Crónica de una visita a la desahuciada iglesia El Carmen



Abandonada a su propia suerte


Si se concretara alguna vez la idea de crear una diócesis para La Libertad, su catedral sería la iglesia El Carmen de Santa Tecla. Hasta el 13 de enero de 2001 estaba claro. Pero lo ocurrido aquel día lo cambió todo. Hoy, más de siete años después, el centenario templo sigue malherido, con sus puertas cerradas y sin visos de que esto cambie, al menos a mejor.

Por Roberto Valencia.



Él cree que poco se puede hacer ya. Han pasado más de siete años desde el terremoto de 2001 y el templo está igual. Igual de mal. Grietas, muebles apilados, láminas, maleza, soledad, decadencia. Por todo eso pidió como favor una copia de las fotografías que ilustran este reportaje. Es posible, dijo, que sean de las últimas que se hagan: “Las queremos por si se cae, para tener un recuerdo“. Aunque dolido por tratarse de una parte de su vida, él cree que ya poco se puede hacer para evitarlo.

Es la iglesia El Carmen, la de las dos torres que apuntan hacia el cielo, la que se ganó el honor de ser uno de los emblemas de Santa Tecla. En 2010 se cumplirán —se cumplirían— 100 años desde que se terminó su portada, en madera y de estilo neogótica, la que durante décadas ha convertido este edificio en el referente católico de la joven ciudad. Un siglo de primeras comuniones, de funerales, de coros, de bautizos y de bodas. Todo se detuvo aquel 13 de enero.

Hoy, el templo está como está, y después de haber escuchado a los voceros de las instituciones que más tienen que decir sobre su futuro —Iglesia católica y Consejo Nacional para la Cultura y el arte (CONCULTURA)—, la metáfora que mejor se ajusta a la situación de El Carmen es pensar en ella como en uno de esos reos estadounidenses condenados a muerte, esos que esperan vestidos de naranja el día de su ejecución.

Quien pidió las fotografías como un recuerdo es Andrés Salvador Carranza Oña. Para sus feligreses y conocidos es simplemente el padre Chambita. Desde hace 17 años él es el párroco, pero está ligado a ella desde mucho tiempo antes. Nacido en Burgos —provincia española famosa por su imponente catedral gótica—, llegó a El Salvador en 1956. Él es parte de ese grupo de jesuitas sin los que resulta difícil explicar la historia reciente del país. Le gusta hablar, escarbar en sus recuerdos y llamar “mi hermano“ a sus interlocutores. Es alto, delgado y, a pesar de su espesa barba vencida por las canas, aparenta menos de los 71 años que tiene.



Él fue el guía para el recorrido, para mostrar cómo está el templo siete años después de que se estremeció.

Incluso antes de entrar, El Carmen llama la atención. Sus torres pueden verse de varias cuadras a la redonda. La dirección es avenida Manuel Gallardo y 1.ª calle poniente, arteria que la alcaldía rebautizó como la calle Padres Jesuitas. En salvadoreño, es la que está dos cuadras al norte del parque Daniel Hernández, frente a la parada de bus del Banco Agrícola.

Desde esa parada, a través de una puerta gris, se ve casi toda la fachada. La madera luce vieja y arrugada, como un papel que se ha secado después de estar mojado. Se echa en falta la imagen de la virgen, que la bajaron tras el terremoto. Ahora está junto al hangar anexo, donde el padre Chambita y otros jesuitas celebran misa todos y cada uno de los días de la semana. Salvo esa puerta gris, toda la verja que rodea lo que podría considerarse el atrio está cubierta con oxidadas láminas de zinc, como si se quisiera ocultar la decadencia. Al otro lado, hay helechos queriéndose adueñar de las agrietadas paredes exteriores, hay troncos, hojas y ramas secas esparcidas por el suelo, y hay un par de matas de guineo que uno no sabe bien qué hacen ahí.

Las láminas de zinc están rematadas con alambre de espino o alambre razor. Pero no sirvió de mucho. Desde hace poco más de un año el templo cuenta con alarma. La instalaron después de que unos ladrones se llevaron un buen número de bancas, la Carmela y poco faltó para que también desapareciera la Chaleca. Ellas son dos de las tres campanas que estaban en las torres.



Una vez dentro de El Carmen, el panorama cambia. El padre Chambita lleva un casco plástico gris que de poco le serviría si el edificio se viene abajo, como teme, y narra con pasión cómo fue el día del terremoto. Por la pared que desapareció casi por completo, la oriental, salieron unos estudiantes que estaban de visita en el templo. El gigantesco hueco de 12 metros de longitud sigue ahí, cubierto por una endeble estructura de láminas. Se colocó en 2001, y nadie ha hecho nada más desde entonces. Sin ellas, se verían las matas de guineo de fuera.

No están las alineadas bancas, y la nave parece por ello más larga y más desnuda. Se mire donde se mire, no hay más de tres metros de pared sin grietas o sin agujeros en toda la mitad inferior. La situación cambia en la mitad superior, la sostenida por las columnas, que no ha perdido su encanto. Si se mira a algunas partes del suelo, uno se encuentra con las evidencias de que algún animal ha estado arriba. Si se mira hacia arriba, se ven palomas de Castilla revoloteando. Ni el alambre de púas ni la alarma han frenado a estos animales, los que más ganaron con el tácito abandono de una iglesia que era la candidata número uno para convertirse en la catedral de Santa Tecla.

En toda la estructura hay luz natural más que suficiente, y tiene mobiliario eclesiástico de madera amontando en la parte delantera. La sensación ahí dentro es también de decadencia, pero es distinta a la que se tiene fuera. La nave y sus 32 columnas mantienen intacto su poder de seducción, ese que durante más de nueve décadas estuvo al alcance de cualquier feligrés o visitante. Ahora está bajo llave.




El recorrido termina en las entrañas del templo, que El Carmen las tiene en sus dos emblemáticas torres. Son, escribieron los entendidos, las que menos sufrieron aquel 13 de enero. Son de madera, y no de adobe o mampostería, como los muros colapsados. Pero que no les afectara tanto el terremoto no significa que gocen de buena salud. Un siglo es mucho tiempo para la madera.

Para subir, la entrada está en una puerta casi oculta y situada en la parte inferior de la torre derecha. Dentro, hay distintos bloques de escaleras y hay oscuridad. Sobra la oscuridad. Algunos peldaños se mueven, la madera está agujereada y cruje. Todo eso, unido al hecho de ser un edificio cerrado por peligro de colapso, hace que la incertidumbre sea difícil de vencer. Hay tramos, los más altos, en los que la oscuridad hace a uno ir a tientas. Y ni el sonido de las palomas ni su olor contribuyen a la tranquilidad.

Antes de llegar al primer nivel, si es que se puede llamar así, el padre Chambita explica la primera sorpresa: “La fachada que hoy vemos es una fachada añadida. La fachada principal es un triple arco, porque El Carmen iba a ser al principio mucho más baja, neocolonial, y la que se ve es la añadida“. En las entrañas se ve con claridad lo que quiere explicar: un muro macizo y oculto tras la estructura de madera.

El segundo nivel es el tejado de la nave, con láminas de zinc blancas marcadas por el óxido. Es el lugar donde estaban las campanas y la imagen de El Carmen. Desde ahí arriba, se ve el pecado que se cometió al construir las residenciales que trepan las cordillera del Bálsamo; se ve la renovada iglesia de la Inmaculada Concepción; se ve el bullicioso mercado; se ve el volcán de San Salvador; se ven decenas de tejados donde hay más láminas que tejas. En definitiva, se ve Santa Tecla, la ciudad creada vía decreto.

Aún se puede subir más, hasta las estilizadas cúpulas de las torres. Hay más escaleras, pero ya no merece la pena. Lo que se intuye arriba, entre la oscuridad, es solo una maraña de vigas y tablas.

Ahí termina el recorrido, y empiezan las preguntas. ¿Se puede salvar El Carmen? ¿Por qué no se ha hecho nada en siete años? ¿Y si ocurriera otro terremoto mañana? En función de a quién se le pregunte se obtienen respuestas distintas, contrapuestas.

Hay un chiste por ahí que dice que cuando en El Vaticano se va la luz, el dominico se sienta a reflexionar sobre la luz y las tinieblas, el franciscano se arrodilla y saluda a la hermana oscuridad, y el jesuita sale y arregla los fusibles.
En 2001, la Compañía de Jesús, que administra El Carmen desde 1914, no se quedó de brazos cruzados. Allí han rezado, cantado y orado Ignacio Ellacuría, Jon Sobrino, Segundo Montes, Nacho Martín Baró, Chema Tojeira… También Jon Cortina. Ingeniero además de sacerdote, fue quien encabezó el equipo que evaluó los daños. “Después de haber estudiado la estructura, me vino el padre Jon, una persona que era todo corazón, y con unos lagrimones en su cara me dijo: ‘Chamba, el templo no se puede salvar’”, recuerda el párroco. Las conclusiones de este estudio fueron concluyentes: demoler la estructura existente, y recuperar los materiales decorativos para una nueva edificación. Entre lo salvable estaban la fachada y sus torres.

En CONCULTURA no dan credibilidad a este estudio. Héctor Sermeño, director nacional de Patrimonio Cultural, dice tener otros tres que aseguran que, si se interviene, no habría que demoler nada. Cita como argumento lo ocurrido en 1986 con la basílica del Sagrado Corazón de San Salvador, la situada en la calle Arce. Muy parecida a El Carmen en cuanto a estilo y materiales, se dañó aquel fatídico 10 de octubre, se intervino, y hoy está más parada que nunca.

Las acusaciones entre una y otra parte van más allá, bastante más allá. El padre Chambita afirma que un dinero que hizo llegar para El Carmen a través de CONCULTURA la estadounidense Fundación Getty se estaba consumiendo más en gastos de administración que en las necesarias obras. Sermeño, por su parte, no se queda atrás. Cuando se le preguntó por la pared que no existe, esta fue su respuesta: “Puede que la estén botando de noche. Piedra por piedra, y adobe por adobe. ¿Quién me asegura a mí que no han permitido el ingreso para hacerlo?“ Con esa insinuación, está acusando a los jesuitas de destruir el templo, su templo.

Así están las cosas entre los actores llamados a ayudar a El Carmen.

Por un lado, la comunidad jesuita, que es la usufructuaria de un templo que pertenece al arzobispado de San Salvador, dice no poder asumir los costos ni siquiera de lo que el estudio de Jon Cortina concluyó. Con cifras preliminares de 2001, era alrededor de $1 millón lo que había que invertir para demoler lo inservible, conservar lo conservable y levantar un edificio nuevo. “Antes del terremoto, el sueño era que terminara convirtiéndose en la catedral de Santa Tecla, pero hoy no merece la pena hacer un gasto de millones en invertir en una cosa que no va a poder ser iglesia“, se sincera el padre Chambita.

El Gobierno, a través de CONCULTURA, dice estar interesadísimo en su conservación, pero ese interés no se traduce en dólares. El artículo 32 de la Ley Especial de Protección de Patrimonio Cultural permite expropiar un bien “cuando el propietario o tenedor no cumpla con las medidas de conservación“ o “cuando haya sido declarado monumento nacional“, petición que en siete años no ha llegado a la Asamblea. “Los propietarios siguen sin presentarnos alternativa de reconstrucción“, responde Sermeño al sugerirle la pasividad de la institución que representa.

En lo que ambos están de acuerdo es en que para cualquier cosa que se quiera hacer por El Carmen habría que realizar más estudios, actualizar las cifras e invertir una desconocida pero elevada suma de dinero que ni la Compañía de Jesús ni CONCULTURA están, hoy por hoy, dispuestos a poner sobre la mesa. Se perdieron ya siete años, y este es un país en el que cualquier día puede temblar. Por eso la metáfora sobre el reo vestido de naranja esperando el día de su ejecución.

El padre Chambita, 17 años de párroco y 51 desde que se instaló por primera vez en la residencia anexa a El Carmen, cree que poco se puede hacer ya, y no lo intenta ocultar.
—A usted ¿que le gustaría que hubiera aquí dentro de 50 años?
—Pues... un buen centro cultural, abierto a la religión y a los religiosos, algo así como una extensión de la UCA.




Puede ver más fotografías de la iglesia pulsando aquí.
Este artículo se publicó en la edición del 2 de marzo de 2008 en Revista Dominical, de La Prensa Gráfica.

6 comentarios:

  1. PRONTO NO ESTARA MAS ABANDONADA A SU SUERTE,soy estudiante de la carrera de arquitectura y estoy haciendo mi tesisi sobre la restauracion de la iglesia

    saludos

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  2. Me encuentro investigando acerca de diferentes puntos turísticos de Santa Tecla y en realidad al leer este texto he enriquecido muchísimo el conocimiento de esta parroquia... Me gustó mucho el estilo ... Si en realidad la arquitectura es irreparable, esperemos que mientras subsista, las nuevas generaciones se interesen en conocer sobre la historia tan extensa e interesante que esconden sus paredes ... Un saludo.

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  3. Lamento mucho leer que el estado de la iglesia el carmen sea el de "desahuciada".
    También lamento enterarme sobre el robo de "la camela" la cual fue fundida por Juan B. Lungo el abuelo materno de mi abuela materna.

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  4. Que lastima que no han podido conservar tan linda parroquia EL CARMEN...deberian de pedir ayuda a todos los teclenos y volver a reconstruirla...Me gustaria saber adonde estan las Oficinas de la Parroquia? todavia existe y si tienen el numero de telefono para contactar ni cosa mejor...

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  5. Que tristeza que no hayan podido todavia repararla despues de varios anos, esto es patrimonio nacional. Yo soy de Santa Tecla, yo corri en esos atrios cuando era pequena,y me trae muchos recuerdos. Es una arquitectura lindisima, lastima que se vaya a perder :(

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  6. nada es imposible si hubiera interes ´por repararla ya estubieraa reparadaa,,,,donde la alcaldiaa ya se hubieraa rebuscadoo con los fondoss

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