La agonía del nawat

Valentín Ramírez lo admite: le cuesta entender el nawat, su vocabulario es limitado y se expresa con torpeza, pero esta lengua atraviesa una situación tan precaria que Valentín es hoy por hoy uno de sus profesores más brillantes. El nawat agoniza. Todos los hablantes juntos ni siquiera podrían llenar un avión Boeing 747, y la imagen resultante sería algo así como una excursión de jubilados. Las personas menores de 50 años que lo hablan con fluidez se cuentan literalmente con los dedos de una mano; quizá por eso resulta esperanzador y romántico el esfuerzo de Valentín por inculcar interés en sus alumnos.

“La verdad es que, por decirlo así, yo doy la materia de nawat con la esperanza de que algo les quede, para que se mantenga viva. Tal vez no vayan a aprender el gran montón, ¿va? Pero algo sí”, dice Valentín –36 años, moreno, bajito– como quien pide disculpas.

Valentín nació, vive y trabaja en un pueblo llamado Santo Domingo de Guzmán, en el departamento de Sonsonate. Es maestro en la única escuela pública en la que se puede estudiar bachillerato, y también es parte del reducido grupo de personas que con más voluntad que recursos se ha propuesto evitar lo que parece inevitable: que el nawat no cambie su estatus de lengua en peligro severo de extinción –el que en la actualidad le otorga la Unesco– por el de lengua extinta. 



Nawat es el nombre que sus hablantes dan al idioma, pero también se conoce como pipil o náhuat. Es la única lengua indígena que subsiste en El Salvador. Pertenece a la familia lingüística uto-azteca, que engloba a unas 60 lenguas dispersas desde la frontera norte de Estados Unidos hasta Centroamérica. De todas ellas la más extendida en la actualidad es el náhuatl, que se habla en la zona central de México y era la más difundida en el Imperio azteca. Entre los siglos IX y XIII hubo distintas oleadas migratorias hacia América Central, y con ellos viajó su lengua que, aislada durante siglos, evolucionó hasta convertirse en el nawat.

“Nuestra lengua no es un dialecto del náhuatl mexicano”, señala enérgico Jorge Lemus para zanjar el recurrente error de considerar que náhuatl y nawat son lo mismo. Lemus es un etnolingüista que dirige el Departamento de Investigación de la Universidad Don Bosco (UDB), una de las escasas instituciones académicas involucradas en el rescate, y cuyo trabajo a favor de esta lengua le ha servido para ser reconocido con el Premio Nacional de Cultura 2010. Si se extinguiera, enfatiza, sería una pérdida para los salvadoreños, pero también para toda la humanidad.

El interés de Lemus comenzó en su etapa de universitario. Ahora tiene 49 años y es uno de los pilares de ese reducido grupo de personas que trabajan por el rescate. Desde la UDB dirige el Proyecto de Revitalización de la Lengua Náhuat, el único esfuerzo serio vigente, que incluye el proyecto Cuna náhuat, diseñado para garantizar un relevo generacional, y del que se hablará más luego.

El número real de nahuahablantes es una incógnita. La cifra recogida en el último censo oficial de población (2007) fue de 97, la que maneja la UDB es de 200, y los conteos más optimistas elevan el número hasta 300. Pero todos coinciden en el hecho de que se trata de personas con una edad promedio en torno a los 60 años, y que en su gran mayoría son analfabetas y viven en condiciones de extrema pobreza. La lengua carece de protección jurídica efectiva, no hay literatura ni medios de comunicación y durante el último siglo la actitud del Estado salvadoreño hacia lo indígena ha pasado de la represión abierta en la primera mitad del siglo XX a la desidia de los últimos 30 años.

Uno de los pocos puntos a favor que presenta el nawat, y al que se aferran los optimistas de la revitalización, es que la inmensa mayoría de los hablantes viven en Santo Domingo de Guzmán.

Michael Enrique Pineda tiene 12 años y cursa sexto grado en el centro escolar que se llama igual que el pueblo. En la materia de nawat es uno de los alumnos más destacados de Valentín, el único profesor que se ha atrevido a impartir clases. Desde hace tres años Michael estudia dos horas por semana y, si le dan el tiempo necesario, es capaz de escribir frases como Naja nikpia makuil tiltik pelu (Yo tengo cinco perros negros). Pero el año que viene pasará a tercer ciclo, y Valentín dejará de ser su maestro. Ahí terminará toda su formación.

Un río de cenizas reseco 
Santo Domingo de Guzmán en nawat se llama Witzapan, que podría traducirse como río de cenizas. Pero casi nadie lo llama así. Jorge Lemus, el etnolingüista, estima que el 95% de las personas que dominan la lengua residen en este pueblo. La cifra suena alentadora, pero no suponen ni siquiera el 3% entre los más de 7.000 habitantes. Además, el municipio es eminentemente rural, y tres de cada cuatro pobladores residen en cantones o caseríos de difícil acceso.

El pueblo que se considera epicentro de la cultura nawat está a apenas 90 minutos en carro de San Salvador y a 20 minutos de Sonsonate, pero destila ruralidad. Tiene pocas y largas calles empedradas. La principal lleva el nombre del poeta nicaragüense Rubén Darío, y al caminarla uno se topa con gallinas, hombres que acarrean leña en la espalda o jóvenes en bicicleta; apenas pasan coches. En las tardes hay una banda sonora de cánticos que salen de las incontables iglesias evangélicas.

Niños descalzos que corren detrás de una pelota y calles mal adoquinadas y surcadas por regueros de aguas sucias dejan entrever lo que el gubernamental Mapa de Pobreza señaló en 2005: que es uno de los municipios más pobres del país. El 72% de los hogares está bajo la línea de pobreza, el 63% en condición de hacinamiento, el 39% sin energía eléctrica, el promedio de escolaridad es de 3 años… 



La pobreza se siente en las calles de Santo Domingo de Guzmán, pero no el nawat, que ni siquiera tiene una presencia testimonial en forma de los recurrentes rótulos bilingües de otras latitudes. “Debido al extenso deterioro de la lengua y a la pérdida de identidad cultural, se deben hacer grandes esfuerzos para revivir esa identidad cultural perdida y despertar en los habitantes el deseo de hablar náhuat y así identificarse con su etnia”, se lee en uno de los informes elaborados por Lemus.

El nawat es hoy una lengua socialmente muerta, pero tuvo tiempos mejores. Reportes oficiales de inicios del siglo XX dibujan un pueblo en el que casi nadie sabía expresarse en español. Sin remontarse tanto, los hablantes que hoy tienen en torno a 65 años tuvieron infancias exclusivamente en nawat. Guillerma López, de 58 años, lo recuerda así: “Yo me acompañé a los 17 años y no podía hablar en español; mi marido me lo tuvo que enseñar”. Pero ella no creyó necesario transmitírselo a sus hijos.

La situación es más preocupante en el resto de municipios de la teórica órbita nawat, que incluye buena parte de los departamentos de Sonsonate y Ahuachapán. A unos 30 kilómetros de Santo Domingo se ubica Izalco, una ciudad de unos 70.000 habitantes que tiene el título no declarado de capital del indigenismo salvadoreño. Varias escuelas de este municipio se han sumado al proyecto de la UDB, y en ellas algunos profesores con conocimientos mínimos, menores que los de Valentín, son también los llamados a enseñar nawat una o dos horas por semana a estudiantes de entre 8 y 13 años de edad.

En el parque central de Izalco, sin embargo, sí se ven algunos guiños al nawat, como palabras pintadas en farolas y bordillos con dibujos que explicitan su significado: junto a la silueta de un niño se lee Piltzin. Además, los alumnos de una de las escuelas involucradas colgaron en el parque cartulinas plastificadas con textos en nawat y su traducción en español: “Tipalewiat ka ne kwajkwawit, Cuidemos a los árboles”. Así quedó anotado en la libreta y cuando un hablante fluido pudo leerlo se apresuró a corregirlo: “¿Dónde estaba escrito eso? Está mal escrito; debería decir Tikpalewiat ne kwajkwawit”.

¿La tabla de salvación? 
En 2004 arrancaron las clases impartidas por maestros cuyos conocimientos se limitan a 40 horas de capacitación. Sus promotores, la UDB, están conscientes de que por esa vía será muy complicado ampliar una base de hablantes. Los logros de la iniciativa, aseguran, están en el ámbito de la sensibilización, en haber conseguido que más personas estén conscientes de la precaria situación de la lengua. “Se ha creado conciencia de que el nawat es parte de su identidad como pueblo, un requisito imprescindible para que cualquier proyecto de revitalización tenga éxito”, comenta Lemus.

Las esperanzas están ahora puestas en el componente del proyecto llamado Cuna náhuat que, después de estar paralizado dos años por falta de financiamiento, arrancó a finales de agosto. Cuna náhuat se ejecuta en Santo Domingo de Guzmán y se basa en una idea simple: crear una guardería para 20 niños de entre 3 y 5 años que es atendida por cuatro señoras con alto dominio de la lengua. Así, cinco días a la semana, niños y niñas en una edad idónea para el aprendizaje pasan de 7 de la mañana a 12 del mediodía en un ambiente nawat. Un criterio para la elección ha sido que tengan abuelos hablantes dispuestos a complementar el aprendizaje en casa.

“Van a hacer lo mismo que se hace en cualquier guardería, pero en nawat”, resume el espíritu Carlos Cortez, el joven que se ha encargado de buscar y acondicionar el local, seleccionar a las nanas (las cuidadoras) y elegir a los 20 niños y niñas que asistirán. 



Carlos Cortez es una rareza. Tiene 25 años y habla nawat con tanta fluidez que es coautor de buena parte de los escasos materiales didácticos que hay. Oriundo de Santo Domingo, aún puede considerarse el más joven de los nahuahablantes. Verle hablar nawat en el atrio de la iglesia junto a tres de las nanas –todas abuelas– resulta una escena en verdad esperanzadora.

La mayor de las nanas de Cuna náhuat tiene 68 años y se llama Fidelina. Sus palabras devuelven a uno a la realidad: “Este pueblo como que fue escogido, ¿verdad? Es el único en el que aún se habla nawat, aunque cada vez menos. Y hoy es peor, la juventud no lo quiere hablar ya”. Ha dedicado toda su vida a la alfarería, oficio que en Santo Domingo es sinónimo de pobreza extrema. Dice estar ilusionada por haber sido elegida, pero cuesta diferenciar si la alegría se debe a que en teoría beneficiará a la causa indígena o al salario que recibirán por cuidar a los niños.

Cuna náhuat sí puede suponer un punto de inflexión en el proceso de extinción del nawat, pero en El Salvador tampoco conviene entusiasmarse demasiado. De hecho, el proyecto a la fecha solo tiene garantizados 30,000 dólares que aportará el Ministerio de Educación, cifra que solo alcanza para los primeros meses.

No está de más recordar que desde que en 1992 finalizó la guerra civil un puñado de iniciativas apadrinadas por ONG o universidades extranjeras ya se arrogaron ser capaces de frenar la desaparición, pero los resultados han sido muy pobres. En El Salvador se habla hoy menos nawat que hace 10 años; y hace 10 años se hablaba menos que hace 20.

Un Estado casi ausente 
La desidia estatal tiene mucho que ver con esta situación. Si bien la Constitución señala en su artículo 62 que “las lenguas autóctonas que se hablan en el territorio nacional forman parte del patrimonio cultural y serán objeto de preservación, difusión y respeto”, la realidad es otra. Muchos confiaron en que la pasividad estatal de las últimas décadas cambiaría con la llegada del FMLN al Ejecutivo, pero desde junio 2009 los cambios en este tema han sido hasta la fecha más cosméticos y discursivos que de fondo.

La defensa sigue siendo la misma: en un país con problemas que suenan más urgentes como la desnutrición, la violencia o la falta de acceso a agua potable o luz, a los tomadores de decisión les resulta fácil subordinar la cultura en general y lo indígena en particular.

Rita De Araujo trabaja desde 1995 en la gubernamental Jefatura de Asuntos Indígenas, rebautizada ahora como Programa de Pueblos Originarios e Interculturalidad. Es su máxima autoridad. No habla nawat. En su despacho de San Salvador la entrevista arranca con la entrega de un par de hojas que detallan todo lo que se ha hecho, en tono triunfalista, pero finaliza con frases más en sintonía con la realidad que se percibe en Santo Domingo de Guzmán: “Sí, ha habido poca sensibilidad de los gobiernos y de las autoridades, incluso ahorita la situación no es algo muy favorecedora, cuesta que aprueben fondos”.

El Estado apoya de forma tangencial el Proyecto de Revitalización de la Lengua Náhuat de la UDB, y De Araujo también ve en Cuna náhuat una pieza clave para intentar evitar lo que parece inevitable. La entrevista, sin embargo, concluye con una pregunta que responde con sorpresiva honestidad.

—¿Cree usted que en 50 años habrá más nahuahablantes?
—Ufff, voy a traer al pulpo Paul… Está difícil… Pero creo que no. Puede que haya una pequeña población porque incluso a nivel turístico se quiere impulsar, pero creo que no se hablará más.

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