Tras la mirada de un pandillero preso

Siete pandilleros vestidos de un amarillo chillón con siete cámaras de fotos en sus manos salen a uno de los patios de la cárcel, y lo primero que hacen es acercarse a una estatua de la Virgen María para fotografiarse junto a ella. 1, 2, 3 fotografías… ¿Surrealismo? No, solo la enésima prueba de que la realidad es capaz de superar con creces la ficción.

Hoy es viernes, falta una hora para el mediodía y esto es una prisión salvadoreña. Se llama Izalco y está situada en el municipio homónimo, unos 60 kilómetros al occidente de San Salvador. El cuadro de los pandilleros fotógrafos ha sido propiciado por Klavdij Sluban, un prestigioso y laureado fotógrafo francés que estos días está de visita en Centroamérica.


Respaldado por la Embajada de Francia en El Salvador, Sluban propuso a la Dirección de Centros Penales sumarse a un experimento que él había puesto ya en práctica en prisiones de Rusia, de Eslovenia, de Serbia, de Francia, de Georgia… La idea es simple: tras una pequeña charla explicativa, se entregan cámaras a un grupo de internos para que fotografíen lo que les permitan las autoridades.

Del área que acoge la estatua de la Virgen María pasan al patio central, donde está la cancha de baloncesto. No hay mucha actividad a pesar de la hora. La mayoría de los internos están en sus celdas, desde donde se asoman para ver qué sucede. 12, 13, 14 fotografías... Salvo los descamisados, todos tienen camisetas amarillas. Tras la explicación, unos pocos posan gesticulantes para sus compañeros de pandilla.

Las dos principales pandillas juveniles o maras que operan en El Salvador –Mara Salvatrucha y Barrio 18– surgieron en Estados Unidos, desde donde se expandieron a Centroamérica como consecuencia de la deportación masiva que Washington institucionalizó en los noventa. Ambos grupos se profesan un odio a muerte, por eso en este penal solo hay integrantes del Barrio 18.

Hoy es un día inusual en Izalco, y no solo por las sesiones de fotografía. La actividad ha permitido a los siete elegidos caminar por el penal sin grilletes y ahora les hará merecedores de un regalo inesperado. Cuando los conducen al área de visitas, los guardias los suben por las rampas que usan los familiares, y desde aquí se ve más allá de los muros.


Apenas se ven lomas arboladas y verdes, pero saben a libertad para los que desde hace meses o años solo han visto cemento gris coronado. 18, 19, 20 fotografías… La agitación generada por el regalo no pasa desapercibida para Sluban. “Las prisiones son como el cuarto de baño de los países, lo que a las visitas nadie le gusta enseñar de su casa”, dirá luego. Está convencido de que el estado de sus cárceles muestra el nivel cultural de cada nación.

El penal de Izalco es casi un hotel si se tiene en cuenta que esto es un penal centroamericano. Es la joya de la corona del sistema penitenciario salvadoreño, la que con más generosidad se muestra a la prensa. Se inauguró en 2007 con una capacidad para 786 internos y hoy alberga a 840. Un lujo si se tiene en cuenta que, en todo el país, los prisioneros triplican la capacidad instalada. “En tres años no hemos tenido ni un muerto”, dice orgulloso Juan José Zepeda, el director.

El rally fotográfico continúa hacia el área de visitas, un rectángulo amplio en el que madres, esposas, novias e hijos se pueden sentar alrededor de mesas de cemento junto a los visitados, que mantienen su riguroso amarillo. El ambiente es silencioso. 23, 24, 25 fotografías… La caja de cartón del carrete decía que eran 24, pero Sluban ya advirtió de que siempre salían más fotografías.

El Crazy es uno de los siete pandilleros. Purga ocho años de condena por haber robado a un hombre dos cadenas de plata, un reloj, unos lentes de sol y cuatro dólares. Todo su cuerpo está tatuado. Su cara es un lienzo. Se acerca, me da la cámara y me pregunta si quedan fotografías. A través de un visor se ve el número 28. El rollo, en efecto, se ha terminado y con él, lo más interesante de la actividad.


“Estoy convencido de que hay muchos pandilleros en este penal que quisieran buscarle otro rumbo a su vida, fuera de la pandilla”, le comentará el director Zepeda a Sluban durante el almuerzo.

Las fotos se revelarán esta noche y a cada uno de los fotógrafos noveles mañana se les entregará una copia de su trabajo. Una experiencia similar a lo que ha ocurrido hoy se hará ocho veces en dos centros de internamiento diferentes. Después, Sluban hará una selección de las mejores imágenes, y se exhibirán del 26 de abril al 14 de mayo en el Museo Nacional de Antropología de San Salvador.

La mirada de los pandilleros saldrá por unos días de los muros, y la sociedad podrá conocer otra faceta de las maras, un fenómeno tan presente como desconocido para la mayoría de los salvadoreños.

Eso será en unos días. Hoy, a la hora de la despedida del primer grupo, entrada ya la tarde, el Crazy tomará la palabra y en nombre de todos dirá a Sluban y a su comitiva unas palabras que sonarán sinceras: “Gracias por venir a este lugar, porque no todos tenemos estas oportunidades, así que les damos las gracias por haber hecho esta actividad”.

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