 1,6 millones adicionales para proyectos de ejecución a medio plazo. No ha habido respuesta. Las cuentas del Ministerio de Agricultura son aún más preocupantes. Su ambicioso plan con 21 proyectos de rehabilitación y reconstrucción se valoró en 32 millones que también esperaban que saliera de la cooperación, pero a mediados de febrero solo habían reunido poco más de 300.000 dólares. <br /><br />Miles de familias salvadoreñas en los cinco departamentos afectados (La Paz, San Vicente, La Libertad, Cuscatlán y San Salvador) están como la de Esperanza: malviviendo con frijol y maíz nacidos. O peor aún. La poca ayuda llegada se ha concentrado en los lugares en los que, además de cultivos arrasados, las inundaciones dejaron pérdidas en vidas humanas y en infraestructura. <br /><br />Este será un año largo para los que perdieron sus cosechas. En un país en el que datos oficiales de 2008 indican que la malnutrición afecta en el área rural a uno de cada cuatro niños menores de 5 años, los daños causados por el huracán Ida hicieron que, literalmente, el hambre se juntara con las ganas de comer. <br /><br />El cantón Cangrejera, en el que vive Esperanza, es uno más en el listado de lugares en los se perdieron las cosechas, pero no las casas ni la vida de algún vecino. Y quizá por eso Esperanza y su familia desayunan, comen y cenan frijoles podridos y tortillas de maíz ennegrecidas. La alternativa a esa dieta es cazar un garrobo o un cusuco, sacar camarones del río Tihuapa o hacer una sopa de mora o de chipilín, hierbas que crecen silvestres. Situaciones parecidas están viviendo Flora Rubio, Óscar Rivera, Norma Hernández o Leónidas Valiente, vecinos todos del mismo cantón. <br /><br />Consuelo Huezo, lideresa del grupo y también residente en Cangrejera, se queja de que el agro se siga viendo como un elemento secundario cuando toca rehabilitar y reconstruir. Si los recursos escasean, como ocurre casi siempre en Centroamérica, la prioridad parece ser siempre los albergues, las casas y los puentes de aquellos lugares donde llegan las cámaras de televisión. “Cuando explicamos al Ministerio de Agricultura nuestra situación, lo primero que nos preguntaron fue cuántos muertos ha habido; pues gracias a Dios ni uno, les dije, pero tuvimos pérdidas en los cultivos. Y ahí se acabó toda la ayuda”, se lamenta Consuelo, un lamento compartido este año en los valles que rodean el volcán Chichontepec. </span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br /></span></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-ATzPjV13nmY/TpmtnXKuizI/AAAAAAAAApM/4NuRfUbhrPE/s1600/_2133526x.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="285" src="http://1.bp.blogspot.com/-ATzPjV13nmY/TpmtnXKuizI/AAAAAAAAApM/4NuRfUbhrPE/s400/_2133526x.JPG" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><br /></td></tr>
</tbody></table>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0Carretera del Litoral, San Alfedro, El Salvador13.46686334939653 -89.17775273323059113.459142349396529 -89.1876232332306 13.47458434939653 -89.167882233230586tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-32087556113676505322010-04-10T22:21:00.003-06:002010-04-10T22:43:52.919-06:00Semana Santa cerveza en mano<div style="text-align: center;"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S8FR2kdxerI/AAAAAAAAAVg/uyWMjFB6dKY/s1600/_3295164.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 235px;" src="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S8FR2kdxerI/AAAAAAAAAVg/uyWMjFB6dKY/s320/_3295164.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5458734221293091506" /></a></div><br /><div><span class="Apple-style-span" style="font-family: arial; ">El otro día el padre Urías vio algo que le escandalizó. Se topó con un cartel promocional de un 'Bikini open' atravesado en la calle. Lo anunciaban para el 1 de abril, Jueves Santo, el día en que los cristianos creen que Jesucristo cenó por última vez. “¿Acaso no tiene días el año? A esas cosas sólo van los muertos en vida, los que tienen el alma oscurecida”.</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Son poco más de las 8 y media de la mañana del lunes, y el padre Urías celebra misa en la iglesia de San Esteban, en Texistepeque, un pequeño pueblo ubicado a 80 kilómetros al poniente de la capital salvadoreña. Delante de él, en las primeras bancas y vestidos de rojo sangre, hay un grupo de talcigüines, niños, jóvenes y no tan jóvenes disfrazados para representar el mal. Hace calor.<br /><br />Los talcigüines de Texistepeque son la tradición más singular de la Semana Santa salvadoreña. Los estudiosos la presentan como una genuina muestra de sincretismo entre las costumbres de la población náhuat local y las que trajeron los conquistadores. La representación aspira a simbolizar el triunfo del bien –Jesucristo– sobre el mal –los talcigüines–.<br /><br />Se podría resumir así: tras la misa, una horda de talcigüines sale endiablada látigo en mano hacia la plaza del pueblo a fustigar a quien quiera redimir sus pecados y también a quien no.<br /><br />Durante tres horas hay carreras y latigazos, mientras Jesucristo intenta someter a algunos de ellos en las cuadras aledañas Lo conseguirá, siempre lo consigue, pero al final, pasado el mediodía.<br /><br />Ahora aún hay calma dentro de la iglesia. El padre Urías habla del 'Bikini open' mientras sigue entrando gente en el templo. Cuando comenzó la misa, la mitad de las bancas estaban vacías.<br /><br /></span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; "><a href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S8FR28gQpvI/AAAAAAAAAVo/cJ0A8U8Qjic/s1600/_3295111.JPG"><img src="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S8FR28gQpvI/AAAAAAAAAVo/cJ0A8U8Qjic/s320/_3295111.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5458734227745974002" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 253px; " /></a></span></span></div><div><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="color:#0000EE;"><u><br /></u></span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; "><a href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S8FR28gQpvI/AAAAAAAAAVo/cJ0A8U8Qjic/s1600/_3295111.JPG"></a></span></span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">Edgardo Sandoval tiene 40 años y es talcigüín desde hace 30. “Yo vengo de una familia de talcigüines”, dice orgulloso. Quizá por ello cuenta con resignación que, por haber tenido solo “dos hembritas”, su descendencia no podrá vestirse de rojo. Ser talcigüín parece ser cosa de hombres.<br /><br />Sandoval es pragmático: “Del 2002 o 2003 para acá ha empezado a extenderse la tradición, y para mí está bien”. Garantiza la continuidad. Recuerda que en el siglo pasado hubo que rescatar del olvido a los talcigüines porque durante algunos años dejó de representarse. Entre masificación y olvido, no tiene dudas. Incluidos los niños, hoy se disfrazarán 37, el triple que hace apenas unos años.<br /><br />El padre Urías no está tan convencido. Ahora dice que tampoco le hace gracia que haya jaripeos en Semana Santa: “Nosotros, los cristianos, no podemos divertirnos de esa manera”. Oriundo del vecino municipio de Metapán, es el párroco de la iglesia de San Esteban desde enero pasado. Ésta es la primera parroquia a su cargo. El padre Urías tiene 30 años.<br /><br />“Esto no se trata sólo de divertirse, sino que debería de tratarse de sentir el dolor en el alma”, dice, y sus palabras se apagan al interior de este templo largo, estrecho e incapaz de mantener el fresco. Hace calor.<br /><br />No se trata sólo de divertirse, reitera el padre Urías, pero en un par de horas la plaza de Texistepeque estará tan llena que costará caminar. Estará llena de gente que quiere una fotografía junto a un talcigüín, de muchachas ceñidas que ensayan su mejor sonrisa, de escotes provocadores, de cumbia y de reguetón, de carretones de sorbetes y de comida rápida, de basura, de ventas de todo tipo, llena de periodistas y de turistas llegados de lejos para filmar las carreras. Estará llena de jóvenes que cerveza en mano piden más latigazos o gritan en coro culeros (homosexuales)a los talcigüines.<br /><br />Todo eso será cuando terminen esta homilía y esta misa en las que el padre Urías aún se pregunta cuántos vendrán hoy a Texistepeque sólo por diversión, como si no estuviera claro. “Todos ellos han perdido lo más importante: a Dios”, se responde.<br /><br />Por lo visto son pecadores. Pero Texistepeque es el lugar apropiado. Los latigazos que reparten a diestra y siniestra los talcigüines sirven, dice la tradición, para redimir pecados. Los látigos –también llamados aciales– son de cuatro largas correas de cuero atadas a un mago de madera.<br /><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; "><a href="http://4.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S8FR3IV0A_I/AAAAAAAAAVw/BeqarUEer3c/s1600/_3295160.JPG"><img src="http://4.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S8FR3IV0A_I/AAAAAAAAAVw/BeqarUEer3c/s320/_3295160.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5458734230923379698" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 240px; " /></a></span></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">Los latigazos deben darse formando la señal de la cruz, y cuando se dan con ganas, se convierten en LATIGAZOS; así, con mayúsculas, porque duelen y dejan profundas marcas. Casi al final, un talcigüín con la capucha mojada por el sudor se arremangará el brazo derecho y me mostrará el zarpazo sanguinolento que un compañero le hará de forma involuntaria.<br /><br />En un plano teórico, El Salvador supura cristiandad desde su mismo nombre. El lema de su escudo dice Dios, Unión y Libertad. La capital se llama San Salvador; y las dos ciudades más importantes, San Miguel y Santa Ana. Sin olvidar que el salvadoreño más universal, Monseñor Romero, fue un obispo. Y sin embargo, como en casi todo el mundo, la Semana Santa cada vez se relaciona más con la playa y la cerveza.<br /><br />La misa finaliza, y los talcigüines –los que comulgaron y los que no– se juntan a un costado de la iglesia. Al poco aparece el padre Urías, se toman unas fotos grupales, luego los bendice y les pide que no golpeen demasiado fuerte. Se regresa a la sacristía y uno minutos después reaparece en el atrio vestido de civil.<br /><br />—Padre, ¿Usted cree que la tradición aún mantiene el espíritu religioso? </span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">—Yo creo que en los últimos años se ha visto un deterioro de la religiosidad en nuestro pueblo. </span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">—¿A qué se refiere? </span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">—Se han ido secularizando las celebraciones, ¿verdad? Y ya la gente lo ve más como un aspecto de diversión. Se ha perdido un poco el sentido religioso; de hecho, muchas veces ni entran a la misa.<br /><br />Y en efecto, es a partir de ahora, justo cuando la misa termina, que Texistepeque se llenará.</span></div></div></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-3359454443947881852010-01-13T08:14:00.002-06:002010-01-13T08:29:31.432-06:00Muerte de un motorista<div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">Hace unas horas esta era una carretera cualquiera. A la derecha, una zanja y vegetación –árboles, arbustos, maleza–, sin casas. A la izquierda, unos metros de tierra, los cables del tendido eléctrico y el muro gris de una fábrica de colchones. El asfalto podría estar peor y las líneas blancas son pasado. Una carretera cualquiera. Pero ahora en el suelo está tirado el cadáver del motorista de un autobús.<br /><br />De América Latina se dice que es la región más violenta del mundo, y de El Salvador se sabe que es el país más violento de América Latina: 4.365 asesinatos durante 2009 en un territorio con poco más de 6 millones de habitantes. Doce al día. Entre tanto dolor, uno de los sectores más golpeados es el transporte público.<br /><br />Un total de 437 motoristas, cobradores o propietarios de autobuses fueron asesinados en los últimos cuatro años. Y 2010 ha comenzado con siete cadáveres en los primeros ochos días. Uno de ellos es el que está tirado ahora en esta carretera, a su paso por el cantón El Portezuelo de Santa Ana, la ciudad más grande de la zona occidental del país.<br /><br />Se llamaba Samuel Antonio Alvarenga, Samuel para los conocidos. Tenía 37 años, una esposa, una madre y una hija de poco más de un año. Hace dos semanas estaba desempleado, pero le salió trabajo en la ruta de autobuses que hace el recorrido entre Santa Ana y la frontera con Guatemala. Con suerte, un motorista recibe de su patrón 300 dólares mensuales, sin prestaciones.<br /><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; "><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S03V0CIbDHI/AAAAAAAAASE/EAzaT396eVU/s1600-h/Foto+01.JPG"><img src="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S03V0CIbDHI/AAAAAAAAASE/EAzaT396eVU/s400/Foto+01.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5426228215953427570" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 400px; height: 311px; " /></a></span></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />A las 10:15 de la mañana, Samuel manejaba rumbo a la frontera cuando, en las afueras de la ciudad, dos jóvenes que iban entre el pasaje se levantaron, uno de ellos sacó su arma, se la puso a Samuel debajo de la oreja derecha y sin mediar palabra le atravesó la cabeza de un disparo.<br /><br />—Tiene un impacto en la región retroauricular derecha, el orificio de entrada. La salida está en la región retroauricular izquierda– me dirá el fiscal Billy Macall en unos minutos, justo antes de retirarse de la escena.</span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Sin gobierno, el bus se fue hacia la derecha y se detuvo contra la zanja. Este tramo de la carretera es cuesta arriba, y el golpe fue suave. Solo un hombre, asustado al ver las armas, saltó de la unidad antes de que se detuviera, pero lo hizo por el lado equivocado, el bus se le vino encima y hubo que hospitalizarlo. Los asesinos huyeron.<br /><br />—¿Pandilleros? –preguntaré a Macall.</span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">—Es pronto, pero por la apariencia que han descrito y la forma de proceder, diría que sí.<br /><br />Desde mediados de 2004 este tipo de asesinatos se suceden cada vez con más frecuencia en El Salvador. Buses y microbuses son la base del sistema de transporte público, y ser motorista y cobrador se ha convertido en una profesión de alto riesgo. ¿La razón principal? Policía Nacional Civil y las gremiales del transporte coinciden: las maras.<br /><br />Ante el aumento del acoso policial derivado de la implementación a finales de 2003 del Plan Mano Dura, las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 vieron en la extorsión una manera sencilla de obtener fondos, y comenzaron a exigir un pago a los buses que atravesaban las zonas bajo su control. Desde entonces esta práctica no ha hecho más que extenderse y las cantidades exigidas, aumentar. Cuando los empresarios se niegan, suele haber problemas.<br /><br />Samuel ha muerto de inmediato, sobre el asiento, pero su cuerpo inerte lo han sacado del bus. Ahí tirado lo tienen, rodeado por un docena de personas, entre policías, investigadores y empleados de Instituto de Medicina Legal. Toman notas, hablan, van y vienen, ríen. Para ellos Samuel es un muerto más. También para los principales diarios del país, que mañana apenas le concederán unas líneas.<br /><br />Va a iniciar el ritual de la bolsa, el que el fotógrafo Christian Poveda registró en “La vida loca”, su documental sobre las pandillas. Un trabajador de Medicina Legal se pone unos guantes de látex y mete a Samuel, no sin pocas dificultades, dentro de una bolsa negra, como las que se usan para la basura, pero más grande. El bulto lo cargan en la parte trasera de un pick up y se lo llevan.<br /><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; "><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S03V0YY25qI/AAAAAAAAASM/CPSbV_lnn4c/s1600-h/Foto+03.JPG"><img src="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S03V0YY25qI/AAAAAAAAASM/CPSbV_lnn4c/s400/Foto+03.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5426228221927941794" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 400px; height: 304px; " /></a></span></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />La viuda y la madre de Samuel no han visto la escena porque están en la puerta de la fábrica de colchones, al otro lado del bus. Se abrazan. Además de perder a un hijo y a un marido, ni los patrones ni el Estado les darán indemnización o pensión alguna. Con suerte quizá les paguen el ataúd.<br /><br />“Estamos trabajando en un proyecto, una especie de Plan Padrino para ver de qué manera ayudamos a las viudas y sus niños, pero es algo que hay que hacerlo aún, porque el Estado no ha hecho nada”, me dirá esta tarde en San Salvador Catalino Miranda, líder de una importante gremial.<br /><br />Además de la familia, también ha venido un grupo de seis empleados de la misma ruta. Saben que el tema de las pandillas es delicado y prefieren no hablar mucho. Responden con evasivas. Samuel no es el primer motorista asesinado en esta ruta. En diciembre mataron a otro y al cobrador que lo acompañaba.<br /><br />—¿Y se sabe ya quién lo hizo? –pregunto. </span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">Un cobrador al que le calculo no más de 24 años rompe la dinámica de los murmullos y eleva un tanto la voz para responder.</span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">—No, aquí nunca se sabe nada, aquí matar un motorista es como matar a un chucho.<br /><br />A la 1:25 de la tarde ya se han llevado el cuerpo embolsado de Samuel, se han ido el fiscal Macall, los de Medicina Legal, los policías, los pocos curiosos, la madre y la viuda. Una grúa remolca el autobús, y los sigue una camioneta cargada con los compañeros. El tráfico se reanudará en unos minutos, y el primer vehículo en aparecer será otro bus. Y la calle volverá a parecer una carretera cualquiera, como si aquí nada hubiera ocurrido.</span><br /></div><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="color:#0000EE;"><span class="Apple-style-span" style="text-decoration: underline;"><br /></span></span></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-42464373392813533842009-11-24T22:09:00.008-06:002009-11-27T00:00:36.228-06:00Jonathan no tiene tatuajes<span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">El cuarto alguna vez fue blanco. Es un cuadrado casi perfecto, tres por tres. La puerta es de metal, negra y maciza, como si se quisiera esconder algo valioso. La ventana, alargada y estrecha, con barrotes. Entra poca luz. El moblaje es mínimo, solo una camilla oscura con apoyabrazos y cinturones que permite suponer que aquí hubo muertos.<br /><br />Las únicas tres condenas a muerte por inyección letal que se han ejecutado en América Latina se consumaron en esta salita de la Granja Modelo de Rehabilitación Pavón, en Guatemala. Un tal Manuel Martínez fue el primero, el 10 de febrero de 1998. Además de autoridades, periodistas y un pastor evangélico, su agonía la vieron a través de un cristal renegrido la esposa –con quien había contraído matrimonio unas horas antes– y los tres hijos de la pareja. Una familia completa reunida en el Módulo de la Muerte para ver morir al padre condenado por un séptuplo homicidio.<br /><br /></span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style=" ;font-family:Georgia, serif;"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Swyvx30hVHI/AAAAAAAAAPM/RpWOYCDvZao/s1600/Copia+de+M%C3%B3dulo+de+la+muerte.jpg"><img src="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Swyvx30hVHI/AAAAAAAAAPM/RpWOYCDvZao/s320/Copia+de+M%C3%B3dulo+de+la+muerte.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5407890523897812082" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 218px; " /></a></span></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Más de una década después, otra familia se reúne en el mismo lugar. La forman un pandillero llamado Neck –el rostro tatuado, 36 años de condena–, la esposa, la hija y Jonathan, el hijo que quiere ser como su papá. Como Pavón permite a las visitas quedarse el fin de semana, raro es el sábado en el que no duermen los cuatro sobre el mismo colchón en un cuarto contiguo al de la camilla.<br /><br />Pero hoy es miércoles y Jonathan no ha venido. A esta hora, cuarto para la 1, debe de estar preparándose para ir a clases. Estudia quinto grado. Acaba de cumplir 13 años y ya le sombrea el bigotillo. Es un muchacho despierto, de mirada fija y locuaz, con una voz que le ha desarrollado más que el cuerpo. Su profesora dice que es muy bueno dibujando.<br /><br />—Y vos que sos del Barrio –pregunto a Neck–, ¿no te llegaría que Jonathan también lo fuera?<br />—Preguntáselo a ella –señala con la mirada a su esposa–, a ver qué te dice.<br />—Es un problema que tenemos, porque a Jonathan le llama mucho la atención ser 18, igual que su papá. Incluso se pinta en las piernas el 1 y el 8.<br /><br />Jonathan no tiene tatuajes.<br /><br /></span><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">*</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Su ficha en la Dirección General del Sistema Penitenciario asegura que nació un día 13, en septiembre de 1979. Pero Neck no siempre fue Neck. Durante 13 años se llamó Erick Gerardo Vallecillo Alarcón, sin más, el menor de tres hermanos, hijo de una alcohólica llamada Blanca Inés y de un padre de cuyo nombre no quiere acordarse.<br /><br />Neck nació sin tatuajes.<br /><br /></span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style=" ;font-family:Georgia, serif;"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/SwyvyE2TlYI/AAAAAAAAAPU/WKdibGbXluY/s1600/Copia+de+GUA-APREDE-072209-2810.JPG"><img src="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/SwyvyE2TlYI/AAAAAAAAAPU/WKdibGbXluY/s320/Copia+de+GUA-APREDE-072209-2810.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5407890527394960770" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 202px; " /></a></span></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Su primera casa –hogar es demasiado cálido– estaba en Guamilito, un céntrico barrio de San Pedro Sula. Después de saber de lo que ha sido capaz, cuesta imaginarse a Neck con camisita celeste y pantaloncitos gris plomo, su uniforme en la escuela José Trinidad Cabañas. Cuesta imaginarlo como un niño que sumó y restó, rió, traveseó, beisboleó, soñó. Todo eso duró demasiado poco. En 1992 su madre murió. Su padre se alcoholizó aún más. Lo corrieron de casa. Y se tiró a la calle. Ya solo podía prosperar.<br /><br />Erick Gerardo cayó en la colonia Francisco Morazán, la Mora. Allí estaba bien parada la pandilla Barrio 18, y no había cumplido los 14 cuando ya caminaba con ellos. Con los meses, afloró la fidelidad hacia los dos números, lo golpearon durante 18 segundos y lo rebautizaron: Neck.<br /><br />La nueva vida ofrecía ventajas. Se movía dinero y el dinero movía todo lo demás: la comida, el alcohol, las prostitutas, la marihuana, el techo. Y había hermandad. Una vez cayó preso y un par de homeboys (compañeros de la pandilla) lo rescataron. Lo hicieron cuando lo trasladaban a pie hacia unos tribunales. Llegaron, cuadraron a los agentes y los amarraron con sus mismas esposas. Ni siquiera hubo que asesinarlos.<br /><br />Problemas con la justicia fueron los que lo obligaron a dejar su hogar en San Pedro Sula. Siempre protegido por los dos números, durante dos años estuvo rebotando entre Honduras, El Salvador y Guatemala, donde en el año 2000 lo condenaron a 21 años de prisión por homicidio en grado de tentativa, robo agravado y amenazas. Los minutos se hicieron horas; y las horas, días.<br /><br />El odio a muerte entre el Barrio 18 y Mara Salvatrucha (MS-13) suena eterno, pero comenzó a inicios de los noventa. Ambas son de la zona sur del condado de Los Ángeles (Estados Unidos), ambas rinden tributo a la Mafia Mexicana, y ambas llevan con orgullo el número 13 que las identifica como sureñas. En esa su guerra fratricida, de hecho, ha habido treguas, como las que aún mantienen en las cárceles estadounidenses; entonces se dice que se corre el Sur. Pero Centroamérica es otra historia. El 15 de agosto de 2005 la Mara Salvatrucha extendió su guerra con el Barrio 18 a los únicos lugares de Centroamérica donde aún se mantenía el pacto de no agresión: los centros penales de Guatemala. Se rompió el Sur, y Neck lo vivió en carne propia en una cárcel llamada El Infiernito.<br /><br />—Ese día solo los locos del Barrio fuimos los paganos, ¿mentendés?<br /><br />A plena luz del día se le acercaron dos y con un cuchillo hechizo le abrieron el cuello y la cabeza una y otra y otra vez. Neck terminó siendo un número más en el balance oficial de 35 muertos y 80 heridos –casi todos dieciocheros– que resultó de ese primer día de guerra abierta.<br /><br />Se recuperó a tiempo. El 22 de octubre 19 presos de El Infiernito se escaparon por un túnel de 120 metros que cavaron en 10 meses bajo el piso. Fue la fuga más sonada de la última década, en la que los fugados incluso dejaron escrito en la pared un mensaje para ridiculizar al Gobierno. Neck fue uno de esos 19.<br /><br />El escándalo propició que se elaborara una baraja de cartas con los rostros y se repartiera entre los policías. A Neck lo recapturaron el 7 de noviembre en los suburbios de Ciudad de Guatemala.<br /><br />—Ese día, ¿mentendés? Estaba así, impaciente por querer salir, y todavía le pregunté a una bicha: ¿no hay juras? No, me dice. Ah, entonces voy a traer el fusil (un AK-47). Yo llevaba 30 tiros, ¿va? para el AK, ¿mentendés? Porque lo tenía a cargo, ¿mentendés? Yo ahora he cambiado bastante, pero era del pensar de que no me iban a agarrar vivo, ¿mentendés? Porque laneta, si yo iba a morir, me iba a llevar a por lo menos tres o cuatro puercos conmigo, ¿mentendés? Pues sí, yo iba para la casa del homeboy, y como a media cuadra me cuadraron dos juras. Que si la hacen bien, si hubiera entrado en la casa, ahí hubieran encontrado no solo el AK, ¿mentendés? Y yo hubiera tenido una gran bronca encima, hasta con el Barrio, ¿mentendés?<br /><br />De nada sirvió la baraja. A pesar de que estaba más cerca de los 30 que de los 20, la cédula que el Barrio le facilitó y su aire juvenil lograron que durante tres días uno de los más buscados permaneciera detenido pero anónimo en un centro para menores de edad. Cuando las autoridades al fin se enteraron de que era el Neck, hubo un motín para evitar el traslado. Lo tuvo que sacar el Ejército.<br /><br />El balance de la fuga fueron 17 días de libertad, una mano huesuda tatuada en el rostro y un XVIII en la frente, 15 años más de condena por evasión y transporte de armas de fuego y una mal disimulada sensación de arrogancia.<br /><br />Desde entonces está encerrado.<br /><br /></span><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">*</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Jonathan es muy bueno dibujando. Le fascina, dice Silvia Henríquez Orozco, su profesora de quinto grado en la escuela pública donde estudia. Por lo demás, se le atragantan casi todas las materias, con frecuencia falta a clases, y cuando asiste raro es que no se le haya olvidado algún cuaderno. En julio lo cambiaron de grupo porque fotografió debajo de la falda de una compañera con un teléfono celular.<br /><br />Los dibujos que hace no son paisajes ni flores ni familias felices ni santaclaus. Le gusta dibujar calaveras, letras y números góticos y una mano huesuda y con largas uñas que tiene el dedo índice extendido y los otros cuatro retorcidos para formar un ocho.<br /><br />En la escuela Jonathan no saben que el padrastro es pandillero, que su condena concluye en el año 2036 y que esa mano huesuda que tanto dibuja es un íntimo tributo a Neck y a todo lo que representa.<br /><br /></span><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">*</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Brigitte De la Hoz nació en 1981 hija de un policía y de Delmi Castro. Su padre es hoy apenas un recuerdo; murió cuando tenía 3 años. Su madre es poco más que una voz distante y unos dólares remesados; cuando enviudó, huyó hacia Estados Unidos. Sin padre ni madre, Brigitte y su hermana menor se criaron con una tía abuela a la que comenzaron a llamar Mamá Corina.<br /><br />Su niñez la pasó en La Chácara, una colonia marginal donde el Barrio 18 tenía y tiene presencia, pero su sentimiento hacia los dos números se quedó nomás en la simpatía. Sin padres y con un carácter como el suyo, Brigitte se propuso tomar desde muy joven las riendas de su vida, y la consecuencia fue su maternidad precoz: con 15 años ya había parido a Jonathan; con 16, a Susana. Pero ni siquiera esto suavizó su temperamento, sus malas palabras, su propensión a la violencia. Mamá Corina, que es un pedazo de pan, cree que solo ella la aguanta.<br /><br />—Solo yo la aguanto porque ¡ja! la Brigitte tiene un carácter...<br /><br />La persona con la que se casó en 2007 también la aguanta, a su manera. Pero antes está 2006, un año convulso. Lo inició encarcelada. Había estado presa ya, otras cuatro veces, entradas siempre de menos de siete días. Esta vez fueron casi cuatro meses.<br /><br />—¿Y por qué, si puedo preguntar?<br />—Porque le volé un pedazo de cabeza a una chava y le corté todo el cuello con un espejo.<br />—¿Y ella murió?<br />—No, gracias a Dios que no.<br /><br />En marzo recobró la libertad. Pero al poco ella y Jonathan y Evelyn Susana y Mamá Corina tuvieron que dejar La Chácara. El cuñado de Brigitte asesinó a una persona y creyeron que irse era lo mejor. Se trasladaron a Chinautla, en la zona norte de la capital. Recién instalados supo del asesinato de la que era su pareja hasta entonces. El año no suspiró sin un nuevo ingreso en la cárcel, esta vez como visitante.<br /><br /></span><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">*</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Neck y Brigitte se conocieron en el Preventivo para Hombres de la Zona 18 a finales de 2006. Ella llegó vestida de luto: falda negra, suéter negro. Acababa de morir su pareja. Su estancia en la cárcel obedecía nomás al deseo de acompañar a su hermana menor, que visitaba al padre de sus hijos. Neck y Brigitte cruzaron miradas.<br /><br />Brigitte lo contará así:<br />—Llegamos al penal a ver a mi cuñado. Y cuando vi que él pasó… a mí sí me gustó desde que lo vi, y donde se dio la vuelta y le vi el tatuaje de la cara. ¡Ihhh…! Pero si es 18, sí ¿va? Y cabal, vi que era 18. Y en la misma me dijo mi hermana: mirá quién está ahí, el chavo de los tatuajes en la cara. ¿Y lo conocés?, le dije ¿Y no es el que salió en la tele, el que se hizo pasar por menor?, me dijo.<br /><br />Neck lo contará así:<br />—El cuñado de ella la anduvo ofreciendo, que ya estaba soltera, ¿mentendés? Que iba a venir una cuñada a verlo, y al que más miedo tenían en el sector era a mí. Y llegó y dijo hey, que va a venir mi cuñada, va a venir mi cuñada.<br /><br />Brigitte se convirtió en la haina de Neck. Así llaman en la pandilla a la pareja de un pandillero cuando ella no es miembro activo.<br /><br />Pero cuando está delante de otras personas le dice esposa. Entendido. Porque ella es su esposa.<br /><br />Neck y Brigitte se casaron en el mismo penal en que se habían conocido cuatro meses atrás. Sucedió el 14 de febrero de 2007. Los casó un pastor evangélico, en un día de visita.<br /><br />—Ni cuarto nos dieron –dirá él.<br />—Ajá –asentirá ella.<br /><br /></span><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">*</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Ingresar en Pavón resultó menos complicado que lo que creía. Apenas un cacheo superficial, sin escáneres ni perros ni aparatos de esos que se alteran cuando sienten el metal cerca. Podría haber entrado con un par de gramos de cocaína en el bolsillo y nadie se habría dado cuenta.<br /><br />Hoy es un miércoles nublado de julio, día de visita. A este lado de la puerta principal hay pegados a las vallas un centenar de internos que esperan a una madre, a una esposa, a unos hijos. Detrás, a cien metros, están las oficinas administrativas, un edificio estirado y de una sola altura con una torre alta y acristalada a la mitad. Parece un aeropuerto de provincias.<br /><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style=" ;font-family:Georgia, serif;"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/SwyvyzQBQhI/AAAAAAAAAPs/YCwPYZ5p-J4/s1600/IMG_5443.jpg"><img src="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/SwyvyzQBQhI/AAAAAAAAAPs/YCwPYZ5p-J4/s320/IMG_5443.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5407890539850842642" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 222px; " /></a></span><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">Gustavo Cifuentes –pequeño, compacto, piel clara, pelo negro– saluda a diestra y siniestra. Gustavo es una de esas personas cuya biografía no cabría en un libro. Con 38 años encima, es un pandillero calmado del Barrio 18 al que todos conocen como Mish, su viejo nombre de guerra. Le entregó tanto al Barrio que pudo salirse de la pandilla sin bronca. Es generoso, extrovertido y le gusta bromear cuando está contento. Ahora trabaja para la Asociación para la Prevención del Delito (APREDE) y para el Ministerio de Cultura y Deportes. Desde esas dos trincheras lucha por un imposible: mejorar las condiciones de los conocidos que tiene dentro de los penales y evitar que los de afuera que están a un paso de convertirse en delincuentes lo den.<br /><br />Sin Mish habría sido imposible conocer –conocer– a Neck.<br /><br />Entre el gentío junto a la puerta de entrada reconozco la mano huesuda en el rostro debajo de una cachucha. Me acerco. Tiene cara de marido preocupado.<br /><br />—Ahora no, carnal, que no quieren dejar entrar a… –su voz se aleja con él, que intenta buscar un mejor lugar para saber qué está pasando.<br /><br />Afuera del penal, en la fila de entrada para las visitas, arranca un tumulto. Desde adentro comienzan los sueltalaijoeputa, los dejenlapasar. Parece como si se organizara un linchamiento. El detonante resulta ser Brigitte, que ahora grita con lágrimas en los ojos, sin saber contra quién descargar su furia.<br /><br />Hace unos minutos, cuando bajaba del taxi que la trajo, vio que se llevaban detenida a su hermana menor porque en el registro le habían hallado unas botellas de alcohol. Iracunda, se abalanzó como una leona sobre la agente que la escoltaba y le lanzó un manotazo en el rostro. Tuvieron que detenerla entre tres custodios. Por ese arrebato luego no querían dejarla entrar.<br /><br />Pero la visita se respeta en Pavón, es sagrada, y desde adentro se ve lo que ocurre en la fila de ingreso; por eso arrancó el tumulto, que solo se calma cuando permiten el ingreso de Brigitte y de todo lo que trae: comida, una mesa playera y unas sillas verdes de plástico.<br /><br />Cuando más tarde la veo, sigue preocupada por lo de su hermana. Es la primera vez que nos saludamos y que puedo mirarla con detenimiento. No es muy alta y tiene el pelo y los ojos de un negro intenso. Carga unas libras de más, pero las mueve con sensualidad, como una buena bailarina de samba; tiene 28 años y la redondez aún le sienta bien. Ahora viste jeans y unas botas altas con tres dedos de tacón. Va escotada, una o dos tallas menos en el brasier, para que se vea bien su nombre tatuado en su pecho. Para Neck, Brigitte es la mujer más bonita del mundo.<br /><br />Ha venido sola, sin Jonathan.<br /><br /></span><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">*</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Juan Francisco Escobar está sentado en una silla fuera del cuarto en el que duerme. Es un tipo enorme, con barba, el pelo amarrado y largo. Antes de dedicarse al narcotráfico había sido paracaidista, de las fuerzas especiales. Escobar juega con un mapache, su mascota. Lo enrabia, lo agarra con su manota por el cuello y lo agita como si fuera un trapo. Se llama Tuco. Dice que los mapaches son buena compañía, que ayudan a sobrellevar, que los consigue en un plis-plas cuando tiene un comprador.<br /><br />—Si querés uno, te lo vendo por 100 quetzales (unos 12 dólares). Los estoy dando por 150 o 200, pero a ti te haría precio. Dame 100 ahora y te lo tengo para cuando vengás.<br /><br />Estamos dentro de la Granja Modelo de Rehabilitación Pavón.<br /><br />La revista Gatopardo publicó un artículo sobre Pavón en marzo de 2007. El llamado de portada era “La prisión donde mandaban los presos”. Así, en pasado. La nota narraba cómo a finales de 2006 más de 3,000 policías y soldados con tanquetas, ametralladoras y helicópteros ejecutaron el Operativo Pavo Real. El Gobierno vendió la idea de que todo regresaría a su cauce, de que Pavón volvería a ser un penal en el que las autoridades autorizan y los presos obedecen. Fue todo un golpe de efecto. Su promotor, el director del Sistema Penitenciario, Alejandro Giammattei, oficializó pocas semanas después su candidatura a la Presidencia. Como consecuencia de la avalancha mediática orquestada que acompañó al operativo, Pavón conserva aún hoy una imagen de que el Gobierno tiene el sartén por el mango. Nada más lejos de la realidad.<br /><br />Comparada con otras cárceles, Pavón es generosa con sus internos: sus cifras no indican hacinamiento, disponen de una radio interna, de talleres y tierras de cultivo, y se permiten visitas tres días por semana, con posibilidad incluso de que los familiares se queden los sábados. Los presos caminan a sus anchas y hay decenas de tiendas de comida, billares, milpas, un auditorio y una cancha de fútbol. También hay una regla no escrita que compromete a asesinos, narcotraficantes y violadores con una máxima: la visita se respeta. El resultado de ese orden, impuesto por los propios internos, es un aparente clima de tranquilidad.<br /><br />—Hay muchas mujeres que cuando vienen de visita se ponen las joyas al entrar y se las quitan al salir –dice satisfecho Noel de Jesús Beteta, uno de sus internos más famosos.<br /><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style=" color: rgb(0, 0, 238); font-family:Georgia, serif;"><img src="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/SwyvydNCT8I/AAAAAAAAAPc/CetH_GpbcZg/s320/IMG_5465.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5407890533932748738" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 226px; " /></span><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">Pero de esa sensación a que el Estado tenga absoluto control hay un abismo. En los tres días que pude ingresar, además de que me intentaran vender un mapache, presencié consumo de marihuana y crack, me invitaron a tomar chicha, y comprobé que disponer de un teléfono celular es tan sencillo como tener un cepillo de dientes.<br /><br /></span><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">*</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Está endiabladamente bien hecha y es como un imán. Se la mandó tatuar como mecanismo de defensa, para que no lo reconocieran cuando se fugó de El Infiernito. Por más que uno lo intente, cuesta dejar de mirar esa mano huesuda con forma de 18 tatuada en la cara. La tiene en su lado derecho. Nace de la yugular y se extiende sobre su pómulo con textura, profundidad y detalle. El dedo índice llega hasta encima de la ceja; y el dedo gordo, hasta los labios. Alguien podría considerarla una obra de arte, pero para él es una condena a ser inconfundible, a ser dieciochero a perpetuidad. Neck es un hombre pegado a una mano huesuda.<br /><br />—¿Y tiene algún significado especial?<br />—Mala suerte, ¿mentendés? –responde, una manera de decirme que deje de preguntar, que no conviene hablar de los tatuajes.<br /><br />Pienso en que Jonathan debe de dibujar realmente bien, como dice su maestra, si es capaz de replicar esta mano huesuda en sus cuadernos.<br /><br />Hace más de una hora que los custodios nos encerraron en el Módulo de Aislados de Pavón, el sector en el que están algunos de los prisioneros más peligrosos y/o inadaptados de todo el penal. Casi todos son del Barrio 18 o de su entorno. Mish se ha echado a dormir, y ahora estoy con Neck y Brigitte sentado alrededor de la mesa de plástico verde. Ella pregunta la hora –faltan minutos para mediodía–, y pide permiso para levantarse y comenzar a preparar la comida. Al poco regresa, y deja un repollo sobre la mesa, justo delante de Neck.<br /><br />—No me lo vayas a deshojar todo –eleva la voz Brigitte, y sigue con lo suyo sobre una repisa que le sirve de mesa de cocina.<br /><br />Neck me ofrece otro vaso de naranjada, y continúa con su vida. La conversación está resultando amena y fluida, como si agradeciera el simple hecho de que alguien se haya molestado en preguntar. Decide liarse un puro. Conseguirlos aquí adentro es tan sencillo como disponer de 2 quetzales ($0.25). Lo ofrece. Neck conserva ese rasgo de ruralidad que lo empuja a uno a compartir lo que tiene, por poco que sea.<br /><br />—…entonces tiré el arma, ¿mentendés? –divaga Neck.<br />—Mirá, Gordo –interrumpe Brigitte, casi un grito–, necesito aquel traste verdecito, porfa. Ah, y me traés una cebolla también, porfa.<br />—Va.<br />—Una así –extiende sus dedos–, más o menos, porque va a servir para la ensalada y para el chirimol.<br /><br />Lo llama Gordo nomás por molestar. Neck mide en torno al metro setenta y cinco, pero es delgado como cebollín. Si dejamos a un lado los tatuajes, es bien parecido, un cazador. Tiene una cara simétrica, imberbe, la sonrisa como gesto dominante y de cada una de sus orejas cuelga un arete. El pelo le gusta llevarlo corto, lo justo para tapar las marcas en su cabeza. Su cuello está también surcado por cicatrices y en el brazo derecho tiene un balazo calibre 22. Pese a sus 30 años de vida y 10 en prisión, conserva un aire adolescente en su mirada, en su vestir y en su caminar.<br /><br />—…pues ese día –retoma la plática y el repollo cuando regresa con el traste– perdimos una nueve milímetros, una Baby Glock, ¿va? Porque uno cuando…<br />—¡Todo me lo deshojaste ya, vos! –grita Brigitte, el enojo en la mirada– ¡Medio repollo vamos a hacer!<br /><br />Neck calla y me mira cómplice, como pidiéndome disculpas. No replica. Se levanta y sale a buscar la cebolla.<br /><br /></span><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">*</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Los internos lo conocen como el Módulo de Aislados o simplemente el Módulo. Se trata de la estructura que el Gobierno de Guatemala construyó en 1997 para aplicar la inyección letal. Además del cuarto cuadrado tres por tres con la única camilla para inyecciones letales de América Latina, se construyeron una serie de salas adicionales: una amplia y acristalada para presenciar la ejecución; otra para que el reo pasara sus últimas horas; otra más como confesionario; otra chiquita para el verdugo… Y como si se avergonzaran, lo edificaron alejado de todo, en una esquina de Pavón, y lo rodearon con un muro gris de siete metros de altura. Entre 1998 y 2000 ejecutaron a tres: Manuel, Luis Amílcar y Tomás. La estructura luego cayó en desuso hasta inicios de 2008, cuando se rehabilitó para volver a recibir a condenados a muerte. Se pintó y se reacondicionó, pero la aplicación de la pena máxima volvió a congelarse. Entonces, alguien tuvo la idea de convertirlo en el lugar de confinamiento para presos problemáticos.<br /><br />Para ingresar al Módulo hay que llamar a los custodios que están en la entrada del penal, a más de cien metros. Llegan, abren la puerta, se entra, ellos se van y cierran la puerta con llave. Mish es bien recibido aquí porque casi todos son del Barrio 18, como él, y por cosas como esta: cuando ayer vinimos por primera vez, trajimos cuatro gallinas vivas. Despescuezaron de inmediato a dos para el almuerzo.<br /><br />De los diez que están estos días de julio solo cuatro pueden salir y moverse por el resto de Pavón. Neck es uno de los privilegiados. Por eso y también por las visitas constantes. Rara es la semana en la que Brigitte no llega al penal tres días. Los hijos, Jonathan y Evelyn Susana, llegan los fines de semana.<br /><br />—¿Y qué haces con tu familia cuando te visita?<br />—Salimos –dice Neck– y vamos arriba, al campo, jugamos un cacho, hacemos algo de comer… Y nos venimos a dormir ya un poquito tarde, para que no se aburran tanto aquí adentro, ¿mentendés?<br /><br />Una familia se esfuerza por tener vida al interior de este edificio que el Estado guatemalteco construyó para matar.<br /><br /></span><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">*</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Huele a carne frita, suena a carne friéndose. Brigitte cocina en el pasillo. Lo hace sobre una resistencia eléctrica incrustada en medio bloque de concreto. Neck continúa hablando, sentado y con los brazos cruzados, en este cuarto del Módulo que hace las veces de vestíbulo. Ya me ha convencido con creces de que los delitos por los que está condenado son una fracción mínima de todo lo que ha hecho en su vida.<br /><br />—Por decírtelo así, no te pueden comprobar nada, ¿mentendés? ¿Cómo te lo van a comprobar si no te han encontrado en el hecho?<br /><br />Brigitte llega con un pequeño plato blanco en su mano, y sobre el plato, una moronga humeante. Por la cara que pone Neck debe de ser uno de sus platos favoritos. Brigitte se sienta a la par de su esposo, le sujeta la mano que no usará para comer, y se la comienza a acariciar. Pregunto si han pensado en tener algún hijo. “En esas vueltas ando”, dice Neck, la boca llena. Si de elegir se trata, prefiere que sea varón, como Jonathan.<br /><br />De la nada aparece Mish. Se apoya en el vano y se dirige a Neck.<br /><br />—Llecuneva hocunoras encerracunado, ¿no puecuneden sacunacar a Cocunoco un racunato?<br />—No, no… No. Ahí que se quede, carnal. El vato ahí que se quede, mucha plancha ya.<br /><br />Mish no insiste. Da media vuelta y desaparece rumbo hacia las celdas. Ante mi gesto de desconcierto, Neck explica que con esas palabrejas le ha pedido que dejen libre un rato a Coco, uno de los internos del Módulo al que los demás han encerrado bajo llave. Los pandilleros operan aquí adentro igual que afuera, con rígidas normas de disciplina interna.<br /><br />Brigitte, sin ser pandillera activa, también ha entendido todo lo que dijo Mish.<br /><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style=" ;font-family:Georgia, serif;"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Swyvyg6FX5I/AAAAAAAAAPk/L14n5_WGLFc/s1600/IMG_5451.jpg"><img src="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Swyvyg6FX5I/AAAAAAAAAPk/L14n5_WGLFc/s320/IMG_5451.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5407890534926999442" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 240px; " /></a></span></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />La jerigonza se la volveré a escuchar en distintas situaciones durante los próximos días. Se trata de un sistema de comunicación entre pandilleros, compartido por dieciocheros y por salvatruchos, que garantiza intimidad en presencia de oídos extraños. Más preocupante que conocer o no lo que dicen, pienso, es el hecho de nunca antes haber tenido referencia alguna sobre este sistema, ni en libros o investigaciones supuestamente especializadas. Me pregunto cuánto se han molestado las sociedades centroamericanas en conocer el fenómeno de las maras.<br /><br />Parecunece que pocunoco.<br /><br /></span><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">*</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Las noches que Brigitte pasa separada de su esposo transcurren en Tierra Nueva I, una colonia en el área metropolitana de Ciudad de Guatemala. Pertenece al municipio de Chinautla, pero está más volcada hacia Mixco. Ahí vive desde hace tres años junto a sus hijos y a Mamá Corina.<br /><br />La colonia no tiene mayores secretos. Es una carretera principal asfaltada y decenas de calles polvosas que salen de forma perpendicular y que lo llevan a uno a la escuela, al estadio de fútbol, al mercadito. A ambos lados de cada una de esas arterias, una casa tras otra, de bloque y tejado de lámina la mayoría, sin parques, sin árboles. La escuela de parvularia tiene en su muro un gran mural que dice En el alma del niño sembramos las doradas semillas del bien. Pero a pesar de esta siembra, Tierra Nueva I, como casi todo Mixco, es tierra de pandillas. Y Jonathan tiene 13 años.<br /><br />—¿Y está fuerte el Barrio en Tierra Nueva? –pregunté a Brigitte.<br />—Sí, pero gracias a Dios mis hijos no salen a la calle. De la escuela para la casa; y cuando no, en la casa de su tía pasan.<br /><br />Mamá Corina tiene 81 años, el pelo blanco como la espuma y lucidez de sobra. Nunca se casó ni tuvo hijos, pero intentó criar a Brigitte y su hermana, y ahora hace lo propio con Jonathan y su hermana. Mamá Corina desde hace años mira a su alrededor, y en su propia casa se siente como la última de una estirpe.<br /><br />—Antes no era así. Mi papá jamás –y remarca el jamás– trató mal a mi mamá. Cuando murió, mi mamá mi dijo que fue un hombre que nunca le dijo ni babosa.<br /><br />Ahora se queja de que Brigitte es muy enojada, de que levanta seguido la mano a sus hijos, de que Jonathan pega a su hermana, de que la hermana pega a Jonathan…<br /><br />Los cuatro viven hacinados en un mesón. Alquilan por 500 quetzales ($60) al mes una pieza sin ventanas de apenas 5 por 4 metros. El baño es compartido con los vecinos. Algunas celdas del Módulo son más grandes que el cuarto en el que viven.<br /><br /></span><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">*</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />—No confío en nadie. He visto a muchos compadres asesinar a sus mismos compadres, ¿mentendés? Por una mujer, por varas, por vicio… Incluso adentro del Barrio ya no confío en nadie, ¿mentendés? Porque hasta tu homeboy… Si vos vas para arriba, ¿mentendés? Existe aquello de… ¡la maldita envidia! ¿Mentendés?<br /><br />Es lo que me respondió Neck hace un rato, justo antes de sentarnos a almorzar. Le había preguntado si no tiene algún homeboy al que considera un buen amigo.<br /><br />Su familia es desde hace meses el único pilar emocional para sobrellevar el encierro, aunque quizá no sea él quien más se esté beneficiando de la relación. Brigitte ha conseguido una figura paterna para sus hijos, sobre todo para Jonathan. Neck se ha convertido en un referente al que escucha y al que llama papá cuando no tendría por qué hacerlo. Hay sintonía.<br /><br />Brigitte lo cuenta mientras recoge platos después del almuerzo. Se calla cuando aparece en el Módulo el director del penal, David Barillas, que asumió el cargo hace un par de meses. Tiene 37 años, pero parece mayor, quizá por su evidente sobrepeso. Es moreno y viste informal: camisa de botones, pantalón, tenis. Lo acompaña un joven agente uniformado y de gesto serio del Sistema Penitenciario.<br /><br />Mish aprovecha para proponer una idea: que la dirección permita a los internos del Módulo montar una pequeña granja de conejos. Neck y Brigitte tienen su propia propuesta: instalar un puesto de venta de comida arriba, junto al resto de puestos. Brigitte cocina realmente rico, de eso se gana la vida. El director Barillas escucha con aparente atención, asiente y les invita a que envíen las propuestas por escrito, una manera elegante de evadir el tema.<br /><br />En unas semanas tendré la oportunidad de preguntar al ministro de Cultura y Deportes, Jerónimo Lancerio, si cree en la rehabilitación. Responderá como un político: “Si bien es cierto que el porcentaje de personas que logran una reinserción social completa es bajo, todos los reclusos tienen el derecho a la oportunidad de rehabilitarse para retomar su puesto en la sociedad productiva y así mejorar sus condiciones de vida y las de sus familias”. Retomar su puesto en la sociedad, dice.<br /><br />Salimos del Módulo con el director Barillas poco antes de las 2 de la tarde. El matrimonio se queda adentro. A ella espero verla mañana en Tierra Nueva I, pero sé que pasará tiempo hasta que vuelva a ver a Neck.<br /><br /></span><div style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">*</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br />Han transcurrido más de seis semanas desde mi última visita al Módulo. Aquí adentro ha habido cambios. La milpa que rodea el edificio está pidiendo ser doblada y junto a la entrada hay una mata de güisquil que florea. Ya no son 10 sino 13, y el aumento ha obligado a ocupar como dormitorio el cuarto cuadrado tres por tres de las inyecciones. A la camilla le han arrancado la parte acolchada para ablandar el suelo sobre el que uno de los nuevos duerme.<br /><br />En el penal el director ya no es David Barillas.<br /><br />También encuentro distinto a Neck. La mano huesuda sigue en su sitio, cautivadora siempre, pero él luce demacrado, el pelo más largo y desordenado, los ojos hinchados como solo los hinchan las lágrimas o el crack. Parece incluso más bajo, más poca cosa.<br /><br />Me pide que le describa cómo es Tierra Nueva I. Él no conoce las calles por las que a diario caminan su esposa y sus hijos. Hablamos sobre Jonathan, sobre la visita a su escuela, sobre los dibujos que escandalizan a su profesora. Resuenan las palabras que Brigitte dijo en la visita anterior: él le hace ver a Jonathan todas las consecuencias que trae ser pandillero.<br /><br />—¿Y qué tipo de consejos le das? –pregunto.<br />—Que no ande con gente que anda tatuada, que no ande con gente que sabe que roba…<br /><br />Neck baja la mirada, se empequeñece, consciente quizá de que su siguiente frase debería ser: “Que no ande con gente como yo”.<br /><br />—A él le digo que como persona se tiene que desarrollar, ¿mentendés? Tiene que aprender a hablar y a expresarse.<br />—¿Y qué te gustaría que fuera de mayor?<br /><br />Neck calla un par de segundos, tres, cuatro. Baja la mirada de nuevo. Al fin responde que le gustaría que Jonathan se convirtiera algún día en médico o en arquitecto. Pero su respuesta me suena improvisada y hueca, como si nunca antes nadie le hubiera preguntado algo parecido, como si nunca antes hubiera pensado que existe un futuro.</span><br /><br /><div style="text-align: center;">--------------------------------------</div><br /><span class="Apple-style-span" style="font-family:'times new roman';">* Los nombres de algunos personajes y lugares de este relato se han modificado por razones de seguridad.</span><br /></div></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-16546742338540967972009-11-11T23:45:00.003-06:002009-11-12T02:30:57.974-06:00Cementerio Verapaz<div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style=" ;font-family:arial;">Sobrevivió una gallina. De la casa de don Catarino, una de las pocas de ladrillo, apenas quedan los muros. Él estaba trabajando, pero a su esposa y a sus tres hijas las arrastró la correntada que la madrugada del domingo bajó del volcán Chichontepec, justo en el centro de El Salvador. Nadie aquí se explica cómo sobrevivió la gallina.</span></div><div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br /></span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">—Las tres niñas se murieron. Solo han hallado a una, la más grande, y es la que están velando. Las otras dos, a saber dónde estarán. La madre allá abajo la hallaron, golpeada, y la llevaron al hospital de San Vicente. Y dicen que allá murió.<br /><br />Habla Mercedes Portillo, de 55 años y vecina de Don Catarino. Viste una vieja camiseta gris, falda verde y chancletas de piscina, todo prestado por su hija Teresa. Mercedes es enérgica y lleva la voz cantante en este corrillo de personas que hoy, mediodía del lunes, toman café y comen frijoles licuados y pollo con arroz que trajo una familia altruista llegada desde otro pueblo. La conversación, obvio, gira en torno a la tragedia ocurrida dos noches atrás en Verapaz.</span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><br /><img src="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/SvuhtjRWBxI/AAAAAAAAANk/g0gcG_ammv0/s320/_B092225.JPG" style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 235px;" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5403089981895214866" /><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">Situado a poco más de una hora al oriente de San Salvador, Verapaz es uno de esos pueblos que rarísima vez aparecen en los periódicos locales. Su caso urbano son –eran– apenas nueve cuadras de largo por seis de anchura, un lugar en el que todos se conocen y donde la palabra ruralidad aún tiene razón de ser. Los hombres llevan con orgullo el sombrero de ala y el corvo colgado del brazo.<br /><br />Este pueblo ignoto se convirtió de la noche a la mañana en el símbolo de la última tragedia que afecta a El Salvador, un pequeño país que en la última década ha sufrido dos terremotos, una erupción volcánica y las lluvias torrenciales provocadas por el huracán Stan en 2005 y ahora por Ida.<br /><br />Las cifras oficiales aún bailan, pero el último reporte habla de 144 fallecidos en todo el país, decenas de desaparecidos, unos 15.000 damnificados, 229 casas destruidas y más de 1.800 afectadas. Y cosechas perdidas, y puentes destruidos y carreteras inutilizadas. Verapaz aporta una cuota importante de tanta desgracia.<br /><br />Mercedes es de las afortunadas entre los residentes de la lotificación El Triunfo. De su casa no queda nada, pero ella, su hija Karla y su compañero de vida, José Isabel Romero, pudieron huir con lo puesto, y ahora están en la vivienda de otra de sus hijas. Perdieron todo: los documentos, la refrigeradora, la cocina, las dos camas y el televisor. Pero lo que más siente ella es que el deslave se llevara también la cosecha de maíz, la de frijoles y el pipián que José Isabel había sembrado. Se perdió el sustento para todo el año.<br /><br />—Mire, sí vamos a aguantar hambre aquí –dice resignada–. ¿Y ahora? Que ni trabajos hay, y ya uno de viejo que ni puede trabajar.<br /><br />Alrededor, el panorama es desolador. El volcán está a unos 10 kilómetros, verde intenso bajo el sol radiante, y se ve con claridad el pedazo marrón que se desprendió y provocó un alud de fango, rocas y árboles que devastó esta zona. La lava, como llaman por aquí a estos fenómenos, arrasó con la docena de casas que conformaban la lotificación El Triunfo antes de arremeter e inundar el resto del municipio.<br /><br />Parece hacerse una idea de lo que ocurrió aquí, basta reflexionar sobre un dato. El pluviómetro oficial ubicado en el volcán registró en seis horas –desde las 10 de la noche del sábado hasta las 4 de la madrugada del domingo– 293 litros por metros cuadrado. Esa es toda la lluvia que cae sobre Madrid en un año entero.<br /><br />Lo que queda es un solar de lodo resecándose y los tres árboles gigantes que aguantaron la embestida. De las viviendas, apenas el muro de la de don Catarino y la gallina.<br /><br />Transcurridas apenas 34 horas desde el deslave, las calles del resto del pueblo están llenas de lodo, de rocas y de troncos y raíces, pero también están llenas de curiosos, rateros, socorristas, militares y policías y funcionarios. Ha llegado hasta el presidente de la República, Mauricio Funes.<br /><br />Mercedes quiso saludarlo cuando estuvo hace unos minutos en la colonia San Antonio, la inmediatamente inferior, pero ni siquiera pudo verlo de cerca. “Los soldados lo empujan a uno, como si le fuera a hacer algo malo”, se queja.<br /><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style=" color: rgb(0, 0, 238); -webkit-text-decorations-in-effect: underline; font-family:Georgia, serif;"><img src="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/SvuhuGuEbII/AAAAAAAAANs/gp0gy1aQuMo/s320/_B092240.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5403089991410936962" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 219px; " /></span><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;">En la parte baja de Verapaz, en el cruce de la 1.ª calle oriente con la 2.ª avenida norte, hay un tapón de escombros descomunal. Lo que más se ve son troncos y raíces, pero también hay pedazos de pared arrancados, rocas, un camión estrujado con un foco aún encendido y enseres varios: un televisor, un par de refrigeradoras, un paraguas abierto.<br /><br />Encima de todo eso hay un grupo de socorristas de la Ong Comandos de Salvamento con motosierras. Intuyen que debajo puede estar alguna de las 47 personas que siguen desaparecidas. Y junto a ellos, como si fuera parque de atracciones, pasan como pueden turistas que quieren ver los estragos o grabarlos con su celular. No importa que a ambos lados de la calle la Policía haya cruzado dos bandas amarillas con la inscripción “No cruzar”. La curiosidad y el morbo pueden más que el sentido común.<br /><br />Aquí arriba, en El Triunfo, sube menos gente. De hecho ayer domingo solo recibieron la visita de los rateros que vienen a ver qué encuentran para hurtarlo.<br /><br />Ahora se acerca al corrillo otro vecino, Mauricio Ramos, un anciano de 74 años que también logró escapar del alud con lo puesto. Está delgado, algo encorvado y su rostro expresa cansancio, pero tiene el orgullo del campo en la mirada. Colgado en su hombro izquierdo, el corvo enfundado.<br /><br />Pide por favor si le puedo prestar el teléfono para hacer una llamada a uno de sus hijos, que vive cerca de la capital. Han pasado 35 horas y aún no se ha podido comunicar con ellos.<br /><br />—¿Qué pasó, hijo?<br />—…<br />—Por aquí estamos todos fregados, nos llevó todo la lava.<br />—…<br />—Aquí, donde vivíamos, pero en la mera lava estoy ahorita.</span><br /></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-58177958522255296862009-10-18T14:14:00.011-06:002009-10-18T14:39:56.779-06:00Bahía de Jiquilisco. Tan cerca y tan lejos<div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Todo era diferente hace unas horas. El agua ha sustituido al asfalto; hay lanchas y cayucos donde antes había autobuses y carros; manglar en vez de cemento; verde en lugar de gris; quietud y no zozobra. El hace unas horas eran las agresivas calles de San Salvador. Y el ahora es un lugar llamado bahía de Jiquilisco, reducto de exuberante naturaleza situado a poco más de </span></span><st1:metricconverter productid="100 kilmetros" st="on"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">100 kilómetros</span></span></st1:metricconverter><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"> de la capital de El Salvador. Tan cerca y tan lejos.</span></span></div><p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Es una bahía paradisíaca pero no muchos lo saben.</span></span></p><p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">—¿Y el turismo lo ven como oportunidad o como amenaza?</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">—Para nosotros sería una oportunidad todo y cuando el turista venga a observar nuestros recursos, no a dañar. La apuesta aquí es el turismo sostenible, el ecoturismo –dice Cristabel Flores, directora de Codepa, una ONG que trabaja en y por la bahía desde hace 11 años.</span></span></p><p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Turismo sostenible, dice.</span></span></p><p class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">***</span></span></p> <p class="MsoNormal"><o:p><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Bautizado por </span></span><st1:personname productid="la Nobel" st="on"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">la Nobel</span></span></st1:personname><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"> chilena Gabriela Mistral como el Pulgarcito de América, El Salvador es el más chiquito país latinoamericano y también el más densamente poblado (una densidad seis veces superior a la de Panamá). Con estas variables no resulta tan sencillo hallar lugares donde el hombre no haya dejado su impronta. Situada en la zona oriental, en un departamento llamado Usulután, la bahía de Jiquilisco representa la mayor extensión de manglares de todo El Salvador. Estos son sus números: 635 km² repartidos entre seis municipios, temperatura promedio mensual superior todo el año a los </span></span><st1:metricconverter productid="20 ᄚC" st="on"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">20 °C</span></span></st1:metricconverter><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">, decenas de especies de reptiles y mamíferos, cientos de especies de aves. Esteros y canales laberínticos, playas blancas e infinitas, islas desiertas e islas habitadas.</span></span></o:p></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"><br /></span></span></p><p class="MsoNormal"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Stt5yQmmZrI/AAAAAAAAAMo/L0lbhLpAr3c/s1600-h/Copia+de+_7131171.JPG"><img src="http://1.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Stt5yQmmZrI/AAAAAAAAAMo/L0lbhLpAr3c/s320/Copia+de+_7131171.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5394038883063588530" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 236px; " /></a></p><p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"><br /></span></span></p><p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">En su currículum destacan dos nombramientos. Desde 2005 forma parte del listado de humedales de importancia internacional Ramsar. Y en 2007 </span></span><st1:personname productid="la UNESCO" st="on"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">la UNESCO</span></span></st1:personname><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"> le otorgó el título de Reserva de </span></span><st1:personname productid="la Bisfera. Pese" st="on"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">la Biósfera. Pese</span></span></st1:personname><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"> a estas credenciales, y a que está a menos de dos horas de la capital, la bahía apenas está presente en la cada vez más competitiva oferta turística salvadoreña.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Walter Rojas, de la gerencia de áreas naturales protegidas del Ministerio de Medio Ambiente, prefiere destacar el importante papel ambiental que cumple la bahía, y le apuesta también a un turismo limitado: “Uno de los sueños es fomentar el ecoturismo, ese turismo que comparte con las comunidades, que ayuda a los pobladores y les genera fuentes de ingreso”.</span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">***</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Amanece en la bahía. El sol no ha salido, pero ya clarea. En la comunidad </span></span><st1:personname productid="La Pirraya" st="on"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">La Pirraya</span></span></st1:personname><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"> comienza el vaivén de lanchas que singulariza a los asentamientos pesqueros. Para las más grandes y atrevidas es hora de regresar. Llegan una tras otra, cargadas con el fruto de una larga noche en mar abierto. Para las más pequeñas, al contrario, el amanecer es el arranque de la jornada, el momento ideal para adentrarse en la bahía y probar suerte. Pero todas, grandes y pequeñas, tienen en común la dependencia del mar y los vistosos colores.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">El mar ahora está calmado y plateado. En la orilla los primeros en llegar desembarcan grandes peces. Hay bagres, jureles y pargos, pero en poca cantidad. La pesca, dicen todos por acá, está cada vez peor. Sentado sobre la arena, José Ovidio Perdomo, don Ovidio, observa, quizá añorando los largos años en los que él también fue pescador. Alguien muestra orgulloso un robalo de casi medio metro.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">—¿Y aún puede ser más grandes?</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">—Sí –responde–. Hay veces que hasta de </span></span><st1:metricconverter productid="60 libras" st="on"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">60 libras</span></span></st1:metricconverter><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">. Por ahí tienen tendido uno de 25.</span></span></p><p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"><br /></span></span></p><p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"><br /></span></span></p><p class="MsoNormal"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Stt5zJqUl9I/AAAAAAAAAM4/kgpWSCYShGY/s1600-h/Copia+de+_7141197.JPG"><img src="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Stt5zJqUl9I/AAAAAAAAAM4/kgpWSCYShGY/s320/Copia+de+_7141197.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5394038898380019666" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 242px; " /></a></p><p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"><br /></span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Don Ovidio nació junto al mar y todo indica que morirá junto al mar, en </span></span><st1:personname productid="La Pirraya. Tiene" st="on"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">La Pirraya. Tiene</span></span></st1:personname><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"> 58 años, es bajito, los ojos claros y la piel requemada. Ahora trabaja como guardarrecursos, pero antes le tocó de pescador, camaronero, tortuguero y curilero. Es la voz de la experiencia.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">—Don Ovidio, ¿y donde se compran estas lanchas?</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">—Aquí mismo se la pueden fabricar.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Rosendo Castillo –56 años, grueso y cachucha en la cabeza, como casi todos en la bahía– fabrica lanchas de fibra de vidrio, las más solicitadas. Su taller, por llamarlo de alguna manera, está sobre la línea de playa. Es una humilde construcción de palma y madera con techo de lámina que apenas sirve para proteger de la lluvia y el sol las lanchas en ciernes. Él y sus cuatro ayudantes están construyendo ahora una con nevera, para poder pasar varios días en altamar. Es de las que más trabajo requieren. Tardarán nueve días y cobrarán 3,500 dólares por el trabajo.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">—A </span></span><st1:personname productid="La Pirraya" st="on"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">La Pirraya</span></span></st1:personname><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"> –dice Rosendo, orgulloso– el primero que vino es un cuñado mío que por allí vive. Después me vine yo.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><st1:personname productid="La Pirraya" st="on"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">La Pirraya</span></span></st1:personname><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">, de hecho, es una comunidad joven y a la que solo se puede llegar en lancha. Hasta hace unas décadas acá no había casas. Pero en los primeros años de la guerra civil que afectó a El Salvador en la década de los 80, decenas de familias desplazadas terminaron aquí. Hoy la conforman más de 200 familias que en su gran mayoría dependen del mar.</span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">***</span></span></p> <p class="MsoNormal"><o:p><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">En </span></span><st1:personname productid="La Pirraya" st="on"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">La Pirraya</span></span></st1:personname><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"> no hay discotecas ni restaurantes de cinco tenedores ni polideportivos ni museos ni parques de atracciones. Lo que sobra es sol, playas, pescado y tranquilidad. Es un lugar ideal para eso que algunos llaman turismo antropológico. Eso sí, el billar que atiende Esperanza Rivas, el único en toda la comunidad, permite degustar al final del día, sobre la arena y por un dólar, la cerveza más fría y agradecida que uno pueda imaginar.</span></span></o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">***</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">El taller de Rosendo está a mitad de camino entre el singular muelle de madera y el vivero de tortugas. Desde hace años funciona en este sector de la bahía una red de guardarrecursos que entre mayo y diciembre están pendientes de los desoves de diferentes especies de tortuga marina: carey, golfina, prieta y baule. Don Ovidio fue por años el encargado del vivero, labor en la que hoy le ha sustituido un joven de 17 años –también de </span></span><st1:personname productid="La Pirraya" st="on"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">La Pirraya</span></span></st1:personname><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">– llamado Moisés García.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">—¿Y cuánto tarda en nacer la tortuga carey?</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">—El manual que nos han dado –responde don Ovidio– dice que entre 55 y 60 días después de la puesta, pero, asegún la temperatura que tenemos actualito aquí, yo sé que nacen siempre a los 55 días. Eso yo lo tengo aquí –y se señala con satisfacción la sien.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Para dentro de cuatro días esperan que una nidada eclosione.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Debido a la merma en las poblaciones, El Salvador decidió el año pasado prohibir todo tipo de comercialización de los huevos de tortugas. Este vivero ofrece a los pobladores tres dólares por cada docena que llevan, y el 100% de las tortugas que nacen son liberadas al mar. Además del beneficio medioambiental, la precisión de don Ovidio para conocer las fechas de eclosión de los huevos han convertido las liberaciones de tortugas en un prometedor reclamo turístico.</span></span></p><p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"><br /></span></span></p><p class="MsoNormal"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Stt5y9zqQbI/AAAAAAAAAMw/GQ_ZInSfaqg/s1600-h/Copia+de+_7141196.JPG"><img src="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Stt5y9zqQbI/AAAAAAAAAMw/GQ_ZInSfaqg/s320/Copia+de+_7141196.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5394038895197962674" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 209px; height: 320px; " /></a></p><p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"><br /></span></span></p><p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Algo similar está ocurriendo con los paseos en lancha o en kayak por el manglar. En coordinación con el Ministerio de Medio Ambiente, las distintas cooperativas y asociaciones comunitarias que conforman Codepa comienzan a ver el filón. Ya se está ofreciendo a los pocos turistas que llegan, por ejemplo, que sean ellos mismos los que recolecten entre el lodo las conchas para luego elaborar cócteles.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Adentrarse en el manglar es toda una experiencia. Con un buen guía y marea alta, uno puede llegar en lancha a canales de agua por los que apenas pasa la embarcación. Sea la hora que sea, ingresar en este laberinto de raíces supone un contacto directo con uno de los ecosistemas más productivos del planeta. La vida se respira. La temperatura baja de forma súbita y el sol se desvanece, al punto que las cámaras fotográficas comienzan a exigir el flash para garantizar imágenes iluminadas.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">—Entre más caminemos para adentro, más cerrado –advierte Miguel Rodríguez, el lanchero.</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Es hora de retirarse.</span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">***</span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">El manglar circunda Puerto Parada, el cantón al que se dirige la lancha y que funciona como una de las dos puertas de acceso y salida a toda la bahía. La otra es Puerto El Triunfo, otro municipio en el que tener una lancha es más codiciado que tener un carro.</span></span></p><p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"><br /></span></span></p><p class="MsoNormal"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Stt5zkqac2I/AAAAAAAAANA/Kb6pVqnMMIA/s1600-h/Copia+de+_7141211.JPG"><img src="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Stt5zkqac2I/AAAAAAAAANA/Kb6pVqnMMIA/s320/Copia+de+_7141211.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5394038905628160866" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 240px; " /></a></p><p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;"><br /></span></span></p> <p class="MsoNormal"><span class="Apple-style-span" style="font-family:arial;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Al llegar a Puerto Parada, un grupo de jóvenes ha formado cadenas humanas que se tiran de forma vertiginosa pero sincronizada los cocos llegados a bordo de una barcaza. Hay bromas y buen humor. Los cocos, la única actividad agrícola en todo el sector oriental de la bahía, terminarán casi todos en San Salvador. Al fin de cuentas, la capital y su asfalto y sus carros y su cemento y su gris y su zozobra están a menos de dos horas. Tan cerca y tan lejos de la bahía.</span></span></p>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-24549226051098386042009-09-29T10:02:00.002-06:002010-05-24T10:24:11.388-06:00Erick Boy, de La Vida Loca, interpreta su propio drama en la cárcel<div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: georgia; ">Hay aire acondicionado, pero José Heriberto Henríquez no ha dejado de sudar desde que inició la conversación. La tensión se dispara casi al final. Sucede cuando el periodista le pregunta si cree posible que podrá entrevistar también a los pandilleros que sobrevivieron al documental.</span></div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><br />—¿Sobrevivieron? Perate, perate; explicame eso. ¿Qué sucede? ¿Están matando también a otros de la película?<br /><br />José Heriberto Henríquez –42 años, fornido, bigote generoso, cabeza rapada– es Erick Boy, uno de los personajes de “La vida loca”, el documental sobre pandillas centroamericanas (maras) que le costó la vida al fotoperiodista francoespañol Christian Poveda. Desde que supo del asesinato del que llama “un amigo”, teme por su propia vida y por la de su familia. Y por un momento cree que están ajusticiando –esa es la palabra que utiliza– a todos los que participaron. Se tranquiliza solo cuando el periodista le explica que se refería a los pandilleros que sobrevivieron a los meses de filmación, de febrero de 2006 a mayo de 2007.<br /><br />Erick Boy no ha podido ver la película. Está encarcelado en un estricto penal de máxima seguridad de El Salvador desde hace más de tres años.<br /><br />—Se dice que en el Barrio 18 creyeron que estaba lucrándose a costa del Barrio.<br />—Sí, eso es lo que he oído yo también.<br />—¿Y le das credibilidad?<br />—Mira, es lógico que él iba a ganar por su trabajo. Todos los periodistas ganan por su trabajo, eso es normal. Ahora, ¿a qué iba enfocado su trabajo? Yo se lo planteé al Barrio como él me lo planteó a mí. Que lo que quería es ver cómo es que la pandilla vivía, cómo sobrevivían y hasta qué punto en realidad la pandilla solo era violencia.<br /><br />Hasta qué punto, dice.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />Christian Poveda fue asesinado de dos disparos en el rostro el pasado 2 de septiembre. Murió en Centroamérica, en El Salvador, en un país donde cada día hay 12 homicidios, en Soyapango, en una calle desolada a poco más de un kilómetro de La Campanera, la colonia donde filmó “La vida loca”. En un sector donde opera el Barrio 18.<br /><br />La noticia de su muerte logró con creces algo que el autor se había propuesto conseguir con la difusión de su documental: que Europa y Sudamérica prestaran más atención al fenómeno de las pandillas Barrio 18 y Mara Salvatrucha. Originarias ambas de Los Ángeles, llegaron a Centroamérica a inicios de los 90, y fue en países como El Salvador, Guatemala y Honduras donde hallaron terreno fértil para su expansión y su radicalización.<br /><br />Policía Nacional Civil de El Salvador y Fiscalía coinciden en señalar a un grupo de pandilleros del Barrio 18 como los que idearon y ejecutaron el homicidio de Poveda. Ya hubo incluso capturas. En El Salvador las versiones oficiales no son siempre de fiar, pero esta vez coincide con la versión de la calle, la que ha llegado a oídos de Erick Boy.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />Viernes, 25 de septiembre. Erick Boy y el periodista están sentados frente a frente en una sala del Centro Penal de Seguridad de Zacatecoluca, a 65 kilómetros de la capital. Vigilan dos custodios armados y ásperos, como si tuvieran órdenes de no ser amables. El entrevistado está esposado y lleva el traje de Zacatraz, que es como se conoce este penal: camiseta, calzoneta y calcetines blancos.<br /><br /></span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; "><a href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S_qlslHAioI/AAAAAAAAAYs/55XHcxaSaiw/s1600/20090925_07.JPG"><img src="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S_qlslHAioI/AAAAAAAAAYs/55XHcxaSaiw/s320/20090925_07.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5474870482316593794" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 240px; " /></a></span></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;">Llegó aquí en mayo de 2006, cuando fue condenado a 16 años de prisión por homicidio. La detención y el juicio forman parte medular de “La vida loca”. Él era –es, dice– el Director de Rehabilitación de Homies Unidos, una ong que se promociona como rehabilitadora de pandilleros. Erick Boy tiene tatuajes alusivos al Barrio en su espalda y en sus brazos. Se hizo pandillero a inicios de los 80 en Los Ángeles, California.<br /><br />—¿Es muy diferente la vida de pandillero en Estados Unidos y en El Salvador?<br />—Sí, en todos los aspectos.<br />—¿Por ejemplo?<br />—Las pandillas allá existen desde mil novecientos treinta y algo. Es una clase de vida, La 18 viene desde los cincuenta, ¿me entiendes? Y la diferencia más visible es que en la pandilla aquí los jóvenes son más violentos. No hay en sí… ¿cómo te podría decir? No hay, lo que nosotros decimos, una escuela. Alguien que los sepa dirigir, ¿me entiendes?<br /><br />Erick Boy fue algo más que uno de los personajes de la película de Poveda. Ambos se conocieron desde 2004, cuando el fotoperiodista lo contactó para poder plantear a los palabreros (líderes) del Barrio 18 su deseo de fotografiar a pandilleros. Con ese trabajo no hubo mayores problemas.<br /><br />Dos años después, se repitió el proceso con la película. Poveda sabía que sin el aval de la rueda de veteranos del Barrio sus proyectos eran inviables. Hubo aval y también hubo condiciones. Y uno de los puntos que el periodista plantea al entrevistado es algo que ya había escuchado en otros círculos: que una premisa para permitir la filmación fue que la película no se exhibiera en El Salvador.<br /><br />—Cuando hablamos con él –responde Erick Boy al periodista, sudor en la frente– lo acordado fue esto: que él iba a enseñar en el extranjero la vida de los pandilleros que ya no querían andar en violencia. Y eso está bueno. Pero eso, no en El Salvador, iba a ser en el extranjero. Eso es lo que él me dijo.<br />—Pero la película lleva semanas en todos los puestos de DVD piratas del país…<br />—Exactamente. Ahora, alguien, no sé quién, ha tomado provecho de eso. Y tú sabes cómo son los piratas.<br /><br />Mucho ha cambiado Erick Boy desde que fue detenido en mayo de 2006. Además de haber perdido casi 30 kilos, la relación con su pandilla se ha vuelto distante. Mientras en la película aparece aún como un miembro activo (“los dieciocheros no tenemos dos caras, homie, tenemos una”, llega a decir, primera persona), hoy ante el periodista utiliza la palabra ellos para referirse al Barrio.<br /><br />—¿Tú crees que lo mató el Barrio?<br />—Mira, pues yo puedo tener una idea, y la puedo tener, pero es una idea.<br />—¿Y el porqué?<br />—Es que no te podría dar una respuesta concreta, ¿me entiendes? ¿Y por qué? Pues porque te voy a decir algo, o sea, cuando me contaron que mataron a Christian por mi mente pasaron un montón de cosas.<br />—¿Tú te sientes en peligro?<br />—Sííííííí.<br />—¿Te tomarías como una buena noticia salir de este penal tan estricto hacia uno en el que solo haya pandilleros del Barrio?<br />—Yo ya no puedo ingresar a esos penales, porque yo soy retirado.<br /><br />Con 42 años encima, los tatuajes alusivos al 18 y poco más unen a Erick Boy con los jóvenes que siguen ingresando y escalando en el Barrio. Su teoría es que cada vez son más violentos, y que se integran más jóvenes. El estudio “Maras y pandillas, comunidad y policía en Centroamérica”, elaborado en 2007 con cientos de encuestas a pandilleros y ex pandilleros, cifró la fecha de ingreso a los 14 o 15 años, a lo que hay que sumar el tiempo que el joven acompaña al grupo en calidad de aspirante.<br /><br /><div style="text-align: center;">***</div><br />Casi al final de la entrevista, Erick Boy abre una pequeña puerta al optimismo. Él está convencido de que muchos pandilleros que han cumplido ya los 24 o 25 años querrían dejar la vida de las pandillas. Pero faltan alternativas.<br /><br />—¿Y dónde queda la frase “Por mi madre vivo y por el Barrio muero”?<br />—Es que te voy a decir una cosa. A veces mucha gente cuenta muchas fantasías, ¿me entiendes? Y la realidad es otra. La realidad es que muchos ya no quieren estar en las pandillas y solo andan buscando unas personas que los apoyen, pues. Simplemente.<br /><br /></span><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, serif; "><a href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S_qlsTVp2aI/AAAAAAAAAYk/_W3AjFL3WrI/s1600/20090925_12.JPG"><img src="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/S_qlsTVp2aI/AAAAAAAAAYk/_W3AjFL3WrI/s320/20090925_12.JPG" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5474870477546183074" style="display: block; margin-top: 0px; margin-right: auto; margin-bottom: 10px; margin-left: auto; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px; height: 239px; " /></a></span></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-family:georgia;">Son declaraciones que podrían generarle más problemas –si cabe– con el Barrio. Y las dice alguien que conoce bien cómo opera esa pandilla.<br /><br />Las casi dos horas de plática en el penal de Zacatecoluca incluyen un consejo para el periodista.<br /><br />—Eso te quería decir a ti, que tengas cuidado con esto. </span><br /></div></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8622010543413801191.post-14791308248964752632009-03-28T09:30:00.018-06:002009-04-21T12:27:24.627-06:00El paraíso feo<script type="text/javascript"><br />var gaJsHost = (("https:" == document.location.protocol) ? "https://ssl." : "http://www.");<br />document.write(unescape("%3Cscript src='" + gaJsHost + "google-analytics.com/ga.js' type='text/javascript'%3E%3C/script%3E"));<br /></script><br /><script type="text/javascript"><br />try {<br />var pageTracker = _gat._getTracker("UA-8479277-1");<br />pageTracker._trackPageview();<br />} catch(err) {}</script>Suspenda esta lectura unos segundos. Cierre los ojos primero y piense en el Caribe, imagíneselo...<br />En serio, hágalo...<br />[...]<br /><br /><a href="http://4.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Sc5H8dn2pkI/AAAAAAAAAKw/-2U5lbb9DbI/s1600-h/Cartagena.8.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5318267314040645186" style="margin: 0px auto 10px; display: block; width: 320px; height: 219px; text-align: center;" alt="" src="http://4.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Sc5H8dn2pkI/AAAAAAAAAKw/-2U5lbb9DbI/s320/Cartagena.8.JPG" border="0" /></a><br /><br />¿Qué imágenes vinieron a su mente? Déjeme intentarlo. Islas en medio de un mar imposible, verde, azul y transparente. Arenas blancas finas en playas infinitas vírgenes. Una barca de remos. Sosiego. Palmeras de troncos largos y curvos coronadas por penachos de grandes hojas. Y de los troncos cuelga una hamaca, y de los penachos cuelga la sombra sine qua non. Detrás, un sol perpetuo. Y un cielo intenso salpicado por nubes tímidas. Y una brisa agradecida que levanta olas diminutas. Y dos pelícanos.<br />Otra opción es encender su computadora e introducir la palabra Caribe en el buscador de imágenes Google. El resultado será similar.<br />Hay lugares consensuados en el imaginario colectivo. Incluso quien nunca los ha visitado se atrevería a describirlos. Ocurre con la Antártida, el Sahara o el altiplano andino, y pasa también con el Caribe, que es el que nos ocupa. En el reparto de estereotipos, al Caribe no le fue tan mal en realidad. En las agencias turísticas de Europa y Norteamérica se vende como lo más parecido al paraíso. Por eso el boom de cruceros y de hoteles “All Inclusive” y Cancún y Santo Domingo y Roatán y Cartagena de Indias. Millones de personas pagan cada año cientos, miles de dólares por unas vacaciones que les permitan regresarse con el mar imposible, las playas infinitas y el sol perpetuo en sus cámaras.<br />Pero los lugares como Marlinda seguirán escondidos.<br /><br />***<br /><br />Tiene veinticinco años y se llama Juana Isabel Caicedo. Es alta, espigada, larga cabellera y poderosa dentadura, más blanca por el contraste. Ella y los demás acá son negros. Juana Isabel trabaja para una ONG holandesa que hace un par de años abrió un hogar para niños marginados. El edificio impone. Es blanco como nieve y tan grande que hace ver aún más desdichadas las casas de alrededor. Está en primerísima línea de playa. Apenas hay unos seis metros entre el punto donde esta tarde mueren las olas y la barrera de rocas que levantaron.<br />—¿Y para qué las piedras?<br />—Es por las inundaciones –dice Juana.<br /><br />Por las inundaciones.<br /><br />***<br /><br />Caribe es el nombre del mar y, por extensión, las costas que salpica también son Caribe. Es un mar extenso, más que México. Sus aguas bañan 21 países y no menos de una docena de islas y archipiélagos aún bajo dominio europeo o estadounidense. Trampolín de la conquista española hace 500 años, el Caribe también tiene prensa por ser zona de huracanes, por sus añejas historias de piratas, por la belleza de sus mujeres y por el boom turístico de las dos últimas décadas.<br /><br /><a href="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Sc5IQTqAM6I/AAAAAAAAAK4/soYiJlxfEw8/s1600-h/Cartagena.1.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5318267654962688930" style="margin: 0px auto 10px; display: block; width: 320px; height: 226px; text-align: center;" alt="" src="http://2.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Sc5IQTqAM6I/AAAAAAAAAK4/soYiJlxfEw8/s320/Cartagena.1.JPG" border="0" /></a><br /><br />Y dentro del Caribe está Cartagena de Indias. Cartagena es la ciudad colombiana que más turismo atrae. Su secreto radica en haber sabido complementar sus atributos caribeños –sol, playas, palmeras– con un vistoso conjunto histórico, con precios irrisorios para quien paga en euros o dólares y con una efectiva política gubernamental que la convirtió en un escaparate nacional para atraer también al turista de gran poder adquisitivo. Para lograrlo, la pobreza, que afecta a dos de cada tres cartageneros, se relegó hacia las barriadas, creando así dos ciudades superpuestas. Un artículo publicado el pasado 23 de enero en el Washington Post lo describió así: “Para el Gobierno del presidente Álvaro Uribe, Cartagena simboliza una nueva Colombia, vibrante y próspera. Pero fuera de los muros coloniales de 400 años y del encanto de esa ciudad histórica hay barrios tan miserables que los responsables de la salud pública comparan sus condiciones con las del África subsahariana (...). La mayor parte de sus residentes son negros, el tráfico de drogas es algo habitual, los niños están desnutridos y son comunes las epidemias de enfermedades curables”.<br /><br />Y dentro de esa Cartagena está Marlinda. Situada hacia el norte, a apenas 20 minutos en carro del centro histórico, Marlinda es una comunidad conformada por unas 1,500 personas. A inicios de la década de los noventa, familias procedentes del vecino pueblo de La Boquilla se tomaron a la brava la franja de tierra –600 metros de largo por 150 de anchura– comprendida entre el mar y un humedal con graves problemas de contaminación llamado la ciénaga de la Virgen. Arnulfo y los demás ahí pusieron sus ranchos, y ahí siguen todavía.<br /><br />***<br /><br />Hollywood vino a Marlinda con sus cámaras, sus actores y sus dólares. Necesitaban un lugar indigente y soleado que con poco trabajo pudiera pasar por una comunidad rural cartagenera de hace un siglo. Aún hoy se recuerdan aquellos días de 2006 como los días de las ganancias aseguradas. Después me detallarán.<br /><br />***<br /><br />Aún es mi primer día aquí, y falta un par de horas para que anochezca. Camino por la playa hasta que me topo con una casa sobre la arena. Es también de madera, pero grande, y la tienen pintada de rojo, blanco y azul. Colores vivos, como retando al mar. La familia que la habita tiene el Caribe literalmente en la puerta de casa. Si no fuera por la gruesa barricada que han levantado, las olas se colarían en la vivienda, que también funciona como tienda.<br />—Este año estuvo menos lleno, pero hubo más tema porque la alcaldía se vino y comenzó a meter a la gente en los colegios.<br /><br />Habla el padre de familia. Es un tipo cincuentón, desconfiado, capaz de inventarse que la directiva les prohibió dar los nombres a extraños. Se refiere a las inundaciones y al hecho de que el último noviembre, tras el desbordamiento, llegaron los albergados, los titulares en los periódicos, las visitas de la alcaldesa y luego del embajador estadounidense. Algo que no había pasado ni en los años en los que el agua subió más y tardó más en irse.<br /><br />Marlinda está comprimida entre el Caribe y la ciénaga. Cada mes de noviembre, cuando finaliza la estación lluviosa, la ciénaga está llena a reventar. Esos días también ocurre lo que los colombianos llaman mar de leva, mareas altas. El resultado es siempre el mismo: casi toda la comunidad se inunda. Lo que varía de un año al otro es el número de semanas que pasan con el agua fétida dentro de las casas.<br /><br />El dueño de la tienda dice que no le molesta mucho. La inundación afecta más a los que viven más cerca de la ciénaga, y él cree tener el problema bajo control añadiendo rocas a su improvisado rompeolas. Cuando le pregunto por el cambio climático y sus efectos, tampoco se inmuta, a pesar de que el pronóstico acuerpado por el Gobierno colombiano para la costa caribeña es que el mar subirá 40 centímetros para el año 2050.<br /><br />—¿Y no ha pensado irse a otro lugar?<br />—Para mí lo más bonito es todo esto de aquí, La Boquilla y Marlinda, y no soy nativo, ¿eh? Pero para salir de aquí tienen que llevarme con los piecitos palante.<br /><br />***<br /><br />Marlinda está marcada por eso que llamamos la miseria.<br /><br />Pero decir hoy miseria nomás es decir nada, una cortesía con el lector, una manera de disfrazar, una etiqueta fácil.<br /><br />Se ha prostituido tanto que decir miseria, míseros, miserables nomás es como dar un porcentaje frío o como recitar los objetivos del milenio. Decir miseria nomás es ahorrarse las descripciones. Se ha convertido en eufemismo. Decir miseria nomás no evoca, por ejemplo, las condiciones de vida de Arnulfo y su hijo de nueve años; no evoca su hogar, con paredes hechas de tablas de madera y a dos pasos de una ciénaga putrefacta llena de mosquitos, un hogar que tiene cuatro metros de largo por dos de ancho –digo: 4 metros de largo por 2 de ancho–, sin cochera, sin cuartos, sin cocina, sin baño; un hogar en el que solo caben un catre y sobre el catre una colchoneta regalada y una hamaca ennegrecida y una silla de plástico y una mesita y un foco y un televisor estropeado; decir miseria nomás no evoca ver a Arnulfo cocinar durante 18 años con un fuego que enciende en la entrada, sobre el piso de tierra, y que intenta contener con tres ladrillos; no evoca tener nada que llevarse a la boca; no evoca pasar tres o cuatro semanas al año con agua hasta las rodillas dentro de eso que llaman hogar.<br /><br />Decir miseria nomás no evoca la miseria.<br />—¿Y dónde va usted cuando quiere mear?<br />—Ahí, en el patio, en el patio del rancho, porque aquí no hay servicio de baño todavía ni nada de eso.<br /><br />***<br /><br />Ya es martes, segundo día en Marlinda. Ever Minota –veintipocos, fornido, colocho y bigotillo– está en la playa con su pequeño hijo, una pelota y dos amigos. Son de Olaya Herrera, uno de los barrios más peligrosos de Cartagena. Como sabe algo de albañilería, Ever ha venido a ayudar a su cuñado a levantar muros. Aún son minoría entre la maraña de ranchos de madera, pero en algunas casas ya dieron el salto al ladrillo. Con la obra intentan también elevar algunos centímetros el piso. Parece no haber mucho interés en irse de este tugurio. Mañana entenderé.<br /><br />***<br /><br />Para llegar a Marlinda en vehículo se maneja tres kilómetros sobre la playa. No hay carretera de acceso. Y no es esta la única rareza. En Marlinda no hay iglesia católica ni evangélica ni unidad de salud ni asfalto en las calles ni Pizza Hut ni instituto ni delegación policial.<br /><br />Pero hay una mezquita.<br />—¿Y cuántos musulmanes viven en Marlinda?<br />—Aquí puede haber unos cuatro o cinco nomás –responde Arnulfo.<br /><br />Pero hay un billar con siete mesas –siete– que, además de cervezas glaciales a $0.45, vende aceite para cocinar, pampers, papel higiénico y Gatorade.<br />—¿Por qué tantas mesas en el billar?<br />—Ahí se juega bastante y hay muchos de La Boquilla que se vienen van pa'cá –Arnulfo.<br /><br />***<br /><br />Daisuri Hernández es una Naomi Campbell de 16 años. Alta, proporcionada, grandes ojos y pelo largo y trenzado. Al mirarla, me pregunto hasta dónde podría haber llegado si hubiera nacido en otro lugar.<br /><br />La acabo de conocer gracias a John Luis, un muchacho de 12 años que no me llega ni a la cintura y que se acercó descalzo hace tres cuadras para preguntar qué hago en Marlinda. Me dijo que vende caracol, le pregunté por sus clases y le pedí que me escribiera su nombre en mi libreta. Acertó con la palabra John, pero en vez de Luis puso Laos.<br /><br />Daisuri está en el rancho de Juana Iris, su hermanastra, pegadito a la ciénaga. Hiede. Hablamos largo de los problemas de la comunidad, de las inundaciones que se prolongan semanas en este sector y de los días en los que Hollywood vino a Marlinda con sus cámaras, sus actores y sus dólares.<br /><br />En octubre de 2006, la productora estadounidense Stone Village filmó aquí algunas escenas de “El amor en los tiempos del cólera”. Basada en el libro homónimo de Gabriel García Márquez, transcurre en la Cartagena de finales del siglo XIX y principios del XX. La protagoniza Javier Bardem. Los equipos de producción estuvieron llegando durante casi un mes, y para muchos fueron días de ganancias aseguradas. A Daisuri le pagaron $75 por un día de actuación como extra. El alquiler mensual de la casa en la que estamos no llegaría, me dicen, a los $12.<br />—Teníamos que hacer como si estuviéramos conversando, pero sin que se oyera –dice, orgullo en la mirada, Juana Iris, quien también se disfrazó.<br /><br />La prosperidad momentánea llegó con los tiempos del cólera. La productora incluso tuvo el detalle de llevar postes de la luz hasta rincones de la comunidad donde aún no había.<br /><br />“El amor en los tiempos del cólera” se estrenó a finales de 2007.<br />—¿Y ya la viste?<br />—No –responde Daisuri, como si fuera la repuesta lógica.<br /><br />***<br /><br />John Luis –Laos– Jiménez dejó de ir a la escuela porque su tía Jenni Meléndez no pudo pagarle el uniforme.<br /><br />***<br /><br />Arnulfo es Arnulfo Guzmán Jiménez, un optimista. Físicamente se trae un aire al Don Ramón de El Chavo del Ocho, pero en negro. Delgado, nariz chata, bigote espeso, pocos y maltratados dientes. Vive en una casa miserable junto a su hijo Luis Enrique, de nueve, y un perro enclenque. Arnulfo habla de su papá Prisco con respeto. Murió hace años, pero lo cita en presente: mi padre dice...<br /><br /><a href="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Sc5Ik8STVJI/AAAAAAAAALA/YiK44Sz4XJc/s1600-h/Cartagena.6.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5318268009466516626" style="margin: 0px auto 10px; display: block; width: 320px; height: 243px; text-align: center;" alt="" src="http://3.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Sc5Ik8STVJI/AAAAAAAAALA/YiK44Sz4XJc/s320/Cartagena.6.JPG" border="0" /></a><br /><br />Arnulfo tiene 48 años y 18 los ha pasado en Marlinda. Nacido en La Boquilla, fue de los primeros que se dejó convencer de que como nativos también tenían derecho a invadir la franja de tierra. Llegaron cuando no había nada. —Allá donde vivo yo es siempre la parte que vive más inundada y más llena –dice, resignado.<br />—¿Y por qué eligió ese lugar si fue de los primeros en llegar?<br />—A mí me gustó porque yo siempre he sido pescador, y ahí estamos en la orilla de la ciénega, y a mí me gusta tener mis criaderos de sábalos, aunque ahora no los tengo porque...<br />—¿Criaderos de qué?<br />—De sábalos.<br /><br />Al igual que muchos en Marlinda, Arnulfo tiene en la puerta de su casa una especie de piscina hecha con tablones. Hiede. Aquí intenta criarlos. Los sábalos, explica, son un pescado que uno lo echa uno así, pequeñito, y lo saca de hasta 6 kilos, grande. Es la teoría que les enseñaron. En la práctica, nunca ha podido vender sus pescados porque la ciénaga se desborda cada noviembre y los peces se escapan de su rudimentario cerco. —El criadero lo hace uno en la ciénega, pero tiene uno que comprar madera, para meterle madera, y alzarlo, pero todo eso se hace con plata, y como yo no he tenido dinero, no he tenido para alzarla.<br />—¿Y cuál era el negocio entonces?<br />—Ninguno –y ríe.<br /><br />Arnulfo ríe. Ríe cuando enseña su miserable casa, ríe cuando cuenta que lleva tres meses sin pagar la luz, ríe cuando explica que en la ciénaga ya casi no hay pesca, ríe cuando comenta que a él lo contrataron en la película para montar escenarios por $12 diarios, y ríe cuando contesta que tampoco la ha podido ver.<br /><br />Está a punto de cumplir medio siglo de vida y Arnulfo nunca ha viajado. Es muy probable que se muera sin haber salido de Cartagena.<br />—¿Y no le gustaría conocer más?<br />—Hombre, claro, a uno le gusta conocer Barranquilla y todas esas partes, pero a dónde... No hay.<br /><br />***<br /><br />Cuando llegué a Marlinda por primera vez hace dos días lo hice en motocicleta-taxi. Un joven de nombre Vladimir me trajo por poco más de $2 desde el centro histórico de Cartagena. Carretera hacia Barranquilla, nos detuvimos primero en La Boquilla, preguntamos un par de veces, recorrimos los tres kilómetros de playa y me dejó aventado en una comunidad miserable. Solo. Temeroso, vine nomás con lo puesto.<br /><br />Hoy hasta me he traído la cámara digital.<br /><br />La pobreza y la inseguridad no van siempre unidas de la mano.<br /><br />***<br /><br />Atardece. Tres días en esta comunidad han manchado mi libreta de anotaciones sobre la miseria y sobre lo que supone vivir con la certeza novembrina de las inundaciones. Un triste presente para quienes ponen rostro a esas cifras de pobreza que llenan los informes oficiales. Y un no futuro si se cumplen los augurios sobre el impacto del cambio climático en la costa caribeña. Visto así, el único atenuante para seguir viviendo en Marlinda es el relativo ambiente de seguridad que describen sus vecinos. Pero me suena insuficiente.<br /><br />Regreso con Arnulfo a la playa justo cuando el sol comienza a ocultarse y el mar parece una bandeja de plata. Dentro del agua hay seis jóvenes. Los menos usan trasmayo; los más, un rudimentario artilugio de pesca compuesto por un anzuelo y una botella vacía sobre la que se enrosca el hilo. Al rato, uno sale, satisfacción en el rostro, con un pescadito que coloca dentro de una vieja y descolorida barca. Me acerco. Salvo el último que aún boquea, yacen inertes una veintena de distintas especies: matacaimanes, narizdemantecas, roncos, marulandas. Ninguno supera los 25 centímetros, pero cocinados con arroz, dicen, alimentan lo suficiente.<br /><br /><a href="http://4.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Sc5I4gwteUI/AAAAAAAAALI/M6c7FN9t9ds/s1600-h/Cartagena.9.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5318268345675249986" style="margin: 0px auto 10px; display: block; width: 320px; height: 240px; text-align: center;" alt="" src="http://4.bp.blogspot.com/_3QJ0nnc5Qps/Sc5I4gwteUI/AAAAAAAAALI/M6c7FN9t9ds/s320/Cartagena.9.JPG" border="0" /></a><br /><br />Sentado y descalzo, José Miguel Ortega –85 años, cachucha, 7 de sus 13 hijos vivos– cuenta que era mucho más lo que se sacaba años ha.<br />—Si la picada estaba caliente, tirarlo una vez bastaba.<br /><br />Empapado y sonriente, Hernán Martínez –26 años, cachucha, un hijo con Zuleima María– no se queja cuando saca su sexto pescadito. Hasta hace unas semanas más espaciado, pero ahora que está sin trabajo viene cada dos días. Son pueblo de pescadores. Y el mar todavía da de comer. Quizá por eso pocos ven su futuro fuera de Marlinda. El Caribe que los amenaza es también el Caribe que los alimenta.<br /><br /><div align="center">*****</div><div align="left">Este artículo apareció publicado por primera vez el 29 de marzo de 2009 en la revista Séptimo Sentido, de El Salvador. Puede verlo pulsando <a href="http://www.laprensagrafica.net/epaper/SeptimoSentido/20090329/default.html">acá (páginas 12 a 17).</a></div>GuanacoEHhttp://www.blogger.com/profile/06159537017021003006noreply@blogger.com1